lunes, 29 de julio de 2019

Beato José Calasanz Marqués


El 18 de julio de 1936 estalló la guerra civil en España, acompañada, en ocasiones, de persecución religiosa. Laicos, religiosos y sacerdotes fueron encarcelados y asesinados por su fe religiosa, entre ellos 29 salesianos (entre los cuales el P. Inspector don José Calasanz) de la antigua Inspectoría Tarraconense, 2 Hijas de María Auxiliadora (sor Carmen Moreno y sor Amparo Carbonell) de la Inspectoría de Santa Teresa de Jesús, y un laico (Alejandro Planas), los que dieron su vida entre julio de 1936 y abril de 1938. Murieron dando ejemplo de fidelidad a su fe cristiana y a su vocación salesiana, con sentimientos de confianza en Dios y de perdón a sus asesinos.

De las cartas que los beatos José Calasanz, Jaime Ortiz y Julio Junyer escribieron en aquellos momentos.(Positio super martyrio servorum Dei Josephi Calasanz et sociorum, Roma 1995. Informatio pp. 103-104 y 170; Summarium, pp. 204-205)

Nuestra confianza está puesta en Dios, en la protección de María Auxiliadora y de nuestro Padre San Juan Bosco

Desde el cautiverio en la cárcel de Valencia escribía el Inspector, don José Calasanz, a don Pedro Ricaldone, Rector Mayor de la Congregación Salesiana, informándole sucintamente de la situación que se estaba viviendo: «Sólo unas líneas para comunicarle noticias de algunos y mías, ya que de otros no me es posible. Estábamos en Ejercicios Espirituales en nuestra Casa de Valencia y pensábamos terminarlos hoy. A pesar de haberse declarado la huelga general el lunes, pasamos tranquilos todo el día y la primera parte de la noche; pero desde la una de la madrugada comenzaron a sonar disparos alrededor de toda nuestra casa, y se iban repitiendo constantemente llegando a romper los cristales de nuestras ventanas los proyectiles que disparaban contra la Casa; después hemos sabido que desde el anochecer tenían sitiada la casa. Ya puede imaginar la honda impresión y hasta miedo con que apresuradamente nos levantamos todos, y más no habiendo en casa una triste arma con que defendernos, si por ventura hubiéramos tratado de hacerlo; pero sin arma alguna, ¿qué podíamos hacer? Para fortificar nuestras almas y para evitar una profanación algunos fueron a la iglesia a retirar el Santísimo y comulgamos todos, consumiendo todas las sagradas formas. Sobre las cinco de la mañana y convencidos seguramente de que no nos defendíamos por que no teníamos armas, asaltaron nuestra Casa y, destruyendo cuanto encontraban a su paso, llegaron donde estábamos todos reunidos. Según cálculos debían ser más de doscientos los asaltantes, y venían empuñando toda clase de armas y hasta palos: nos cachearon y nos encerraron en una habitación. Según nos dieron a entender, la intención era la de asesinarnos.

Pocos momentos después llegaron las fuerzas de seguridad, que tan repetidamente habíamos reclamado durante toda la noche desde que notamos los primeros disparos. Creíamos que estas fuerzas, reclamadas por nosotros, venían en nuestro socorro, pero lo acontecido es que nos han traído a todos (37 de los nuestros y 5 empleados) a esta cárcel celular de Valencia, desde donde le escribo no sé en calidad de qué: alguno me ha dicho que como presos gubernativos, y hasta creo se ha dicho que acusados de haber hecho disparos, lo que es completamente falso porque, como he dicho, no teníamos en casa ni una triste arma. No sé el tiempo que nos tendrán aquí: Dios sabe si se prolongará por unos días o por semanas; y sé mucho menos la muerte que puede esperarnos. Pero nuestra confianza está puesta en Dios y en la protección de María Auxiliadora y de nuestro Padre San Juan Bosco: no dudamos tampoco de su bendición y de las oraciones de usted y demás Superiores y hermanos. Ya puede figurarse cuánto lamento no poder comunicarle noticias de ninguna Casa: estamos incomunicados, y las noticias de este movimiento sedicioso son lo más contradictorias. Por si puede salir pronto esta carta, pongo punto final, encomendándonos a sus oraciones y pidiendo su bendición».

También el salesiano coadjutor Jaime Ortiz, semanas antes de morir, escribió a su madre dos cartas, de las que entresacamos los siguientes sentimientos: «Tal vez Dios nuestro Señor ha permitido este estado de cosas para que no nos durmamos, para que trabajemos con nuevos bríos, para que sólo busquemos su mayor gloria y no nuestro bienestar... No todo sale como nos gustaría a nosotros o nos parece mejor. Seguramente Dios nuestro Señor sacará muchísimo bien así, mejor que de otra manera, y por esto ha permitido este aparente fracaso [...] Ciertamente estaréis preocupados por lo que pudiera ocurrirnos si continuasen las salvajadas de los últimos días... Nosotros seguimos trabajando normalmente, tanto los salesianos como los chicos, con tranquilidad, sin preocuparnos gran cosa por lo que pueda ocurrir. Quiero decir, sin dejarnos abatir por el pesimismo... Ya veremos cuánto nos querrá probar el Señor... Rezad para que amemos un poco más nuestra vocación y contribuyamos en lo que podamos, a la mayor gloria de Cristo Rey».

Por su parte, el sacerdote Julio Junyer escribía a su primo, horas antes de su muerte: «Apreciado Paco: Ha llegado el día último de mi vida y a ti y a toda la familia dirijo mi último saludo, que quisiera ser un abrazo. Os espero en el cielo, al cual espero poder ir por la misericordia de Dios. Muero inocente; y ofrezco mi vida al Señor por el bien de la Iglesia y de España. En cuanto a mis padres, tu prudencia te dirá lo que debes hacer. A los jueces que me condenaron, de todo corazón los perdono. Nada más, Paco. De la tía Salvadora pido sólo resignación y conformidad con la voluntad de Dios. Rogad por mí y hasta el cielo».

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