lunes, 14 de diciembre de 2020

Beato Buenaventura Bonaccorsi

En Orvieto, de la Toscana, beato Buenaventura Bonaccorsi, presbítero de la Orden de los Siervos de María, el cual, conmovido por la predicación de san Felipe Benizi, le ayudó a pacificar las facciones en las ciudades de Italia.

Natural de Pistoya; en 1276, san Felipe Benizzi fue a Pistoya a presidir el Capítulo general de los servitas y aprovechó la oportunidad para predicar al pueblo, que estaba muy dividido. Entre sus oyentes había un hombre de unos treinta y seis años, perteneciente a la noble familia Buonaccorsi, que era el jefe de los gibelinos y, en materia de piedad, era un caso desesperado. El hombre, que se llamaba Buenaventura, quedó tan conmovido de la exhortación que hizo el santo por la paz y concordia, que fue a verle y se acusó de ser uno de los principales causantes del desorden, la miseria y la injusticia que reinaban. Su arrepentimiento era tan profundo, que pidió la admisión en la Orden de los servitas. San Felipe, que naturalmente desconfiaba un poco de aquella conversión tan súbita, le probó imponiéndole una penitencia pública. En efecto, Buenaventura debía reparar todos sus excesos y pedir perdón personalmente a todos aquéllos a quienes había hecho daño. Buenaventura se sometió de buen grado a aquella penitencia y la ejecutó puntualmente. Entonces, san Felipe le llevó consigo a Monte Senario para que hiciese el noviciado en la casa madre de la Orden. Buenaventura perseveró en su buen propósito. Después de su profesión, fue el compañero de viajes de san Felipe y recibió la ordenación sacerdotal; el pueblo le llamaba "el Beato" ya durante su vida. Acompañó a san Felipe en varias misiones en Lyon, Roma, Florencia. 

En 1282, el beato Buenaventura fue nombrado superior de Orvieto. Cuando murió san Felipe, el sucesor de éste, que fue el P. Lottaringo, le llamó a su lado. Más tarde, el beato fue nombrado predicador apostólico para que misionase en toda Italia y lo hizo con gran fruto de las almas. En 1303, fue elegido por segunda vez superior de Montepulciano y ayudó a santa Inés a fundar una comunidad de religiosas de Santo Domingo, de las que fue director espiritual. De ahí pasó a Pistoya, su ciudad natal, que estaba desgarrada por la guerra civil y amenazada por los florentinos. Buenaventura hizo cuanto pudo por renovar en el pueblo la conciencia de sus responsabilidades cristianas, sobre todo, mediante la creación de cofradías y la difusión de la Tercera orden de los servitas, y predicó incansablemente la paz y la unión.  Fue un hombre de oración y penitencia, y obró muchos milagros.  

Durante los años siguientes, acompañó constantemente al prior general, quien, junto con el legado pontificio, que era el cardenal Latino, trató de restablecer la paz en Bolonia, Florencia y otras ciudades en las que reinaba la división. Naturalmente, las gentes quedaban muy impresionadas cuando veían al antiguo gibelino en hábito de mendicante, predicando el amor fraternal. Murió en Orvieto, y fue sepultado en la capilla de Nuestra Señora de los Dolores de la iglesia de los servitas. Así le mostró el pueblo la veneración que le profesaba. Su culto fue confirmado en 1822 por el papa Pío VIII.

 

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