En Nápoles, en la Campania, santa Juana Antida Thouret, virgen, donde en tiempo de la Revolución Francesa siguió con algunas compañeras la vida religiosa interrumpida, y en Besançon dio comienzo a una nueva sociedad de Hermanas de la Caridad, dedicadas a asegurar la formación civil y cristiana de la juventud, la atención a los niños abandonados, a los pobres y a los enfermos, hasta que murió en el destierro, aquejada de grandes tribulaciones.
Nació en Sancey-le-Grand en la diócesis de Besançon. Pertenecía a una familia de pobres campesinos. Había trabajado de pastora y no gozaba de buena salud. Pronto se quedó huérfana de madre, y tuvo, desde muy joven, que asumir responsabilidades en su familia teniendo en cuenta que eran 15 de familia.
Desde muy joven sintió vocación religiosa para dedicarse a los más pobres, pero encontró serias dificultades para su realización. Una de ellas fue una tentación a la que la quiso arrastrar una criada sin escrúpulos, a la cual Juana resistió valerosamente. Desde ese momento hizo voto de celibato en secreto. Fue catequista de su pueblo con un grupo de muchachas. Su familia no quería que se marchara a la vida religiosa, ya que ella era el alma de la familia, pero a pesar de todo Juana defendió su vocación con valentía.
Ingresó en la Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl en 1787 en París, y como religiosa se sentía incapaz de hacer algo interesante, pero lo era por la enorme humildad que desarrolló. Durante la revolución francesa la Congregación fue disgregada, y ella regresó a su pueblo, donde a pesar de las grandes dificultades, curó a los enfermos, abrió una escuela gratuita para niños y ayudó a ejercer su ministerio a los sacerdotes no juramentados que actuaban de forma clandestina.
En 1795, decidió entrar en la comunidad del Retiro cristiano, fundada por el venerable Antonio Receveur. Era una comunidad de “solitarios” que buscaban, fuera de Francia, la posibilidad de una vida religiosa austera e intensamente entregada a la oración. Juana permaneció dos años en ella, viajando por Suiza, Baviera y Austria como enfermera, pero comprendió que esta no era su vocación y se marchó.
En 1797, en Landeron, Suiza, se encontró con dos sacerdotes no juramentados de su tierra, Francisco Bacoffe y Carlos Chaffoy, quienes le aconsejaron que volviera a su patria y retomase su misión de servicio. En 1799 abrió escuelas para niñas y un comedor para los pobres. Con una regla parecida a la de las hijas de la Caridad, fundó una nueva congregación que las llamó "Instituto de las Hermanas de la Caridad" que tuvieron un gran éxito; aunque no faltaron las dificultades ya que Bacoffe reclamó el papel de superior general, y además les prohibió relacionarse con el obispo de Besançon porque había sido juramentado, a pesar de que después había sido confirmado por el papa Pío VII, por lo cual era su legítimo pastor.
En 1810, marcharon también al reino de Nápoles llamadas por la madre del emperador. Juana aprovechó para pedir la aprobación pontificia de la Congregación. Pero el nuevo obispo de Besançon, que era galicano, rechazó las nuevas constituciones y prohibieron a las Hermanas recibir a Juana, que había regresado a Francia después de pasar 8 años en Italia, a recomponer la división de su Instituto. Pero el Instituto siguió, aunque dividido en dos ramas. Juana volvió a Nápoles donde vivió los tres últimos años de su vida con el gran dolor de la división. Murió en Nápoles. En 1954 las dos ramas del Instituto se unieron. Fue canonizada en 1934 por SS Pío XI.
Nació en Sancey-le-Grand en la diócesis de Besançon. Pertenecía a una familia de pobres campesinos. Había trabajado de pastora y no gozaba de buena salud. Pronto se quedó huérfana de madre, y tuvo, desde muy joven, que asumir responsabilidades en su familia teniendo en cuenta que eran 15 de familia.
Desde muy joven sintió vocación religiosa para dedicarse a los más pobres, pero encontró serias dificultades para su realización. Una de ellas fue una tentación a la que la quiso arrastrar una criada sin escrúpulos, a la cual Juana resistió valerosamente. Desde ese momento hizo voto de celibato en secreto. Fue catequista de su pueblo con un grupo de muchachas. Su familia no quería que se marchara a la vida religiosa, ya que ella era el alma de la familia, pero a pesar de todo Juana defendió su vocación con valentía.
Ingresó en la Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl en 1787 en París, y como religiosa se sentía incapaz de hacer algo interesante, pero lo era por la enorme humildad que desarrolló. Durante la revolución francesa la Congregación fue disgregada, y ella regresó a su pueblo, donde a pesar de las grandes dificultades, curó a los enfermos, abrió una escuela gratuita para niños y ayudó a ejercer su ministerio a los sacerdotes no juramentados que actuaban de forma clandestina.
En 1795, decidió entrar en la comunidad del Retiro cristiano, fundada por el venerable Antonio Receveur. Era una comunidad de “solitarios” que buscaban, fuera de Francia, la posibilidad de una vida religiosa austera e intensamente entregada a la oración. Juana permaneció dos años en ella, viajando por Suiza, Baviera y Austria como enfermera, pero comprendió que esta no era su vocación y se marchó.
En 1797, en Landeron, Suiza, se encontró con dos sacerdotes no juramentados de su tierra, Francisco Bacoffe y Carlos Chaffoy, quienes le aconsejaron que volviera a su patria y retomase su misión de servicio. En 1799 abrió escuelas para niñas y un comedor para los pobres. Con una regla parecida a la de las hijas de la Caridad, fundó una nueva congregación que las llamó "Instituto de las Hermanas de la Caridad" que tuvieron un gran éxito; aunque no faltaron las dificultades ya que Bacoffe reclamó el papel de superior general, y además les prohibió relacionarse con el obispo de Besançon porque había sido juramentado, a pesar de que después había sido confirmado por el papa Pío VII, por lo cual era su legítimo pastor.
En 1810, marcharon también al reino de Nápoles llamadas por la madre del emperador. Juana aprovechó para pedir la aprobación pontificia de la Congregación. Pero el nuevo obispo de Besançon, que era galicano, rechazó las nuevas constituciones y prohibieron a las Hermanas recibir a Juana, que había regresado a Francia después de pasar 8 años en Italia, a recomponer la división de su Instituto. Pero el Instituto siguió, aunque dividido en dos ramas. Juana volvió a Nápoles donde vivió los tres últimos años de su vida con el gran dolor de la división. Murió en Nápoles. En 1954 las dos ramas del Instituto se unieron. Fue canonizada en 1934 por SS Pío XI.
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