Memoria de San Antonio Abad, que cuando se quedó huérfano, haciendo suyos los preceptos evangélicos distribuyó todos sus bienes a los pobres y se retiró en el desierto de Tebaida en Egipto, donde comenzó la vida ascética; también trabajó para fortalecer a la Iglesia, ayudando a los confesores de la fe durante las persecuciones del emperador Diocleciano, y apoyó a san Atanasio en su lucha contra los arrianos. Fueron tantos sus discípulos que se le ha llamado padre de los monjes.
Nació en Coma (hoy Quaeman-el´Arous), al sur de Menfis, (Egipto). A los 20 años murieron sus padres y se quedó al cuidado de su hermana pequeña, pero seis meses más tarde donó a los aldeanos las posesiones de su casa, dejando a su hermana al cuidado de unas vírgenes para que recibiese la educación conveniente y se fue el desierto siguiendo el consejo evangélico: "Si quieres ser perfecto, vete, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y sígueme" (Mt 19,21). Se alejó a la soledad del desierto, con el fin de fortalecerse espiritualmente y vivió en una de las numerosas cuevas funerarias que había en el lugar, pero obligado por sus discípulos a dejar la reclusión y atormentado por el deseo del martirio, será notoria su caridad para atender a los cristianos condenados a las minas o en las cárceles de Alejandría, en el 311, durante la persecución de Maximino Daya, salió ileso milagrosamente ya que ni siquiera fue detenido.
Desde el año 312 hasta su muerte, residió en monte Colzum, frente al mar Rojo, o el monte Pispir, junto al mar Muerto, donde constituyó un eremitorio. Pronto cerca de su retiro empezaron a surgir otras cabañas y así comenzó el primer inicio del monacato que tanto influyó en los siglos posteriores. Pero llevaba dentro de sí algo que no se dejó atrás, el hombre viejo, y cuando menudearon las más terribles tentaciones se alejó más aún, hacia el este, buscando lugares más solitarios para vivir tan sólo de pan y agua embarrada, y dormir dos o tres horas por la noche. Sufrió muchísimas tentaciones, sobre todo con respecto a la castidad que era su pasión dominante, pero supo transformarla.
En una de sus tentaciones le preguntó a Cristo: "¿Dónde estabas tú, buen Jesús? ¿Dónde estabas tú? ¿Por qué desde el principio no estabas presente para ayudarme?" y Jesús le respondió: "Yo estaba aquí, pero esperaba ver tu batalla; ahora, como has combatido con gallardía, te haré recordar por todo el mundo". Pero "los rezos y las lágrimas purifican hasta lo más impuro", y tras una nueva retirada hasta el fin del desierto, triunfó de todo artificio infernal. A un sabio cristiano, que se quedó sin vista y sería llamado Dídimo el Ciego, le repetía: "No tiene que dolerse de no tener esos ojos, que nos son comunes con las moscas, quien puede alegrarse de tener la luz de los Santos y de los Apóstoles, que es la fe del alma".
Tuvo numerosos discípulos, fundó monasterios y hasta se trasladó a Alejandría a confundir a los herejes. Paganos y cristianos se acercaron a él con gran fruto. Se dice que un día recibió una carta del emperador Constantino I, pidiéndole sus oraciones, y los monjes se maravillaron que les hubiera escrito el Emperador, Antonio les dijo: “No os asombréis de que el emperador, hombre como yo, nos escriba, asombraos más bien de que Dios nos haya escrito, y de que nos haya hablado por medio de su Hijo”. Asistió al Concilio de Nicea (325), con el fin de ayudar a los padres conciliares sobre la definición dogmática de la divinidad de Cristo. De él se cuenta que era reconocible por su cara resplandeciente de alegría. Hacia el final de su vida, visitó a san Pablo de Tebas a quien tuvo que enterrar. Su vida está plagada de leyendas y milagros fantásticos. Patrón de Etiopía.
Nació en Coma (hoy Quaeman-el´Arous), al sur de Menfis, (Egipto). A los 20 años murieron sus padres y se quedó al cuidado de su hermana pequeña, pero seis meses más tarde donó a los aldeanos las posesiones de su casa, dejando a su hermana al cuidado de unas vírgenes para que recibiese la educación conveniente y se fue el desierto siguiendo el consejo evangélico: "Si quieres ser perfecto, vete, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y sígueme" (Mt 19,21). Se alejó a la soledad del desierto, con el fin de fortalecerse espiritualmente y vivió en una de las numerosas cuevas funerarias que había en el lugar, pero obligado por sus discípulos a dejar la reclusión y atormentado por el deseo del martirio, será notoria su caridad para atender a los cristianos condenados a las minas o en las cárceles de Alejandría, en el 311, durante la persecución de Maximino Daya, salió ileso milagrosamente ya que ni siquiera fue detenido.
Desde el año 312 hasta su muerte, residió en monte Colzum, frente al mar Rojo, o el monte Pispir, junto al mar Muerto, donde constituyó un eremitorio. Pronto cerca de su retiro empezaron a surgir otras cabañas y así comenzó el primer inicio del monacato que tanto influyó en los siglos posteriores. Pero llevaba dentro de sí algo que no se dejó atrás, el hombre viejo, y cuando menudearon las más terribles tentaciones se alejó más aún, hacia el este, buscando lugares más solitarios para vivir tan sólo de pan y agua embarrada, y dormir dos o tres horas por la noche. Sufrió muchísimas tentaciones, sobre todo con respecto a la castidad que era su pasión dominante, pero supo transformarla.
En una de sus tentaciones le preguntó a Cristo: "¿Dónde estabas tú, buen Jesús? ¿Dónde estabas tú? ¿Por qué desde el principio no estabas presente para ayudarme?" y Jesús le respondió: "Yo estaba aquí, pero esperaba ver tu batalla; ahora, como has combatido con gallardía, te haré recordar por todo el mundo". Pero "los rezos y las lágrimas purifican hasta lo más impuro", y tras una nueva retirada hasta el fin del desierto, triunfó de todo artificio infernal. A un sabio cristiano, que se quedó sin vista y sería llamado Dídimo el Ciego, le repetía: "No tiene que dolerse de no tener esos ojos, que nos son comunes con las moscas, quien puede alegrarse de tener la luz de los Santos y de los Apóstoles, que es la fe del alma".
Tuvo numerosos discípulos, fundó monasterios y hasta se trasladó a Alejandría a confundir a los herejes. Paganos y cristianos se acercaron a él con gran fruto. Se dice que un día recibió una carta del emperador Constantino I, pidiéndole sus oraciones, y los monjes se maravillaron que les hubiera escrito el Emperador, Antonio les dijo: “No os asombréis de que el emperador, hombre como yo, nos escriba, asombraos más bien de que Dios nos haya escrito, y de que nos haya hablado por medio de su Hijo”. Asistió al Concilio de Nicea (325), con el fin de ayudar a los padres conciliares sobre la definición dogmática de la divinidad de Cristo. De él se cuenta que era reconocible por su cara resplandeciente de alegría. Hacia el final de su vida, visitó a san Pablo de Tebas a quien tuvo que enterrar. Su vida está plagada de leyendas y milagros fantásticos. Patrón de Etiopía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario