En Innsbruck, Austria, beato Tomás Acerbi, religioso de la Orden de los Frailes Menores Capuchinos.
Tomás Acerbis nació en el pequeño pueblo de Olera, situado en el Val Seriana (Bérgamo, Italia), en el seno de una familia campesina muy pobre. El 12 de septiembre de 1580, ya con 17 años, ingresó a la Orden Franciscana Capuchina en el convento de Verona, donde aprendió a leer y escribir. Sin instrucción alguna, Tomás había madurado su vocación pastoreando las ovejas y viviendo pobremente con su familia. No tuvo otra escuela, sino los tres años de noviciado que pasó en Verona, durante los cuales sus superiores le enseñaron a leer y escribir, haciendo una excepción a la regla de san Francisco que prohíbe expresamente a «los que no saben letras, aprenderlas».
Y, sin embargo, como iletrado compuso tratados de mística y ascética que fueron recogidos, muchos años después de su muerte, bajo el título de "Fuoco d’amore" y publicados en 1682. Un texto que, hasta hoy, que se está preparando, no tuvo nunca una verdadera edición crítica. Un volumen que otro gran bergamasco, Angelo Roncalli (san Juan XXIII), apreciaba y leía asiduamente.
A pesar de los estudios que hizo con fervor y diligencia durante los años del noviciado veronés, su italiano era elemental y con muchas faltas gramaticales. Y, sin embargo, sus escritos revelan una profundidad espiritual y una exactitud doctrinal sorprendentes.
Después de su definitivo ingreso en la orden capuchina, en 1583, se quedó en Verona hasta 1605; luego, hasta 1619, visitó como capuchino mendicante varias ciudades del Véneto: Vicenza, Padua, Rovereto. Por todas partes se difunde la fama de santidad de este “apóstol sin estola”. Visita a los enfermos, lleva la paz en las contiendas, llama a la puerta de los pobres y de los ricos para difundir el Evangelio: el pueblo reconoce su extraordinaria bondad y humildad, los poderosos la sabiduría infundida por la gracia de un iletrado capaz de aconsejar y corregir, guiar y consolar. La fuente de esta sabiduría es la mirada continuamente puesta en el crucifijo, típica de la tradición franciscana. «No he leído nunca una sílaba de los libros», escribió, «pero me esfuerzo en leer a Cristo martirizado».
En sus recorridos fuera del convento logró reconciliaciones y el perdón entre las personas, denunciando el mal y logró muchas conversiones.
Su obra de apostolado se alimentada de la oración nocturna, la penitencia que infligía a su cuerpo, el ayuno y la austeridad; fue inspirador -especialmente entre las damas- de muchas vocaciones religiosas. Entre 1612 y 1613 promovió la construcción del monasterio capuchino en Vicenza, cerca de Porta Nuova y el monasterio de las clarisas en Rovereto (1624).
Asombrado por la fama de santidad de fray Tomás, el archiduque Leopoldo V le llamó en 1619 a Tirol, para que frenase con su ejemplo y predicación la difusión del luteranismo en sus tierras. Fray Tomás se trasladó a Innsbruck, donde estuvo doce años, hasta 1631, año de su muerte. Fue el consejero más escuchado del archiduque y fue recibido varias veces por el emperador Fernando II. Fue también consejero espiritual de los arzobispos de Trento y Salzburgo, a los que sugería la manera mejor de aplicar las reformas del Concilio de Trento en sus diócesis. Todo esto, sin descuidar jamás sus deberes, la cuestación diaria, el trabajo manual, el contacto con los pobres del Tirol. “Der Bruder von Tirol”, el fraile de Tirol, era el apodo que le pusieron. Durante estos años fray Tomás no volvió a ver su tierra natal. Pero en Val Serina, sobre todo, se dejó sentir su intercesión, incluso en tiempos no muy lejanos.
Estrictamente fue un simple hermano lego, no fue sacerdote, pero era capaz de hablar bien acerca de Dios, suscitando en quien lo escuchara asombro y sorpresa, educando la fe de las personas -sean gobernantes, humildes o nobles- e impregnándolo todo con amor. La obediencia y humildad le hizo ser el "hermano mendicante" durante casi 50 años.
En su trabajo diario para defender el credo católico y contrarrestar el calvinismo y el luteranismo, tanto en la corte como entre la gente, fray Tomás llegaba a intuir la profundidad del misterio de María. Lo demuestran sus escritos, que además anticipan de un modo claro la formulación del dogma de la Inmaculada concepción. Y no solamente sus escritos.
En Volders, a orillas del río Inn, en Tirol, hay una iglesia dedicada a la Inmaculada concepción de María, cuya construcción deseaba fray Tomás y que fue terminada veintitrés años después de su muerte por Ippolito Guarinoni, médico de corte en Innsbruck, hijo espiritual y gran amigo de fray Tomás. Corría el año 1654, exactamente doscientos años antes de la proclamación del dogma hecha por Pío IX.
Muchos son los motivos de interés en los tratados recogidos en "Fuoco d‘amore" de fray Tomás. Por ejemplo, los siete capítulos dedicados al Corazón de Jesús, que con treinta años de antelación anticipan las revelaciones de Jesús a santa Margarita Alacoque, que tanta importancia tendrán en la espiritualidad occidental de los últimos siglos.
Fray Tomás de Olera murió piadosa y devotamente el 3 de mayo de 1631 y fue enterrado en la cripta de la Capilla de Nuestra Señora, en la iglesia de los Capuchinos en Innsbruck. Fue beatificado por el papa Francisco el 21 de septiembre de 2013.
Tomás Acerbis nació en el pequeño pueblo de Olera, situado en el Val Seriana (Bérgamo, Italia), en el seno de una familia campesina muy pobre. El 12 de septiembre de 1580, ya con 17 años, ingresó a la Orden Franciscana Capuchina en el convento de Verona, donde aprendió a leer y escribir. Sin instrucción alguna, Tomás había madurado su vocación pastoreando las ovejas y viviendo pobremente con su familia. No tuvo otra escuela, sino los tres años de noviciado que pasó en Verona, durante los cuales sus superiores le enseñaron a leer y escribir, haciendo una excepción a la regla de san Francisco que prohíbe expresamente a «los que no saben letras, aprenderlas».
Y, sin embargo, como iletrado compuso tratados de mística y ascética que fueron recogidos, muchos años después de su muerte, bajo el título de "Fuoco d’amore" y publicados en 1682. Un texto que, hasta hoy, que se está preparando, no tuvo nunca una verdadera edición crítica. Un volumen que otro gran bergamasco, Angelo Roncalli (san Juan XXIII), apreciaba y leía asiduamente.
A pesar de los estudios que hizo con fervor y diligencia durante los años del noviciado veronés, su italiano era elemental y con muchas faltas gramaticales. Y, sin embargo, sus escritos revelan una profundidad espiritual y una exactitud doctrinal sorprendentes.
Después de su definitivo ingreso en la orden capuchina, en 1583, se quedó en Verona hasta 1605; luego, hasta 1619, visitó como capuchino mendicante varias ciudades del Véneto: Vicenza, Padua, Rovereto. Por todas partes se difunde la fama de santidad de este “apóstol sin estola”. Visita a los enfermos, lleva la paz en las contiendas, llama a la puerta de los pobres y de los ricos para difundir el Evangelio: el pueblo reconoce su extraordinaria bondad y humildad, los poderosos la sabiduría infundida por la gracia de un iletrado capaz de aconsejar y corregir, guiar y consolar. La fuente de esta sabiduría es la mirada continuamente puesta en el crucifijo, típica de la tradición franciscana. «No he leído nunca una sílaba de los libros», escribió, «pero me esfuerzo en leer a Cristo martirizado».
En sus recorridos fuera del convento logró reconciliaciones y el perdón entre las personas, denunciando el mal y logró muchas conversiones.
Su obra de apostolado se alimentada de la oración nocturna, la penitencia que infligía a su cuerpo, el ayuno y la austeridad; fue inspirador -especialmente entre las damas- de muchas vocaciones religiosas. Entre 1612 y 1613 promovió la construcción del monasterio capuchino en Vicenza, cerca de Porta Nuova y el monasterio de las clarisas en Rovereto (1624).
Asombrado por la fama de santidad de fray Tomás, el archiduque Leopoldo V le llamó en 1619 a Tirol, para que frenase con su ejemplo y predicación la difusión del luteranismo en sus tierras. Fray Tomás se trasladó a Innsbruck, donde estuvo doce años, hasta 1631, año de su muerte. Fue el consejero más escuchado del archiduque y fue recibido varias veces por el emperador Fernando II. Fue también consejero espiritual de los arzobispos de Trento y Salzburgo, a los que sugería la manera mejor de aplicar las reformas del Concilio de Trento en sus diócesis. Todo esto, sin descuidar jamás sus deberes, la cuestación diaria, el trabajo manual, el contacto con los pobres del Tirol. “Der Bruder von Tirol”, el fraile de Tirol, era el apodo que le pusieron. Durante estos años fray Tomás no volvió a ver su tierra natal. Pero en Val Serina, sobre todo, se dejó sentir su intercesión, incluso en tiempos no muy lejanos.
Estrictamente fue un simple hermano lego, no fue sacerdote, pero era capaz de hablar bien acerca de Dios, suscitando en quien lo escuchara asombro y sorpresa, educando la fe de las personas -sean gobernantes, humildes o nobles- e impregnándolo todo con amor. La obediencia y humildad le hizo ser el "hermano mendicante" durante casi 50 años.
En su trabajo diario para defender el credo católico y contrarrestar el calvinismo y el luteranismo, tanto en la corte como entre la gente, fray Tomás llegaba a intuir la profundidad del misterio de María. Lo demuestran sus escritos, que además anticipan de un modo claro la formulación del dogma de la Inmaculada concepción. Y no solamente sus escritos.
En Volders, a orillas del río Inn, en Tirol, hay una iglesia dedicada a la Inmaculada concepción de María, cuya construcción deseaba fray Tomás y que fue terminada veintitrés años después de su muerte por Ippolito Guarinoni, médico de corte en Innsbruck, hijo espiritual y gran amigo de fray Tomás. Corría el año 1654, exactamente doscientos años antes de la proclamación del dogma hecha por Pío IX.
Muchos son los motivos de interés en los tratados recogidos en "Fuoco d‘amore" de fray Tomás. Por ejemplo, los siete capítulos dedicados al Corazón de Jesús, que con treinta años de antelación anticipan las revelaciones de Jesús a santa Margarita Alacoque, que tanta importancia tendrán en la espiritualidad occidental de los últimos siglos.
Fray Tomás de Olera murió piadosa y devotamente el 3 de mayo de 1631 y fue enterrado en la cripta de la Capilla de Nuestra Señora, en la iglesia de los Capuchinos en Innsbruck. Fue beatificado por el papa Francisco el 21 de septiembre de 2013.
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