En Nicomedia, de Bitinia, tránsito de santa Olimpíada, que, habiendo enviudado siendo aún joven, pasó el resto de su vida piísimamente en Constantinopla entre las mujeres consagradas a Dios, sirviendo a los pobres, y permaneció siempre fiel a san Juan Crisóstomo, a quien acompañó cuando el santo fue desterrado.
Natural de Constantinopla, de familia noble, pronto se quedó huérfana y fue cuidada por su tío Procopio, después fue criada por Teodosia, hermana de san Amfiloquio, que le hizo la vida feliz. Se casó con el prefecto de la ciudad, Nébrido, que la dejó viuda a los seis meses del matrimonio, ella tenía 16 años. El emperador Teodosio, quiso casarla de nuevo pero ella respondió: "si mi Rey, hubiera querido que yo viviese con un hombre no me habría quitado el primero". El emperador se enfadó y mandó que le confiscaran los bienes. Más tarde le fueron restituidos y fue entonces, cuando una lluvia de dones se derramó en Constantinopla.
Con su gran patrimonio organizó un hospital para asistencia de enfermos y peregrinos, así como una "comunidad doméstica" de mujeres consagradas, en su propia casa. San Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla la consagró diaconisa y la puso al frente de una gigantesca obra de ayuda a los pobres en Constantinopla. Entre los amigos de la santa se contaban san Anfiloquio, san Epifanio, san Pedro de Sebaste y san Gregorio de Nissa. Paladio de Helenópolis califica a Olimpia de «mujer extraordinaria», como «vaso precioso lleno del Espíritu Santo». Pero el amigo más íntimo y afectuoso de santa Olimpia era san Juan Crisóstomo.
Las luchas entre san Juan Crisóstomo y la emperatriz Eudoxia, hicieron que éste fuera al exilio, mientras que la fundación de Olimpia fue suprimida y sus compañeras dispersas. Ella fue arrestada y acusada con graves calumnias. Se retiró a Cízico, después a Nicomedia, buscando el consuelo por carta, con su director espiritual, Juan Crisóstomo. En una carta escribe el santo: «No puedo dejar de llamaros bienaventurada. La paciencia y dignidad con que habéis soportado vuestras penas, la prudencia y sabiduría con que habéis sabido tratar los asuntos más delicados, y la caridad que os ha movido a arrojar un velo sobre la malicia de los que os persiguen, os han merecido un premio de gloria que, en adelante, os harán encontrar vuestros sufrimientos leves y pasajeros en comparación del gozo eterno».
Las cartas de Juan Crisóstomo indican también que solía confiar a santa Olimpia misiones muy importantes. No sabemos dónde se hallaba la santa cuando supo que Juan Crisóstomo había muerto en el Ponto, el 14 de septiembre de 407. Santa Olimpia murió en Nicomedia, el 25 de julio del siguiente año, poco después de haber cumplido los cuarenta años. Su cuerpo fue trasladado a Constantinopla, donde «llegó a ser tan famosa por su bondad, que todos la consideraban como un modelo y los padres esperaban que sus hijos se le asemejasen».
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