Se llamaba "Contract" porque era paralítico en todo el cuerpo. Nació en la ciudad de Saulgau (Suiza) y era hijo de los condes de Altshausen. Eran tan decrépito y contrahecho que, ni siquiera podía tenerse en pie y, mucho menos, caminar. A duras penas podía sentarse en la silla fabricada especialmente para él; sus dedos eran demasiado débiles y deformes para escribir; sus labios y paladar eran tan informes que pronunciaba con dificultad y resultaba complicado comprenderle. No se sabe si esta discapacidad le vino de nacimiento o fue una parálisis infantil. A los siete años fue enviado a la escuela de la abadía de Saint-Gall donde tuvo grandes maestros.
Finalizados sus estudios fue enviado a la abadía benedictina de Reichenau (en el lago Constanza) a los 30 años, donde ingresó como monje benedictino y fue ordenado sacerdote y fue profesor de la escuela de la abadía. No creía que su parálisis le dispensara de trabajar y sus biógrafos nos lo describen: "agradable, amable, afable, siempre sonriente, tolerante, jovial, siempre esforzándose... honrado con todo el mundo". Fruto de estas cualidades fue el amor que todos le profesaron. Y mientras tanto, este joven valiente, que nunca conoció la comodidad, aprendió matemáticas, griego, latín, árabe, astronomía y música. Además escribió un tratado completo sobre los astrolabios. En su prólogo podemos leer las siguientes palabras: "Hermann, el último de los pobres de Cristo y de los filósofos aficionados, discípulo más torpe que un asno o que una babosa... decidió, movido por el ruego de muchos amigos, escribir este tratado científico".
Fue uno de los mayores maestros medievales de matemáticas y astrología, geógrafo y geómetra. Sus contemporáneos le juzgaron como "la maravilla del siglo". Fue capaz de escribir, después de un largo entrenamiento para domar sus manos y que fueran en consonancia con su mente privilegiada. Lo que se suponía que era una carga muy pronto se convirtió en el orgullo del monasterio y su fama llegó hasta el emperador Enrique III y el Papa León IX, quienes visitaron Reichenau, respectivamente, en 1048 y en 1049.
Escribió una “Crónica Universal” que abarcaba desde el nacimiento de Cristo hasta su propia época y en la que, con una lúcida visión de lo esencial, recopilaba todas las fuentes halladas en manuscritos y libros disponibles en el monasterio; también compuso varios himnos a la Virgen María, entre otros la “Salve Regina” y “Alma redemptoris mater”, y otros himnos y canciones a san Jorge, santa Afra y al obispo Wolfgang; introdujo nueva división en el sistema de las notas musicales, e inventó nueva escritura de las notas mismas. Se dice que sufrió los desposorios místicos con María. Fue conocido entre los benedictinos como “Doctor Marianus”.
Entre sus mejores amigos está el monje Bertoldo, encargado de ayudarle con las tareas diarias y que fue el testigo de los momentos cruciales de su vida. Fue a él a quien nuestro beato confió sus pensamientos en los días de la pleuresía que lo llevó a la muerte. Bertoldo escribió sobre él: “Hermanno está lleno de vida.. no porque podía escribir teoría de la música y de las matemáticas, o porque sabía compilar crónicas históricas detalladas y leer en tantas lenguas diferentes, sino por su valor, la belleza de su alma, su serenidad en el dolor, que estaba siempre dispuesto a bromear y hacer réplicas, la dulzura de su carácter que lo hizo "querido por todos". (...) Ermanno nos da la evidencia de que el dolor no significa tristeza, el placer o la felicidad ".
Fue enterrado en Altshausen, en la iglesia del solar paterno, pero la mayoría de sus restos se han perdido, así como la ubicación de su tumba. Solamente se conservan algunas reliquias en Alshausen y Zurich. Es festejado como “beato” en el Calendario benedictino.
Finalizados sus estudios fue enviado a la abadía benedictina de Reichenau (en el lago Constanza) a los 30 años, donde ingresó como monje benedictino y fue ordenado sacerdote y fue profesor de la escuela de la abadía. No creía que su parálisis le dispensara de trabajar y sus biógrafos nos lo describen: "agradable, amable, afable, siempre sonriente, tolerante, jovial, siempre esforzándose... honrado con todo el mundo". Fruto de estas cualidades fue el amor que todos le profesaron. Y mientras tanto, este joven valiente, que nunca conoció la comodidad, aprendió matemáticas, griego, latín, árabe, astronomía y música. Además escribió un tratado completo sobre los astrolabios. En su prólogo podemos leer las siguientes palabras: "Hermann, el último de los pobres de Cristo y de los filósofos aficionados, discípulo más torpe que un asno o que una babosa... decidió, movido por el ruego de muchos amigos, escribir este tratado científico".
Fue uno de los mayores maestros medievales de matemáticas y astrología, geógrafo y geómetra. Sus contemporáneos le juzgaron como "la maravilla del siglo". Fue capaz de escribir, después de un largo entrenamiento para domar sus manos y que fueran en consonancia con su mente privilegiada. Lo que se suponía que era una carga muy pronto se convirtió en el orgullo del monasterio y su fama llegó hasta el emperador Enrique III y el Papa León IX, quienes visitaron Reichenau, respectivamente, en 1048 y en 1049.
Escribió una “Crónica Universal” que abarcaba desde el nacimiento de Cristo hasta su propia época y en la que, con una lúcida visión de lo esencial, recopilaba todas las fuentes halladas en manuscritos y libros disponibles en el monasterio; también compuso varios himnos a la Virgen María, entre otros la “Salve Regina” y “Alma redemptoris mater”, y otros himnos y canciones a san Jorge, santa Afra y al obispo Wolfgang; introdujo nueva división en el sistema de las notas musicales, e inventó nueva escritura de las notas mismas. Se dice que sufrió los desposorios místicos con María. Fue conocido entre los benedictinos como “Doctor Marianus”.
Entre sus mejores amigos está el monje Bertoldo, encargado de ayudarle con las tareas diarias y que fue el testigo de los momentos cruciales de su vida. Fue a él a quien nuestro beato confió sus pensamientos en los días de la pleuresía que lo llevó a la muerte. Bertoldo escribió sobre él: “Hermanno está lleno de vida.. no porque podía escribir teoría de la música y de las matemáticas, o porque sabía compilar crónicas históricas detalladas y leer en tantas lenguas diferentes, sino por su valor, la belleza de su alma, su serenidad en el dolor, que estaba siempre dispuesto a bromear y hacer réplicas, la dulzura de su carácter que lo hizo "querido por todos". (...) Ermanno nos da la evidencia de que el dolor no significa tristeza, el placer o la felicidad ".
Fue enterrado en Altshausen, en la iglesia del solar paterno, pero la mayoría de sus restos se han perdido, así como la ubicación de su tumba. Solamente se conservan algunas reliquias en Alshausen y Zurich. Es festejado como “beato” en el Calendario benedictino.
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