En Villefranche, en la región de Rodez, en Francia, santa María Guillerma Emilia de Rodat, virgen, fundadora de la Congregación de las Hermanas de la Sagrada Familia, dedicadas a la educación de niñas y a ayuda para los necesitados.
Nació en Chateau Druelles (Rodez). Los rasgos de su autobiografía no revelan nada extraordinario en el desarrollo de su ser excepto que fue una niña caprichosa y con un carácter fuerte, pero sí ponen de manifiesto su fina sensibilidad, su rico mundo interior, su cercanía a la gente, su inclinación al bien y a los más pobres. En su juventud le gustaban las fiestas y los bailes, hasta que un día en una confesión nos dice: “Fui iluminada sobre mi tibieza y pase de la muerte a la vida sin lucha alguna... Dios tocó mi corazón y lo volvió por entero hacia Él”.
Comenzó desde muy joven su relación con Dios: "comencé a amar a Dios con todo mi corazón aunque casi no lo conocía todavía". Determinadas circunstancias familiares llevaron a Emilia a dedicarse a la educación de la juventud en un pequeño centro de Villefranche. Quiso entregarse a la educación de las niñas más pobres, pero esperó que Dios le manifestase su voluntad: "Visitaba a los pobres de la ciudad esperando que Dios me diese a conocer lo que pedía de mí". Su director espiritual, el padre Marty le pidió que ingresase en la Congregación de Religiosas de Nevers, y allí su gozo se transformó en aridez espiritual y los escrúpulos de conciencia llegaron a atormentarla de tal modo, que hicieron aconsejable su regreso. Hizo voto religioso privado. Ingresó en las Damas de la Adoración perpetua de Picpus y, por fin, en Moissac, con las Hermanas de la Misericordia; pero se sintió llamada a consagrarse a la educación de las jóvenes, por la que ninguna de estas experiencias le satisfizo.
En el 1816 fundó, bajo la dirección de monseñor Marty, un nuevo Instituto de enseñanza que dio origen a la Congregación de las Hermanas de la Sagrada Familia de Villefranche, dedicado a la educación de los pobres, pero poco a poco la Congregación fue ampliando su actividad, mas bajo la presión de las circunstancias que por el deseo de la fundadora: visita a los enfermos, dirección de dispensarios, atención a los encarcelados, refugiados y niños huérfanos. Para salvaguardar los momentos de oración, las religiosas vivieron una intensa clausura en silencio y llevaron una intensa vida de oración. Las obras no sufrieron por ello. En 1834 se añadió una nueva rama, la de las Hermanas de las Escuelas, que no estaban sujetas al voto de clausura.
Tuvo la oposición del clero, las religiosas de la casa de Saint-Cyr, donde se alojaba, e incluso de su familia que le negó toda ayuda. Antes de su muerte confió a sus hermanas: “Mi fe estaba como destruida. En cuanto a la esperanza, todo me parecía probar que estaba perdida y abandonada de Dios. Respecto a la caridad, Dios se me presentaba como mi enemigo”. Vivió esta “noche oscura” durante 32 años, desde 1820 hasta poco antes de su muerte, en un estado de terrible sufrimiento interior que no le impidió llevar con entereza el peso de la Congregación y mantenerse atenta y solícita con cada una de sus hermanas. Tuvo que soportar también la desconfianza del padre Marty que llegó a dudar de su franqueza. Desde siempre padeció zumbido en los oídos, pólipos en la nariz y cáncer de ojo, y todas estas dolencias las soportó con paciencia. Cerca del final de su vida, dejó la administración de sus conventos a su sucesora, diciendo que ya no le quedaba otra cosa que hacer sino sufrir. Fue canonizada por SS Pío XII el 23 de abril de 1950.
Nació en Chateau Druelles (Rodez). Los rasgos de su autobiografía no revelan nada extraordinario en el desarrollo de su ser excepto que fue una niña caprichosa y con un carácter fuerte, pero sí ponen de manifiesto su fina sensibilidad, su rico mundo interior, su cercanía a la gente, su inclinación al bien y a los más pobres. En su juventud le gustaban las fiestas y los bailes, hasta que un día en una confesión nos dice: “Fui iluminada sobre mi tibieza y pase de la muerte a la vida sin lucha alguna... Dios tocó mi corazón y lo volvió por entero hacia Él”.
Comenzó desde muy joven su relación con Dios: "comencé a amar a Dios con todo mi corazón aunque casi no lo conocía todavía". Determinadas circunstancias familiares llevaron a Emilia a dedicarse a la educación de la juventud en un pequeño centro de Villefranche. Quiso entregarse a la educación de las niñas más pobres, pero esperó que Dios le manifestase su voluntad: "Visitaba a los pobres de la ciudad esperando que Dios me diese a conocer lo que pedía de mí". Su director espiritual, el padre Marty le pidió que ingresase en la Congregación de Religiosas de Nevers, y allí su gozo se transformó en aridez espiritual y los escrúpulos de conciencia llegaron a atormentarla de tal modo, que hicieron aconsejable su regreso. Hizo voto religioso privado. Ingresó en las Damas de la Adoración perpetua de Picpus y, por fin, en Moissac, con las Hermanas de la Misericordia; pero se sintió llamada a consagrarse a la educación de las jóvenes, por la que ninguna de estas experiencias le satisfizo.
En el 1816 fundó, bajo la dirección de monseñor Marty, un nuevo Instituto de enseñanza que dio origen a la Congregación de las Hermanas de la Sagrada Familia de Villefranche, dedicado a la educación de los pobres, pero poco a poco la Congregación fue ampliando su actividad, mas bajo la presión de las circunstancias que por el deseo de la fundadora: visita a los enfermos, dirección de dispensarios, atención a los encarcelados, refugiados y niños huérfanos. Para salvaguardar los momentos de oración, las religiosas vivieron una intensa clausura en silencio y llevaron una intensa vida de oración. Las obras no sufrieron por ello. En 1834 se añadió una nueva rama, la de las Hermanas de las Escuelas, que no estaban sujetas al voto de clausura.
Tuvo la oposición del clero, las religiosas de la casa de Saint-Cyr, donde se alojaba, e incluso de su familia que le negó toda ayuda. Antes de su muerte confió a sus hermanas: “Mi fe estaba como destruida. En cuanto a la esperanza, todo me parecía probar que estaba perdida y abandonada de Dios. Respecto a la caridad, Dios se me presentaba como mi enemigo”. Vivió esta “noche oscura” durante 32 años, desde 1820 hasta poco antes de su muerte, en un estado de terrible sufrimiento interior que no le impidió llevar con entereza el peso de la Congregación y mantenerse atenta y solícita con cada una de sus hermanas. Tuvo que soportar también la desconfianza del padre Marty que llegó a dudar de su franqueza. Desde siempre padeció zumbido en los oídos, pólipos en la nariz y cáncer de ojo, y todas estas dolencias las soportó con paciencia. Cerca del final de su vida, dejó la administración de sus conventos a su sucesora, diciendo que ya no le quedaba otra cosa que hacer sino sufrir. Fue canonizada por SS Pío XII el 23 de abril de 1950.
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