lunes, 17 de agosto de 2020

Santa Juana Delanoue (Juana de la cruz)


En Saumur, cerca de Angers, en Francia, santa Juana Delanoue, virgen, que, apoyada totalmente en la ayuda de la divina Providencia, acogió primeramente en su casa a huérfanas, ancianas y mujeres enfermas y de mala vida. Posteriormente, puso con sus compañeras los cimientos del Instituto de Hermanas de Santa Ana de la Divina Providencia.

Juana Delanoue nació en Saumur, era la menor de las 12 hijas de un pequeño comerciante que tenía su negocio cerca del santuario de Nuestra Señora de Ardilliers. Después de una pía infancia, al morir su padre continuó con su actividad y descuidó el aspecto religioso, de tal modo que al heredar la tienda de sus padres, su primer objetivo era ganar dinero sin importarle para nada las necesidades del prójimo. La presencia de una pobre viuda visionaria en su tienda lle hizo plantearse su vida y cambió algunos aspectos de su avaricia, pero por una visión en el santuario mariano volvió al recto camino, tenía 27 años; comenzó a servir a las mujeres pobres, ancianas, prostitutas y a los enfermos, para ellas abrió una casa. 

Pasó por Saumur san Luis María Grignion de Montfort, y la santa decidió consultar con él su vocación y su obra. San Luis la reprendió al principio, diciéndole que el orgullo la había llevado a la exageración en la mortificación. Sin embargo, acabó por decirle, en presencia de las otras religiosas: «Proseguid por el mismo camino. El Espíritu del Señor os guía por el camino de la penitencia. Escuchad su voz y no temáis».

Para su asistencia fundó la Congregación de Santa Ana de la Providencia (hoy conocidas como las Hermanas de Juana Delanoue), tomando el nombre de Juana de la Cruz. Su tenacidad y fe en la Providencia, la llevaron a fundar el primer hospicio de Saumur en 1715. Los siguientes diez años fueron un período de altibajos, de consuelos y pruebas. El obispo de Angers, Mons. Poncet de la Riviére, aprobó las reglas de la nueva congregación. La santa, al hacer los primeros votos, tomó el nombre de Juana de la Cruz. Pero los padres del oratorio, que procedían como señores feudales, dieron a la santa no pocos dolores de cabeza, ya que pretendían apoderarse de la dirección de las religiosas y de la obra. Embebidos en el espíritu jansenista, los oratorianos veían con malos ojos que el P. Geneteau (director espiritual de la santa desde el principio de su conversión) hubiese autorizado a Juana y a su comunidad a comulgar diariamente.

Ganó notoriedad por su capacidad intercesora para obtener curaciones milagrosas, mientras ellas y sus compañeras fundaban orfanatos y hospicios por toda Francia. Su caridad desbordó todos los límites. Sin embargo, Dios permitió que ella sufriese de atroces dolores de muelas y de oídos y de un extraño mal de las manos y los pies, cuyo origen, sin duda, no era puramente físico. Finalmente, en septiembre de 1735, fue presa de una violenta fiebre, a la que siguieron cuatro meses de grandes sufrimientos espirituales. Dios quiso que recobrase la paz del alma, pero no la salud del cuerpo. La madre Juana murió apaciblemente en Saumur después de haber vivido la virtud heroica. “La santa ha muerto” fue el unánime comentario en todo Saumur y su entorno. Y la Iglesia proclamó ante el mundo entero la santidad de Juana Delanoue con su beatificación en 1947, y su canonización por SS Juan Pablo II en 1982.

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