En Piane di Monchio, Italia, beato Rolando Rivi, seminarista mártir, que con tan solo catorce años fue asesinado por mostrar abiertamente su piedad.
Nació en un pequeño pueblo cerca de Castellarano, en la provincia de Reggio Emilia, llamado san Valentín (Italia), en el seno de una modesta familia de granjeros. A los 11 años ingresó al seminario en el otoño de 1942; como era costumbre llevaba la sotana, la cual era su orgullo. Durante su permanencia en el seminario era muy distinguido entre sus compañeros, conservando siempre el deseo de ser sacerdote.
En 1944, cuando Italia cambió de bando en la II Guerra Mundial y fue invadida por los alemanes, el adolescente Rivi tuvo que abandonar los estudios, porque los nazis cerraron el seminario de Marola y dispersaron a los seminaristas enviándolos a sus casas.
Fuera del seminario y sin haber recibido ni las órdenes menores, Rolando no tenía obligación de llevar la sotana, pero siguió haciéndolo mientras mantenía su colaboración con la Acción Católica y daba catequesis en la iglesia. Y eso que los tiempos eran peligrosos. En su región había numerosas partidas comunistas que realizaban acciones de sabotaje contra los alemanes, pero que preparaban también el futuro del país mostrando su odio a la Iglesia, con el asesinato de varios sacerdotes.
Sus padres le insistían diciendo: “¡Quítate ese hábito negro, no lo puedes usar por ahora!. Pero Rolando respondió: “¿Pero por qué? ¿Qué mal puedo hacer por llevarlo? No tengo ninguna razón para no usarlo. Yo estudio para ser sacerdote y debo vestir en señal de que pertenezco a Jesús”.
En alguna ocasión, los partisanos de la zona le habían insultado con obscenidades al encontrarse con él en algún camino. En el pueblo le conocían como "el curita". "No tengo miedo ni estoy asustado. No puedo esconderme. Pertenezco a Dios", respondía a quien le aconsejaba que vistiese de seglar.
Rolando continuó sus prácticas de piedad en la parroquia de su pueblo, donde el párroco, Olinto Marzocchini, fue atacado en una ocasión por los comunistas, así como el joven sacerdote Alberto Camellini, recién llegado a San Valentino. El 10 de abril de 1945 tocó el órgano y acompañó al coro en la misa solemne, y al terminar recogió sus cosas y, ataviado con su inseparable sotana, atravesó el bosque camino a su hogar, adonde nunca llegó.
Sus padres y vecinos temieron lo peor. A sus padres se le dejó una nota que decía: “No lo busquéis. Está un momento con nosotros los partisanos”. Se le buscó durante tres días, hasta que su padre y Don Alberto encontraron el cadáver, plagado de señales de tortura y martirio. Como se supo después, el joven seminarista padeció tres días continuados de tormentos y humillaciones, con insultos a Dios, Cristo y la Iglesia. Lo primero que le hicieron fue quitarle la sotana y pegarle a conciencia con un cinturón.
Al final le llevaron entre los árboles de Piane di Monchio, dejando un reguero de sangre por las heridas causadas. El niño lloró pidiendo que le perdonasen la vida, pero cuando recibió una patada como respuesta, comprendió que todo era inútil. Sólo rogó que le dejasen rezar antes de morir. Lo hizo por sus padres y por sus asesinos. Luego recibió dos tiros, uno en la cabeza y otro cerca del corazón, y lo semi enterraron. La sotana se la quedaron los asesinos como trofeo y la anudaron para convertirla en pelota de fútbol.
Tras un entierro sumario en el cementerio de San Valentín, después de la liberación, el 29 de mayo, recibió el homenaje de todos los parroquianos, y su tumba comenzó a ser lugar de peregrinación, con diversas curaciones atribuidas a su intercesión. Su cuerpo ha sido trasladado al interior de la parroquia de su pueblo. Fue beatificado por SS Francisco el 5 de octubre de 2013.
Nació en un pequeño pueblo cerca de Castellarano, en la provincia de Reggio Emilia, llamado san Valentín (Italia), en el seno de una modesta familia de granjeros. A los 11 años ingresó al seminario en el otoño de 1942; como era costumbre llevaba la sotana, la cual era su orgullo. Durante su permanencia en el seminario era muy distinguido entre sus compañeros, conservando siempre el deseo de ser sacerdote.
En 1944, cuando Italia cambió de bando en la II Guerra Mundial y fue invadida por los alemanes, el adolescente Rivi tuvo que abandonar los estudios, porque los nazis cerraron el seminario de Marola y dispersaron a los seminaristas enviándolos a sus casas.
Fuera del seminario y sin haber recibido ni las órdenes menores, Rolando no tenía obligación de llevar la sotana, pero siguió haciéndolo mientras mantenía su colaboración con la Acción Católica y daba catequesis en la iglesia. Y eso que los tiempos eran peligrosos. En su región había numerosas partidas comunistas que realizaban acciones de sabotaje contra los alemanes, pero que preparaban también el futuro del país mostrando su odio a la Iglesia, con el asesinato de varios sacerdotes.
Sus padres le insistían diciendo: “¡Quítate ese hábito negro, no lo puedes usar por ahora!. Pero Rolando respondió: “¿Pero por qué? ¿Qué mal puedo hacer por llevarlo? No tengo ninguna razón para no usarlo. Yo estudio para ser sacerdote y debo vestir en señal de que pertenezco a Jesús”.
En alguna ocasión, los partisanos de la zona le habían insultado con obscenidades al encontrarse con él en algún camino. En el pueblo le conocían como "el curita". "No tengo miedo ni estoy asustado. No puedo esconderme. Pertenezco a Dios", respondía a quien le aconsejaba que vistiese de seglar.
Rolando continuó sus prácticas de piedad en la parroquia de su pueblo, donde el párroco, Olinto Marzocchini, fue atacado en una ocasión por los comunistas, así como el joven sacerdote Alberto Camellini, recién llegado a San Valentino. El 10 de abril de 1945 tocó el órgano y acompañó al coro en la misa solemne, y al terminar recogió sus cosas y, ataviado con su inseparable sotana, atravesó el bosque camino a su hogar, adonde nunca llegó.
Sus padres y vecinos temieron lo peor. A sus padres se le dejó una nota que decía: “No lo busquéis. Está un momento con nosotros los partisanos”. Se le buscó durante tres días, hasta que su padre y Don Alberto encontraron el cadáver, plagado de señales de tortura y martirio. Como se supo después, el joven seminarista padeció tres días continuados de tormentos y humillaciones, con insultos a Dios, Cristo y la Iglesia. Lo primero que le hicieron fue quitarle la sotana y pegarle a conciencia con un cinturón.
Al final le llevaron entre los árboles de Piane di Monchio, dejando un reguero de sangre por las heridas causadas. El niño lloró pidiendo que le perdonasen la vida, pero cuando recibió una patada como respuesta, comprendió que todo era inútil. Sólo rogó que le dejasen rezar antes de morir. Lo hizo por sus padres y por sus asesinos. Luego recibió dos tiros, uno en la cabeza y otro cerca del corazón, y lo semi enterraron. La sotana se la quedaron los asesinos como trofeo y la anudaron para convertirla en pelota de fútbol.
Tras un entierro sumario en el cementerio de San Valentín, después de la liberación, el 29 de mayo, recibió el homenaje de todos los parroquianos, y su tumba comenzó a ser lugar de peregrinación, con diversas curaciones atribuidas a su intercesión. Su cuerpo ha sido trasladado al interior de la parroquia de su pueblo. Fue beatificado por SS Francisco el 5 de octubre de 2013.
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