Con María, a la espera del Espíritu
Porque con tu Pascua has dado la vida al mundo.
Después de subir Jesús al cielo, los apóstoles se volvieron a Jerusalén, desde el monte que llaman de los Olivos, que dista de Jerusalén lo que se permite caminar en sábado. Llegados a casa, subieron a la sala, donde se alojaban: Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago el de Alfeo, Simón el Celotes y Judas el de Santiago. Todos ellos se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús, y con sus hermanos.
De los Hechos de los Apóstoles (Hechos 1, 12-14)
El hombre de hoy, distraído por el consumismo y seducido por caminos de muerte, se va olvidando de Dios. Pero una luz resplandece en este viraje epocal: es la Iglesia querida por Cristo para salvar a quien busca salvación. Es la Iglesia, reunida en oración con perseverancia concorde. Es la Iglesia, joven de veinte siglos que habla a quien es joven de años y de espíritu. El mundo, con sus lógicas, contrarias a las bienaventuranzas, aleja al hombre de Dios. La Iglesia, que es transparencia de Cristo, lo acerca a Dios. El camino del Cenáculo lleva a la cultura de la vida.
Jesús resucitado de la muerte, siempre presente en tu comunidad pascual, derrama sobre nosotros, por intercesión de María, todavía hoy, aquí, El Espíritu Santo tuyo y de tu Padre querido: El Espíritu de la vida, el Espíritu de la alegría, el Espíritu de la paz, el Espíritu de la fuerza, el Espíritu del amor, el Espíritu de la Pascua.
Amén
Oh María. Templo del Espíritu Santo,
Guíanos como testigos del Resucitado
por el camino de la luz.
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