SAN FELIPE
(2ª PARTE DE 5)
Cuantos sentimientos de gratitud experimentó después Nataniel hacia Felipe por haberle anunciado éste la venida a la tierra del Salvador y haberlo conducido hasta donde el Mesías prometido el santo Felipe sintió júbilo en su corazón porque la gente había encontrado su divino Tesoro escondido en las profundidades de la naturaleza humana, por lo cual su amor por el Señor creció todavía con mayor fervor.
No obstante, el santo Felipe veía en su divino Maestro sólo las sobresalientes perfecciones humanas y no se daba cuenta que El a la vez era Divino. Por tal motivo, Cristo resolvió sacarlo de su error. Un día, cuando el Señor pasaba al otro lado del mar de Tiberiades junto a cinco mil personas, deseando alimentar a sus seguidores de una manera milagrosa, Jesús le preguntó a Felipe: "¿Dónde podemos comprar pan para que éstos puedan comer?" Le dijo esto para probarlo, porque sabía de antemano lo que Felipe diría como respuesta. Por tal razón, le preguntó a Felipe sobre esto, a fin que éste lo llegara a conocer más y, avergonzado de su falta de fe, él saliera de su error. En efecto, Felipe no estaba consciente de la omnipotencia de Jesucristo, ni tampoco iría a decir "Tú puedes hacer todas las cosas, oh Señor; no viene al caso hacer esta pregunta a alguien. Sólo deséalo y al instante todo te será satisfecho.
Cuando abras tu boca, todas las cosas se llenarán de bondad" (Salmos 103:28).
Felipe no dijo esto, sino que, tomando a su Señor como a un hombre y no como a Dios, señaló: "Doscientos denarios de pan no les bastarán, para que cada uno de ellos tome un pedazo" (Juan 6:7), y posteriormente, con los otros discípulos, dijo él: "Envíalos para que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor, y compren para sí pan; porque no tienen qué comer" (Marcos 6:36). Pero cuando Jesús partió los cinco panes y los dos peces para las cinco mil personas, Felipe vio que de la mano del Señor, como si fuera un granero inagotable, cada uno recibía la comida suficiente, hasta que todos se saciaron. Entonces el discípulo se sintió muy avergonzado por su falta de fe y, fortalecido en su alma, con los demás él glorificó el poder de Dios en Cristo Jesús.
Posteriormente, el Señor lo eligió para el coro de sus doce apóstoles, le otorgó la gracia, y le dio el honor de permanecer en su cercana compañía. Aconteció que un día de fiesta se reunieron en Jerusalén algunos griegos. Estos no podían acercarse a Jesús, porque eran paganos sin fe; por tal motivo, se acercaron a Felipe y le pidieron hacerlos ver a Jesús. Este fue a informar primero a Andrés, y juntos se atrevieron a decirle al Señor del deseo de los griegos, alegrándose que hasta los paganos estuviesen tratando de ver y escuchar a su Señor y Maestro. Después él escuchó de Jesús la maravillosa enseñanza y profecía sobre los gentiles que llegarían a creer en El, aunque no entonces, sino después de su muerte. "Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre ha de ser glorificado... Que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, dijo él, — queda solo; pero si muere, mucho fruto lleva" (Juan 12:21-24). De esta manera Cristo realmente estaba diciendo: "Mientras esté en la tierra, no tendré más que una parte de la casa de Israel; pero si muero, tendré no sólo la casa de Israel, sino que también muchos de los gentiles creerán en Mí."
En otra ocasión, después de la cena mística, Felipe se atrevió a preguntar al Señor sobre el gran misterio de su divinidad, cuanto éste suplicó que el Padre se manifestara a través de El, diciendo: "Señor, muéstranos al Padre, y nos basta" (Juan 14:8). Al hacer esta pregunta, él hizo mucho bien a la iglesia de Cristo; porque desde entonces hemos aprendido a reconocer la consustancialidad del Padre y del Hijo, y a refrenar la boca de los herejes que rechazan la Verdad Divina. Porque el Señor, con un suave reproche, le replicó a Felipe: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y todavía no me conoces, Felipe? el que me ha visto, ha visto a Mi Padre. ¿Cómo, pues, dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo esté en el Padre y que el Padre esté en Mí? Las palabras que yo os digo, no las hablo de mí mismo; mas el Padre que está en mí, él hace las obras. Creedme que Yo estoy en el Padre, y el Padre, en Mí; de otra manera, creedme por las mismas obras" (Juan 14:9-11). Esta respuesta del Señor enseñó al santo Felipe, y por él, a toda la Iglesia católica apostólica, a creer como se debe en la igualdad de la divinidad del Padre y el Hijo, denunciando la blasfemia de Ario, quien señaló que el Hijo de Dios es una criatura y no el Creador.
Después de la pasión y resurrección voluntarias del Hijo de Dios, el santo Felipe, junto con los demás apóstoles, vio a su Señor en su cuerpo inmortal y glorificado, recibió de El su paz y bendición, y también presenció su Ascensión. Después, fue honrado con la gracia del Espíritu Santo y se convirtió en predicador de Cristo entre los gentiles, porque a él le tocó anunciar la Palabra en Asia Menor y Siria.
Sin embargo, primero fue a evangelizar a Galilea. Allí, una vez aconteció que se le acercó una mujer que llevaba en sus brazos a su niño muerto y se lamentaba desconsoladamente. Al verla, él se apiadó; entonces estiró su mano poniéndola sobre el niño y le dijo: "¡Levántate! Es Cristo quien te lo ordena; porque es a El a quien yo anuncio." Al instante el niño regresó a la vida. La madre, viendo a su hijo con vida y bueno, se llenó de júbilo y se puso a los pies del apóstol, expresándole su gratitud por haber éste resucitado a su hijo y luego le pidió que la bautizara; porque ella había llegado a creer en el Señor Jesucristo a quien él anunciaba. El apóstol bautizó a la madre y el hijo, luego de lo cual partió hacía tierras paganas.
(2ª PARTE DE 5)
Cuantos sentimientos de gratitud experimentó después Nataniel hacia Felipe por haberle anunciado éste la venida a la tierra del Salvador y haberlo conducido hasta donde el Mesías prometido el santo Felipe sintió júbilo en su corazón porque la gente había encontrado su divino Tesoro escondido en las profundidades de la naturaleza humana, por lo cual su amor por el Señor creció todavía con mayor fervor.
No obstante, el santo Felipe veía en su divino Maestro sólo las sobresalientes perfecciones humanas y no se daba cuenta que El a la vez era Divino. Por tal motivo, Cristo resolvió sacarlo de su error. Un día, cuando el Señor pasaba al otro lado del mar de Tiberiades junto a cinco mil personas, deseando alimentar a sus seguidores de una manera milagrosa, Jesús le preguntó a Felipe: "¿Dónde podemos comprar pan para que éstos puedan comer?" Le dijo esto para probarlo, porque sabía de antemano lo que Felipe diría como respuesta. Por tal razón, le preguntó a Felipe sobre esto, a fin que éste lo llegara a conocer más y, avergonzado de su falta de fe, él saliera de su error. En efecto, Felipe no estaba consciente de la omnipotencia de Jesucristo, ni tampoco iría a decir "Tú puedes hacer todas las cosas, oh Señor; no viene al caso hacer esta pregunta a alguien. Sólo deséalo y al instante todo te será satisfecho.
Cuando abras tu boca, todas las cosas se llenarán de bondad" (Salmos 103:28).
Felipe no dijo esto, sino que, tomando a su Señor como a un hombre y no como a Dios, señaló: "Doscientos denarios de pan no les bastarán, para que cada uno de ellos tome un pedazo" (Juan 6:7), y posteriormente, con los otros discípulos, dijo él: "Envíalos para que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor, y compren para sí pan; porque no tienen qué comer" (Marcos 6:36). Pero cuando Jesús partió los cinco panes y los dos peces para las cinco mil personas, Felipe vio que de la mano del Señor, como si fuera un granero inagotable, cada uno recibía la comida suficiente, hasta que todos se saciaron. Entonces el discípulo se sintió muy avergonzado por su falta de fe y, fortalecido en su alma, con los demás él glorificó el poder de Dios en Cristo Jesús.
Posteriormente, el Señor lo eligió para el coro de sus doce apóstoles, le otorgó la gracia, y le dio el honor de permanecer en su cercana compañía. Aconteció que un día de fiesta se reunieron en Jerusalén algunos griegos. Estos no podían acercarse a Jesús, porque eran paganos sin fe; por tal motivo, se acercaron a Felipe y le pidieron hacerlos ver a Jesús. Este fue a informar primero a Andrés, y juntos se atrevieron a decirle al Señor del deseo de los griegos, alegrándose que hasta los paganos estuviesen tratando de ver y escuchar a su Señor y Maestro. Después él escuchó de Jesús la maravillosa enseñanza y profecía sobre los gentiles que llegarían a creer en El, aunque no entonces, sino después de su muerte. "Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre ha de ser glorificado... Que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, dijo él, — queda solo; pero si muere, mucho fruto lleva" (Juan 12:21-24). De esta manera Cristo realmente estaba diciendo: "Mientras esté en la tierra, no tendré más que una parte de la casa de Israel; pero si muero, tendré no sólo la casa de Israel, sino que también muchos de los gentiles creerán en Mí."
En otra ocasión, después de la cena mística, Felipe se atrevió a preguntar al Señor sobre el gran misterio de su divinidad, cuanto éste suplicó que el Padre se manifestara a través de El, diciendo: "Señor, muéstranos al Padre, y nos basta" (Juan 14:8). Al hacer esta pregunta, él hizo mucho bien a la iglesia de Cristo; porque desde entonces hemos aprendido a reconocer la consustancialidad del Padre y del Hijo, y a refrenar la boca de los herejes que rechazan la Verdad Divina. Porque el Señor, con un suave reproche, le replicó a Felipe: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y todavía no me conoces, Felipe? el que me ha visto, ha visto a Mi Padre. ¿Cómo, pues, dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo esté en el Padre y que el Padre esté en Mí? Las palabras que yo os digo, no las hablo de mí mismo; mas el Padre que está en mí, él hace las obras. Creedme que Yo estoy en el Padre, y el Padre, en Mí; de otra manera, creedme por las mismas obras" (Juan 14:9-11). Esta respuesta del Señor enseñó al santo Felipe, y por él, a toda la Iglesia católica apostólica, a creer como se debe en la igualdad de la divinidad del Padre y el Hijo, denunciando la blasfemia de Ario, quien señaló que el Hijo de Dios es una criatura y no el Creador.
Después de la pasión y resurrección voluntarias del Hijo de Dios, el santo Felipe, junto con los demás apóstoles, vio a su Señor en su cuerpo inmortal y glorificado, recibió de El su paz y bendición, y también presenció su Ascensión. Después, fue honrado con la gracia del Espíritu Santo y se convirtió en predicador de Cristo entre los gentiles, porque a él le tocó anunciar la Palabra en Asia Menor y Siria.
Sin embargo, primero fue a evangelizar a Galilea. Allí, una vez aconteció que se le acercó una mujer que llevaba en sus brazos a su niño muerto y se lamentaba desconsoladamente. Al verla, él se apiadó; entonces estiró su mano poniéndola sobre el niño y le dijo: "¡Levántate! Es Cristo quien te lo ordena; porque es a El a quien yo anuncio." Al instante el niño regresó a la vida. La madre, viendo a su hijo con vida y bueno, se llenó de júbilo y se puso a los pies del apóstol, expresándole su gratitud por haber éste resucitado a su hijo y luego le pidió que la bautizara; porque ella había llegado a creer en el Señor Jesucristo a quien él anunciaba. El apóstol bautizó a la madre y el hijo, luego de lo cual partió hacía tierras paganas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario