domingo, 26 de mayo de 2019

Beatos Esteban de Narbona y Raimundo de Carbona.


Sacerdotes y mártires de la Primera Orden († 1242). Aprobó su culto Pío IX el 6 de septiembre de 1866.

En los albores del siglo XIII la situación de la Iglesia en Francia meridional, sobre todo en la región de Tolosa era más precaria que nunca por la difusión de la herejía albigense. El 22 de abril de 1234 Gregorio IX nombró a Guillermo Arnaud, dominicano oriundo de Montpellier, primer inquisidor en las diócesis de Tolosa, Albi, Carcasona y Agent, el cual, poniendo de inmediato manos a la obra diligentemente, encontró serias dificultades. Raimundo VII, conde de Tolosa, prohibió a sus súbditos tener cualquier contacto con Fray Guillermo y sus compañeros inquisidores, poniendo guardias en las puertas de los conventos para que no recibieran alimentos, es más, el 15 de noviembre de 1235 fueron expulsados de la ciudad todos los frailes dominicanos, los que se alejaron procesionalmente, cantando himnos sagrados. Al año siguiente pudieron regresar a su claustro, pero entre tanto el odio de los herejes contra los inquisidores crecía y provocaba tumultos.

Raimundo de Alfar, bali de Avignonet, pequeña ciudad a pocos kilómetros de Tolosa, decidió acabar de una vez. Simulando amistad y propósitos de conciliación, invitó a fray Guillermo y a los diez compañeros a su castillo, y después de haberlos encerrado en una gran sala, una noche los hizo asesinar mientras ellos valerosamente cantaban el “Te Deum”.

El 29 de mayo de 1242, vigilia de la Ascensión del Señor, avanzada la noche, cientos de albigenses armados de espadas, hachetas y cuchillos irrumpieron en la ciudad y llegaron al castillo. El traidor Raimundo de Alfar les abrió de par en par las puertas. Atravesaron salas, tumbaron puertas, hasta que llegaron a donde estaban los religiosos, los cuales comprendieron de inmediato que había llegado la hora del martirio. Ninguno pensó en huir, sino que todos, arrodillados entonaron el canto “Te Deum”. Terminada la oración, los albigenses, como hienas feroces, se abalanzaron sobre las inocentes víctimas, que cayeron como corderos mansos en la profesión heroica de la fe. En sus labios sólo tenían palabras de oración y de perdón : “Señor, perdónales, porque no saben lo que hacen!”. Dios glorificó el heroísmo de sus mártires. En el lugar del martirio y junto a sus tumbas sucedieron prodigios. La crueldad se ensañó principalmente contra fray Guillermo, a quien le fue cortada la lengua.

Entre los once mártires que cayeron por la defensa de la fe, hay también dos hermanos franciscanos: Esteban de Saint Thibery de Narbona y Raimundo Carbonario de Carbona.

Esteban de Narbona nació en Saint Thibery, en la diócesis de Maguelonne, en Francia. Siendo joven aún, dócil a la llamada del Señor, se hizo monje benedictino, para realizar el programa de San Benito “Ora et labora” (Oración y trabajo). Fue también Abad en un monasterio cerca de Tolosa. El mensaje dejado en su tiempo por San Francisco, la vida pobre, humilde y simple de los Hermanos Menores, el ardor apostólico y evangélico de los primeros Santos y de los primeros Mártires lo impresionaron tan profundamente, que pidió a sus superiores formar parte de la nueva Orden. Como San Antonio, en el mismo siglo, dejó la Orden de los Canónigos Regulares de San Agustín para hacerse franciscano, así él dejó la Orden de los Monjes Benedictinos para hacerse Hermano Menor. Hombre docto y santo, trabajó mucho por la defensa de la fe contra los errores de los albigenses. Con diez compañeros, entre ellos su cohermano Raimundo de Carbona, dio valerosamente la vida por amor de Cristo, con el martirio de la decapitación. Los Beatos Esteban y Raimundo fueron sepultados en Tolosa en la iglesia de los Hermanos Menores. 

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