domingo, 29 de enero de 2017

Beato Manuel Domingo y Sol

Hubo un hombre enviado por Dios que se llamó Manuel. No era la luz; pero vino para dar testimonio de la luz. Y dio gran testimonio, porque era un «Sol».

Nació en Tortosa (Tarragona, España) el 1 de abril de 1836. Era Viernes Santo. Hijo de Francisco Domingo Ferré y de Josefa Sol Cid. Era el penúltimo de doce hermanos. Fue bautizado al día siguiente de nacer, Sábado Santo. Sus padres eran cristianos ejemplares y mosén Sol siempre recordaba a su madre como a una santa de cuerpo entero. Ella fue la que formó su corazón en piedad sincera, en caridad inagotable. Daba limosnas a cuantos lo necesitaban. Hasta tenía encargado en una tienda que a cierta señora muy necesitada le dieran cuanto pidiera y ella pagaría todo.

Y su hijo lo aprendió muy bien y lo cumplió siempre. Quiso ir al sacerdocio en pobreza absoluta. «Procuraré con anuencia de mi director en las festividades principales quedarme sin nada» (Escritos III, 62, 110). Era un gran limosnero. Estando él en casa, no estaba segura su hermana María de que tuviese la comida dispuesta, pues, al menor descuido, se la daba a los pobres. Y así fue toda su vida.

Cursó los estudios de latín y humanidades en el colegio de San Matías de Tortosa, bajo la férula del Dómine Sena, que llevaba a rajatabla aquello de la letra con sangre entra». A los 15 años ingresó en el Seminario de Tortosa, en 1851, donde cursó tres años de filosofía, siete años de teología y uno de derecho.

SACERDOTE DE JESUCRISTO

Recibió la tonsura en Tortosa el 26 de marzo de 1852. Las órdenes menores en Tarragona el día 18 de diciembre de 1857.

El subdiaconado en Tarragona el 19 de diciembre de 1857. El diaconado en Vich el 24 de septiembre de 1859. Y el presbiterado en Tortosa el 2 de junio de 1860.

Su primer cargo como sacerdote fue el de regente de La Aldea, entonces barrio de Tortosa. En muy poco tiempo se ganó totalmente el corazón de sus feligreses. A los seis meses lo nombraron ecónomo de la parroquia de Santiago, en Tortosa, donde trabajó lo indecible y donde nunca olvidaron su celo apostólico, porque cumplía a rajatabla lo que después enseñaría a sus seminaristas: «La ocupación de un sacerdote: asediar a las almas» (Escritos 1, 79, 43).

El obispo de Tortosa, monseñor Benito Vilamitjana, se fijó en él para encomendarle el apostolado con la juventud tortosina y lo envió a Valencia para que obtuviera grados y darle la cátedra de Religión y Moral en el Instituto de Tortosa. En Valencia obtuvo la licenciatura el 6 de mayo de 1863; el doctorado el 26 de febrero de 1867. Y el 24 de diciembre de 1866 obtuvo el bachillerato en Artes por la Universidad de Barcelona.

El 1 de octubre de 1863 fue nombrado auxiliar de la cátedra. Y el 5 de febrero de 1864 fue nombrado catedrático. Fue además secretario del instituto.

No se equivocó Vilamitjana, porque mosén Sol trabajó denodadamente por y con la juventud.

Actuó en el instituto hasta septiembre de 1868, cuando la revolución suprimió la enseñanza religiosa en los centros oficiales.

Pero sus alumnos pidieron a mosén Sol que los atendiera con nuevas formas de apostolado. Y así lo hizo. Creó las «Escuelas nocturnas y dominicales» para obreros y artesanos, y difundió por toda la diócesis numerosos «Círculos católicos» y «Círculos obreros.

El año 1880 fue nombrado director de la Congregación de San Luis e inmediatamente fundó una revista, órgano de las congregaciones, que animase y pusiera en comunicación a muchos jóvenes que, por vivir en pueblos pequeños, se sentían aislados. El primer número vio la luz en diciembre de 1881. Se titulaba El Congregante, y fue la primera revista que aparecía en España destinada a dichas congregaciones juveniles. Además compró un terreno en el ensanche del Temple, en Tortosa, donde edificó un gimnasio para los jóvenes, con capilla, biblioteca, salas de recreo y campo libre. Nunca abandonó el apostolado con la juventud y lo legó como uno de sus principales cometidos a la hermandad. Podía decir con toda sinceridad: «La juventud es mi ideal» (Escritos 1, 89, 147). Y es que, desde seminarista, en los últimos meses, trabajó mucho en la catequesis y ya entonces decía: «Me ocuparé siempre y todos los días de mi vida de esta obra: ser amigo y padre de la juventud» (Escritos 1, 129, 34).

Fue interminable su apostolado. Trabajó mucho en el apostolado de la prensa; primero colaborando con su gran amigo San Enrique de Ossó en el semanario El Amigo del Pueblo; después, por su cuenta y riesgo, establece mosén Sol una biblioteca popular, una librería católica e intentó crear una asociación para divulgar la Biblia.

Extendió por toda la diócesis el «Apostolado de la Oración» y la «Adoración Nocturna». También estableció la asociación de «Camareras del Santísimo». En el pueblo de San Mateo fundó una escuela que llegó a contar con 300 alumnas.

Fue muy importante su apostolado con las religiosas. Suscitaba vocaciones incansablemente y atendía a las que habían profesado. Del confesonario de mosén Sol salieron multitud de vocaciones y eso le dio merecida fama.

AL SERVICIO DE LAS VOCACIONES SACERDOTALES

Pero don Manuel no estaba satisfecho. Decía: «En el fondo de nuestra alma despertaban mayores aspiraciones y una ambición santa parecía querernos lanzar al mismo tiempo a todos los campos» (Escritos 1, 5'2, 221). Y Dios colmó su santa ambición de modo muy sencillo una tarde de febrero de 1872, cuando se encontró con el seminarista Ramón Valero Carceller, que le contó todas las miserias que padecía: vivía en una buhardilla, comía de limosnas y ni siquiera podía comprar una vela para estudiar por las noches. Y como él había otros muchos. Don Manuel vio claro y para siempre que dar pan y formación y cariño, ilusión y formación sacerdotal a los aspirantes al sacerdocio era lo suyo, e inmediatamente alquiló una casa para acoger y formar a seminaristas pobres.

Cada año aumentaba el número de alumnos y tenía que buscar más casas, hasta que en el curso 1872-1873 edificó en Tortosa el colegio de San José para la formación de seminaristas diocesanos. Pero veía que los esfuerzos individuales no dan garantía de continuidad. Mueren con el hombre.

El 29 de enero de 1883, después de celebrar la misa, durante la acción de gracias, le vino la inspiración de una pía unión de sacerdotes que, libres de otros cargos y empleos, se dedicaran al fomento, sostenimiento y formación de las vocaciones eclesiásticas (Escritos III, 24). El 4 de mayo de 1883 se lo expuso a su obispo de Tortosa, a quien envió las bases el día 8, y el obispo las aprobó. Don Manuel, del 16 al 19 de julio de ese año, se reunió con un pequeño grupo de sacerdotes de su diócesis en el convento de los carmelitas del Desierto de las Palmas, hoy provincia de Castellón. Y allí comenzó la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos del Corazón de Jesús.

A semejanza del colegio San José de Tortosa, mosén Sol fue levantando otros en las diócesis de Valencia, Murcia, Orihuela, Toledo, Almería, Plasencia, Lisboa. El año 1892 fundó también el Colegio Español de Roma, para la formación de seminaristas de todas las diócesis de España. Los obispos le apremiaban para que la hermandad se hiciera cargo de la dirección de sus propios seminarios. Y así lo fue haciendo hasta su muerte, asumiendo sucesivamente los seminarios de Astorga, Toledo, Zaragoza, Sigüenza, Cuenca, Badajoz, Baeza, Jaén, Málaga, Ciudad Real, Barcelona, Segovia, Almería y Tarragona. Para la intercomunicación de los seminarios y colegios diocesanos de vocaciones fundó la revista El Correo Josefino. Y no sólo le pedían desde España, sino también desde América. Ya había aceptado un colegio en Portugal. Le urgen desde Brasil, desde Colombia. Desde Bolivia, el año 1900, le ofrecen el seminario de Santa Cruz y todos los seminarios de la República.

El obispo de Chilapa (México) viajó a España en 1898 para hablar directamente con mosén Sol. El 8 de marzo de ese mismo año escribe a Miñana: ,Mucho me ilusiona la empresa de América por lo que oigo decir de la falta de clero allí». Y a Chilapa envió a los primeros operarios que viajaron a México ese mismo año; y al siguiente se hicieron cargo también del Templo Nacional Expiatorio de San Felipe en la capital. Algo que al Beato Manuel Domingo y Sol le satisfacía porque deseaba muchísimo fundar templos de reparación. Luego la hermandad se hizo cargo del seminario de Puebla de los Ángeles, de Cuernavaca y Querétaro.

Deseaba a toda costa levantar un templo de reparación en Tortosa, porque la nota más característica de su espiritualidad era el espíritu de reparación a Jesús Sacramentado, y quería que fuera «un carácter permanente, visible y que se incrustara en los operarios» (Escritos II, 69, 6 agosto 1893, a B. Miñana).

El día 22 de noviembre de 1903, después de vencer muchas dificultades, tuvo lugar la inauguración del templo.

El 25 de enero de 1909 murió lleno de méritos y proyectos. No pudo estar en la inauguración de su templo de reparación por encontrarse ya bastante enfermo; pero el 21 de abril de 1926 sus restos mortales fueron trasladados al mausoleo edificado en el templo, para que allí estuviera como en una adoración perpetua.

El 13 de noviembre de 1930 comenzó en Tortosa el proceso ordinario de canonización que se clausuró el 22 de septiembre de 1934. El 4 de mayo de 1970 se declararon las virtudes heroicas de mosén Sol, donde se dice de él. «Puesto que en el fomento de las vocaciones sacerdotales, incluso en las circunstancias dificilísimas de su tiempo, no dejó nada por intentar, puede ser llamado con toda razón el santo apóstol de las vocaciones sacerdotales.

Para llegar a la beatificación hacía falta un milagro. Y el milagro vino de Venezuela, de Caracas. En las diversas votaciones que se realizaron entre los médicos nunca hubo un solo voto discordante. El día 29 de marzo de 1987, Su Santidad Juan Pablo II, en la basílica de San Pedro, beatificó a don Manuel Domingo y Sol.

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