En París, en Francia, santa Luisa de Marillac, viuda, que con el ejemplo formó el Instituto de Hermanas de la Caridad para ayuda de los necesitados, completando así la obra delineada por san Vicente de Paúl.
Nació en Paris y era hija de una familia noble. Fue hija natural, lo que hizo que la despreciaran su familia los Marillac. Huérfana de madre muy pronto, uno de los Marillac, Luis, marqués de Farinvilliers, viudo, la acogió y la ingresaron, con dos meses, en el convento de las dominicas de Poissy, que le proporcionaron una formación extraordinaria en todas las ramas del saber. A los 13 años, murió su protector, que la dejó sin herencia, con lo cual, con lo que tenía ahorrado, se marchó a París a una pensión sin mucha categoría, pagando parte de los gastos de la casa. Allí estuvo 8 años, dedicándose a estudiar y a completar su formación. A los 21 años quiso entrar en un convento de capuchinas, pero el provincial la rechazó por influencia de su familia que querían que se casara con el secretario de la reina María de Médicis. La llevaron al palacio de Valence de Marillac, y, a instancias de sus parientes, se casó con el señor Antonio Le Gras del que tuvo un hijo, Miguel, que le dio muchos problemas, pero al que no olvidó nunca, e incluso en su lecho de muerte, una de las últimas acciones de Luisa fue darle su bendición a él, su esposa y a su nieto. Amó a su marido, pero esto no significó que no tuviera problemas en su matrimonio y que incluso llegó a pensar en pedir la separación, pero animada por su confesor, llevó su matrimonio hasta que su marido murió en 1625. La enfermedad de su marido le llevó a creer que era un castigo del cielo por haber aceptado un matrimonio que no era su vocación.
Conoció a San Francisco de Sales, que le aconsejó que tuviera como director espiritual a Juan Pedro Camus, obispo de Belley. En su proceso de beatificación se lee: "Fue un dechado de esposa cristiana. Con su bondad y dulzura logró ablandar a su marido, que era de carácter poco llevadero, dando el ejemplo de un matrimonio ideal en que todo era común, hasta la oración". En el siglo XVI, Francia estuvo enredada en guerras de religión. Pero en el XVII, surgió con fuerza una pléyade de santos, que realizaron una gran tarea: Francisco de Sales, santa Juana Francisca de Chantal, san Vicente de Paúl, Luisa de Marillac....
Luisa, viuda, y empobrecida, comenzó a tener un complejo de culpabilidad por no haber seguido su vocación religiosa. Un año antes de morir su marido, conoció a san Vicente de Paúl. Cuando encontró a san Vicente, tuvo la visión de que la mujer podía desarrollarse en el campo apostólico y tuvo una gran devoción al Espíritu Santo que marcó su espiritualidad. Vicente había empezado ya sus ingentes obras de misericordia, como las "Caridades", asociaciones al servicio de los pobres. En 1627 su hijo Miguel ingresó en el seminario y ella quedó en libertad para colaborar con san Vicente. Luisa recorrió los pueblos, animando las cofradías de caridad, visitando los enfermos y... todo quedaba renovado. Hacían falta más brazos para atender a tantas necesidades. La miseria imperaba en ciertas regiones, donde, según informe al Parlamento "los aldeanos se ven obligados a pacer la hierba a manera de las bestias".
La obra de Vicente y Luisa se extendió y fundaron, en el 1634, las Hijas de la Caridad de san Vicente de Paúl "La caridad de Cristo nos apremia" era su lema. Desde entonces, la obra se extendió por Flandes, Polonia y luego por todo el mundo. Atienden a los locos, los pobres, los enfermos. Contrariamente a lo que ha ocurrido a otras comunidades, también nacidas para atender a los pobres, las Hijas de la Caridad han permanecido fieles a su carisma. No tienen votos y no se consideraban religiosas claustrales, como era lo normal en la época. San Vicente les decía: "Si el obispo de París, os pregunta si sois religiosas, respondedle: no, gracias a Dios". El trabajo de Luisa fue agotador. Además su hijo había abandonado el estado eclesiástico y se había casado. Murió en plena actividad y poco tiempo después la siguió san Vicente que le había enviado este recado: "Usted va delante, pronto la volveré a ver en el cielo". Se retrasó mucho su beatificación primero por ser hija bastarda, y segundo por el amor que tuvo a su hijo y a su director espiritual, que si bien no fueron deshonestos, no se entendían en la mentalidad de la época; sus milagros probarían lo contrario. Sus restos reposan en París. Fue canonizada el 11 de marzo de 1934 por Pío XI. Patrona de las personas que se entregan a la acción social.
Nació en Paris y era hija de una familia noble. Fue hija natural, lo que hizo que la despreciaran su familia los Marillac. Huérfana de madre muy pronto, uno de los Marillac, Luis, marqués de Farinvilliers, viudo, la acogió y la ingresaron, con dos meses, en el convento de las dominicas de Poissy, que le proporcionaron una formación extraordinaria en todas las ramas del saber. A los 13 años, murió su protector, que la dejó sin herencia, con lo cual, con lo que tenía ahorrado, se marchó a París a una pensión sin mucha categoría, pagando parte de los gastos de la casa. Allí estuvo 8 años, dedicándose a estudiar y a completar su formación. A los 21 años quiso entrar en un convento de capuchinas, pero el provincial la rechazó por influencia de su familia que querían que se casara con el secretario de la reina María de Médicis. La llevaron al palacio de Valence de Marillac, y, a instancias de sus parientes, se casó con el señor Antonio Le Gras del que tuvo un hijo, Miguel, que le dio muchos problemas, pero al que no olvidó nunca, e incluso en su lecho de muerte, una de las últimas acciones de Luisa fue darle su bendición a él, su esposa y a su nieto. Amó a su marido, pero esto no significó que no tuviera problemas en su matrimonio y que incluso llegó a pensar en pedir la separación, pero animada por su confesor, llevó su matrimonio hasta que su marido murió en 1625. La enfermedad de su marido le llevó a creer que era un castigo del cielo por haber aceptado un matrimonio que no era su vocación.
Conoció a San Francisco de Sales, que le aconsejó que tuviera como director espiritual a Juan Pedro Camus, obispo de Belley. En su proceso de beatificación se lee: "Fue un dechado de esposa cristiana. Con su bondad y dulzura logró ablandar a su marido, que era de carácter poco llevadero, dando el ejemplo de un matrimonio ideal en que todo era común, hasta la oración". En el siglo XVI, Francia estuvo enredada en guerras de religión. Pero en el XVII, surgió con fuerza una pléyade de santos, que realizaron una gran tarea: Francisco de Sales, santa Juana Francisca de Chantal, san Vicente de Paúl, Luisa de Marillac....
Luisa, viuda, y empobrecida, comenzó a tener un complejo de culpabilidad por no haber seguido su vocación religiosa. Un año antes de morir su marido, conoció a san Vicente de Paúl. Cuando encontró a san Vicente, tuvo la visión de que la mujer podía desarrollarse en el campo apostólico y tuvo una gran devoción al Espíritu Santo que marcó su espiritualidad. Vicente había empezado ya sus ingentes obras de misericordia, como las "Caridades", asociaciones al servicio de los pobres. En 1627 su hijo Miguel ingresó en el seminario y ella quedó en libertad para colaborar con san Vicente. Luisa recorrió los pueblos, animando las cofradías de caridad, visitando los enfermos y... todo quedaba renovado. Hacían falta más brazos para atender a tantas necesidades. La miseria imperaba en ciertas regiones, donde, según informe al Parlamento "los aldeanos se ven obligados a pacer la hierba a manera de las bestias".
La obra de Vicente y Luisa se extendió y fundaron, en el 1634, las Hijas de la Caridad de san Vicente de Paúl "La caridad de Cristo nos apremia" era su lema. Desde entonces, la obra se extendió por Flandes, Polonia y luego por todo el mundo. Atienden a los locos, los pobres, los enfermos. Contrariamente a lo que ha ocurrido a otras comunidades, también nacidas para atender a los pobres, las Hijas de la Caridad han permanecido fieles a su carisma. No tienen votos y no se consideraban religiosas claustrales, como era lo normal en la época. San Vicente les decía: "Si el obispo de París, os pregunta si sois religiosas, respondedle: no, gracias a Dios". El trabajo de Luisa fue agotador. Además su hijo había abandonado el estado eclesiástico y se había casado. Murió en plena actividad y poco tiempo después la siguió san Vicente que le había enviado este recado: "Usted va delante, pronto la volveré a ver en el cielo". Se retrasó mucho su beatificación primero por ser hija bastarda, y segundo por el amor que tuvo a su hijo y a su director espiritual, que si bien no fueron deshonestos, no se entendían en la mentalidad de la época; sus milagros probarían lo contrario. Sus restos reposan en París. Fue canonizada el 11 de marzo de 1934 por Pío XI. Patrona de las personas que se entregan a la acción social.
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