San Juan de Kety, sacerdote, que enseñó durante muchos años en la Universidad de Cracovia. Después fue destinado al cuidado pastoral de la parroquia de Olkusz, donde añadió a su virtud el testimonio de una recta fe y fue para sus colaboradores y discípulos un modelo de piedad y caridad hacia el prójimo. En el día siguiente a éste, pasó a los gozos celestes en Cracovia, Polonia.
Juan Cancio (como el mismo se llamaba) nació en Malec, una pequeña aldea de la pequeña ciudad de Kety (Alta Silesia), donde su padre fue burgomaestre, en un momento en el que la ciudad silesiana había sido anexionada por Carlos IV, emperador romano y rey de Bohemia, por la renuncia del rey Casimiro de Polonia, y el principado había sido conquistado de nuevo por Polonia. En la cercana universidad de Cracovia, Juan llegó a ser doctor en Filosofía en 1418 y luego en Teología. En 1416 fue ordenado sacerdote.
Después de haber enseñado ocho años en una escuela conventual en la pequeña ciudad de Miechów, dio clases en la universidad de Cracovia y ocupó el cargo de decano de la facultad, y luego de director del "Collegium Maius". Más tarde fue nombrado canónigo y director de la colegiata de San Florién (1439) y, por fin, preboste y párroco de Olkusz o Olkuzy, junto a Cracovia. En 1439, viendo que no podía atender su parroquia con plena dedicación, los escrúpulos se apoderaron de él, de manera que abandonó este ministerio pastoral para retomar su cátedra académica y reemprender los estudios teológicos, consiguiendo el título de "magister" bajo la guía del célebre teólogo jurista Benedicto Hesse.
Tuvo el honor de poder enseñar Escritura y religión a los hijos del rey de Polonia. Vivió el desprendimiento cristiano al máximo. Escribió una máxima para sus alumnos: “Procura no ofender, porque cuesta mucho pedir perdón”. Todo lo que ganaba era para los pobres, de manera que en la residencia de estudiantes de Cracovia, cuando venía un pobre, ya no se decía "viene un pobre" sino "viene Jesucristo". Llegó a ir descalzo, por haber entregado los últimos zapatos que le quedaban. Como adorno de su habitación, tenía frases evangélicas sobre la humildad. En sus largos ayunos y penitencias, el único vestido que no entregó fue el más áspero, ya que lo utilizaba a modo de cilicio.
Transcribió muchos códices de tratados teológicos antiguos y contemporáneos (más de 18.000 páginas); después de haber renunciado a todas las prebendas que comportaban cura de almas; trabajó con devota escrupulosidad por amor a la ciencia y también para procurar medios de beneficencia a los pobres, incluso con todo tipo de gestos heroicos. Afrontó fatigosos viajes a Roma (cuatro veces a pie) y hasta Tierra Santa, donde habló a los musulmanes. En una de estas caminatas, unos ladrones le exigieron todo su dinero. Metió la mano al bolsillo y les dio lo poco que tenía. Al marcharse recordó que le quedaba alguna moneda en un bolsillo interior, y se volvió a los ladrones "Perdón me había olvidado de este dinero, tomadlo que yo no quiero decir mentira alguna".
En 1460, ya septuagenario, fue elegido, una vez más, director del colegio mayor de la universidad; pero tuvo que sufrir un proceso, concluido más tarde con laudo, por una querella a Roma de parte de un ciudadano de Cracovia. Se mantuvo al margen de toda disputa doctrinal en un momento en que las doctrinas de Juan Huss y las tesis taboritas de Juan Ziska eran difundidas por el país; aunque no dejó de mediar en las controversias, siempre lo hizo con dulzura y benevolencia para con los adversarios, respondiendo a las injurias con la frase "Deo gratias". La sospecha de que fuera un defensor de ideas conciliaristas, esto es, de la superioridad del concilio sobre el Papa, resultó infundada en el proceso de canonización. En el trance de su muerte, en la ciudad de Cracovia, fue a visitarle el claustro de profesores en pleno, y exhortó a todos a conservarse en la doctrina de la Iglesia. Está enterrado en la iglesia de Santa Ana de donde fue párroco. En 1767, tuvo lugar su canonización por el papa Clemente XIII y su fiesta se extendió a toda la Iglesia de Occidente.
Juan Cancio (como el mismo se llamaba) nació en Malec, una pequeña aldea de la pequeña ciudad de Kety (Alta Silesia), donde su padre fue burgomaestre, en un momento en el que la ciudad silesiana había sido anexionada por Carlos IV, emperador romano y rey de Bohemia, por la renuncia del rey Casimiro de Polonia, y el principado había sido conquistado de nuevo por Polonia. En la cercana universidad de Cracovia, Juan llegó a ser doctor en Filosofía en 1418 y luego en Teología. En 1416 fue ordenado sacerdote.
Después de haber enseñado ocho años en una escuela conventual en la pequeña ciudad de Miechów, dio clases en la universidad de Cracovia y ocupó el cargo de decano de la facultad, y luego de director del "Collegium Maius". Más tarde fue nombrado canónigo y director de la colegiata de San Florién (1439) y, por fin, preboste y párroco de Olkusz o Olkuzy, junto a Cracovia. En 1439, viendo que no podía atender su parroquia con plena dedicación, los escrúpulos se apoderaron de él, de manera que abandonó este ministerio pastoral para retomar su cátedra académica y reemprender los estudios teológicos, consiguiendo el título de "magister" bajo la guía del célebre teólogo jurista Benedicto Hesse.
Tuvo el honor de poder enseñar Escritura y religión a los hijos del rey de Polonia. Vivió el desprendimiento cristiano al máximo. Escribió una máxima para sus alumnos: “Procura no ofender, porque cuesta mucho pedir perdón”. Todo lo que ganaba era para los pobres, de manera que en la residencia de estudiantes de Cracovia, cuando venía un pobre, ya no se decía "viene un pobre" sino "viene Jesucristo". Llegó a ir descalzo, por haber entregado los últimos zapatos que le quedaban. Como adorno de su habitación, tenía frases evangélicas sobre la humildad. En sus largos ayunos y penitencias, el único vestido que no entregó fue el más áspero, ya que lo utilizaba a modo de cilicio.
Transcribió muchos códices de tratados teológicos antiguos y contemporáneos (más de 18.000 páginas); después de haber renunciado a todas las prebendas que comportaban cura de almas; trabajó con devota escrupulosidad por amor a la ciencia y también para procurar medios de beneficencia a los pobres, incluso con todo tipo de gestos heroicos. Afrontó fatigosos viajes a Roma (cuatro veces a pie) y hasta Tierra Santa, donde habló a los musulmanes. En una de estas caminatas, unos ladrones le exigieron todo su dinero. Metió la mano al bolsillo y les dio lo poco que tenía. Al marcharse recordó que le quedaba alguna moneda en un bolsillo interior, y se volvió a los ladrones "Perdón me había olvidado de este dinero, tomadlo que yo no quiero decir mentira alguna".
En 1460, ya septuagenario, fue elegido, una vez más, director del colegio mayor de la universidad; pero tuvo que sufrir un proceso, concluido más tarde con laudo, por una querella a Roma de parte de un ciudadano de Cracovia. Se mantuvo al margen de toda disputa doctrinal en un momento en que las doctrinas de Juan Huss y las tesis taboritas de Juan Ziska eran difundidas por el país; aunque no dejó de mediar en las controversias, siempre lo hizo con dulzura y benevolencia para con los adversarios, respondiendo a las injurias con la frase "Deo gratias". La sospecha de que fuera un defensor de ideas conciliaristas, esto es, de la superioridad del concilio sobre el Papa, resultó infundada en el proceso de canonización. En el trance de su muerte, en la ciudad de Cracovia, fue a visitarle el claustro de profesores en pleno, y exhortó a todos a conservarse en la doctrina de la Iglesia. Está enterrado en la iglesia de Santa Ana de donde fue párroco. En 1767, tuvo lugar su canonización por el papa Clemente XIII y su fiesta se extendió a toda la Iglesia de Occidente.
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