En Tabennisi, en la región de Tebaida, en Egipto, san Teodoro, abad, discípulo de san Pacomio y padre de una comunidad monástica.
Los griegos le llaman "Teodoro el Santo". Parece que nació en la alta Tebaida (Egipto) en el seno de una familia acaudalada y, cuando contaba entre once y doce años de edad, durante la fiesta de la Epifanía, se entregó a Dios con un fervor precoz, resuelto a no anteponer nunca nada al amor divino y su servicio. Con el correr del tiempo, la gran reputación de san Pacomio le atrajo hacia Tabennisi, donde no tardó en descollar entre los seguidores del santo. Éste le tomó como compañero permanente cuando hacía el recorrido de sus monasterios. Pacomio ordenó como sacerdote a Teodoro y, antes de retirarse al pequeño monasterio de Pabau, le encargó el gobierno de Tabennisi.
San Pacomio murió en el año de 346, y Petronio, a quien había nombrado su sucesor, murió también trece días después. Entonces se eligió como abad a san Orsisio, pero como éste encontró la carga demasiado pesada y el grupo de monasterios amenazaba con dividirse en partidos, dimitió para dejar a Teodoro en su lugar. Lo primero que éste hizo fue reunir a todos los monjes para exhortarlos a la concordia. Investigó las causas de las divisiones y les puso el remedio efectivo. Gracias a sus plegarias y a sus incansables esfuerzos, la unidad y la caridad quedaron restablecidas.
San Teodoro visitó los monasterios, uno tras otro, y a cada monje en particular le dio instrucciones, consejos, consuelos y aliento; de esa manera, corrigió los errores con gran delicadeza y un tacto. Tuvo dones taumatúrgicos y proféticos y en su biografía se relatan muchos ejemplos, de estos dones que rayan la fantasía. Un día uno de los monjes agonizaba y Teodoro fue a atenderle en sus últimos momentos. Fue entonces cuando vaticinó a todos los que estaban presentes: "Muy pronto, a esta muerte seguirá otra que no se espera". Aquel mismo día, pronunció su acostumbrado discurso a los monjes, reunidos en el monasterio de Pabau para la celebración de la Pascua, pero apenas los había despachado a sus respectivos monasterios, cuando se sintió muy enfermo. Al otro día, 27 de abril, murió tranquilamente.
Su cuerpo fue llevado en procesión hasta la cima del monte donde los monjes tenían su cementerio, pero no pasó mucho tiempo sin que el cadáver fuese exhumado para sepultarlo junto al de san Pacomio. San Atanasio escribió una carta a los monjes de Tabennisi para consolarlos, con sentidas palabras, por la pérdida de su abad y para recomendarles que tuviesen siempre presente la gloria que ya poseía el siervo de Dios.
Toda la información de que se podía echar mano en el siglo XVII, en relación con la historia de san Teodoro, se encuentra reunida en el relato sobre san Pacomio, publicado en el “Acta Sanctorum”, mayo, vol. III. Desde entonces, han aparecido diversos textos, la mayoría de ellos en copto o traducidos del copto. En relación con la vida de san Teodoro, tiene especial importancia la “Epístola Ammonis”, impresa en el “Acta Sanctorum”, mayo, vol. III, pp. 63-71. Los griegos conmemoran a este santo el 16 de mayo, y el Martirologio Romano lo conmemoraba el 27 de abril, fecha de su muerte.
Los griegos le llaman "Teodoro el Santo". Parece que nació en la alta Tebaida (Egipto) en el seno de una familia acaudalada y, cuando contaba entre once y doce años de edad, durante la fiesta de la Epifanía, se entregó a Dios con un fervor precoz, resuelto a no anteponer nunca nada al amor divino y su servicio. Con el correr del tiempo, la gran reputación de san Pacomio le atrajo hacia Tabennisi, donde no tardó en descollar entre los seguidores del santo. Éste le tomó como compañero permanente cuando hacía el recorrido de sus monasterios. Pacomio ordenó como sacerdote a Teodoro y, antes de retirarse al pequeño monasterio de Pabau, le encargó el gobierno de Tabennisi.
San Pacomio murió en el año de 346, y Petronio, a quien había nombrado su sucesor, murió también trece días después. Entonces se eligió como abad a san Orsisio, pero como éste encontró la carga demasiado pesada y el grupo de monasterios amenazaba con dividirse en partidos, dimitió para dejar a Teodoro en su lugar. Lo primero que éste hizo fue reunir a todos los monjes para exhortarlos a la concordia. Investigó las causas de las divisiones y les puso el remedio efectivo. Gracias a sus plegarias y a sus incansables esfuerzos, la unidad y la caridad quedaron restablecidas.
San Teodoro visitó los monasterios, uno tras otro, y a cada monje en particular le dio instrucciones, consejos, consuelos y aliento; de esa manera, corrigió los errores con gran delicadeza y un tacto. Tuvo dones taumatúrgicos y proféticos y en su biografía se relatan muchos ejemplos, de estos dones que rayan la fantasía. Un día uno de los monjes agonizaba y Teodoro fue a atenderle en sus últimos momentos. Fue entonces cuando vaticinó a todos los que estaban presentes: "Muy pronto, a esta muerte seguirá otra que no se espera". Aquel mismo día, pronunció su acostumbrado discurso a los monjes, reunidos en el monasterio de Pabau para la celebración de la Pascua, pero apenas los había despachado a sus respectivos monasterios, cuando se sintió muy enfermo. Al otro día, 27 de abril, murió tranquilamente.
Su cuerpo fue llevado en procesión hasta la cima del monte donde los monjes tenían su cementerio, pero no pasó mucho tiempo sin que el cadáver fuese exhumado para sepultarlo junto al de san Pacomio. San Atanasio escribió una carta a los monjes de Tabennisi para consolarlos, con sentidas palabras, por la pérdida de su abad y para recomendarles que tuviesen siempre presente la gloria que ya poseía el siervo de Dios.
Toda la información de que se podía echar mano en el siglo XVII, en relación con la historia de san Teodoro, se encuentra reunida en el relato sobre san Pacomio, publicado en el “Acta Sanctorum”, mayo, vol. III. Desde entonces, han aparecido diversos textos, la mayoría de ellos en copto o traducidos del copto. En relación con la vida de san Teodoro, tiene especial importancia la “Epístola Ammonis”, impresa en el “Acta Sanctorum”, mayo, vol. III, pp. 63-71. Los griegos conmemoran a este santo el 16 de mayo, y el Martirologio Romano lo conmemoraba el 27 de abril, fecha de su muerte.
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