sábado, 30 de enero de 2021
Lecturas Diarias
Hermanos:
La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve.
Por ella son recordados los antiguos.
Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba.
Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas, y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.
Por fe, también Sara, siendo estéril, obtuvo “vigor para concebir” cuando ya le había pasado la edad, porque consideró fiel al que se lo prometía.
Y así, de un hombre, marcado ya por la muerte, nacieron hijos numerosos, como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.
Con fe murieron todos estos, sin haber recibido las promesas, sino viéndolas y saludándolas de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra.
Es claro que los que así hablan están buscando una patria; pues, si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver.
Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo.
Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad.
Por fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac; ofreció a su hijo único, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: «lsaac continuará tu descendencia».
Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar de entre los muertos, de donde en cierto sentido recobró a Isaac.
Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla».
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un cabezal.
Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: « ¡Silencio, enmudece!».
El viento cesó y vino una gran calma.
Él les dijo: « ¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: « ¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen! ».
Palabra del Señor.
Beato Sebastián Valfre
En Turín, ciudad del Piamonte, en Italia, beato Sebastián Valfré, presbítero de la Congregación del Oratorio, que con su entrega desinteresada ayudó a pobres, enfermos y encarcelados, y condujo a muchos hacia Cristo con su amistad y su eximia caridad.
Nació en Verduno del Piamonte (Cuneo, Italia) en una familia pobre y numerosa. Con increíbles sacrificios, consiguió estudiar para hacerse sacerdote en Turín en 1650. Para poder estudiar trabajó como copista, durmiendo muy poco. Se cuenta que al partir del hogar, lo único que sus padres pudieron darle fue un tonel de vino. Ingresó en la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri en Turín en 1651. Un año después, fue ordenado sacerdote y cantó su primera misa en Verduno para consuelo de sus padres. Desde el primer momento, se entregó con toda el alma al cumplimiento de sus deberes sacerdotales. Un hecho notable fue que desde el arribo del beato, el Oratorio de Turín, que hasta entonces había estado en decadencia por muchas dificultades, empezó a prosperar y a atraer al pueblo.
Fue nombrado prefecto del Pequeño Oratorio, con contacto con los laicos, y sobre todo jóvenes y niños, dedicándole muchas energías a la catequesis infantil y a visitar a los enfermos que carecían de familia. Trató con gran humildad y comprensión a los judíos, negándose a cualquier actitud racista y hostil contra ellos, aprendiendo mucho su tradición bíblica; también se dedicó a las viudas sin recursos, a los niños huérfanos, a los hospicios y orfanatos, a los presos, y también fue sensible a la triste suerte de los valdenses tras el decreto que prohibía su existencia en 1686.
Más tarde completados los estudios de teología fue nombrado maestro de novicios y luego, a los 40 años, superior. Entre tanto, la fama del beato como director de almas se había ido extendiendo. Pasaba largas horas en el confesionario, al que asistía con puntualidad escrupulosa y, en sus exhortaciones a la comunidad, insistía mucho sobre la necesidad de la confesión frecuente. Toda clase de personas se confesaban con él, hallándole siempre dispuesto a hacer cualquier cosa por aquellos que necesitaban ayuda o mostraban deseos serios de perfección. Por otra parte, era implacable con los falsos y parecía gozar de un don sobrenatural o de un poder de telepatía para descubrir la falta de sinceridad. Entre sus penitentes se contaba el duque Víctor Amadeo II, más tarde rey de Cerdeña, quien en 1690, con el consentimiento del Papa Alejandro VIII, se esforzó en vano por persuadirle para que aceptara la sede arzobispal de Turín. El beato Sebastián predicaba, algunas veces, tres sermones al día. Emprendía también largas expediciones misionales a los distritos de los alrededores y, algunas veces, hasta territorio suizo, con gran fruto de conversiones. Además, consagraba mucho tiempo a la instrucción de los jóvenes y de los ignorantes. Acostumbraba reunir a los mendigos que iban al Oratorio a pedir limosna y les daba alimento para el cuerpo y para el alma. Era infatigable en sus visitas a los hospitales y prisiones, y tenía especial simpatía por los soldados, cuyas dificultades comprendía y compadecía.
Como su modelo, san Felipe Neri, el beato estaba siempre alegre, de suerte que las gentes consideraban que tenía un carácter ligero y sin preocupaciones. Esto es tanto más de admirar, cuanto que sabemos, por otra parte, la terrible historia de sus desolaciones y pruebas interiores. Con frecuencia le asaltaba la tentación de sentirse dejado de la mano de Dios y de creer que había perdido la fe y estaba destinado al infierno. A pesar de ello, aun cuando se acercaba ya a los ochenta años de edad, jamás cejó en sus trabajos por las almas, predicando al aire libre, en lo más crudo del invierno, al primer grupo de perdidos que encontraba. Más aún, cuando le parecía conveniente para la gloria de Dios, no temía entrar en los mismos antros de vicio. Por extraño que pueda ser, Dios parece haber bendecido abundantemente su osadía, ya que los rufianes más groseros se sentían impresionados por la santidad del beato y no se atrevían a levantar la voz, cuando éste criticaba sus vicios en los términos más severos. Su vida podría servir de modelo a todos los pastores de las ciudades en las que abundan el vicio y la miseria, y nada tiene de extraordinario que los con temporáneos del beato le hayan considerado como un santo. Se cuentan muchos ejemplos de su don de leer los corazones y de hacer profecías que se cumplieron. Entre otras cosas, parece que el beato sabía desde varios meses antes la fecha exacta en que iba a morir. Dios le llamó a Sí, a los ochenta y un años de edad. Fue beatificado el 31 de agosto de 1834 por Gregorio XVI.
Nació en Verduno del Piamonte (Cuneo, Italia) en una familia pobre y numerosa. Con increíbles sacrificios, consiguió estudiar para hacerse sacerdote en Turín en 1650. Para poder estudiar trabajó como copista, durmiendo muy poco. Se cuenta que al partir del hogar, lo único que sus padres pudieron darle fue un tonel de vino. Ingresó en la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri en Turín en 1651. Un año después, fue ordenado sacerdote y cantó su primera misa en Verduno para consuelo de sus padres. Desde el primer momento, se entregó con toda el alma al cumplimiento de sus deberes sacerdotales. Un hecho notable fue que desde el arribo del beato, el Oratorio de Turín, que hasta entonces había estado en decadencia por muchas dificultades, empezó a prosperar y a atraer al pueblo.
Fue nombrado prefecto del Pequeño Oratorio, con contacto con los laicos, y sobre todo jóvenes y niños, dedicándole muchas energías a la catequesis infantil y a visitar a los enfermos que carecían de familia. Trató con gran humildad y comprensión a los judíos, negándose a cualquier actitud racista y hostil contra ellos, aprendiendo mucho su tradición bíblica; también se dedicó a las viudas sin recursos, a los niños huérfanos, a los hospicios y orfanatos, a los presos, y también fue sensible a la triste suerte de los valdenses tras el decreto que prohibía su existencia en 1686.
Más tarde completados los estudios de teología fue nombrado maestro de novicios y luego, a los 40 años, superior. Entre tanto, la fama del beato como director de almas se había ido extendiendo. Pasaba largas horas en el confesionario, al que asistía con puntualidad escrupulosa y, en sus exhortaciones a la comunidad, insistía mucho sobre la necesidad de la confesión frecuente. Toda clase de personas se confesaban con él, hallándole siempre dispuesto a hacer cualquier cosa por aquellos que necesitaban ayuda o mostraban deseos serios de perfección. Por otra parte, era implacable con los falsos y parecía gozar de un don sobrenatural o de un poder de telepatía para descubrir la falta de sinceridad. Entre sus penitentes se contaba el duque Víctor Amadeo II, más tarde rey de Cerdeña, quien en 1690, con el consentimiento del Papa Alejandro VIII, se esforzó en vano por persuadirle para que aceptara la sede arzobispal de Turín. El beato Sebastián predicaba, algunas veces, tres sermones al día. Emprendía también largas expediciones misionales a los distritos de los alrededores y, algunas veces, hasta territorio suizo, con gran fruto de conversiones. Además, consagraba mucho tiempo a la instrucción de los jóvenes y de los ignorantes. Acostumbraba reunir a los mendigos que iban al Oratorio a pedir limosna y les daba alimento para el cuerpo y para el alma. Era infatigable en sus visitas a los hospitales y prisiones, y tenía especial simpatía por los soldados, cuyas dificultades comprendía y compadecía.
Como su modelo, san Felipe Neri, el beato estaba siempre alegre, de suerte que las gentes consideraban que tenía un carácter ligero y sin preocupaciones. Esto es tanto más de admirar, cuanto que sabemos, por otra parte, la terrible historia de sus desolaciones y pruebas interiores. Con frecuencia le asaltaba la tentación de sentirse dejado de la mano de Dios y de creer que había perdido la fe y estaba destinado al infierno. A pesar de ello, aun cuando se acercaba ya a los ochenta años de edad, jamás cejó en sus trabajos por las almas, predicando al aire libre, en lo más crudo del invierno, al primer grupo de perdidos que encontraba. Más aún, cuando le parecía conveniente para la gloria de Dios, no temía entrar en los mismos antros de vicio. Por extraño que pueda ser, Dios parece haber bendecido abundantemente su osadía, ya que los rufianes más groseros se sentían impresionados por la santidad del beato y no se atrevían a levantar la voz, cuando éste criticaba sus vicios en los términos más severos. Su vida podría servir de modelo a todos los pastores de las ciudades en las que abundan el vicio y la miseria, y nada tiene de extraordinario que los con temporáneos del beato le hayan considerado como un santo. Se cuentan muchos ejemplos de su don de leer los corazones y de hacer profecías que se cumplieron. Entre otras cosas, parece que el beato sabía desde varios meses antes la fecha exacta en que iba a morir. Dios le llamó a Sí, a los ochenta y un años de edad. Fue beatificado el 31 de agosto de 1834 por Gregorio XVI.
viernes, 29 de enero de 2021
Lecturas Diarias
Hermanos:
Recordad aquellos días primeros, en los que, recién iluminados, soportasteis múltiples combates y sufrimientos: unos expuestos públicamente a oprobios y malos tratos; otros solidarios de los eran tratados así. Compartisteis el sufrimiento de los encarcelados, aceptasteis con alegría que os confiscaran los bienes, sabiendo que teníais bienes mejores, y permanentes.
No renunciéis, pues, a vuestra valentía, que tendrá una gran recompensa.
Os hace falta paciencia para cumplir la voluntad de Dios y alcanzar la promesa.
«Un poquito de tiempo todavía, y el que viene llegará sin retraso; mi justo vivirá por la fe, pero si se arredra le retiraré mi favor».
Pero nosotros no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma.
En aquel tiempo, Jesús decía al gentío: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».
Dijo también: « ¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar a su sombra».
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
Palabra del Señor.
Beata Boleslava María Lament
En la ciudad de Bialystok, en Polonia, beata Boleslava María Lament, virgen, que, en un período de cambios políticos, fundó la Congregación de las Hermanas Misioneras de la Sagrada Familia, para fomentar la unión de los cristianos, ayudar a los marginados y educar cristianamente a las jóvenes.
Nació en Lowicz (Cracovia). Su padre era artesano. Después de las escuelas elementales y el colegio, Boleslava fue a Varsovia a una escuela de artes y profesiones dónde consiguió el diploma de modista; de regreso a Lowicz abrió, junto a su hermana Stanislava, una casa de modas, todo esto mientras en su interior su vida era intensamente espiritual.
Es a los 22 años, en el 1884, ingresaron en la "Congregación de la Familia de María", que se estaba organizando en Varsovia en la clandestinidad a causa de las persecuciones zaristas. Fue una monja voluntariosa, que se distinguió por el don de la oración, del recogimiento, de la seriedad y de la fidelidad para cumplir sus deberes. Después del noviciado y la profesión de los votos simples, trabajó como maestra de costura y educadora en muchas Casas de la Congregación abiertas en el territorio del imperio ruso. Más después de nueve años, antes de pronunciar los votos solemnes, tuvo una profunda crisis que la hizo sentir insegura de su vocación en aquella congregación, por ello la dejó, volviendo a su casa en Lowicz con el intento, en cuanto fuera posible, de entrar en un convento de clausura; por el consejo de su confesor, optó por las obras de asistencia a los sin techo, actividad que también continuó en Varsovia, cuando la familia os se trasladó allá; para ayudar con los gastos familiares abrió, con su hermana María, un casa de moda.
Bien pronto le fue confiada la dirección de un dormitorio para los sin techo, donde también se preocupó en poner orden en la vida ética y religiosa de sus socorridos. Los preparaba para recibir los Sacramentos, visitaba a los enfermos en sus pobres casas o en los refugios, cuidaba a los niños; en el 1894 la enésima epidemia de cólera se le llevó a su padre, poniendo sobre sus hombros otras responsabilidades familiares; llevó consigo a su madre y a su hermano Stefano. Se distinguía por sus ideas en favor de la unidad de los cristianos y por su bondad y comprensión.
Ingresó a la Tercera Orden Franciscana, donde conoció al beato Honorato de Biala Podlaski, fraile capuchino, fundador de diversas congregaciones religiosas que trabajaban en la clandestinidad a causa de los acontecimientos políticos que afectó a Polonia en aquellos tiempos. En el año 1900 una vez más la muerte golpeó a su familia, allí, al pie del ataúd de su hermano Stefano, Boleslava Lament prometió volver a la vida de religiosa: dos años después el padre beato Honorato le presentó a una señora llegada de Bielorrusia, quien buscaba religiosas para dirigir la Tercera Orden y un centro educativo en Mogilev ciudad al pie del río Dniéper. Boleslava advirtió que sería necesario crear relaciones y contactos para estimular a los ortodoxos a reunirse con la Iglesia Católica, mientras debería ayudar a la población católica a mantenerse fiel a su Iglesia, sin dejar a un lado las dificultades que tendría que sortear bajo el régimen zarista, siendo consciente de todo esto aceptó, y en 1903 partió a Mogilev en Bielorrusia.
Con la ayuda del Padre Félix Wiecinski, quien contribuyó directamente con la fundación, en octubre de 1905 empezaron la nueva congregación, inicialmente llamada "Sociedad de la Sagrada Familia" pero casi enseguida cambió su nombre al de "Congregación de las Hermanas Misioneras de la Sagrada Familia", con la finalidad de trabajar por la unidad de las iglesias católica y ortodoxa. Boleslava fue su primera superiora.
En el año 1907, se trasladó con toda su comunidad a San Petersburgo, y allí se dedicaron a la educación de niños y jóvenes. En Petersburgo desarrolló una intensa actividad catequística, educativa y asistencial en los barrios más pobres, se esforzó de crear las condiciones por un ecumenismo auténtico y social, profundizando una recíproca comprensión y generosidad entre las alumnas y familias, que eran de diferentes nacionalidades y religiones. La revolución bolchevique puso fin a su actividad. Regresaron a Polonia, y al este del país desarrollaron su actividad entre los ortodoxos. Todo esto produjo enormes pérdidas materiales, aun en Polonia encontró una situación preocupante; la Congregación vivía pobremente pero la madre Boleslava Lament, con su gran fe, se encomendó totalmente a la voluntad de Dios y paulatinamente se fueron superando aquel conjunto de circunstancias sociales y políticas. En 1925, la madre Boleslava fue a Roma para conseguir la aprobación pontificia de la "Congregación de las Hermanas Misioneras de la Sagrada Familia", pero la práctica se estancó por falta de claridad sobre las tareas de las monjas, divididas en dos ramas, apostolado-enseñanza y dirección doméstica de las Casas.
En 1935 renunció a su cargo de Superiora General y fue enviada a Bialystok, donde continuó sus actividades caritativas. La Segunda Guerra Mundial llevó nuevas dificultades a la anciana madre Boleslava, incluyendo la amenaza nazi; fue obligada a cambiar la forma de actuar, adaptándose a las necesidades de la época. En 1941 fue atacada por la parálisis y se dedicó a una vida más ascética, transmitiendo preciosos consejos a sus hermanas de hábito. Murió santamente en Bialystok a los 84 años; su cadáver fue llevado en el convento de Ratow y enterrado en la cripta bajo la Iglesia de San Antonio.
La Congregación de las Hermanas Misioneras de la Sagrada Familia, está difundida ampliamente en Polonia, Rusia, Zambia, Libia, E.E.U.U. e Italia. Fue beatificada por Juan Pablo II en Polonia el 5 de junio de 1991.
Nació en Lowicz (Cracovia). Su padre era artesano. Después de las escuelas elementales y el colegio, Boleslava fue a Varsovia a una escuela de artes y profesiones dónde consiguió el diploma de modista; de regreso a Lowicz abrió, junto a su hermana Stanislava, una casa de modas, todo esto mientras en su interior su vida era intensamente espiritual.
Es a los 22 años, en el 1884, ingresaron en la "Congregación de la Familia de María", que se estaba organizando en Varsovia en la clandestinidad a causa de las persecuciones zaristas. Fue una monja voluntariosa, que se distinguió por el don de la oración, del recogimiento, de la seriedad y de la fidelidad para cumplir sus deberes. Después del noviciado y la profesión de los votos simples, trabajó como maestra de costura y educadora en muchas Casas de la Congregación abiertas en el territorio del imperio ruso. Más después de nueve años, antes de pronunciar los votos solemnes, tuvo una profunda crisis que la hizo sentir insegura de su vocación en aquella congregación, por ello la dejó, volviendo a su casa en Lowicz con el intento, en cuanto fuera posible, de entrar en un convento de clausura; por el consejo de su confesor, optó por las obras de asistencia a los sin techo, actividad que también continuó en Varsovia, cuando la familia os se trasladó allá; para ayudar con los gastos familiares abrió, con su hermana María, un casa de moda.
Bien pronto le fue confiada la dirección de un dormitorio para los sin techo, donde también se preocupó en poner orden en la vida ética y religiosa de sus socorridos. Los preparaba para recibir los Sacramentos, visitaba a los enfermos en sus pobres casas o en los refugios, cuidaba a los niños; en el 1894 la enésima epidemia de cólera se le llevó a su padre, poniendo sobre sus hombros otras responsabilidades familiares; llevó consigo a su madre y a su hermano Stefano. Se distinguía por sus ideas en favor de la unidad de los cristianos y por su bondad y comprensión.
Ingresó a la Tercera Orden Franciscana, donde conoció al beato Honorato de Biala Podlaski, fraile capuchino, fundador de diversas congregaciones religiosas que trabajaban en la clandestinidad a causa de los acontecimientos políticos que afectó a Polonia en aquellos tiempos. En el año 1900 una vez más la muerte golpeó a su familia, allí, al pie del ataúd de su hermano Stefano, Boleslava Lament prometió volver a la vida de religiosa: dos años después el padre beato Honorato le presentó a una señora llegada de Bielorrusia, quien buscaba religiosas para dirigir la Tercera Orden y un centro educativo en Mogilev ciudad al pie del río Dniéper. Boleslava advirtió que sería necesario crear relaciones y contactos para estimular a los ortodoxos a reunirse con la Iglesia Católica, mientras debería ayudar a la población católica a mantenerse fiel a su Iglesia, sin dejar a un lado las dificultades que tendría que sortear bajo el régimen zarista, siendo consciente de todo esto aceptó, y en 1903 partió a Mogilev en Bielorrusia.
Con la ayuda del Padre Félix Wiecinski, quien contribuyó directamente con la fundación, en octubre de 1905 empezaron la nueva congregación, inicialmente llamada "Sociedad de la Sagrada Familia" pero casi enseguida cambió su nombre al de "Congregación de las Hermanas Misioneras de la Sagrada Familia", con la finalidad de trabajar por la unidad de las iglesias católica y ortodoxa. Boleslava fue su primera superiora.
En el año 1907, se trasladó con toda su comunidad a San Petersburgo, y allí se dedicaron a la educación de niños y jóvenes. En Petersburgo desarrolló una intensa actividad catequística, educativa y asistencial en los barrios más pobres, se esforzó de crear las condiciones por un ecumenismo auténtico y social, profundizando una recíproca comprensión y generosidad entre las alumnas y familias, que eran de diferentes nacionalidades y religiones. La revolución bolchevique puso fin a su actividad. Regresaron a Polonia, y al este del país desarrollaron su actividad entre los ortodoxos. Todo esto produjo enormes pérdidas materiales, aun en Polonia encontró una situación preocupante; la Congregación vivía pobremente pero la madre Boleslava Lament, con su gran fe, se encomendó totalmente a la voluntad de Dios y paulatinamente se fueron superando aquel conjunto de circunstancias sociales y políticas. En 1925, la madre Boleslava fue a Roma para conseguir la aprobación pontificia de la "Congregación de las Hermanas Misioneras de la Sagrada Familia", pero la práctica se estancó por falta de claridad sobre las tareas de las monjas, divididas en dos ramas, apostolado-enseñanza y dirección doméstica de las Casas.
En 1935 renunció a su cargo de Superiora General y fue enviada a Bialystok, donde continuó sus actividades caritativas. La Segunda Guerra Mundial llevó nuevas dificultades a la anciana madre Boleslava, incluyendo la amenaza nazi; fue obligada a cambiar la forma de actuar, adaptándose a las necesidades de la época. En 1941 fue atacada por la parálisis y se dedicó a una vida más ascética, transmitiendo preciosos consejos a sus hermanas de hábito. Murió santamente en Bialystok a los 84 años; su cadáver fue llevado en el convento de Ratow y enterrado en la cripta bajo la Iglesia de San Antonio.
La Congregación de las Hermanas Misioneras de la Sagrada Familia, está difundida ampliamente en Polonia, Rusia, Zambia, Libia, E.E.U.U. e Italia. Fue beatificada por Juan Pablo II en Polonia el 5 de junio de 1991.
jueves, 28 de enero de 2021
Lecturas Diarias
Hermanos, teniendo entrada libre al santuario, en virtud de la sangre de Jesús, contando con el camino nuevo y vivo que él ha inaugurado para nosotros a través de la cortina, o sea, de su carne, y teniendo un gran sacerdote al frente de la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero y llenos de fe, con el corazón purificado de mala conciencia y con el cuerpo lavado en agua pura.
Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, porque es fiel quien hizo la promesa; fijémonos los unos en los otros, para estimularnos a la caridad y a las buenas obras.
No desertéis de las asambleas, como algunos tienen por costumbre, sino animaos tanto más cuanto más cercano veis el Día.
En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre: -« ¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama, o para ponerlo en el candelero? Si se esconde algo, es para que se descubra; si algo se hace a ocultas, es para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga».
Les dijo también: -«Atención a lo que estáis oyendo: la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces.
Porque al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”.
Palabra del Señor.
Beato Pedro Wong Si-Jang
Nació en Hongju, en la antigua provincia de Chungcheong (Corea del Sur) en el seno de una humilde familia. Hacia el 1789, junto con su primo el beato Jacobo Won Si-bo, se sintieron atraídos por una nueva religión, la católica. En aquella época, Pedro tenía 57 años. “Si-jang” era su nombre de adulto, ya que según los usos confucionistas, todos los jóvenes que llegaban a la mayoría de edad, recibían un nombre nuevo... era tanta la mortandad, que llegar al estado adulto era ya un logro tal que merecían un nombre nuevo.
Para poder profundizar más en la doctrina católica, dejó su casa durante un año. En este periodo maduró su fe: “La fe católica es una medicina que mantiene la vida humana durante centenares de años”. Cuando regresó a su casa, evangelizó a sus parientes, amigos y a todos los que le escuchaban, aunque era todavía catecúmeno. Evidentemente la gracia moraba en él.
Por su fuerte temperamento fue denominado “el tigre”, pero, al practicar las virtudes cristianas, se amansó. Distribuyó lo poco que tenía entre los pobres y se dedicó a la enseñanza del catecismo entre sus vecinos. Fue por esta labor, por lo que las autoridades civiles supieron de su existencia.
En 1791, cuando arreció la persecución Sinhae, la policía arrestó a Pedro y Jacob: su primo consiguió escapar gracias al aviso de algunos amigos, pero Pedro fue encerrado en el edificio gubernamental de Hongju. Fue interrogado y se le conminó a que renunciara a su fe, delatara a otros católica y entregara los libros sagrados, a lo que, con firmeza se negó.
El magistrado que lo interrogaba, ordenó que lo azotasen en las nalgas 70 veces. A pesar de todo ello, Pedro confesaba su fe y fidelidad a Dios, a sus padres y a las enseñanzas cristianas.
Durante su prisión, fue requerido varias veces por los jueces, para que apostatara, pero él les enseñaba las verdades de la fe. Durante este tiempo recibió la visita de otro cristiano, que lo bautizó.
El juez de Hongju comunicó al gobernador de la provincia, de la situación de los prisioneros cristianos, y recibió la orden de golpear a Pedro hasta que muriera. Después de varios tormentos, el juez intentó de convencerlo de nuevo, apelando a su amor paterno. Cuando oyó hablar de sus hijos, Pedro replicó: “Mi corazón se ha conmovido con las noticias de mis hijos, pero, como el Señor me llama, ¿cómo puedo rechazar su llamada?”.
El magistrado, queriendo terminar con el caso lo antes posible, ordenó que se le diera, según la costumbre, su última comida, antes de que fuera azotado hasta la muerte. A pesar de las palizas, Pedro, todavía seguía vivo... con lo que fue rematado echándole agua conjelada en l cabeza. Pedro pasó sus últimos momentos meditando sobre la Pasión de Cristo, ofreciendo su vida a Dios y dándole gracias.
Fue beatificado por el Papa Francisco en Corea, el 16 de agosto de 2014, junto al grupo de mártires capitaneados por el beato Pablo Yun Ji-chung.
Para poder profundizar más en la doctrina católica, dejó su casa durante un año. En este periodo maduró su fe: “La fe católica es una medicina que mantiene la vida humana durante centenares de años”. Cuando regresó a su casa, evangelizó a sus parientes, amigos y a todos los que le escuchaban, aunque era todavía catecúmeno. Evidentemente la gracia moraba en él.
Por su fuerte temperamento fue denominado “el tigre”, pero, al practicar las virtudes cristianas, se amansó. Distribuyó lo poco que tenía entre los pobres y se dedicó a la enseñanza del catecismo entre sus vecinos. Fue por esta labor, por lo que las autoridades civiles supieron de su existencia.
En 1791, cuando arreció la persecución Sinhae, la policía arrestó a Pedro y Jacob: su primo consiguió escapar gracias al aviso de algunos amigos, pero Pedro fue encerrado en el edificio gubernamental de Hongju. Fue interrogado y se le conminó a que renunciara a su fe, delatara a otros católica y entregara los libros sagrados, a lo que, con firmeza se negó.
El magistrado que lo interrogaba, ordenó que lo azotasen en las nalgas 70 veces. A pesar de todo ello, Pedro confesaba su fe y fidelidad a Dios, a sus padres y a las enseñanzas cristianas.
Durante su prisión, fue requerido varias veces por los jueces, para que apostatara, pero él les enseñaba las verdades de la fe. Durante este tiempo recibió la visita de otro cristiano, que lo bautizó.
El juez de Hongju comunicó al gobernador de la provincia, de la situación de los prisioneros cristianos, y recibió la orden de golpear a Pedro hasta que muriera. Después de varios tormentos, el juez intentó de convencerlo de nuevo, apelando a su amor paterno. Cuando oyó hablar de sus hijos, Pedro replicó: “Mi corazón se ha conmovido con las noticias de mis hijos, pero, como el Señor me llama, ¿cómo puedo rechazar su llamada?”.
El magistrado, queriendo terminar con el caso lo antes posible, ordenó que se le diera, según la costumbre, su última comida, antes de que fuera azotado hasta la muerte. A pesar de las palizas, Pedro, todavía seguía vivo... con lo que fue rematado echándole agua conjelada en l cabeza. Pedro pasó sus últimos momentos meditando sobre la Pasión de Cristo, ofreciendo su vida a Dios y dándole gracias.
Fue beatificado por el Papa Francisco en Corea, el 16 de agosto de 2014, junto al grupo de mártires capitaneados por el beato Pablo Yun Ji-chung.
miércoles, 27 de enero de 2021
Lecturas Diarias
Cualquier otro sacerdote ejerce su ministerio, diariamente, ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados.
Pero Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies.
Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.
Esto nos lo atestigua también el Espíritu Santo. En efecto, después de decir: Así será la alianza que haré con ellos después de aquellos días dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones y las escribiré en su mente; añade: Y no me acordaré ya de sus pecados ni de sus crímenes.
Donde hay perdón, no hay ofrenda por los pecados.
En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al mar. Acudió un gentío tan enorme, que tuvo que subirse a una barca y, ya en el mar, se sentó; y el gentío se quedó en tierra junto al mar.
Les enseñaba muchas cosas con parábolas y les decía instruyéndolos: «Escuchad: salió el sembrador a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó.
Otro parte cayó entre abrojos; los abrojos crecieron, la ahogaron, y no dio grano. El resto cayó en tierra buena: nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno».
Y añadió: «El que tenga oídos para oír, que oiga».
Cuando se quedó solo, los que lo rodeaban y los Doce le preguntaban el sentido de las parábolas.
Él les dijo: «A vosotros se os han dado el misterio del reino de Dios; en cambio a los de fuera todo se les presenta en parábolas, para que “por más que miren, no vean, por más que oigan, no entiendan, no sea que se conviertan y sean perdonados”».
Y añadió: « ¿No entendéis esta parábola? ¿Pues, cómo vais a entender las demás? El sembrador siembra la palabra. Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra; pero en cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Hay otros que reciben la semilla como terreno pedregoso; son los que al escuchar la palabra enseguida la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes y cuando viene una dificultad o persecución por la palabra, en seguida sucumben. Hay otros que reciben la semilla entre abrojos; estos son los que escuchan la palabra, pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril. Los otros son los que reciben la semilla en tierra buena; escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno».
Palabra del Señor.