lunes, 29 de diciembre de 2025
Lecturas del 29/12/2025
Queridos hermanos:
En esto sabemos que conocemos a Jesús: en que guardamos sus mandamientos.
Quien dice: «Yo le conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud.
En esto conocemos que estamos en él.
Quien dice que permanece en él debe caminar como él caminó.
Queridos míos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tenéis desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que habéis escuchado.
Y, sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo —y esto es verdadero en él y en vosotros—, pues las tinieblas pasan, y la luz verdadera brilla ya.
Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe adónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.
Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.»
Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos “han visto a tu Salvador”, a quien has presentado ante todos los pueblos: “luz para alumbrar a las naciones” y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».
Palabra del Señor.
29 de Diciembre 2025 – San Ebrulfo, Abad
Ebrulfo, nacido aproximadamente en el año 517 en Oroër, Neustria, creció en la corte del rey Childeberto I. Disfrutando de una posición privilegiada, recibió una educación acorde a su estatus. Sin embargo, su vida en la corte se vio alterada por un matrimonio al que, con el tiempo, siguió una separación, con su esposa tomando el velo en un convento y Ebrulfo decidiendo distribuir sus bienes entre los pobres. Esto marcó un punto de inflexión en su vida.
Su decisión de renunciar a los bienes materiales y la vida cortesana, sumada a la necesidad de obtener el permiso del rey para abandonar la corte, fueron pasos fundamentales en su conversión y camino hacia la vida religiosa. El deseo de alejarse de las tentaciones y la búsqueda de una vida contemplativa le llevó a ingresar en un monasterio en la diócesis de Bayeux. Sin embargo, el respeto y admiración que generó en la comunidad monástica le llevó a la decisión de retirarse a un rincón remoto del bosque de Ouche, en Normandía, con otros tres monjes, estableciendo allí una ermita.
Esta decisión de vida eremítica, no exenta de desafíos, requirió gran esfuerzo y convicción. Los ermitaños, carentes de recursos iniciales, supieron crear un espacio autosuficiente. Construyeron una presa para almacenar agua, cultivaron un huerto y, lo más importante, una comunidad en base al trabajo. Esta vida de oración y autosuficiencia resonó en otros.
Ebrulfo, ante el asombro de un campesino que descubrió su comunidad, explicó su decisión de buscar la soledad para reflexionar y acercarse a Dios. El campesino, impresionado por la devoción de los ermitaños, se unió a la comunidad, y lo mismo ocurrió con un bandido y sus compañeros, que se vieron atraídos por la serenidad y la convicción de los ermitaños. A partir de entonces, estos bandidos, gracias a la guía de Ebrulfo, abandonaron su vida criminal y se integraron a la comunidad, trabajando honestamente para su sustento.
La comunidad creció y, ante la necesidad de expansión, Ebrulfo construyó un monasterio, que llevaría su nombre.
Este éxito llevó a la fundación de otros monasterios para hombres y mujeres, representando un gran legado religioso. Este contexto nos muestra no solo el desarrollo de una vida contemplativa, sino también una preocupación por la salvación de los demás.
Aunque no se documentan milagros extraordinarios, sí se describen hechos relevantes como la conversión de los bandidos. La comunidad eremítica se convirtió en un refugio de fe y esperanza, atrayendo a aquellos que buscaban un nuevo camino.
San Ebrulfo murió en el año 596, a la edad de ochenta años. Se cuenta que, en las seis últimas semanas de su vida, únicamente se alimentó de la hostia consagrada y agua.
La evidencia de su canonización se deduce de la existencia de biografías detalladas, incluyendo un escrito anónimo del siglo IX, y la posterior veneración en su comunidad y alrededores.
La obra de Ebrulfo trascendió su propia vida. Sus métodos de vida monástica, dedicados a la oración y al trabajo manual, son un ejemplo a seguir en la espiritualidad y la labor comunitaria. El legado de este santo inspira a comunidades monásticas hasta la actualidad.
"El que encuentra refugio en Dios, no tiene nada que temer." (Atribuido a San Ebrulfo).
Su decisión de renunciar a los bienes materiales y la vida cortesana, sumada a la necesidad de obtener el permiso del rey para abandonar la corte, fueron pasos fundamentales en su conversión y camino hacia la vida religiosa. El deseo de alejarse de las tentaciones y la búsqueda de una vida contemplativa le llevó a ingresar en un monasterio en la diócesis de Bayeux. Sin embargo, el respeto y admiración que generó en la comunidad monástica le llevó a la decisión de retirarse a un rincón remoto del bosque de Ouche, en Normandía, con otros tres monjes, estableciendo allí una ermita.
Esta decisión de vida eremítica, no exenta de desafíos, requirió gran esfuerzo y convicción. Los ermitaños, carentes de recursos iniciales, supieron crear un espacio autosuficiente. Construyeron una presa para almacenar agua, cultivaron un huerto y, lo más importante, una comunidad en base al trabajo. Esta vida de oración y autosuficiencia resonó en otros.
Ebrulfo, ante el asombro de un campesino que descubrió su comunidad, explicó su decisión de buscar la soledad para reflexionar y acercarse a Dios. El campesino, impresionado por la devoción de los ermitaños, se unió a la comunidad, y lo mismo ocurrió con un bandido y sus compañeros, que se vieron atraídos por la serenidad y la convicción de los ermitaños. A partir de entonces, estos bandidos, gracias a la guía de Ebrulfo, abandonaron su vida criminal y se integraron a la comunidad, trabajando honestamente para su sustento.
La comunidad creció y, ante la necesidad de expansión, Ebrulfo construyó un monasterio, que llevaría su nombre.
Este éxito llevó a la fundación de otros monasterios para hombres y mujeres, representando un gran legado religioso. Este contexto nos muestra no solo el desarrollo de una vida contemplativa, sino también una preocupación por la salvación de los demás.
Aunque no se documentan milagros extraordinarios, sí se describen hechos relevantes como la conversión de los bandidos. La comunidad eremítica se convirtió en un refugio de fe y esperanza, atrayendo a aquellos que buscaban un nuevo camino.
San Ebrulfo murió en el año 596, a la edad de ochenta años. Se cuenta que, en las seis últimas semanas de su vida, únicamente se alimentó de la hostia consagrada y agua.
La evidencia de su canonización se deduce de la existencia de biografías detalladas, incluyendo un escrito anónimo del siglo IX, y la posterior veneración en su comunidad y alrededores.
La obra de Ebrulfo trascendió su propia vida. Sus métodos de vida monástica, dedicados a la oración y al trabajo manual, son un ejemplo a seguir en la espiritualidad y la labor comunitaria. El legado de este santo inspira a comunidades monásticas hasta la actualidad.
"El que encuentra refugio en Dios, no tiene nada que temer." (Atribuido a San Ebrulfo).
domingo, 28 de diciembre de 2025
28 de Diciembre 2025 – LA SAGRADA FAMILIA: JESÚS, MARÍA Y JOSÉ
Rápidamente van desfilando, a través de estos primeros días del ciclo litúrgico los sucesos más importantes de la infancia de Jesús: las alegrías de los pastores, la devoción generosa de los Magos, la sangre de la Circuncisión, los sustos y las fatigas del viaje a Egipto, la vida oculta en las cercanías de Heliópolis, y luego, muerto Heredes, el asesino de los Inocentes, la vuelta a la patria. Y ahora se nos presenta el hogar ideal, la casa predestinada donde viven el más feliz de los hombres, la bienaventurada entre las mujeres y el mejor de los hijos. José trabaja, María trabaja también, y «el Niño crece y se robustece lleno de sabiduría, y la gracia de Dios se manifiesta en Él».
Para unos ojos que saben ver, la vida en el interior de una familia, a pesar de su sencillez rutinaria y monótona, es tan interesante, tan rica, tan emocionante, como la vida en el interior de un imperio. Es el misterioso despertar de seres nuevos; un corazón que se asoma por vez primera a la alegría de sentir, al placer de comprender, a la felicidad de amar; dos ojos que se abren, admirativos, llenos de sorpresa y de interrogación, al mundo que le rodea; unos rasgos que se definen, una nueva obra de arte; una voz nueva, que se revela en la primera palabra, espiada con ansiedad y tanto tiempo aguardada, y después los afanes, los temores, las solicitudes del padre; las miradas, los sobresaltos, las alegrías de una madre; los cantos de cuna, los arrullos, los estremecimientos amorosos, saltando al aire en esos gritos, en esas exclamaciones, en esas palabras tiernas y apasionadas que un corazón materno conoce por ciencia infusa. Así sucedió también en Nazaret. Pero en Nazaret el que pronunció la primera palabra era el Verbo, que «en el principio había creado el Cielo y la tierra»; los ojos que se abrieron eran desde toda eternidad el espejo de Dios; el que aprendía a andar, a hablar, a leer, a manejar el cepillo y la garlopa, era la sabiduría increada, la fuente y causa ejemplar de todas las ideas y de todas las cosas.
Era un paraíso, ciertamente, la casa en que trabajaba San José, pero un paraíso sobre el cual flota el velo del misterio. Sabemos que la vida de Jesús fue, al exterior, idéntica a la vida de los demás niños, y podemos representárnosle sacando los brazos de la cuna, extendiendo; juguetón, sus manilas regordetas, acariciando a su Madre; dando sus primeros pasos, a través del taller, sostenido por el carpintero; lanzando gritos inarticulados, en que la Madre adivinaba el alborozo y el amor. «Yo te adoro—exclama Bossuet—en todos estos progresos de esa tu edad infantil, tomando el pecho de tu Madre, llamando a la que te alimenta con dulces miradas y graciosos balbuceos, durmiendo en su seno y entre sus brazos.» Entonces María contemplaría aquella frente, que aún no habían profanado las manos de los hombres, y adoraría con el corazón en llamas, recordando los requiebros del Cantar de los Cantares: «Blanco y rubicundo es mi Amado, escogido entre millares. Como el manzano entre los árboles de la selva, así es Él entre los hijos de los hombres. Su cabeza, oro acendrado; sus bucles, ramos de palma, negros como el cuervo; sus ojos, como palomas sobre corrientes de agua; sus mejillas, como campos de aromas; sus labios, como lirios que destilan la mirra escogida.»
Los días pasan sin más ruido que el de la lima que gime, la sierra que chirría y el martillo que canta. El Niño empieza a aprender la ley. Aprende, como si no fuese el Maestro divino; tropieza, como si no sostuviese al mundo. Aprende a andar, a leer, a rezar. Un proverbio hebreo decía: «Maldito sea el padre y maldita sea la madre que se olvidan de dar a su hijo el conocimiento de Dios.» José es «un varón justo». A la entrada de su casa, como en la de todo hebreo fervoroso, figura el pergamino sagrado en que aparece escrito el nombre de Yahvé. Cuando sale y cuando entra le toca respetuosamente, y besa la mano callosa, santificada por el contacto del nombre divino. Otro tanto hace María siempre que va por agua a la fuente o viene de pedir lumbre a la vecina. Y el Niño sigue dócilmente el ejemplo de sus padres. Y cuando pregunta el porqué de aquella ceremonia doméstica, José le descifra los cuatro caracteres sagrados y le recuerda las magníficas palabras del Deuteronomio, que todo israelita sabe de memoria: «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el Señor único. Amarán al Señor tu Dios con todo corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas. Guardarás sus mandamientos en tu corazón. Les pondrás en práctica. Y cuando los extraños oigan hablar de tus leyes, dirán: «He aquí un pueblo inteligente y bueno; he aquí una gran nación.»
Cada día, mañana y tarde, aquellos tres corazones, los más puros, los más nobles que salieron de las manos de Dios, se juntan más íntimamente para ofrecer el homenaje de la oración al Padre que habita en los Cielos; y cuando llega el sábado, el día del descanso, José, con su capa nueva; María, con su velo más limpio, y Jesús en medio de ellos, llevado por ellos, caminan alegres hacia la sinagoga; alegres, porque van a unir su oración con la oración de los buenos israelitas, y van a asistir a la lectura de los libros santos, y van a escuchar la plática del rabino. De cuando en cuando, alguna fiesta mayor, portadora de profundas alegrías y lejanos recuerdos. Seguramente, cuando llegaba el solsticio de invierno, José aprestaría las luces que debían recordar en cada casa la restauración del culto divino por Judas Macabeo, el ultimo héroe de Israel: una luz el primer día, dos el segundo, ocho el octavo. Luego, la fiesta de los Purim, que recordaba la historia deliciosa de la reina Ester; la solemnidad de la Pascua, celebrada con ritos rebosantes de profundo simbolismo; los ritos del nuevo año, que coincidían con la caída de las hojas, y, al terminarse la cosecha, la festividad de los Tabernáculos; que enguirnaldaba las plazas y llenaba las calles de cantos y regocijos y sonidos de trompetas.
Del taller a la sinagoga, y de la sinagoga al campo; al campo nazareno, que es el más bello rincón de toda Palestina. «Por sus vinos, por su miel, por su aceite y por sus frutos, no es inferior al Egipto feraz.» Así decía en el siglo IV y el primero de los peregrinos. Y añadía: «Sus mujeres tienen una gracia incomparable. Superiores en belleza a todas las hijas de Judá, han recibido ese don de María.» Por aquellos olivares, por aquellos viñedos, por aquellas huertas, cercadas de nopales, en que crecían la granada, el naranjo y la higuera, pasearía José llevando de la mano al Niño, mostrándole los racimos maduros y las fuentes cristalinas, diciéndole los nombres de las aves y de las flores o enseñándole el panorama que se descubría desde la colina en que se alzaba Nazaret: al Norte, las cumbres del Líbano y el Hermón, envueltas en nieves eternas; al Oriente, el Tabor, cubierto de verdura, y más lejos, al otro lado del Jordán, las altas parameras de Galaad; al Mediodía, el valle de Esdrelón, que dividía las dos provincias de Judea y Galilea, y al Poniente, el Carmelo, lleno de recuerdos proféticos, y al otro lado del Carmelo, el mar. Y el Niño crecía y se robustecía, y su corazón temblaba al oír hablar de estas regiones, que iban a ser el teatro de sus conquistas, de los triunfos de su palabra, de sus peregrinaciones y de sus milagros.
Para unos ojos que saben ver, la vida en el interior de una familia, a pesar de su sencillez rutinaria y monótona, es tan interesante, tan rica, tan emocionante, como la vida en el interior de un imperio. Es el misterioso despertar de seres nuevos; un corazón que se asoma por vez primera a la alegría de sentir, al placer de comprender, a la felicidad de amar; dos ojos que se abren, admirativos, llenos de sorpresa y de interrogación, al mundo que le rodea; unos rasgos que se definen, una nueva obra de arte; una voz nueva, que se revela en la primera palabra, espiada con ansiedad y tanto tiempo aguardada, y después los afanes, los temores, las solicitudes del padre; las miradas, los sobresaltos, las alegrías de una madre; los cantos de cuna, los arrullos, los estremecimientos amorosos, saltando al aire en esos gritos, en esas exclamaciones, en esas palabras tiernas y apasionadas que un corazón materno conoce por ciencia infusa. Así sucedió también en Nazaret. Pero en Nazaret el que pronunció la primera palabra era el Verbo, que «en el principio había creado el Cielo y la tierra»; los ojos que se abrieron eran desde toda eternidad el espejo de Dios; el que aprendía a andar, a hablar, a leer, a manejar el cepillo y la garlopa, era la sabiduría increada, la fuente y causa ejemplar de todas las ideas y de todas las cosas.
Era un paraíso, ciertamente, la casa en que trabajaba San José, pero un paraíso sobre el cual flota el velo del misterio. Sabemos que la vida de Jesús fue, al exterior, idéntica a la vida de los demás niños, y podemos representárnosle sacando los brazos de la cuna, extendiendo; juguetón, sus manilas regordetas, acariciando a su Madre; dando sus primeros pasos, a través del taller, sostenido por el carpintero; lanzando gritos inarticulados, en que la Madre adivinaba el alborozo y el amor. «Yo te adoro—exclama Bossuet—en todos estos progresos de esa tu edad infantil, tomando el pecho de tu Madre, llamando a la que te alimenta con dulces miradas y graciosos balbuceos, durmiendo en su seno y entre sus brazos.» Entonces María contemplaría aquella frente, que aún no habían profanado las manos de los hombres, y adoraría con el corazón en llamas, recordando los requiebros del Cantar de los Cantares: «Blanco y rubicundo es mi Amado, escogido entre millares. Como el manzano entre los árboles de la selva, así es Él entre los hijos de los hombres. Su cabeza, oro acendrado; sus bucles, ramos de palma, negros como el cuervo; sus ojos, como palomas sobre corrientes de agua; sus mejillas, como campos de aromas; sus labios, como lirios que destilan la mirra escogida.»
Los días pasan sin más ruido que el de la lima que gime, la sierra que chirría y el martillo que canta. El Niño empieza a aprender la ley. Aprende, como si no fuese el Maestro divino; tropieza, como si no sostuviese al mundo. Aprende a andar, a leer, a rezar. Un proverbio hebreo decía: «Maldito sea el padre y maldita sea la madre que se olvidan de dar a su hijo el conocimiento de Dios.» José es «un varón justo». A la entrada de su casa, como en la de todo hebreo fervoroso, figura el pergamino sagrado en que aparece escrito el nombre de Yahvé. Cuando sale y cuando entra le toca respetuosamente, y besa la mano callosa, santificada por el contacto del nombre divino. Otro tanto hace María siempre que va por agua a la fuente o viene de pedir lumbre a la vecina. Y el Niño sigue dócilmente el ejemplo de sus padres. Y cuando pregunta el porqué de aquella ceremonia doméstica, José le descifra los cuatro caracteres sagrados y le recuerda las magníficas palabras del Deuteronomio, que todo israelita sabe de memoria: «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el Señor único. Amarán al Señor tu Dios con todo corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas. Guardarás sus mandamientos en tu corazón. Les pondrás en práctica. Y cuando los extraños oigan hablar de tus leyes, dirán: «He aquí un pueblo inteligente y bueno; he aquí una gran nación.»
Cada día, mañana y tarde, aquellos tres corazones, los más puros, los más nobles que salieron de las manos de Dios, se juntan más íntimamente para ofrecer el homenaje de la oración al Padre que habita en los Cielos; y cuando llega el sábado, el día del descanso, José, con su capa nueva; María, con su velo más limpio, y Jesús en medio de ellos, llevado por ellos, caminan alegres hacia la sinagoga; alegres, porque van a unir su oración con la oración de los buenos israelitas, y van a asistir a la lectura de los libros santos, y van a escuchar la plática del rabino. De cuando en cuando, alguna fiesta mayor, portadora de profundas alegrías y lejanos recuerdos. Seguramente, cuando llegaba el solsticio de invierno, José aprestaría las luces que debían recordar en cada casa la restauración del culto divino por Judas Macabeo, el ultimo héroe de Israel: una luz el primer día, dos el segundo, ocho el octavo. Luego, la fiesta de los Purim, que recordaba la historia deliciosa de la reina Ester; la solemnidad de la Pascua, celebrada con ritos rebosantes de profundo simbolismo; los ritos del nuevo año, que coincidían con la caída de las hojas, y, al terminarse la cosecha, la festividad de los Tabernáculos; que enguirnaldaba las plazas y llenaba las calles de cantos y regocijos y sonidos de trompetas.
Del taller a la sinagoga, y de la sinagoga al campo; al campo nazareno, que es el más bello rincón de toda Palestina. «Por sus vinos, por su miel, por su aceite y por sus frutos, no es inferior al Egipto feraz.» Así decía en el siglo IV y el primero de los peregrinos. Y añadía: «Sus mujeres tienen una gracia incomparable. Superiores en belleza a todas las hijas de Judá, han recibido ese don de María.» Por aquellos olivares, por aquellos viñedos, por aquellas huertas, cercadas de nopales, en que crecían la granada, el naranjo y la higuera, pasearía José llevando de la mano al Niño, mostrándole los racimos maduros y las fuentes cristalinas, diciéndole los nombres de las aves y de las flores o enseñándole el panorama que se descubría desde la colina en que se alzaba Nazaret: al Norte, las cumbres del Líbano y el Hermón, envueltas en nieves eternas; al Oriente, el Tabor, cubierto de verdura, y más lejos, al otro lado del Jordán, las altas parameras de Galaad; al Mediodía, el valle de Esdrelón, que dividía las dos provincias de Judea y Galilea, y al Poniente, el Carmelo, lleno de recuerdos proféticos, y al otro lado del Carmelo, el mar. Y el Niño crecía y se robustecía, y su corazón temblaba al oír hablar de estas regiones, que iban a ser el teatro de sus conquistas, de los triunfos de su palabra, de sus peregrinaciones y de sus milagros.
Lecturas del 28/12/2025
El Señor honra más al padre que a los hijos y afirma el derecho de la madre sobre ellos.
Quien honra a su padre expía sus pecados, y quien respeta a su madre es como quien acumula tesoros.
Quien honra a su padre se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será escuchado.
Quien respeta a su padre tendrá larga vida, y quien honra a su madre obedece al Señor.
Hijo, cuida de tu padre en su vejez y durante su vida no le causes tristeza.
Aunque pierda el juicio, sé indulgente con él, y no lo desprecies aun estando tú en pleno vigor.
Porque la compasión hacia el padre no será olvidada y te servirá para reparar tus pecados.
Hermanos:
Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia.
Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro.
El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.
Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta.
Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo.
Sed también agradecidos. La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente.
Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.
Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.
Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso agrada al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan el ánimo.
Cuando se retiraron los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo».
José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo».
Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, coge al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño».
Se levantó, tomó al niño y a su madre y volvió a la tierra de Israel.
Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes tuvo miedo de ir allá. Y avisado en sueños se retiró a Galilea y se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo dicho por medio de los profetas, que se llamaría nazareno.
Palabra del Señor.
28 de Diciembre 2025 – Santa Catalina Volpicelli
Catalina Volpicelli, Fundadora de Las Esclavas del Sagrado Corazón, pertenece a la compañía de los "apóstoles de los pobres y de los marginados" que, en el siglo XIX, fueron para Nápoles un signo resplandeciente de la presencia del Cristo "buen Samaritano" que se acerca a cada hombre herido en el cuerpo y en el espíritu, para derramar sobre sus heridas el aceite de la consolación y el vino de la esperanza (cf. Misal Romano, 2 ed. Italiana, Roma 1983, Prefacio común VIII, pág. 375).
Nacida en Nápoles el 21 de enero de 1839, Catalina tuvo en su familia, perteneciente a la alta burguesía, una sólida formación humana y religiosa. En el Colegio Real de San Marcelino, bajo la sabia guía de Margarita Salatino (futura cofundadora, con el Beato Ludovico de Casoria de las Hermanas Franciscanas Elizabetinas Bigie), aprendió letras, idiomas y música, cosa que no era usual para una mujer de su tiempo.
Guiada por el Espíritu del Señor, que le revelaba el plan de Dios a través de la voz de sabios y santos Directores espirituales, Catalina que mientras insistía en rivalizar con su hermana y en brillar en la sociedad, frecuentando teatros y espectáculos de danzas, rápidamente renunció a los valores efímeros de una vida elegante y despreocupada, para adherir con generosa decisión a una vocación de perfección y de santidad.
El encuentro ocasional con el Beato Ludovico de Casoria, el 19 septiembre de 1854, en "La Palma" en Nápoles, fue, como afirmó ella misma: "un momento singular de la gracia obsequiosa, de la caridad y de la predilección del S. Corazón enamorado de las miserias de su Sierva". El Beato la asoció a la Orden Franciscana Seglar y le indicó como única finalidad de su vida, el culto al Sagrado Corazón de Jesús, invitándola a permanecer en medio a la sociedad, en la cual debía ser "pescadora de almas".
Guiada por su confesor, el barnabita P. Leonardo Matera, el 28 mayo de 1859 Catalina entró a formar parte de las Adoradoras perpetuas de Jesús Sacramentado, pero en poco tiempo se retiró, por graves motivos de salud.
Otro era el designio de Dios para Catalina. Lo había intuido muy bien el Beato Ludovico que a menudo le repetía: "El Corazón de Jesús, oh Catalina, ésta es tu obra!"
Por indicación de su confesor, la Volpicelli conoce la hoja mensual del Apostolado de la Oración "Le Messager du Coeur de Jesús". Escribe al P. Enrique Ramière, director general del Apostolado de la Oración en Francia, recibiendo de él noticias detalladas de la naciente Asociación, con el Diploma de Celadora, el primero llegado a Italia. En julio de 1867, P. Ramière visita el edificio de Largo Petrone en la Salud, en Nápoles, donde Catalina está pensando establecer la sede de sus actividades apostólicas "para hacer renacer en los corazones, en las familias y en la sociedad el amor por Jesucristo".
El Apostolado de la Oración será el centro de todo la estructura espiritual de Catalina, que le permitirá cultivar su amor ardiente por la Eucaristía y se convertirá en instrumento de una acción pastoral que tiene las dimensiones del Corazón de Cristo y por lo tanto abierta a todo hombre, siempre al servicio de la Iglesia, de los últimos y de los sufridos.
Con las primeras celadoras, el 1 julio de 1874 Catalina funda el nuevo Instituto de las "Esclavas del S. Corazón", aprobado en primera instancia por el Cardenal Arzobispo de Nápoles, el Siervo de Dios Sixto Riario Sforza, y posteriormente, el 13 junio de 1890, por el Papa León XIII que concede a la nueva familia religiosa el Decreto de alabanza".
Interesada en el futuro de la juventud, abrió enseguida el asilo de huérfanas las "Margaritas", fundó una biblioteca circulante e instituyó la Asociación de las Hijas de María, con la guía sabia de la Venerable M. Rosa Carafa Traetto (+ 1890).
En poco tiempo abrió otras casas: en Nápoles en el edificio Sansevero y luego junto a la iglesia de la Sabiduría, en Ponticelli, donde las Esclavas se distinguieron en la asistencia a las víctimas del cólera del año 1884, en Minturno, en Meta de Sorrento y en Roma.
El 14 mayo de 1884, el nuevo Arzobispo de Nápoles, el Cardinal Guillermo Sanfelice, OSB, consagró el Santuario dedicado al S. Corazón de Jesús, que la Volpicelli había hecho erigir junto a la Casa Madre de sus obras, destinándolo particularmente a la adoración reparadora, solicitada por el Papa para el sostén de la Iglesia, en una época difícil para la libertad religiosa y para el anuncio del Evangelio.
La participación de la Catalina al primer Congreso Eucarístico Nacional, que se celebró en Nápoles en el año 1891 (19-22 noviembre), fue el acto cumbre del apostolado de la Fundadora de las Esclavas del S. Corazón; en aquella ocasión montó una rica exposición de ornamentos sagrados, destinados a las iglesias pobres, organizó la adoración eucarística en la Catedral y fue la animadora de aquel gran movimiento de almas que culminó en la impresionante: "Confesión y Comunión general".
Catalina Volpicelli muere en Nápoles el 28 diciembre de 1894 ofreciendo su vida por la Iglesia y por el Santo Padre.
La Causa de beatificación y canonización de la insigne testigo de la caridad del Corazón de Cristo, después de la instrucción del Proceso Ordinario en los años 1896-1902 en la Curia eclesiástica de Nápoles, fue oficialmente presentada ante la entonces S. Congregación de los Ritos el 11 enero de 1911.
El 25 de marzo de 1945, el Santo Padre, Pio XII declaraba la heroicidad de las virtudes, atribuyéndole el título de Venerable.
El 28 de junio de 1999, su Santidad Juan Pablo II, aprobó la lectura del decreto para su beatificación.
Nacida en Nápoles el 21 de enero de 1839, Catalina tuvo en su familia, perteneciente a la alta burguesía, una sólida formación humana y religiosa. En el Colegio Real de San Marcelino, bajo la sabia guía de Margarita Salatino (futura cofundadora, con el Beato Ludovico de Casoria de las Hermanas Franciscanas Elizabetinas Bigie), aprendió letras, idiomas y música, cosa que no era usual para una mujer de su tiempo.
Guiada por el Espíritu del Señor, que le revelaba el plan de Dios a través de la voz de sabios y santos Directores espirituales, Catalina que mientras insistía en rivalizar con su hermana y en brillar en la sociedad, frecuentando teatros y espectáculos de danzas, rápidamente renunció a los valores efímeros de una vida elegante y despreocupada, para adherir con generosa decisión a una vocación de perfección y de santidad.
El encuentro ocasional con el Beato Ludovico de Casoria, el 19 septiembre de 1854, en "La Palma" en Nápoles, fue, como afirmó ella misma: "un momento singular de la gracia obsequiosa, de la caridad y de la predilección del S. Corazón enamorado de las miserias de su Sierva". El Beato la asoció a la Orden Franciscana Seglar y le indicó como única finalidad de su vida, el culto al Sagrado Corazón de Jesús, invitándola a permanecer en medio a la sociedad, en la cual debía ser "pescadora de almas".
Guiada por su confesor, el barnabita P. Leonardo Matera, el 28 mayo de 1859 Catalina entró a formar parte de las Adoradoras perpetuas de Jesús Sacramentado, pero en poco tiempo se retiró, por graves motivos de salud.
Otro era el designio de Dios para Catalina. Lo había intuido muy bien el Beato Ludovico que a menudo le repetía: "El Corazón de Jesús, oh Catalina, ésta es tu obra!"
Por indicación de su confesor, la Volpicelli conoce la hoja mensual del Apostolado de la Oración "Le Messager du Coeur de Jesús". Escribe al P. Enrique Ramière, director general del Apostolado de la Oración en Francia, recibiendo de él noticias detalladas de la naciente Asociación, con el Diploma de Celadora, el primero llegado a Italia. En julio de 1867, P. Ramière visita el edificio de Largo Petrone en la Salud, en Nápoles, donde Catalina está pensando establecer la sede de sus actividades apostólicas "para hacer renacer en los corazones, en las familias y en la sociedad el amor por Jesucristo".
El Apostolado de la Oración será el centro de todo la estructura espiritual de Catalina, que le permitirá cultivar su amor ardiente por la Eucaristía y se convertirá en instrumento de una acción pastoral que tiene las dimensiones del Corazón de Cristo y por lo tanto abierta a todo hombre, siempre al servicio de la Iglesia, de los últimos y de los sufridos.
Con las primeras celadoras, el 1 julio de 1874 Catalina funda el nuevo Instituto de las "Esclavas del S. Corazón", aprobado en primera instancia por el Cardenal Arzobispo de Nápoles, el Siervo de Dios Sixto Riario Sforza, y posteriormente, el 13 junio de 1890, por el Papa León XIII que concede a la nueva familia religiosa el Decreto de alabanza".
Interesada en el futuro de la juventud, abrió enseguida el asilo de huérfanas las "Margaritas", fundó una biblioteca circulante e instituyó la Asociación de las Hijas de María, con la guía sabia de la Venerable M. Rosa Carafa Traetto (+ 1890).
En poco tiempo abrió otras casas: en Nápoles en el edificio Sansevero y luego junto a la iglesia de la Sabiduría, en Ponticelli, donde las Esclavas se distinguieron en la asistencia a las víctimas del cólera del año 1884, en Minturno, en Meta de Sorrento y en Roma.
El 14 mayo de 1884, el nuevo Arzobispo de Nápoles, el Cardinal Guillermo Sanfelice, OSB, consagró el Santuario dedicado al S. Corazón de Jesús, que la Volpicelli había hecho erigir junto a la Casa Madre de sus obras, destinándolo particularmente a la adoración reparadora, solicitada por el Papa para el sostén de la Iglesia, en una época difícil para la libertad religiosa y para el anuncio del Evangelio.
La participación de la Catalina al primer Congreso Eucarístico Nacional, que se celebró en Nápoles en el año 1891 (19-22 noviembre), fue el acto cumbre del apostolado de la Fundadora de las Esclavas del S. Corazón; en aquella ocasión montó una rica exposición de ornamentos sagrados, destinados a las iglesias pobres, organizó la adoración eucarística en la Catedral y fue la animadora de aquel gran movimiento de almas que culminó en la impresionante: "Confesión y Comunión general".
Catalina Volpicelli muere en Nápoles el 28 diciembre de 1894 ofreciendo su vida por la Iglesia y por el Santo Padre.
La Causa de beatificación y canonización de la insigne testigo de la caridad del Corazón de Cristo, después de la instrucción del Proceso Ordinario en los años 1896-1902 en la Curia eclesiástica de Nápoles, fue oficialmente presentada ante la entonces S. Congregación de los Ritos el 11 enero de 1911.
El 25 de marzo de 1945, el Santo Padre, Pio XII declaraba la heroicidad de las virtudes, atribuyéndole el título de Venerable.
El 28 de junio de 1999, su Santidad Juan Pablo II, aprobó la lectura del decreto para su beatificación.
sábado, 27 de diciembre de 2025
Lecturas del 27/12/2025
Queridos hermanos:
Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida; pues la Vida se hizo visible, y nosotros hemos visto, damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó.
Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis en comunión con nosotros y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestro gozo sea completo.
El primer día de la semana, María la Magdalena echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Palabra del Señor.
27 de Diciembre 2025 – Beato Odoardo Focherini
En Hersbruck, Alemania, beato Odoardo Focherini, periodista y líder de Acción Católica, asesinado por odio a la fe.
Nació en Carpi (Módena, Italia) en el seno de una familia de trabajadores. En 1924, todavía veinteañero, fue uno de los fundadores de “l’Aspirante”, el primer diario católico para niños, que fue el medio de contacto nacional entre los chicos de la Acción Católica en Italia. En el 1936 era Presidente del Acción Católica diocesana. En 1937, el papa Pío XI, le concedió la cruz de Caballero de San Silvestre.
Durante unas vacaciones en Val de Non (Trento), conoció a María Marchesi, de la que se enamoró, y los dos jóvenes, unidos de la misma visión cristiana de la vida, se casaron en 1930, y del matrimonio nacerían 7 hijos.
Trabajó en la Sociedad Católica de Seguros de Verona como inspector para la zona de Carpi, Ferrara, Udine y Pordenone; en el poco tiempo libre que le quedaba se dedicaba a las actividades apostólicas, como conferencias sociales y religiosas, congresos eucarísticos diocesanos y guía de una sociedad ciclista. También en aquellos años promovió el movimiento scout en Carpi; fue un cronista atento y escrupuloso para la diócesis de Carpi en el diario católico “L’Avvenire d’Italia” y “L'Osservatore Romano della Domenica”. El apostolado de la prensa le llevó a aceptar, en 1939, otro trabajo importante, director administrativo del diario L´Avvenire, entonces con sede en Boloña, siempre abandonado en la fe en Dios y en la amistad fraterna con el director Raimundo Manzini.
En 1938, Focherini contrató en «L’Avvenire» al periodista judío Giacomo Lampronti, despedido a causa de las leyes raciales. Cuando estalló la II Guerra Mundial, organizó con otros, en la curia episcopal de Módena y Carpi y en su casa de Mirandola, una oficina de contacto con los soldados que estaban en el frente o dispersos.
En el año 1942, con el consentimiento de su mujer, empezó su labor en favor de los judíos, cuando el Cardenal de Génova, le encargó el cuidado de dos judíos llegados desde Polonia. De esta manera comienza a inmiscuirse cada vez más en el sufrimiento de las víctimas de la persecución nazi, y junto con el sacerdote, Don Sala, y a través de contactos con personas de confianza, teje una red de ayuda organizada para asegurar cartas de identidad en blanco y rellenarlas con datos falsos para llevar a los perseguidos a los confines de Suiza.
En 1493 consigue los primeros documentos para su amigo, de origen judío, Giacomo Lampronti y su familia. El hecho llega a ser muy conocido entre la comunidad judía y cientos de ellos se dirigieron al periodista y al sacerdote en busca de ayuda. Como alma de la organización, Focherini contactaba con las familias, conseguía los documentos desde las sinagogas, buscaba financiación y proporcionaba documentación falsa.
Sin embargo, pese a la cautela de sus actuaciones los nazis recibieron información sobre su labor por lo que, en primer lugar, fue detenido el sacerdote, más tarde puesto en libertad.
Mientras tanto, Focherini seguía con su labor caritativa. El 11 de marzo de 1944 fue arrestado en el hospital de Carpi mientras organizada la fuga del paciente Enrico Donati, el último judío al que consiguió ayudar a escapar. Había conseguido salvar a 100 judíos. Primero fue interrogado ante las SS en Bolonia y más tarde trasladado a una prisión.
"No te expongas, piensa en tus hijos"
Durante una visita a prisión de su cuñado, éste le dijo: "Ten cuidado, quizá te estás exponiendo demasiado, ¿no piensas en tus hijos?". Sin embargo, la respuesta de Odoardo fue la siguiente: "Si tú hubieras visto lo que he visto yo en esta cárcel, todo lo que hacen padecer a los judíos, lo único que lamentarías es no haber hecho lo suficiente por ellos, y no haberlos salvado en mayor número". Aquí comenzó a escribir cartas a su familia, que llegaron a ser 166 cartas y que constituyen un precioso documento histórico y de conocimiento de su ánimo profundamente cristiano y de su unión con la familia.
De la cárcel de San Giovanni in Monte en Fossoli fue trasladado al campo de concentración de Gries, en Bolzano, después a Alemania, primero en el campo de Florssernburg, y finalmente de Hersbruck, subcampo de Flossenburg. Allí sufrió hasta la extenuación con maratonianas y durísimas jornadas de trabajo. En una de ellas sufrió una herida en una pierna y ante la falta de atención sanitaria contrajo una septicemia y murió a la edad de 37 años.
Antes de morir pudo escribir dos cartas a su familia. "A mis siete hijos... quisiera verlos antes de morir... sin embargo acepta, Señor, también este sacrificio y custódialos tú, junto a mi mujer, a mis padres, y a todos mis seres queridos", decía en una de ellas.
Además, escribía: "Declaro morir en la más pura fe católica, apostólica, romana y en plena sumisión a la voluntad de Dios, ofreciendo mi vida en holocausto por mi diócesis, por la Acción Católica, por el Papa y por el retorno de la paz al mundo. Os ruego decir a mi mujer que la he sido siempre fiel, he pensado siempre en ella, y la he amado siempre intensamente". Su mujer, María, no supo la noticia hasta una vez terminada la guerra.
En 1969 fue inscrito en el libro de los "Justos entre las naciones" en el memorial Yad Vashem de Jerusalén. Esta desinteresada actividad, ha merecido que la Unión de las Comunidades Israelitas de Italia le concedan su medalla de oro a la memoria. Uno de los nietos de Focherini recuerda ahora que "uno de los judíos a los que salvó dijo que ‘somos milagros de Odoardo Focherini’ y siempre lo consideraron su salvador y ángel. Su prójimo fue su familia y los judíos". Fue beatificado por el papa Francisco el 15 de junio de 2013.
Nació en Carpi (Módena, Italia) en el seno de una familia de trabajadores. En 1924, todavía veinteañero, fue uno de los fundadores de “l’Aspirante”, el primer diario católico para niños, que fue el medio de contacto nacional entre los chicos de la Acción Católica en Italia. En el 1936 era Presidente del Acción Católica diocesana. En 1937, el papa Pío XI, le concedió la cruz de Caballero de San Silvestre.
Durante unas vacaciones en Val de Non (Trento), conoció a María Marchesi, de la que se enamoró, y los dos jóvenes, unidos de la misma visión cristiana de la vida, se casaron en 1930, y del matrimonio nacerían 7 hijos.
Trabajó en la Sociedad Católica de Seguros de Verona como inspector para la zona de Carpi, Ferrara, Udine y Pordenone; en el poco tiempo libre que le quedaba se dedicaba a las actividades apostólicas, como conferencias sociales y religiosas, congresos eucarísticos diocesanos y guía de una sociedad ciclista. También en aquellos años promovió el movimiento scout en Carpi; fue un cronista atento y escrupuloso para la diócesis de Carpi en el diario católico “L’Avvenire d’Italia” y “L'Osservatore Romano della Domenica”. El apostolado de la prensa le llevó a aceptar, en 1939, otro trabajo importante, director administrativo del diario L´Avvenire, entonces con sede en Boloña, siempre abandonado en la fe en Dios y en la amistad fraterna con el director Raimundo Manzini.
En 1938, Focherini contrató en «L’Avvenire» al periodista judío Giacomo Lampronti, despedido a causa de las leyes raciales. Cuando estalló la II Guerra Mundial, organizó con otros, en la curia episcopal de Módena y Carpi y en su casa de Mirandola, una oficina de contacto con los soldados que estaban en el frente o dispersos.
En el año 1942, con el consentimiento de su mujer, empezó su labor en favor de los judíos, cuando el Cardenal de Génova, le encargó el cuidado de dos judíos llegados desde Polonia. De esta manera comienza a inmiscuirse cada vez más en el sufrimiento de las víctimas de la persecución nazi, y junto con el sacerdote, Don Sala, y a través de contactos con personas de confianza, teje una red de ayuda organizada para asegurar cartas de identidad en blanco y rellenarlas con datos falsos para llevar a los perseguidos a los confines de Suiza.
En 1493 consigue los primeros documentos para su amigo, de origen judío, Giacomo Lampronti y su familia. El hecho llega a ser muy conocido entre la comunidad judía y cientos de ellos se dirigieron al periodista y al sacerdote en busca de ayuda. Como alma de la organización, Focherini contactaba con las familias, conseguía los documentos desde las sinagogas, buscaba financiación y proporcionaba documentación falsa.
Sin embargo, pese a la cautela de sus actuaciones los nazis recibieron información sobre su labor por lo que, en primer lugar, fue detenido el sacerdote, más tarde puesto en libertad.
Mientras tanto, Focherini seguía con su labor caritativa. El 11 de marzo de 1944 fue arrestado en el hospital de Carpi mientras organizada la fuga del paciente Enrico Donati, el último judío al que consiguió ayudar a escapar. Había conseguido salvar a 100 judíos. Primero fue interrogado ante las SS en Bolonia y más tarde trasladado a una prisión.
"No te expongas, piensa en tus hijos"
Durante una visita a prisión de su cuñado, éste le dijo: "Ten cuidado, quizá te estás exponiendo demasiado, ¿no piensas en tus hijos?". Sin embargo, la respuesta de Odoardo fue la siguiente: "Si tú hubieras visto lo que he visto yo en esta cárcel, todo lo que hacen padecer a los judíos, lo único que lamentarías es no haber hecho lo suficiente por ellos, y no haberlos salvado en mayor número". Aquí comenzó a escribir cartas a su familia, que llegaron a ser 166 cartas y que constituyen un precioso documento histórico y de conocimiento de su ánimo profundamente cristiano y de su unión con la familia.
De la cárcel de San Giovanni in Monte en Fossoli fue trasladado al campo de concentración de Gries, en Bolzano, después a Alemania, primero en el campo de Florssernburg, y finalmente de Hersbruck, subcampo de Flossenburg. Allí sufrió hasta la extenuación con maratonianas y durísimas jornadas de trabajo. En una de ellas sufrió una herida en una pierna y ante la falta de atención sanitaria contrajo una septicemia y murió a la edad de 37 años.
Antes de morir pudo escribir dos cartas a su familia. "A mis siete hijos... quisiera verlos antes de morir... sin embargo acepta, Señor, también este sacrificio y custódialos tú, junto a mi mujer, a mis padres, y a todos mis seres queridos", decía en una de ellas.
Además, escribía: "Declaro morir en la más pura fe católica, apostólica, romana y en plena sumisión a la voluntad de Dios, ofreciendo mi vida en holocausto por mi diócesis, por la Acción Católica, por el Papa y por el retorno de la paz al mundo. Os ruego decir a mi mujer que la he sido siempre fiel, he pensado siempre en ella, y la he amado siempre intensamente". Su mujer, María, no supo la noticia hasta una vez terminada la guerra.
En 1969 fue inscrito en el libro de los "Justos entre las naciones" en el memorial Yad Vashem de Jerusalén. Esta desinteresada actividad, ha merecido que la Unión de las Comunidades Israelitas de Italia le concedan su medalla de oro a la memoria. Uno de los nietos de Focherini recuerda ahora que "uno de los judíos a los que salvó dijo que ‘somos milagros de Odoardo Focherini’ y siempre lo consideraron su salvador y ángel. Su prójimo fue su familia y los judíos". Fue beatificado por el papa Francisco el 15 de junio de 2013.
viernes, 26 de diciembre de 2025
Lecturas del 26/12/2025
En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba.
Oyendo sus palabras se recomían en sus corazones y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijando la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: «Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios».
Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos dejaron sus capas a los pies de un joven llamado Saulo y se pusieron a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu».
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuidado con la gente!, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio ante ellos y ante los gentiles.
Cuando os entreguen, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.
El hermano entregará al hermano a la muerte, el padre al hijo; se rebelarán los hijos contra sus padres y los matarán.
Y seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el final, se salvará».
Palabra del Señor.
26 de Diciembre 2025 – Beato Pagano de Lecco
Nació en Lecco. Se formó en el convento dominicano de Bérgamo, y durante un largo periodo estuvo en el de Rímini, donde comenzó su apostolado. Se dice que recibió el hábito de los dominicos en Padua de manos del mismo santo Domingo de Guzmán, pero no está documentado. Fue monje durante 50 años.
Sucedió a san Pedro de Verona en el cargo de Inquisidor General, y como él fue asesinado por los herejes. Su actividad como inquisidor se desarrolló por mandato pontificio en Lombardía, Piamonte y Liguria, junto a sus cohermanos Anselmo de Alejandría y Daniel de Giussano. Desde su residencia conventual de Como, ciudad herida por los enfrentamientos civiles, Pagano trabajó especialmente en la Valtellina, donde condenó como herético al noble Corrado di Venosta, importante exponente político religioso.
El 26 de diciembre de 1277, mientras lo llevaba como prisionero a otra localidad, fue asaltado por sus cómplices en Mazzo de Valtellina y herido de muerte en la cabeza y en el pecho, junto a él fueron asesinados dos notarios del tribunal y dos guardias. Su cuerpo fue trasladado a Colorina y el 31 de diciembre se le hicieron honras fúnebres en Como, fue sepultado en la iglesia dominica de San Giovanni en Pedemonte. Sus reliquias fueron trasladadas, una parte en Capilla del Seminario Mayor de Como y, otra parte fue a Colorina en Lecco en la iglesia del hospital de esta ciudad.
Sucedió a san Pedro de Verona en el cargo de Inquisidor General, y como él fue asesinado por los herejes. Su actividad como inquisidor se desarrolló por mandato pontificio en Lombardía, Piamonte y Liguria, junto a sus cohermanos Anselmo de Alejandría y Daniel de Giussano. Desde su residencia conventual de Como, ciudad herida por los enfrentamientos civiles, Pagano trabajó especialmente en la Valtellina, donde condenó como herético al noble Corrado di Venosta, importante exponente político religioso.
El 26 de diciembre de 1277, mientras lo llevaba como prisionero a otra localidad, fue asaltado por sus cómplices en Mazzo de Valtellina y herido de muerte en la cabeza y en el pecho, junto a él fueron asesinados dos notarios del tribunal y dos guardias. Su cuerpo fue trasladado a Colorina y el 31 de diciembre se le hicieron honras fúnebres en Como, fue sepultado en la iglesia dominica de San Giovanni en Pedemonte. Sus reliquias fueron trasladadas, una parte en Capilla del Seminario Mayor de Como y, otra parte fue a Colorina en Lecco en la iglesia del hospital de esta ciudad.
jueves, 25 de diciembre de 2025
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