viernes, 14 de noviembre de 2025
Lecturas del 14/11/2025
Son necios por naturaleza todos los hombres que han ignorado a Dios y no han sido capaces de conocer al que es a partir de los bienes visibles, ni de reconocer al artífice fijándose en sus obras, sino que tuvieron por dioses al fuego, al viento, al aire ligero, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa y a los luceros del cielo, regidores del mundo.
Sí, cautivados por su hermosura, los creyeron dioses, sepan cuánto los aventaja su Señor, pues los creó el mismo autor de la belleza.
Y si los asombró su poder y energía, calculen cuánto más poderoso es quien los hizo, pues por la grandeza y hermosura de las criaturas se descubre por analogía a su creador.
Con todo, estos merecen un reproche menor, pues a lo mejor andan extraviados, buscando a Dios y queriéndolo encontrar.
Dan vueltas a sus obras, las investigan y quedan seducidos por su apariencia, porque es hermoso lo que ven.
Pero ni siquiera estos son excusables, porque, si fueron capaces de saber tanto que pudieron escudriñar el universo, ¿cómo no encontraron antes a su Señor?
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre: comían, bebían, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos».
Asimismo, como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, sembraban, construían; pero el día que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y acabó con todos.
Así sucederá el día que se revele el Hijo del hombre.
Aquel día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en casa no baje a recogerlas; igualmente el que esté en el campo, no vuelva atrás.
Acordaos de la mujer de Lot.
El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda la recobrará.
Os digo que aquella noche estarán dos juntos: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán; estarán dos moliendo juntas: «A una se la llevarán y a la otra la dejarán».
Ellos le preguntaron: « ¿Dónde, Señor?».
Él les dijo: «Donde está el cadáver, allí se reunirán los buitres».
Palabra del Señor.
14 de Noviembre 2025 – San José Pignatel
Nacido en 1737 en el castillo familiar de Zaragoza, José Pignatelli y Moncayo - este era su nombre original - fue el heredero de una familia noble que a los 12 años entró junto con su hermano en la Compañía de Jesús. En el noviciado jesuita de la provincia aragonesa, que había sido iluminada por la vida de santidad de san Pedro Claver, pronto se convirtió también él en un ejemplo de virtud, caridad y humildad. Fue ordenado sacerdote en 1762.
Buen educador y "padre de los ahorcados". José acariciaba un sueño ideal: ser enviado a una misión entre los pueblos indígenas originarios de América, pero nunca pudo cumplirlo porque de joven contrajo la tuberculosis, que luego se volvió crónica, lo que hizo que su débil salud lo condicionara fuertemente. Por eso comenzó a enseñar gramática en el colegio de Zaragoza, demostrando buenas cualidades como educador, pero ese apostolado no le bastó: se sentía llamado con mucha fuerza a salir hacia las periferias para evangelizar a los últimos y para consolar a los excluidos de la sociedad. Fue así que empezó a visitar a los pobres y a los encarcelados, en particular a los condenados a muerte para llevarles apoyo y consuelo, tanto que se ganó el apodo de "padre de los ahorcados".
Expulsión de España. En 1767 las cosas se complicaron. La Compañía de Jesús fue proscrita en toda Europa y los jesuitas fueron expulsados de una larga serie de países, uno tras de otro: de Francia, del Reino de las Dos Sicilias, de los Ducados de Parma y Piacenza, de Malta y Portugal. Sólo permanecieron en Rusia, Prusia y la región de Silesia. Finalmente, el Rey Carlos II los expulsó también de España. En tan duras condiciones, José estimó que no era justo aprovecharse de su noble linaje para evitar el exilio, así que valiente y solidariamente partió con otros tres hermanos religiosos a Italia. El golpe de gracia les sorprendió en 1773, cuando el mismo Papa Clemente XIV decretó la disolución canónica de la Compañía de Jesús.
Gran restaurador de la Compañía de Jesús. José comprendió entonces cuál habría sido su nueva y muy pesada misión: restablecer a los jesuitas. En Bolonia, donde residía con sus otros hermanos religiosos, reunió a todos los miembros dispersos por Europa con el consentimiento del Papa Pío VI. Fue el primer paso hacia la restauración. Más tarde consiguió que se abriera un seminario en Colorno, en el Ducado de Parma, donde él mismo sería maestro de novicios. Sólo en 1800 Pío VII permitió el renacimiento definitivo de la orden, que había logrado no desaparecer por completo sólo gracias al celo de José, que fue elegido Padre Provincial. Antes de su muerte en 1811, logró ver la apertura de dos nuevas casas, en Roma y Nápoles. Fue canonizado por Pío XII en 1954.
Buen educador y "padre de los ahorcados". José acariciaba un sueño ideal: ser enviado a una misión entre los pueblos indígenas originarios de América, pero nunca pudo cumplirlo porque de joven contrajo la tuberculosis, que luego se volvió crónica, lo que hizo que su débil salud lo condicionara fuertemente. Por eso comenzó a enseñar gramática en el colegio de Zaragoza, demostrando buenas cualidades como educador, pero ese apostolado no le bastó: se sentía llamado con mucha fuerza a salir hacia las periferias para evangelizar a los últimos y para consolar a los excluidos de la sociedad. Fue así que empezó a visitar a los pobres y a los encarcelados, en particular a los condenados a muerte para llevarles apoyo y consuelo, tanto que se ganó el apodo de "padre de los ahorcados".
Expulsión de España. En 1767 las cosas se complicaron. La Compañía de Jesús fue proscrita en toda Europa y los jesuitas fueron expulsados de una larga serie de países, uno tras de otro: de Francia, del Reino de las Dos Sicilias, de los Ducados de Parma y Piacenza, de Malta y Portugal. Sólo permanecieron en Rusia, Prusia y la región de Silesia. Finalmente, el Rey Carlos II los expulsó también de España. En tan duras condiciones, José estimó que no era justo aprovecharse de su noble linaje para evitar el exilio, así que valiente y solidariamente partió con otros tres hermanos religiosos a Italia. El golpe de gracia les sorprendió en 1773, cuando el mismo Papa Clemente XIV decretó la disolución canónica de la Compañía de Jesús.
Gran restaurador de la Compañía de Jesús. José comprendió entonces cuál habría sido su nueva y muy pesada misión: restablecer a los jesuitas. En Bolonia, donde residía con sus otros hermanos religiosos, reunió a todos los miembros dispersos por Europa con el consentimiento del Papa Pío VI. Fue el primer paso hacia la restauración. Más tarde consiguió que se abriera un seminario en Colorno, en el Ducado de Parma, donde él mismo sería maestro de novicios. Sólo en 1800 Pío VII permitió el renacimiento definitivo de la orden, que había logrado no desaparecer por completo sólo gracias al celo de José, que fue elegido Padre Provincial. Antes de su muerte en 1811, logró ver la apertura de dos nuevas casas, en Roma y Nápoles. Fue canonizado por Pío XII en 1954.
jueves, 13 de noviembre de 2025
Lecturas del 13/11/2025
La sabiduría posee un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, penetrante, inmaculado, diáfano, invulnerable, amante del bien, agudo, incoercible, benéfico, amigo de los hombres, firme, seguro, sin inquietudes, que todo lo puede, todo lo observa y penetra todos los espíritus, los inteligentes, los puros, los más sutiles.
La sabiduría es más móvil que cualquier movimiento, y, en virtud de su pureza lo atraviesa y lo penetra todo.
Es efluvio del poder de Dios, emanación pura de la gloria del Omnipotente; por eso, nada manchado la alcanza.
Es irradiación de la luz eterna, espejo límpido de la actividad de Dios e imagen de su bondad.
Aun siendo una sola, todo lo puede; sin salir de sí misma, todo lo renueva y, entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas.
Pues Dios solo ama a quien convive con la sabiduría.
Ella es más bella que el sol y supera todas las constelaciones.
Comparada con la luz del día, sale vencedora, porque la luz deja paso a la noche, mientras que a la sabiduría no la domina el mal.
Se despliega con vigor de un confín a otro y todo lo gobierna con acierto.
En aquel tiempo, los fariseos preguntaron a Jesús: « ¿Cuándo va a llegar el reino de Dios?».
Él les contesto: «El reino de Dios no viene aparatosamente, ni dirán: “Está aquí “o “Está allí”, porque, mirad, el reino de Dios está en medio de vosotros».
Dijo a sus discípulos: «Vendrán días en que desearéis ver un solo día del Hijo del hombre, y no lo veréis.
Entonces se os dirá: “Está aquí “o “Está allí”; no vayáis ni corráis detrás, pues como el fulgor del relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día.
Pero primero es necesario que padezca mucho y sea reprobado por esta generación».
Palabra del Señor.
13 de Noviembre 2025 – San Diego de Alcalá
Nació en España en el año 1400, de familia muy pobre. De joven fue a un campo solitario a acompañar a un familiar que hacía allí vida de monje ermitaño. Y de él aprendió el arte de la oración y de la meditación y un gran cariño por Jesús Crucificado.
Se dedicó a las labores manuales y a recoger leña, y con lo que ganaba ayudaba a muchos pobres. Y como el que más da, más recibe, la gente empezó a llevarle abundantes limosnas para que repartiera entre los necesitados.
Pero sucedió que leyó la vida de San Francisco de Asís y se entusiasmó grandemente por el modo de vivir de este santo, y además estaba preocupado porque su demasiada popularidad en su tierra le quitaba la oportunidad de poder vivir en soledad y recogimiento. Y así fue que pidió ser recibido como religioso franciscano y fue admitido.
Diego había hecho muy pocos estudios, pero era muy iluminado por luces celestiales, y así sucedía que cuando le preguntaban acerca de los temas espirituales más difíciles, daba unas respuestas que dejaban admirados a todos.
Fue enviado a misionar a las Islas Canarias y allá logró la conversión de muchos paganos y no permitió que los colonos esclavizaran a los nativos. Y haciendo una excepción a la regla, los superiores lo nombraron superior de la comunidad, siendo un simple lego. Y lo hizo muy bien.
En 1449 hizo un viaje desde España hasta Roma a pie. Iba a asistir a la canonización de San Bernardino de Siena. Acompañaba al Padre superior, el P. Alonso de Castro. Este se enfermó y Diego lo atendió con tan gran esmero y delicadeza, que los superiores lo encargaron por tres meses de la dirección del hospital de la comunidad de Roma, y allí hizo numerosas curaciones milagrosas a enfermos incurables.
A San Diego lo pintan llevando algo escondido en el manto. Es un mercado para los pobres. Y es que en los últimos años estuvo de portero en varios conventos y regalaba a los pobres todo lo que encontraba. Y dicen que en un día en que llevaba un mercado a un mendigo se encontró con un superior que era muy bravo y este le preguntó qué llevaba allí. El santito muy asustado le respondió que llevaba unas rosas, y al abrir el manto sólo aparecieron rosas y más rosas.
Los últimos años de su vida pasaba días enteros dedicados a la oración. Al ver un crucifijo quedaba en éxtasis. Su amor por la Virgen Santísima era inmenso. Untaba a los enfermos con un poco de aceite de la lámpara del altar de la Virgen y los enfermos se curaban. Un muchacho cayó en un horno ardiente, y el santo lo bendijo y el joven salió sano y sin quemaduras.
El 12 de noviembre del año 1463, sintiéndose morir pidió un crucifijo y recitando aquel himno del Viernes Santo que dice: "¡Dulce leño, dulces clavos que soportasteis tan dulce peso!" expiró santamente.
En su sepulcro se obraron muchos milagros y el mismo rey de España, Felipe II, obtuvo la milagrosa curación de su hijo al rezarle a Diego. Por eso el rey le pidió al Sumo Pontífice que lo declarara santo. Y fue canonizado sólo 25 años después de haber muerto, en 1588.
Se dedicó a las labores manuales y a recoger leña, y con lo que ganaba ayudaba a muchos pobres. Y como el que más da, más recibe, la gente empezó a llevarle abundantes limosnas para que repartiera entre los necesitados.
Pero sucedió que leyó la vida de San Francisco de Asís y se entusiasmó grandemente por el modo de vivir de este santo, y además estaba preocupado porque su demasiada popularidad en su tierra le quitaba la oportunidad de poder vivir en soledad y recogimiento. Y así fue que pidió ser recibido como religioso franciscano y fue admitido.
Diego había hecho muy pocos estudios, pero era muy iluminado por luces celestiales, y así sucedía que cuando le preguntaban acerca de los temas espirituales más difíciles, daba unas respuestas que dejaban admirados a todos.
Fue enviado a misionar a las Islas Canarias y allá logró la conversión de muchos paganos y no permitió que los colonos esclavizaran a los nativos. Y haciendo una excepción a la regla, los superiores lo nombraron superior de la comunidad, siendo un simple lego. Y lo hizo muy bien.
En 1449 hizo un viaje desde España hasta Roma a pie. Iba a asistir a la canonización de San Bernardino de Siena. Acompañaba al Padre superior, el P. Alonso de Castro. Este se enfermó y Diego lo atendió con tan gran esmero y delicadeza, que los superiores lo encargaron por tres meses de la dirección del hospital de la comunidad de Roma, y allí hizo numerosas curaciones milagrosas a enfermos incurables.
A San Diego lo pintan llevando algo escondido en el manto. Es un mercado para los pobres. Y es que en los últimos años estuvo de portero en varios conventos y regalaba a los pobres todo lo que encontraba. Y dicen que en un día en que llevaba un mercado a un mendigo se encontró con un superior que era muy bravo y este le preguntó qué llevaba allí. El santito muy asustado le respondió que llevaba unas rosas, y al abrir el manto sólo aparecieron rosas y más rosas.
Los últimos años de su vida pasaba días enteros dedicados a la oración. Al ver un crucifijo quedaba en éxtasis. Su amor por la Virgen Santísima era inmenso. Untaba a los enfermos con un poco de aceite de la lámpara del altar de la Virgen y los enfermos se curaban. Un muchacho cayó en un horno ardiente, y el santo lo bendijo y el joven salió sano y sin quemaduras.
El 12 de noviembre del año 1463, sintiéndose morir pidió un crucifijo y recitando aquel himno del Viernes Santo que dice: "¡Dulce leño, dulces clavos que soportasteis tan dulce peso!" expiró santamente.
En su sepulcro se obraron muchos milagros y el mismo rey de España, Felipe II, obtuvo la milagrosa curación de su hijo al rezarle a Diego. Por eso el rey le pidió al Sumo Pontífice que lo declarara santo. Y fue canonizado sólo 25 años después de haber muerto, en 1588.
miércoles, 12 de noviembre de 2025
Lecturas del 12/11/2025
Escuchad, reyes, y entended; aprended, gobernantes de los confines de la tierra.
Prestad atención, los que domináis multitudes y os sentís orgullosos de tener muchos súbditos: el poder os viene del Señor, y la soberanía del Altísimo.
Él indagará vuestras acciones y sondeará vuestras intenciones.
Porque, siendo ministros de su reino, no gobernasteis rectamente, ni guardasteis la ley, ni actuasteis según la voluntad de Dios.
Terrible y repentino caerá sobre vosotros, porque un juicio implacable espera a los grandes.
Al más pequeño se le perdona por piedad, pero los poderosos serán examinados con rigor.
El Dios de todo no teme a nadie, ni lo intimida la grandeza, pues él hizo al pequeño y al grande y de todos cuida por igual, pero a los poderosos les espera un control riguroso.
A vosotros, soberanos, dirijo mis palabras, para que aprendáis sabiduría y no pequéis.
Los que cumplan santamente las leyes divinas serán santificados; los que se instruyen en ellas encontrarán en ellas su defensa.
Así, pues, desead mis palabras; anheladlas, y recibiréis instrucción.
Una vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».
Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes».
Y, sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias.
Este era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo: « ¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?».
Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado».
Palabra del Señor.
12 de Noviembre 2025 – San Martín I, Papa y mártir
El glorioso pontífice y mártir san Martín nació en Todi, ciudad de Toscana, y fue hijo de Fabricio, varón de grande santidad. Terminados sus estudios en Roma con grande opinión de sabiduría y virtud, fue ordenado de sacerdote por el papa Teodoro I, el cual lo envió por legado suyo a Constantinopla, para que redujese a los herejes monotelitas a la unidad de la fe. Para este entonces, pasó de esta vida el pontífice: y Martín fue elegido para sucederle, traspasado su corazón de dolor, por no haber podido aún sosegar los disturbios de los herejes.
Convocó luego un Concilio en Letrán; y en él dio cuenta a los Padres de lo que había hecho para reducir a obediencia a los rebeldes. Los padres aclamaron a una voz a san Martín, y con él condenaron de nuevo las pretensiones cismáticas de Sergio, patriarca de Constantinopla, y el tipo o edicto del emperador Constantino II: en el cual, para favorecer a los herejes monotelitas, prohibía toda controversia en que se tratase de si en Cristo había dos voluntades o una sola.
Envió san Martín un vicario suyo a Constantinopla, al cual no quisieron someterse los herejes; antes embravecidos y llenos de coraje, determinaron asesinar al santo pontífice. Tomó el emperador por instrumento de su maldad a Olimpio, su camarero; y para ello le nombró Exarca de Italia; y pasando Olimpio a Roma, fingió querer comulgar de mano del santo papa; y dio orden a uno de su guarda, que, al tiempo que él estuviese hincado de rodillas para recibir la comunión, le diese la espada, para con ella dar la muerte al que le estaba dando el Pan de vida.
Más sucedió que al mismo tiempo que aquel sayón cruel quiso dar la espada a Olimpio, se cegó de manera, que jamás pudo atinar a ver al papa: No habiendo podido los herejes consumar su crimen, usaron de más diabólicos artificios, calumniándole ante el emperador Constante; el cual, como estuviese ya inficionado con el veneno de la herejía, envió a Roma a Teodoro Caliopas, hombre astuto, con orden de prender al santo y traerlo a Constantinopla, como lo hizo. Allí defendió él su inocencia con razones irrecusables, pero todo fue en vano.
Constante quiso forzarle a firmar los edictos solemnemente condenados en el Concilio de Letrán; y como el papa se negase resueltamente, le quitaron ignominiosamente sus vestiduras pontificales, le cargaron de cadenas, y le llevaron así a Crimea donde padeció hambre y sed y toda clase de malos tratamientos; de los cuales él mismo dice en una de sus epístolas: «Vivo en las angustias del destierro, despojado de todo, alejado de mi Sede: sustento mi débil cuerpo con duro pan; pero ningún cuidado paso de las cosas terrenas.» En estos trabajos perseveró con admirable paciencia, hasta que, a los seis años de su pontificado, entregó su espíritu al Señor.
Convocó luego un Concilio en Letrán; y en él dio cuenta a los Padres de lo que había hecho para reducir a obediencia a los rebeldes. Los padres aclamaron a una voz a san Martín, y con él condenaron de nuevo las pretensiones cismáticas de Sergio, patriarca de Constantinopla, y el tipo o edicto del emperador Constantino II: en el cual, para favorecer a los herejes monotelitas, prohibía toda controversia en que se tratase de si en Cristo había dos voluntades o una sola.
Envió san Martín un vicario suyo a Constantinopla, al cual no quisieron someterse los herejes; antes embravecidos y llenos de coraje, determinaron asesinar al santo pontífice. Tomó el emperador por instrumento de su maldad a Olimpio, su camarero; y para ello le nombró Exarca de Italia; y pasando Olimpio a Roma, fingió querer comulgar de mano del santo papa; y dio orden a uno de su guarda, que, al tiempo que él estuviese hincado de rodillas para recibir la comunión, le diese la espada, para con ella dar la muerte al que le estaba dando el Pan de vida.
Más sucedió que al mismo tiempo que aquel sayón cruel quiso dar la espada a Olimpio, se cegó de manera, que jamás pudo atinar a ver al papa: No habiendo podido los herejes consumar su crimen, usaron de más diabólicos artificios, calumniándole ante el emperador Constante; el cual, como estuviese ya inficionado con el veneno de la herejía, envió a Roma a Teodoro Caliopas, hombre astuto, con orden de prender al santo y traerlo a Constantinopla, como lo hizo. Allí defendió él su inocencia con razones irrecusables, pero todo fue en vano.
Constante quiso forzarle a firmar los edictos solemnemente condenados en el Concilio de Letrán; y como el papa se negase resueltamente, le quitaron ignominiosamente sus vestiduras pontificales, le cargaron de cadenas, y le llevaron así a Crimea donde padeció hambre y sed y toda clase de malos tratamientos; de los cuales él mismo dice en una de sus epístolas: «Vivo en las angustias del destierro, despojado de todo, alejado de mi Sede: sustento mi débil cuerpo con duro pan; pero ningún cuidado paso de las cosas terrenas.» En estos trabajos perseveró con admirable paciencia, hasta que, a los seis años de su pontificado, entregó su espíritu al Señor.
martes, 11 de noviembre de 2025
Lecturas del 11/11/2025
Dios creó al hombre incorruptible y lo hizo a imagen de su propio ser; más por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los de su bando.
En cambio, la vida de los justos está en manos de Dios, y ningún tormento los alcanzará.
Los insensatos pensaban que habían muerto, y consideraban su tránsito como una desgracia, y su salida de entre nosotros, una ruina, pero ellos están en paz.
Aunque la gente pensaba que cumplían una pena, su esperanza estaba llena de inmortalidad.
Sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes bienes, porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de él.
Los probó como oro en crisol, y los acepto como sacrificio de holocausto.
En el día del juicio resplandecerán y se propagarán como chispas en un rastrojo.
Gobernarán naciones, someterán pueblos y el Señor reinará sobre ellos eternamente.
Los que confían en él comprenderán la verdad y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado, porque la gracia y la misericordia son a para sus devotos y la protección para sus elegidos.
En aquel tiempo, dijo el Señor:
« ¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “En seguida, ven y ponte a la mesa”?
¿No le diréis: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”?
¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».
Palabra del Señor.
11 de Noviembre 2025 – San Martín de Tours
San Martín, llamado «gloria de Galia», nació hacia el año 316 de padres paganos, en Sabaria, Alta Pannonia, provincia que comprendía el norte de Yugoslavia y el occidente de Hungría. Su padre era un oficial del ejército romano que había surgido de las filas. Mientras Martín era todavía un niño su padre fue transferido a un nuevo lugar en Pavía, al norte de Italia. Fue allí donde el niño supo del cristianismo, se sintió atraído por él y se hizo catecúmeno. Como hijo de veterano, a los quince años de edad fue requerido para comenzar el servicio en el ejército. Aunque no desatendió sus deberes militares, se dice que vivió más como un monje que como un soldado.
El joven Martín estaba en Amiens, Galia, cuando sucedió el incidente que la tradición y el arte han hecho tan famoso. Mientras se dirigía hacia la ciudad, un día de invierno, se fijó en un pobre hombre que estaba cerca de las puertas, escasamente cubierto, temblando de frío y pidiendo caridad. Martín se dio cuenta de que ninguno de los pasantes se detenía para ayudar al infeliz. No tenía nada más que las ropas que llevaba puestas; pero, sacando la espada de su vaina, cortó por la mitad su gran capa de lana v, dando una mitad al pordiosero, se envolvió él con la otra. La historia cuenta que, a la noche siguiente, Martín vio a Jesucristo en sueños, rodeado de ángeles y vestido con aquella mitad de la capa que él había regalado. Una voz le murmuró que la mirara bien y dijera si la reconocía. Entonces oyó que Jesús decía a los ángeles: «Martín, todavía únicamente catecúmeno, me ha cubierto con su capa.» 1 Sulpicio Severo, amigo y biógrafo del santo, dice que, como consecuencia de esta visión, Martín «voló a hacerse bautizar».
Cuando Martín tenía unos veinte años, algunas tribus teutonas invadieron las Galias y él, junto con sus camaradas, se presentó ante el emperador Juliano2 para recibir una merced de guerra. Pero súbitamente fue impelido a rehusarla. «Hasta ahora ?le dijo a Julián? te he servido como soldado; permite que de ahora en adelante pueda servir a Cristo. Da esas mercedes a aquéllos que van a entrar en batalla. Yo soy soldado de Cristo y no me es lícito pelear.» Juliano, furioso, acusó a Martín de cobardía; el joven le contestó que estaba dispuesto a entrar en batalla desarmado al siguiente día y así, solo, avanzar en nombre de Cristo. Fue hecho prisionero, pero exculpado tan pronto como se hizo una tregua. Entonces marchó a Poitiers, en donde el renombrado Hilado llevaba muchos años desempeñando el cargo de obispo, Hilado recibió, gozoso, a este «consciente opositor» y lo ordenó diácono.
Habiendo oído en un sueño requerimientos para que volviera a su hogar, Martín cruzó los Alpes y desde Milán marchó a Panonia. Allí convirtió a su madre y a algunas otras personas, pero no pudo ganar a su padre. Mientras estaba en Illyricum tomó partido contra los arrianos con tanto celo que fue azotado públicamente y obligado a marchar. De nuevo en Italia, y de paso hacia las Galias, supo que la Iglesia gálica también se hallaba bajo los ataques del arrianismo y se enteró de que su buen amigo Hilario había sido exilado. Martín se quedó en Milán, pero muy pronto el obispo arriano Auxencio le hizo salir de allí. Martín fue a refugiarse junto a un sacerdote en la isla de Gallinaria, en el golfo de Génova, y allí se quedó hasta que Hilado regresó a Poitiers en el año 306. Martín deseaba proseguir su labor religiosa en soledad y, por ello, Hilario le cedió un pequeño terreno en el centro de Francia, en lo que ahora se llama Ligugé. A él se unieron otros ermitaños y santos varones y la comunidad se trocó en monasterio, el primero, según se dice, que fue fundado en Galia. Este monasterio existió hasta el año 1607 y en 1852 fue reedificado por los benedictinos de Solesmes.
Durante diez años, Martín vivió allí, dirigiendo la vida de sus discípulos y predicando en lugares apartados. Se atribuyeron al santo muchos milagros. Hacia el año 371, Lidorius, obispo de Tours, murió y el pueblo reclamó a Martín para el cargo. Martín objetaba tanto a ocuparlo que acudieron a una estratagema y le llamaron a la ciudad para que diera su bendición a un enfermo y luego, por fuerza, lo escoltaron hasta la iglesia. Cuando los obispos vecinos fueron requeridos para que confirmasen la elección, opinaron que el aspecto de descuidada pobreza del monje le hacía inapto para el cargo, pero fueron dominados por las aclamaciones del clero local y del pueblo. También como obispo, Martín llevó una vida austera. Incapaz de soportar las interrupciones constantes, se alejó de Tours a un pequeño retiro que más tarde iba a convertirse en la famosa abadía de Marmoutier. El lugar estaba rodeado de un lado por una abrupta colina y del otro por un tributario del río Loira. En ese lugar, Martín y algunos de los monjes que le siguieron construyeron celdas de madera mientras que otros vivieron en cuevas ahondadas en la roca. En poco tiempo su número aumentó, contando muchos hombres de alto rango entre ellos. A partir de entonces los obispos se eligieron frecuentemente entre los moradores de Marmoutier, ya que el santo Martín puso todo su empeño en la enseñanza de los sacerdotes.
La piedad de Martín, así como su predicación, trajeron como resultado la decadencia del paganismo en Galia. Él destruyó templos y taló árboles que los gentiles reverenciaban. Una vez que había demolido cierto templo se dispuso a cortar un pino que estaba al lado. El sacerdote principal y otros paganos presentes se ofrecieron para talar el árbol con la condición de que él, que tan ciegamente creía en su Dios, aceptaría permanecer junto al árbol, allí donde lo colocasen. El obispo aceptó y dejó que lo atasen y pusieran junto al lado del árbol que más inclinado parecía. Cuando parecía que iba a caer sobre él, Martín hizo el signo de la cruz y el árbol cayó en la dirección opuesta. En otra ocasión, mientras se hallaba demoliendo un templo en las cercanías de Autun, una muchedumbre de paganos se abalanzó sobre él llena de furia, uno de ellos enarbolando una espada. Martín permaneció de pie, ofreciendo su pecho desnudo, a la vista de lo cual el hombre armado cayó de espaldas y, lleno de terror, empezó a clamar perdón. Estas maravillas han sido narradas por Sulpicio Severo, quien también describe varias revelaciones y visiones con las que Martín fue favorecido.
Una vez cada año el obispo visitaba cada parroquia, viajando a pie o a lomo de burro o en barca. Siguió estableciendo comunidades y extendió su episcopado desde la Turena hasta puntos tan distantes como Chartres, París, Autun y Vienne. En Vienne, según su biógrafo, curó a Paulino de Mola de una enfermedad de los ojos. Cuando un brutal soldado imperial llamado Avitianus llegó a Tours con un grupo de prisioneros que pensaba torturar al día siguiente, Martín, informado de esto, se apresuró a salir de Marmoutier para interceder por ellos. Llegó a medianoche a la ciudad y fue directamente a ver a Avitianus, al cual no abandonó hasta haber obtenido la formal promesa de gracia para los cautivos.
Las iglesias de otras partes de Galia y de España sufrían disturbios causados por los priscilianistas, secta ascética llamada así por su dirigente Prisciliano, obispo de Ávila. Se reunió un sínodo en Burdeos, en el año 384, el cual condenó sus doctrinas, pero apeló al emperador Máximo. Mientras tanto, Ithacius, obispo ortodoxo de Ossanova, le había atacado e instado al emperador para que ordenara su muerte. Ni Ambrosio en Milán ni Martín en Tours, sin embargo, hubiesen comulgado con Ithacius o con sus seguidores debido a que éste había apelado a un emperador en una disputa sobre la doctrina y a que luego quería castigar con la muerte a un hereje. Martín escribió para reprobar severamente a Ithacius. Ya era bastante, decía, que Prisciliano fuera separado como hereje y excomulgado por los obispos. Máximus, escuchando las objeciones. De Martín, ordenó que el juicio fuera diferido y hasta prometió que no se derramaría sangre, pero después fue persuadido de que dejase el caso en manos de su prefecto Evodius. Éste halló a Prisciliano y algunos otros culpables de varios cargos y los. Hizo decapitar. Ante estas nuevas, Martín marchó a Treves para interceder por las vidas de todos los priscilianistas españoles, que sufrían entonces cruel persecución, así como por las de dos hombres arrestados por creérseles adeptos del último emperador Graciano. Como condición, antes de concederle lo que pedía, Máximo estipuló que Martín debería comulgar con el intolerante Ithacius y sus partidarios. Dado que éstos no estaban excomulgados, no había ninguna violación de ningún canon y por ello él prometió hacerlo al emperador con tal de que éste perdonase a los dos partidarios de Graciano y volviera a llamar a los tribunos militares que había enviado a España. Al día siguiente Martín recibió el Sacramento junto con los partidarios de Ithacius para salvar de la muerte a muchas personas. Pero después de hacerlo tuvo remordimientos de conciencia pensando que había hecho demasiadas concesiones. Por la parte que tuvieron en aquel asunto tanto el emperador como Itha cius habían sido censurados por el Papa Siricius. Fue aquélla la primera sentencia judicial de muerte por herejía y tuvo como resultado extender el priscilianismo por España.
Martín supo que su muerte se acercaba y la predijo a sus discípulos, los cuales le suplicaron que no los abandonase. «Señor ?oró?, si Tu pueblo todavía me necesita yo no huiré del trabajo. Éste será hecho.» Cuando su enfermedad última le sobrevino se encontraba en Candes, lugar remoto de su diócesis. Los monjes le suplicaron que, al menos, les permitiera que pusiesen una sábana bajo su cuerpo para hacer más cómodas sus últimas horas. «No sienta a un cristiano ?les respondió Martín? morir de otro modo que sobre cenizas. Cometería un pecado si os dejase otro ejemplo.» Yació con los ojos y las manos alzadas al Cielo hasta que los hermanos le suplicaron que se volviera de costado para descansar un poco. «Dejadme, hermanos míos ?les contestó?, que mire hacia el Cielo en vez de hacia la tierra, para que mi alma esté pronta a volar hacia el Señor.»
Murió el 8 de noviembre, y tres días después fue enterrado en Tours. Dos mil monjes y monjas se reunieron en su funeral. Su sucesor erigió una capilla sobre su tumba, que después fue reemplazada por una hermosa basílica. Una iglesia posterior, erigida en ese mismo lugar, fue destruida en tiempos de la Revolución francesa, pero otra moderna se ha construido después. Durante toda la Edad Media el caballeroso Martín, que compartió su capa con un pobre, fue sujeto de innúmeras anécdotas, en las cuales se expresaba el amor y veneración del pueblo. Su tumba se convirtió en un adoratorio nacional en Francia, de cuyo país él es santo patrón, y uno de los lugares de peregrinación más populares de Europa. San Martín es patrón de las ciudades de Würtburg y de Buenos Aires. Muchas iglesias le están dedicadas en Francia y en otros países. Sus emblemas son : un árbol, una armadura, una capa y un mendigo.
El joven Martín estaba en Amiens, Galia, cuando sucedió el incidente que la tradición y el arte han hecho tan famoso. Mientras se dirigía hacia la ciudad, un día de invierno, se fijó en un pobre hombre que estaba cerca de las puertas, escasamente cubierto, temblando de frío y pidiendo caridad. Martín se dio cuenta de que ninguno de los pasantes se detenía para ayudar al infeliz. No tenía nada más que las ropas que llevaba puestas; pero, sacando la espada de su vaina, cortó por la mitad su gran capa de lana v, dando una mitad al pordiosero, se envolvió él con la otra. La historia cuenta que, a la noche siguiente, Martín vio a Jesucristo en sueños, rodeado de ángeles y vestido con aquella mitad de la capa que él había regalado. Una voz le murmuró que la mirara bien y dijera si la reconocía. Entonces oyó que Jesús decía a los ángeles: «Martín, todavía únicamente catecúmeno, me ha cubierto con su capa.» 1 Sulpicio Severo, amigo y biógrafo del santo, dice que, como consecuencia de esta visión, Martín «voló a hacerse bautizar».
Cuando Martín tenía unos veinte años, algunas tribus teutonas invadieron las Galias y él, junto con sus camaradas, se presentó ante el emperador Juliano2 para recibir una merced de guerra. Pero súbitamente fue impelido a rehusarla. «Hasta ahora ?le dijo a Julián? te he servido como soldado; permite que de ahora en adelante pueda servir a Cristo. Da esas mercedes a aquéllos que van a entrar en batalla. Yo soy soldado de Cristo y no me es lícito pelear.» Juliano, furioso, acusó a Martín de cobardía; el joven le contestó que estaba dispuesto a entrar en batalla desarmado al siguiente día y así, solo, avanzar en nombre de Cristo. Fue hecho prisionero, pero exculpado tan pronto como se hizo una tregua. Entonces marchó a Poitiers, en donde el renombrado Hilado llevaba muchos años desempeñando el cargo de obispo, Hilado recibió, gozoso, a este «consciente opositor» y lo ordenó diácono.
Habiendo oído en un sueño requerimientos para que volviera a su hogar, Martín cruzó los Alpes y desde Milán marchó a Panonia. Allí convirtió a su madre y a algunas otras personas, pero no pudo ganar a su padre. Mientras estaba en Illyricum tomó partido contra los arrianos con tanto celo que fue azotado públicamente y obligado a marchar. De nuevo en Italia, y de paso hacia las Galias, supo que la Iglesia gálica también se hallaba bajo los ataques del arrianismo y se enteró de que su buen amigo Hilario había sido exilado. Martín se quedó en Milán, pero muy pronto el obispo arriano Auxencio le hizo salir de allí. Martín fue a refugiarse junto a un sacerdote en la isla de Gallinaria, en el golfo de Génova, y allí se quedó hasta que Hilado regresó a Poitiers en el año 306. Martín deseaba proseguir su labor religiosa en soledad y, por ello, Hilario le cedió un pequeño terreno en el centro de Francia, en lo que ahora se llama Ligugé. A él se unieron otros ermitaños y santos varones y la comunidad se trocó en monasterio, el primero, según se dice, que fue fundado en Galia. Este monasterio existió hasta el año 1607 y en 1852 fue reedificado por los benedictinos de Solesmes.
Durante diez años, Martín vivió allí, dirigiendo la vida de sus discípulos y predicando en lugares apartados. Se atribuyeron al santo muchos milagros. Hacia el año 371, Lidorius, obispo de Tours, murió y el pueblo reclamó a Martín para el cargo. Martín objetaba tanto a ocuparlo que acudieron a una estratagema y le llamaron a la ciudad para que diera su bendición a un enfermo y luego, por fuerza, lo escoltaron hasta la iglesia. Cuando los obispos vecinos fueron requeridos para que confirmasen la elección, opinaron que el aspecto de descuidada pobreza del monje le hacía inapto para el cargo, pero fueron dominados por las aclamaciones del clero local y del pueblo. También como obispo, Martín llevó una vida austera. Incapaz de soportar las interrupciones constantes, se alejó de Tours a un pequeño retiro que más tarde iba a convertirse en la famosa abadía de Marmoutier. El lugar estaba rodeado de un lado por una abrupta colina y del otro por un tributario del río Loira. En ese lugar, Martín y algunos de los monjes que le siguieron construyeron celdas de madera mientras que otros vivieron en cuevas ahondadas en la roca. En poco tiempo su número aumentó, contando muchos hombres de alto rango entre ellos. A partir de entonces los obispos se eligieron frecuentemente entre los moradores de Marmoutier, ya que el santo Martín puso todo su empeño en la enseñanza de los sacerdotes.
La piedad de Martín, así como su predicación, trajeron como resultado la decadencia del paganismo en Galia. Él destruyó templos y taló árboles que los gentiles reverenciaban. Una vez que había demolido cierto templo se dispuso a cortar un pino que estaba al lado. El sacerdote principal y otros paganos presentes se ofrecieron para talar el árbol con la condición de que él, que tan ciegamente creía en su Dios, aceptaría permanecer junto al árbol, allí donde lo colocasen. El obispo aceptó y dejó que lo atasen y pusieran junto al lado del árbol que más inclinado parecía. Cuando parecía que iba a caer sobre él, Martín hizo el signo de la cruz y el árbol cayó en la dirección opuesta. En otra ocasión, mientras se hallaba demoliendo un templo en las cercanías de Autun, una muchedumbre de paganos se abalanzó sobre él llena de furia, uno de ellos enarbolando una espada. Martín permaneció de pie, ofreciendo su pecho desnudo, a la vista de lo cual el hombre armado cayó de espaldas y, lleno de terror, empezó a clamar perdón. Estas maravillas han sido narradas por Sulpicio Severo, quien también describe varias revelaciones y visiones con las que Martín fue favorecido.
Una vez cada año el obispo visitaba cada parroquia, viajando a pie o a lomo de burro o en barca. Siguió estableciendo comunidades y extendió su episcopado desde la Turena hasta puntos tan distantes como Chartres, París, Autun y Vienne. En Vienne, según su biógrafo, curó a Paulino de Mola de una enfermedad de los ojos. Cuando un brutal soldado imperial llamado Avitianus llegó a Tours con un grupo de prisioneros que pensaba torturar al día siguiente, Martín, informado de esto, se apresuró a salir de Marmoutier para interceder por ellos. Llegó a medianoche a la ciudad y fue directamente a ver a Avitianus, al cual no abandonó hasta haber obtenido la formal promesa de gracia para los cautivos.
Las iglesias de otras partes de Galia y de España sufrían disturbios causados por los priscilianistas, secta ascética llamada así por su dirigente Prisciliano, obispo de Ávila. Se reunió un sínodo en Burdeos, en el año 384, el cual condenó sus doctrinas, pero apeló al emperador Máximo. Mientras tanto, Ithacius, obispo ortodoxo de Ossanova, le había atacado e instado al emperador para que ordenara su muerte. Ni Ambrosio en Milán ni Martín en Tours, sin embargo, hubiesen comulgado con Ithacius o con sus seguidores debido a que éste había apelado a un emperador en una disputa sobre la doctrina y a que luego quería castigar con la muerte a un hereje. Martín escribió para reprobar severamente a Ithacius. Ya era bastante, decía, que Prisciliano fuera separado como hereje y excomulgado por los obispos. Máximus, escuchando las objeciones. De Martín, ordenó que el juicio fuera diferido y hasta prometió que no se derramaría sangre, pero después fue persuadido de que dejase el caso en manos de su prefecto Evodius. Éste halló a Prisciliano y algunos otros culpables de varios cargos y los. Hizo decapitar. Ante estas nuevas, Martín marchó a Treves para interceder por las vidas de todos los priscilianistas españoles, que sufrían entonces cruel persecución, así como por las de dos hombres arrestados por creérseles adeptos del último emperador Graciano. Como condición, antes de concederle lo que pedía, Máximo estipuló que Martín debería comulgar con el intolerante Ithacius y sus partidarios. Dado que éstos no estaban excomulgados, no había ninguna violación de ningún canon y por ello él prometió hacerlo al emperador con tal de que éste perdonase a los dos partidarios de Graciano y volviera a llamar a los tribunos militares que había enviado a España. Al día siguiente Martín recibió el Sacramento junto con los partidarios de Ithacius para salvar de la muerte a muchas personas. Pero después de hacerlo tuvo remordimientos de conciencia pensando que había hecho demasiadas concesiones. Por la parte que tuvieron en aquel asunto tanto el emperador como Itha cius habían sido censurados por el Papa Siricius. Fue aquélla la primera sentencia judicial de muerte por herejía y tuvo como resultado extender el priscilianismo por España.
Martín supo que su muerte se acercaba y la predijo a sus discípulos, los cuales le suplicaron que no los abandonase. «Señor ?oró?, si Tu pueblo todavía me necesita yo no huiré del trabajo. Éste será hecho.» Cuando su enfermedad última le sobrevino se encontraba en Candes, lugar remoto de su diócesis. Los monjes le suplicaron que, al menos, les permitiera que pusiesen una sábana bajo su cuerpo para hacer más cómodas sus últimas horas. «No sienta a un cristiano ?les respondió Martín? morir de otro modo que sobre cenizas. Cometería un pecado si os dejase otro ejemplo.» Yació con los ojos y las manos alzadas al Cielo hasta que los hermanos le suplicaron que se volviera de costado para descansar un poco. «Dejadme, hermanos míos ?les contestó?, que mire hacia el Cielo en vez de hacia la tierra, para que mi alma esté pronta a volar hacia el Señor.»
Murió el 8 de noviembre, y tres días después fue enterrado en Tours. Dos mil monjes y monjas se reunieron en su funeral. Su sucesor erigió una capilla sobre su tumba, que después fue reemplazada por una hermosa basílica. Una iglesia posterior, erigida en ese mismo lugar, fue destruida en tiempos de la Revolución francesa, pero otra moderna se ha construido después. Durante toda la Edad Media el caballeroso Martín, que compartió su capa con un pobre, fue sujeto de innúmeras anécdotas, en las cuales se expresaba el amor y veneración del pueblo. Su tumba se convirtió en un adoratorio nacional en Francia, de cuyo país él es santo patrón, y uno de los lugares de peregrinación más populares de Europa. San Martín es patrón de las ciudades de Würtburg y de Buenos Aires. Muchas iglesias le están dedicadas en Francia y en otros países. Sus emblemas son : un árbol, una armadura, una capa y un mendigo.
lunes, 10 de noviembre de 2025
Lecturas del 10/11/2025
Amad la justicia, gobernantes de la tierra, pensad correctamente del Señor y buscadlo con sencillez de corazón.
Porque se manifiesta a los que no exigen pruebas y se revela a los que no desconfían de él.
Los pensamientos retorcidos alejan de Dios, y su poder, puesto a prueba, confunde a los necios.
La sabiduría no entra en alma perversa, ley ni habita en cuerpo sometido al pecado.
Pues el espíritu educador y santo huye del engaño, se aleja de los pensamientos necios y es ahuyentando cuando llega la injusticia.
La sabiduría es un espíritu amigo de los hombres que no deja impune al blasfemo: inspecciona las entrañas, vigila atentamente el corazón y cuanto dice la lengua.
Pues el espíritu del Señor llena la tierra, todo lo abarca y conoce cada sonido.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Es imposible que no haya escándalos; pero ¡ay del que los provoca!
Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar. Tened cuidado.
Si tu hermano te ofende, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: “Me arrepiento”, lo perdonarás».
Los apóstoles le dijeron al Señor: «Auméntanos la fe».
El Señor dijo: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería».
Palabra del Señor.
10 de Noviembre 2025 – San Andrés Avelino
Nació en Castro-Novo (Nápoles), año de 1521. En el bautismo recibió el nombre de Lanceloto, que trocó por el de Andrés al ingresar en la orden de los Teatinos. Estudió el derecho civil y después de graduarse de doctor en la misma facultad recibió las sagradas órdenes. Defendiendo a un sacerdote, dijo una mentira en la vehemencia de su discurso, y reflexionando en ella, hizo a su cuerpo víctima de las más asombrosas penitencias.
A los treinta y seis años de edad, y en el de 1556, entró en la religión de San Cayetano y casa de San Pablo de Nápoles. Padeció graves enfermedades, y sabiendo la hora dé su muerte, aunque débil, salió de su aposento a celebrar el santo sacrificio de la Misa. Llegó con sumo trabajo al altar de San José, y al comenzar el introito le dio un accidente apoplético que le hizo caer en los brazos del que le ayudaba, falleciendo el día 10 de Noviembre de 1608. Fue canonizado por Urbano VIII, a solicitud de los reyes Felipe III de España y Luis XIII de Francia, año 1712.
A los treinta y seis años de edad, y en el de 1556, entró en la religión de San Cayetano y casa de San Pablo de Nápoles. Padeció graves enfermedades, y sabiendo la hora dé su muerte, aunque débil, salió de su aposento a celebrar el santo sacrificio de la Misa. Llegó con sumo trabajo al altar de San José, y al comenzar el introito le dio un accidente apoplético que le hizo caer en los brazos del que le ayudaba, falleciendo el día 10 de Noviembre de 1608. Fue canonizado por Urbano VIII, a solicitud de los reyes Felipe III de España y Luis XIII de Francia, año 1712.
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