viernes, 28 de agosto de 2020

San Agustín de Hipona (Doctor de la Iglesia)


Memoria de san Agustín, obispo y doctor eximio de la Iglesia, el cual, después de una adolescencia inquieta por cuestiones doctrinales y libres costumbres, se convirtió a la fe católica y fue bautizado por san Ambrosio de Milán. Vuelto a su patria, llevó con algunos amigos una vida ascética y entregada al estudio de las Sagradas Escrituras. Elegido después obispo de Hipona, en África, siendo modelo de su grey, la instruyó con abundantes sermones y escritos, con los que también combatió valientemente contra los errores de su tiempo e iluminó con sabiduría la recta fe. 

Aurelio Agustín nació en Tagaste (Numidia, la actual Souk Ahras, en Argelia). Su padre -Patricio- era pagano (se hizo cristiano antes de morir) y su madre cristiana -santa Mónica- quiso siempre que su hijo se convirtiera. Tuvo dos hermanos, Navigio y una hermana cuyo nombre desconocemos. 

Recibió primero una formación cultural clásica en Madaura (la lectura del “Hortensio” de Cicerón le inspiró el amor a la sabiduría) donde se sintió atraído por las seducciones de la ciudad de Apuleyo hasta el punto de que, de joven retórico latino, lloraba leyendo en Virgilio la muerte de Dido, mientras abominaba de las Escrituras bíblicas, horriblemente duras e incultas, según él. Al mismo tiempo se dedicó al juego, y a los amores prematuros "No amaba todavía -nos dice él mismo- pero amaba el amar y ser amado". Agustín se marchó de casa a los 14 años hacia Cartago (371) donde inició estudios en Filosofía. Enseñó gramática en Tagaste (374) y retórica en Cartago (375-83) y llegó a recibir galardones. Abrazó primeramente el maniqueísmo, con 19 años, que desde hacía dos siglos se había difundido desde Asia por el área mediterránea y que se presentaba, como una derivación del viejo gnosticismo; esto es, como una explicación del mundo para resolver el problema del mal con el dualismo del cuerpo (sede del mal) y del espíritu (sede del bien). Se convirtió en uno de sus teóricos más encumbrados.

Se trasladó a Roma, con su segunda amante, de la que tuvo un hijo (Adeodato). Agustín decepcionado del maniqueísmo, se refugió en el escepticismo. "Me negaba a prestar ciego asentimiento a cualquier cosa por temor a los precipicios, pero la cuerda que me mantenía suspenso me estrangulaba". Leyó la “Vida de San Antonio Abad”, que le causó una gran impresión. 

De Roma se trasladó a Milán para ocupar una cátedra de Elocuencia (384). Allí recibió la visita de su madre y tuvo ocasión de escuchar a san Ambrosio de Milán, cuyas explicaciones alegóricas de la Escritura le cautivaron y... un día tomó y leyó las cartas de san Pablo "Revestíos de nuestro Señor Jesucristo y no hagáis caso de la carne en sus deseos". En la búsqueda de la verdad, estuvo perplejo por el origen del mal y encontró dificultad en concebir que Dios fuera un espíritu puro. Y se fue dejando penetrar de la luz que le brindaron las obras de Platón y el neoplatonismo, pero no encontró nada en ellas acerca de la redención humana, y por ello se puso a leer los escritos de san Pablo. "Padre, haz que yo te busque... Nos has hecho, Señor, para Ti y está inquieto nuestro corazón hasta que descanse en Ti". Poco a poco se entregó todo a Dios, y a su divina  sabiduría. "Por la libertad de mi alma, me sujeté a no tomar mujer". 

Tenía 32 años cuando lo bautizó san Ambrosio en el 387, junto con su amigo san Alipio y su hijo san Adeodato. Tardó años en renunciar a su amante. "Señor enséñame la castidad, pero no ahora" dirá con cierto humor. Su hijo murió a los 15 años. Fundó una comunidad religiosa, pero él tuvo sus dudas y luchas. Dejó a su amante y vivió en régimen monástico desde el 388 al 391 en Tagaste. En el 390, fue ordenado presbítero por el obispo de Hipona, Valerio, a quien sucedió en el cargo. Santa Melania "la Joven" le pidió consejo para fundar un monasterio en África y tuvo relaciones epistolares con santos Jerónimo, Paulino de Nola, Fabiola y muchos otros. En el 395, fue nombrado obispo de Hipona (hoy Annaba, Argelia), y vivió comunitariamente vida de perfección, dedicando su vida a la defensa de la ortodoxia cristiana y a la lucha contra la herejía y cismas especialmente el donatismo, el maniqueísmo y el pelagianismo. Escribió: “La ciudad de Dios”, “De Trinitate”, “Las Confesiones”, “Sobre la predestinación de los Santos” y “Sobre el don de la perseverancia”. Es uno de los teólogos y filósofos que más han influido en la historia de la Iglesia. Una de sus frases más famosas es “si has entendido, entonces lo que has entendido no es Dios”. Se le conoce como el Doctor de la Gracia. 

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