¡Todo había terminado!
El evangelio de hoy refleja la realidad descarnada de la mayoría de nosotros a lo largo de la vida; de cómo profundas convicciones pueden llegar a tambalearse en el momento de la tribulación y de la prueba. Los discípulos no eran una excepción.
El Señor, el Maestro amado había muerto crucificado, después de ser escarnecido. Todo aparentemente había terminado para ellos: los sueños, las ilusiones...
¿Cómo evocaban las vivencias al lado de Jesús y qué profundamente tristes se hallaban? ¡Todo había terminado! Quedaba una inmensa soledad y un inmenso vacío. Se sienten frustrados, rotos y apáticos.
Pedro ofrece una solución: ¡Me voy a pescar! Los otros le siguen. Es su único recurso, lo que saben hacer y lo que hicieron sus padres.
Es normal y razonable que uno, tras un golpe del destino o una fracaso se refugie en lo que sabe hacer como válvula de escape. Esto ocurre cuando se rompe el amor, cuando se ha perdido el tabaco, cuando da miedo un diagnóstico médico, cuando el hogar se convierte en una tortura, cuando se resienten las relaciones sociales... En estas circunstancias el trabajo es una liberación, que lejos de hacernos olvidar el problema lo acentúa, porque nos encierra en nosotros mismos.
Necesitamos un apoyo y la guía de alguien que nos motive e incentive para salir de ese pozo sin fondo y no ahogarnos en el dolor y en la depresión. Un mal muy frecuente en la actualidad.
Pero, la vida no es igual que antes. Cuando se ha experimentado una realidad que llena y lleva a la persona hacia la plenitud y de repente se ha evaporado, no se puede sustituir con añoranzas de antaño, sobre todo cuando se viven de otra manera. Cambiamos, y solemos cambiar para bien cuando actuamos con nobleza.
Nuestra vida
El evangelio, plagado de simbolismos nos adentra sutilmente en el análisis de nuestra vida.
La noche retrata su bajo estado de ánimo, su insomnio. Antes salían a pescar y encontraban los bancos de peces; ahora, no.
El amanecer es el despunte de la esperanza, la iluminación de su vacío interior. Mirándose descubren que no tienen nada, pero ven, sin embargo, un camino. Confesar las propias limitaciones es bueno y sanativo y dar pie hacia una solución vital. Ningún alcohólico, drogadicto, ludópata...se cura si primero no reconoce su mal.
El personaje misterioso que espera siempre en la playa, en el campo, en el mar, en la encrucijada de caminos... es el Señor. Es como un faro, un semáforo que nos recuerda que está ahí para encaminarnos.
La mirada de dos personajes: Pedro mira desde fuera, con su vista cansada y no distingue la faz de Jesús. Juan mira por dentro, desde los ojos del corazón. Tampoco distingue la figura, pero sabe que es el Señor.
El mar es el lugar del trabajo, de las peripecias humanas, de la gente, donde Pedro, primer Papa, toma la iniciativa de dirigir a los demás compañeros.
La pesca es una imagen de la actividad misionera de la Iglesia.
La noche también puede señalar la ausencia del Señor, sin el cual es imposible pescar algo. El sólo esfuerzo humano- algo de lo que hace hincapié el evangelio- no logra nada.
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La parte final del Evangelio hace referencia a la Eucaristía: el pan y los peces.
La Iglesia pospascual que vivimos se llena con la presencia del Señor, que COMPARTE con nosotros. “Lo partió y se lo dio”. Los mismos gestos, las mismas palabras que en la Ultima Cena. Y una correlación con aquel día: “Pedro, me amas más que éstos” (Recordemos la expresión:”Conocerán que sois mis discípulos si os amáis unos a otros como yo os he amado.”)
La Iglesia se dirige desde el amor al Señor, empezando por su cabeza visible, el Papa.
Y amar es servir. Creo que en el escudo del Papa figura la expresión: ”Servus servorum Dei”= Siervo de los siervos de Dios”.
Si se distorsiona esta realidad, bien visible en Juan Pablo II, a quien nadie puede discutir su entrega generosa y valiente por la causa de los más pobres, nos perderíamos en el laberinto de los intereses humanos, contaminados por la política, el poder o la ambición. La Iglesia dejaría entonces de cumplir su cometido y volvería a la negra noche.
El servicio en nombre del Señor y siguiendo su palabra es fuente regeneradora de resurrección y de vida, de amanecer al despertar de la esperanza.
La tristeza de Pedro al ser interrogado por el Señor le hace retroceder a su traición. Ha sido regenerado por el amor de su Maestro y debe mirar hacia el mañana, hacia la oportunidad que le brinda Jesús para dirigir a su Rebaño... Es consciente en definitiva que con sus solas fuerzas será incapaz de dar el testimonio que se le pide. Por eso se abandona con alegría en los “brazos” de quien todo lo sabe. ” ¡Señor, tú sabes que te amo!”.Palabras para inscribirse con letras de molde en el corazón de cada uno.
El amor es el don supremo, el único que puede dar sentido a nuestra existencia, porque nos sumerge en Dios y en su esencia infinita.
Es bueno que leamos de vez en cuando este hermoso pasaje evangélico. Necesitamos, “rumiarlo” por dentro.
El evangelio de hoy refleja la realidad descarnada de la mayoría de nosotros a lo largo de la vida; de cómo profundas convicciones pueden llegar a tambalearse en el momento de la tribulación y de la prueba. Los discípulos no eran una excepción.
El Señor, el Maestro amado había muerto crucificado, después de ser escarnecido. Todo aparentemente había terminado para ellos: los sueños, las ilusiones...
¿Cómo evocaban las vivencias al lado de Jesús y qué profundamente tristes se hallaban? ¡Todo había terminado! Quedaba una inmensa soledad y un inmenso vacío. Se sienten frustrados, rotos y apáticos.
Pedro ofrece una solución: ¡Me voy a pescar! Los otros le siguen. Es su único recurso, lo que saben hacer y lo que hicieron sus padres.
Es normal y razonable que uno, tras un golpe del destino o una fracaso se refugie en lo que sabe hacer como válvula de escape. Esto ocurre cuando se rompe el amor, cuando se ha perdido el tabaco, cuando da miedo un diagnóstico médico, cuando el hogar se convierte en una tortura, cuando se resienten las relaciones sociales... En estas circunstancias el trabajo es una liberación, que lejos de hacernos olvidar el problema lo acentúa, porque nos encierra en nosotros mismos.
Necesitamos un apoyo y la guía de alguien que nos motive e incentive para salir de ese pozo sin fondo y no ahogarnos en el dolor y en la depresión. Un mal muy frecuente en la actualidad.
Pero, la vida no es igual que antes. Cuando se ha experimentado una realidad que llena y lleva a la persona hacia la plenitud y de repente se ha evaporado, no se puede sustituir con añoranzas de antaño, sobre todo cuando se viven de otra manera. Cambiamos, y solemos cambiar para bien cuando actuamos con nobleza.
Nuestra vida
El evangelio, plagado de simbolismos nos adentra sutilmente en el análisis de nuestra vida.
La noche retrata su bajo estado de ánimo, su insomnio. Antes salían a pescar y encontraban los bancos de peces; ahora, no.
El amanecer es el despunte de la esperanza, la iluminación de su vacío interior. Mirándose descubren que no tienen nada, pero ven, sin embargo, un camino. Confesar las propias limitaciones es bueno y sanativo y dar pie hacia una solución vital. Ningún alcohólico, drogadicto, ludópata...se cura si primero no reconoce su mal.
El personaje misterioso que espera siempre en la playa, en el campo, en el mar, en la encrucijada de caminos... es el Señor. Es como un faro, un semáforo que nos recuerda que está ahí para encaminarnos.
La mirada de dos personajes: Pedro mira desde fuera, con su vista cansada y no distingue la faz de Jesús. Juan mira por dentro, desde los ojos del corazón. Tampoco distingue la figura, pero sabe que es el Señor.
El mar es el lugar del trabajo, de las peripecias humanas, de la gente, donde Pedro, primer Papa, toma la iniciativa de dirigir a los demás compañeros.
La pesca es una imagen de la actividad misionera de la Iglesia.
La noche también puede señalar la ausencia del Señor, sin el cual es imposible pescar algo. El sólo esfuerzo humano- algo de lo que hace hincapié el evangelio- no logra nada.
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La parte final del Evangelio hace referencia a la Eucaristía: el pan y los peces.
La Iglesia pospascual que vivimos se llena con la presencia del Señor, que COMPARTE con nosotros. “Lo partió y se lo dio”. Los mismos gestos, las mismas palabras que en la Ultima Cena. Y una correlación con aquel día: “Pedro, me amas más que éstos” (Recordemos la expresión:”Conocerán que sois mis discípulos si os amáis unos a otros como yo os he amado.”)
La Iglesia se dirige desde el amor al Señor, empezando por su cabeza visible, el Papa.
Y amar es servir. Creo que en el escudo del Papa figura la expresión: ”Servus servorum Dei”= Siervo de los siervos de Dios”.
Si se distorsiona esta realidad, bien visible en Juan Pablo II, a quien nadie puede discutir su entrega generosa y valiente por la causa de los más pobres, nos perderíamos en el laberinto de los intereses humanos, contaminados por la política, el poder o la ambición. La Iglesia dejaría entonces de cumplir su cometido y volvería a la negra noche.
El servicio en nombre del Señor y siguiendo su palabra es fuente regeneradora de resurrección y de vida, de amanecer al despertar de la esperanza.
La tristeza de Pedro al ser interrogado por el Señor le hace retroceder a su traición. Ha sido regenerado por el amor de su Maestro y debe mirar hacia el mañana, hacia la oportunidad que le brinda Jesús para dirigir a su Rebaño... Es consciente en definitiva que con sus solas fuerzas será incapaz de dar el testimonio que se le pide. Por eso se abandona con alegría en los “brazos” de quien todo lo sabe. ” ¡Señor, tú sabes que te amo!”.Palabras para inscribirse con letras de molde en el corazón de cada uno.
El amor es el don supremo, el único que puede dar sentido a nuestra existencia, porque nos sumerge en Dios y en su esencia infinita.
Es bueno que leamos de vez en cuando este hermoso pasaje evangélico. Necesitamos, “rumiarlo” por dentro.
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