lunes, 11 de mayo de 2020

San Francisco de Gerónimo


En Nápoles, de la Campania, san Francisco De Gerónimo, presbítero de la Compañía de Jesús, que se dedicó a predicar misiones populares y al servicio pastoral de los marginados.

Nació en Grottaglie, Taranto, en el seno de una familia burguesa. Con 11 años sus padres lo confiaron a la Congregación eclesiástica, fundada por el arzobispo Caracciolo, en la propia Grottaglie. Se dedicó a la catequesis de niños y estudió Filosofía en el colegio jesuita de Tarento, y después al colegio napolitano de la Compañía donde estudió Teología y Derecho civil y canónico. Ordenado sacerdote en 1666, pidió y obtuvo una plaza de prefecto de disciplina en el napolitano Colegio de Nobles. En su cargo de prefecto supo asumir la autoridad necesaria con la paciencia más clara, como cuando el hermano de un alumno, arrestado por una falta grave, a la queja por ello añadió una bofetada. Mansamente Francisco ofreció la otra mejilla, y su acto de humildad desarmó al agresor y cundió como un ejemplo excelente.

Ingresó en los jesuitas en 1670 donde desempeñó el cargo de prefecto auxiliar en el colegio de la Compañía en Nápoles. Misionero popular del sur de Italia. Se le llamó “el sacerdote santo”. Al no caber en los templos las multitudes que acudían a sus misiones y ejercicios espirituales abiertos, tenía que predicar en las plazas y calles. Pidió continuamente ser destinado a misiones en el Japón y la India, a pesar del fruto de su predicación en Nápoles y Campania. Desde el primer momento, la predicación de Francisco le conquistó gran popularidad. Los resultados que obtuvo fueron tan notables, que pronto empezó a preparar a otros misioneros para la tarea. Predicó por lo menos cien misiones en las regiones de los alrededores, pero los habitantes de Nápoles no le dejaban ausentarse por mucho tiempo. A donde quiera que iba, su confesionario y las iglesias en que predicaba estaban siempre llenos. Se dice que por lo menos cuatrocientos pecadores endurecidos se reconciliaban anualmente con la Iglesia, gracias a sus esfuerzos. Francisco visitaba las prisiones, los hospitales y aun las galeras; en una de ellas, que pertenecía a la flota española, convirtió a veinte prisioneros turcos. Ni siquiera vacilaba en seguir a los pecadores hasta los antros del vicio, donde algunas veces fue brutalmente maltratado. Con frecuencia predicaba en las calles, según la inspiración del momento. En cierta ocasión, en medio de una furiosa tempestad que se desató durante la noche, se sintió irresistiblemente movido a salir a predicar en un barrio aparentemente desierto. Al día siguiente, se presentó en su confesionario una joven de mala vida que se había sentido tocada por la gracia al oír, desde su ventana, la conmovedora predicación de san Francisco. Sus penitentes pertenecían a todas las clases sociales. Tal vez la más notable de ellas era una francesa llamada María Elvira Cassier, quien había asesinado a su padre y había servido en el ejército español, disfrazada de hombre. El santo la movió a penitencia y, con su dirección, la condujo a un alto grado de perfección.

A la elocuencia de san Francisco se añadía la fama de sus milagros; pero él negaba siempre que Dios le hubiese concedido poderes sobrenaturales y atribuía todos sus milagros a la intercesión de san Ciro (31 de enero), de quien era muy devoto. Fundó por todas partes Círculos Católicos de Obreros. Estableció un montepío para contrarrestar a los usureros y fundó una Caja de enfermedad (antepasado de nuestras mutuas sanitarias). Inauguró la comunión mensual. Francisco murió a los setenta y cuatro años de edad, al cabo de una penosa enfermedad. Sus restos se encuentran en la iglesia de los jesuitas de Grottaglie en Nápoles. 

Su canonización tuvo lugar el 26 de mayo de 1839 por el pontífice Gregorio XVI. Se conserva todavía el interesante documento que el santo escribió a sus superiores para darles cuenta de las extraordinarias manifestaciones de la gracia que había visto en sus cincuenta años de misionero.

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