sábado, 9 de enero de 2021

Beatos Francisco Yi Bo-hyeon y Martín In Eon-min

Francisco Yi Bo-hyeon nació en Hwangmosil, (en la provincia del Chungcheong del Sur, en Corea del Sur) en el seno de una familia humilde. En su adolescencia era un  chico rebelde y testarudo. Con 20 años, recibió instrucción cristiana de su vecino, el beato Tomás Hwang Sim, y que luego se convertiría en su cuñado. Coherente con su nueva fe, Francisco, decidió corregir su mal carácter y comportamiento. 

Para poder moverse más libremente, se trasladó con Tomás a Yeongsan. En 1795, dio hospitalidad al primer misionero coreano, el beato padre Jacobo Zhou Wen-mo, que le impartió los sacramentos de la iniciación cristiana. Poco a poco, Francisco, fue comprendiendo mejor las enseñanzas del cristianismo y... maduraba en la fe. A veces se alejaba por los montes a orar solo y realizar penitencias por sus pecados.

En 1797, durante la persecución Jeongsa, numerosos católicos fueron arrestados. Francisco, no tuvo miedo y animaba a sus familiares y a otros creyentes a permanecer fieles a Cristo. Diariamente les recordaba la Pasión del Señor y los invitaba a profesar con coraje la fe y a no perder la oportunidad de alcanzar el Cielo. 

A los dos años de la persecución, tuvo un presentimiento. Invitó a todos sus convecinos y les ofreció comida y vino, diciéndoles: “Este es mi último banquete”. En efecto, dos días después, fue arrestado por la policia. El juez de Yeongsan, intentó que le revelase dónde se encontraban los otros fieles, así como que le entregara los libros sagrados. Francisco se negó y por ello fue golpeado y encerrado en la cárcel.

Posteriormente por orden del gobernador de Chungcheong, fue trasladado por el jefe de la región de  Haemi, a Cheongju. Allí fue torturado sin éxito. Nuestro beato respondía en los interrogatorios: “El origen de los seres humanos es el Señor que los ha creado desde el principio del mundo, Con lo cual, para mi, me es imposible no venerarlo”. Durante medio día, fue cruelmente torturado, pero no vaciló. En la cárcel oraba en paz y animaba a los otros presos católicos, junto al padre de familia el beato Martín In Eon-min.

Mientras tanto, el jefe de Haemi, consultó con el gobernador, sobre qué debía hacer con Francisco. El gobernador dio la orden de condenarlo a muerte si no confesaba todo, por lo que fue nuevamente torturado. Finalmente el comandante la presentó la sentencia de muerte y él la firmó serenamente. A la mañana siguiente, fue conducido en la plaza del mercado donde fue azotado cruelmente, pero como no muriese, lo tiraron al suelo y allí lo golpearon hasta que no rindió su alma. Tenía 27 años. Algunos días después, algunos fieles, recuperaron su cadáver. Parece que algunos paganos que fueron testigos de su muerte, se convirtieron.

Martín In Eon-min nació, en 1737 en Jurae, (provincia del Chungcheong del Sur, en Corea del Sur), en el seno de una familia de la nobleza. Aunque tenía un fuerte carácter, era una persona gentil. Desde su adolescencia estudió con empeño y adquirió un vasto conocimiento. Un día escuchó a uno de sus mejores amigos, Alejo Hwang Sa-yeong, de la religión católica y terminó aprendiendo sus verdades de él. Marchó a Seúl y allí fue bautizado por el beato Jacobo Zhou Wen-mo y logró la conversión de sus hijos.

Para poder vivir más libremente su fe, renunció a su casa y a sus posesiones y se trasladó a Gongju. A sus parientes, que despreciban su noble carácter, les explicó las razones de su decisión e intentó convertirlos, pero no fue escuchado. 

Cuando en el 1797, alcanzó su grado más virulento, la persecución Jeongsa, ésta se acentuó en la zona de Gongju,  y por ello Martín fue arrestado y confesó, sin dudas, su condición de católico y su deseo de dar su vida por Cristo. Trasladado a Cheongju, fue torturado de tal forma que, cuando el gobernador ordenó enviarlo a Haemi, tuvo que hacer el trayecto montado a caballo, cuando sólo podían montar en estas cabalgaduras, los oficiales públicos. 

En la prisión de Haemi, se encontró al joven cristiano, el beato Francisco Yi Bo-hyeon. Oraban juntos y se animaban mutuamente. Esto llevó al magistrado local a condenarlos a muerte por medio de distintas palizas. Según los usos del país, a Martín le dieron su última comida y después lo sacaron de prisión para matarlo a golpes. Uno de los guardias, con una gran piedra, le golpeó sin piedad en el tórax y le provocó diversas fracturas. Se cuenta, que mientras recibía los últimos golpes, repetía: “Ofrezco libremente y felizmente mi vida al Señor”. Tenía 63 años. Murió el mismo día que su compañero de prisión Francisco Yi Bo-hyeon, aunque ejecutados en lugares distintos. El papa Francisco los beatificó en Corea, en el grupo capitaneado por Pablo Yun Ji-chung el 16 de agosto de 2014, durante su primer viaje apostólico a Corea del Sur.

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