lunes, 18 de enero de 2021

Beata Cristina Ciccarelli

En la ciudad de L’Aquila, en el Abruzo (hoy Italia), beata Cristina (Matías) Ciccarelli, virgen, de la Orden de San Agustín.

Mattia Ciccarelli nació en Colle di Lucoli, provincia de L'Aquila (Italia). Fue la última de seis hermanos. Ya desde la más temprana edad se distinguió por las virtudes de la obediencia, la humildad y la modestia. Su amor por la oración la llevaba a retirarse en el rincón más escondido de la casa y postrarse devotamente ante una imagen de la Virgen de la Piedad. A las oraciones unió constantemente mortificaciones y rigurosos ayunos, flagelando su cuerpo para borrar de él todo signo de belleza e impedir así ser admirada. A los once años conoció al franciscano beato Vicente de L'Aquila, que sería su director espiritual y al que confió su íntimo deseo de consagrarse por completo a Dios abrazando la vida religiosa. En junio de 1505 entró en el monasterio de Santa Lucía de las Agustinas observantes en L'Aquila, donde tomó el velo y cambió su nombre por el de Cristina.

La gran piedad, la sumisión más completa y la absoluta humildad de que dio cotidianamente claras pruebas, le alcanzaron en breve la veneración de todas las hermanas de hábito que no tardaron en elegirla abadesa, cargo para el que, muy a pesar suyo, fue reelegida repetidas veces. Su vida fue vivir la pobreza en su totalidad; se cuenta que solamente tenía mucho cariño a un objeto personal y devoto, y era una imagen de San Marcos, cuando se dio cuenta que aquello podía ser un apego lo separó de sí. Un día un pintor regaló a nuestra santa un cuadro idéntico, sin saber de su renuncia. 

Conocida por su santidad, por sus visiones y los milagros realizados, Cristina fue visitada continuamente por una gran muchedumbre de personas, desde las más modestas a las más distinguidas. Entre los diversos éxtasis con que Dios quiso favorecerla, dos resultan verdaderamente admirables: el tenido en una solemnidad de la fiesta del Corpus, cuando se la encontró levantada sobre tierra más de cinco palmos, mientras sobre su pecho resplandecía la hostia santa dentro de un ostensorio de oro (expresión con la que suele representarse a la beata), y el acaecido en un viernes y sábado santos, en los que, según su propia confesión, llegó a sentir en su carne gran parte de los dolores de la Pasión del Señor.

Todo en ella fue silencio y modestia. De salud precaria y afligida por distintas enfermedades, Cristina murió. Suprimido el monasterio de agustinas de Santa Lucía el 12 de octubre de 1908, los restos mortales de la beata fueron trasladados al monasterio de San Amico. El culto que se le tributaba desde tiempo inmemorial, fue confirmado en 1841 por Gregorio XVI.

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