En Nantes, en la Galia Lugdunense, santos hermanos Donaciano y Rogaciano, mártires, acerca de los cuales se narra que el primero había recibido el bautismo y el otro era todavía catecúmeno, pero en el combate final, besando a su hermano, Donaciano rogó a Dios para que el que aún no había podido ser lavado por el bautismo sagrado mereciese ser enjugado en la corriente de su propia sangre.
En el reinado del emperador Maximiano vivía en Nantes, en la región de Bretaña, un joven llamado Donaciano. Era un fervoroso cristiano que pertenecía a una de las más distinguidas familias galo-romanas. Cuando estalló la persecución, el ejemplo de Donaciano arrastró a su hermano Rogaciano a solicitar el bautismo; pero no pudo recibirlo inmediatamente porque el obispo se hallaba escondido.
El emperador había publicado un decreto por el que se condenaba a muerte a todos los que se negasen a ofrecer sacrificios a Júpiter y Apolo. Cuando el prefecto romano llegó a Nantes, Donaciano tuvo que comparecer ante él, acusado de profesar abiertamente el cristianismo y de haber apartado a su hermano y a otros paganos del culto a los dioses. Donaciano confesó valerosamente la fe y fue encarcelado. Pronto se reunió con él Rogaciano, quien había defendido ardientemente la fe contra todas las amenazas y promesas.
La gran pena de Rogaciano era no haber recibido todavía el bautismo; pero pidió fervorosamente a Dios que el beso de paz que le había dado su hermano, le confiriese la fuerza necesaria para la prueba. Ambos hermanos pasaron la noche en oración y, al día siguiente, comparecieron de nuevo ante el prefecto, a quien manifestaron que estaban dispuestos a soportar, por la fe, todos los tormentos. Por orden del prefecto fueron torturados en el potro, se les perforó la cabeza con una lanza y finalmente fueron decapitados.
En Nantes se venera mucho a estos mártires, a quienes se conoce con el nombre de «les enfants nantais» («los hijos de Nantes»). Una parte de sus presuntas reliquias se conserva en la iglesia dedicada a su nombre.
En el reinado del emperador Maximiano vivía en Nantes, en la región de Bretaña, un joven llamado Donaciano. Era un fervoroso cristiano que pertenecía a una de las más distinguidas familias galo-romanas. Cuando estalló la persecución, el ejemplo de Donaciano arrastró a su hermano Rogaciano a solicitar el bautismo; pero no pudo recibirlo inmediatamente porque el obispo se hallaba escondido.
El emperador había publicado un decreto por el que se condenaba a muerte a todos los que se negasen a ofrecer sacrificios a Júpiter y Apolo. Cuando el prefecto romano llegó a Nantes, Donaciano tuvo que comparecer ante él, acusado de profesar abiertamente el cristianismo y de haber apartado a su hermano y a otros paganos del culto a los dioses. Donaciano confesó valerosamente la fe y fue encarcelado. Pronto se reunió con él Rogaciano, quien había defendido ardientemente la fe contra todas las amenazas y promesas.
La gran pena de Rogaciano era no haber recibido todavía el bautismo; pero pidió fervorosamente a Dios que el beso de paz que le había dado su hermano, le confiriese la fuerza necesaria para la prueba. Ambos hermanos pasaron la noche en oración y, al día siguiente, comparecieron de nuevo ante el prefecto, a quien manifestaron que estaban dispuestos a soportar, por la fe, todos los tormentos. Por orden del prefecto fueron torturados en el potro, se les perforó la cabeza con una lanza y finalmente fueron decapitados.
En Nantes se venera mucho a estos mártires, a quienes se conoce con el nombre de «les enfants nantais» («los hijos de Nantes»). Una parte de sus presuntas reliquias se conserva en la iglesia dedicada a su nombre.
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