Es curiosa la persistencia que las leyendas, sea cualquiera su signo, logran frente a la historia mejor fundada. Hoy conocemos ya con absoluta certeza cuál fue, en realidad, la vida de San Juan Nepomuceno, cuáles las vicisitudes de su culto y los fundamentos documentales de todo orden en que puede apoyarse. Y, sin embargo, mientras esto ocurre, nos encontramos con, que todavía la leyenda persiste con toda su fuerza.
Y subsiste en primer lugar la leyenda de tipo negativo. En 1835 un protestante alemán llamado Abel, con la intención que puede suponerse, dio suelta a su imaginación y presentó la historia de San Juan Nepomuceno como un tardío intento, improvisado por los jesuitas, para conseguir borrar en el pueblo bohemo el recuerdo de Juan Hus. Como los husitas negaban la confesión sacramental, se había insistido por parte de los jesuitas en hacer del fantástico santo un héroe de la misma confesión. Todavía el 7 de marzo de 1945 un filósofo de la talla de Benedetto Croce pronunciaba una conferencia sobre Italia y Bohemia en la que se hacía eco de semejante teoría: "De aquel Juan Nepomuceno, el legendario mártir del secreto mantenido frente al rey sobre la confesión de la reina, con cuyo nombre se procuró borrar y sustituir el tenaz recuerdo popular que los bohemos conservaban todavía de otro Juan, de su héroe Juan Hus".
La teoría era completamente absurda por la obvia razón de que, cuando se pretende que ocurrieron estos hechos, sólo personas muy eruditas conocían a Juan Hus, y muy pocos bohemos habrían leído alguno de sus escritos. La verdad es que cuando los jesuitas llegaron a Bohemia el culto a San Juan Nepomuceno estaba ya sólidamente establecido y sumamente difundido entre el pueblo fiel. Pero no importa que la hipótesis protestante fuera absurda. La leyenda subsiste, y continuará con tenacidad.
Dígase lo mismo desde el punto de vista piadoso. Tengo a la vista, mientras escribo, los dos Años cristianos más difundidos en Italia, editados en estos últimos años (1952 y 1958). En ambos se recoge la leyenda, puesta en circulación y difundida por el jesuíta Balbín, que hoy está fuera de duda que carece de fundamento crítico. Se trata del clásico esquema de vida medieval de santo: nacimiento de madre ya avanzada en edad, llamas maravillosas sobre su cuna, milagro en su favor durante la niñez por intercesión de la Virgen... Y así hasta el maravilloso resplandor que rodeó su cuerpo arrojado por orden del rey al río.
Frente a todo esto, frente a la insidia protestante, a la que los mismos benedictinos de París parecen dar algún valor, y la deformación piadosa que todavía corre, quisiéramos decir algo de su admirable vida ateniéndonos a lo que acerca de él nos enseña la Historia.
Nos encontramos en el siglo XIV. Rige la extensa diócesis de Praga, con más de mil quinientas parroquias, el célebre arzobispo Juan Jenstein, que habría de morir en Roma y ser sepultado en Santa Práxedes. Era un hombre doctísimo, de vida santa, defensor incansable de la verdadera reforma de costumbres. El fue quien se opuso en más de una ocasión a las injustas pretensiones del rey de Bohemia Wenceslao, hijo del “Padre de la Patria”, el emperador Carlos IV.
Junto a esta insigne figura de la historia eclesiástica encontramos la de Juan Nepomuceno. Había nacido en Nepomuk o Pomuk, en las cercanías de Zelená Hora, alrededor del año 1345. Ya en el año 1370 era notario de la Curia arzobispal. Ordenado sacerdote en 1379, le encontramos como párroco de San Gall, en Praga, simultaneando sus cuidados pastorales con el estudio del derecho eclesiástico en aquella célebre universidad, en la que obtiene el bachillerato. En 1382 el arzobispo le envía a Padua, donde se doctora en derecho canónico en 1387, volviendo luego a Praga. Allí es nombrado canónigo de la iglesia de San Gil. Permanece en ella sólo dos años y pasa luego a la iglesia colegiata de Vysehrad, en la capital de Bohemia. El 25 de agosto de 1390 conmutó la parroquia de San Gall con el arcedianato de Zatec, oficio importantísimo que llevaba consigo el título de canónigo honorario en la catedral de San Vito, en Praga. Había sido nombrado ya vicario general de aquella amplísima archidiócesis.
Fue entonces cuando ocurrió el suceso que dio pie para que el rey actuara contra él. En la abadía de Kladruby había sido elegido un nuevo abad, llamado Olen, como sucesor del fallecido abad Racek. Como nadie había presentado objeción alguna a tal elección dentro del plazo establecido, el vicario general Juan Nepomuceno confirmó el nuevo abad. Pero tropezó con las pretensiones del rey Wenceslao, que quería suprimir la abadía para erigir una nueva sede episcopal y conferirla a un miembro de su corte, al parecer a Juan Nanko, preboste de Lebus, en la Silesia. Contrariado en sus planes, intentó presionar sobre el vicario general y, al no conseguirlo, dio orden de arrojarle al río Vitava. Era el año 1393. Esta fecha, que sabemos está atestiguada por el abad agustino de Zahaní en Silesia, Lodolfo Loserth, que había hecho sus estudios en Praga en el año 1372, nos ofrece las máximas garantías. Por otra parte, el obispo Juan de Jenstein, en una amplia relación que envió a Roma, testimonia el martirio de su vicario general. Y el biógrafo del mismo obispo, escribiendo en el año 1401, habla del martirio y de los milagros que se han obtenido por intercesión de Juan Nepomuceno.
Sin embargo, podrá extrañar que no hagamos alusión a la tradición que enlaza el martirio de San Juan Nepomuceno con la guarda del sigilo sacramental. Uno de los más insignes historiadores bohemos, Palacky, comentando la decisión del rey Wenceslao, sugiere ya algo cuando dice: "Había también otros motivos por los que el rey odiaba a este pío sacerdote".
¿Qué motivos eran éstos? Tomás Ebendorfer de Haselbach, que fue enviado al concilio de Basilea para tratar con los bohemos en los años 1433-1435, nos va a proporcionar un dato precioso. En su crónica, escrita años después, hacia 1450, indica abiertamente la existencia de una sólida tradición local sobre el sigilo sacramental como causa del martirio de San Juan Nepomuceno. Es más: la verdad de esta tradición no es negada ni por los mismos husitas, a pesar de la parte activa que en el martirio tuvo el rey, protector de su naciente partido. Años después el historiador Pablo Zidek, en su célebre Zpravovna dedicada en 1471 al rey Jorge, repite la misma noticia y describe la tumba de Juan Nepomuceno en la iglesia de San Vito, donde el pueblo fiel veneraba el cuerpo del mártir como el de un santo. El historiador bohemo Pekar no se atreve a negar la posibilidad de que San Juan hubiera sido confesor de la reina.
No puede admirar, sin embargo, que no exista un testimonio inmediato. ¿En qué cabeza puede caber que el rey declarara expresamente que mandaba matar a Juan Nepomuceno porque tenía celos de su esposa y deseaba cerciorarse de la verdad obligándole a declararle lo oído en confesión? Evidentemente, esto sería absurdo. Lo lógico era buscar un pretexto cualquiera, el de su firmeza al defender los derechos de la Iglesia, para mandarlo matar. Luego la tradición se encargaría de conservar la memoria de lo que verdaderamente había ocurrido.
Y, en efecto, el culto a San Juan Nepomuceno tomó desde los primeros tiempos una gran fuerza. Así nos encontramos con muchísimos testimonios, no sólo arqueológicos, sino también literarios, en forma de canciones y poesías que nos testimonian el amor que el pueblo conservaba hacia el Santo y el fervor con que le tributaba culto.
Hacia el año 1541, sin embargo, ocurrió un hecho que ha venido a turbar durante tiempo la historia de San Juan Nepomuceno. El cronista Václav Hájek Libocan, escribiendo sobre una fuente histórica en la que la fecha del martirio aparecía fijada en 1383, dio como cierta tal fecha. Y cuando el jesuita Balbín y los dos canónigos de San Vito, Dlouhvesky y Pesina, promovieron la gran campaña en favor de la canonización de San Juan, trabajando sobre la crónica anterior, se encontraron con dos fechas para el martirio. Para salvar la dificultad y armonizar los datos escritos con los de la tradición supusieron que había habido dos Juanes: uno martirizado en 1383 por el sigilo sacramental y otro en 1393 por la cuestión de la independencia de la Iglesia. Unicamente aparecía una tumba, pero para este hecho se buscaron varias explicaciones. Y así la vida de Balbín, basada en la leyenda y partiendo del principio de este doble Juan, escrita en 1680, pasó a los Bolandistas y de ellos a la misma constitución apostólica de canonización. Balbín escribía con datos muy limitados, sin tener acceso al archivo capitular de Praga y sin conocer la vida del arzobispo Juan de Jenstein. Hoy sabemos la verdad que entonces apareció oscura, y nos parece absurdo pensar por un momento en dos mártires, que los dos se llaman Juan, los dos han nacido en Nepomuk, los dos han sido arrojados al río por orden del mismo rey, y, sin embargo, son diferentes. Es muchísimo más sencillo admitir el error, ya comprobado, en la fecha del martirio.
La campaña emprendida por BaIbín y sus dos amigos canónigos obtuvo un éxito resonante. El papa Inocencio XIII declaró el 25 de junio de 1721 al mártir Juan Nepomuceno Beato, aprobando el documento del arzobispo de Praga, que atestigua la autenticidad de su culto inmemorial. Las cartas de los emperadores, de los obispos, de las Ordenes religiosas, de las Universidades de Viena, Praga y Bratislava, de la Facultad de Olomouc, pidieron a Roma la apertura del proceso de canonización, que el mismo papa concedió el 18 de julio de 1722. Fueron examinadas las declaraciones de cincuenta y cuatro testigos. Se examinaron también los milagros que se atestiguaban. Y ocurrió entonces algo que pocas veces ha sucedido en una causa de esta clase.
El 27 de enero de 1725 la comisión presidida por el arzobispo de Praga, compuesta por dignidades eclesiásticas y civiles, de profesores de medicina y de dos cirujanos, examinó la lengua del mártir, que fue encontrada incorrupta, pero seca, y de color gris. De pronto, en presencia de todos, empezó a esponjarse y apareció rosa, como si se tratara de la de una persona viva. Todos se pusieron de rodillas, y este milagro, realizado en circunstancias tan solemnes, fue el cuarto de los que sirvieron para la canonización. Esta tuvo lugar el 19 de marzo de 1729, por Benedicto XIII, en la basílica de San Juan de Letrán. Desgraciadamente, el acta de la canonización se hizo eco de la teoría de BaIbín acerca de la existencia de dos Juanes. Pero, evidentemente, esto no estorba para nada la realidad que hoy conocemos: hubo un solo Juan, el vicario general de Praga, canónigo, mártir del sigilo sacramental, a quien Benedicto XIII canonizó, aunque accidentalmente recogiera la opinión, entonces imperante, de la existencia de otro Juan. Y esto es todo.
San Juan Nepomuceno ha sido considerado siempre como el patrono del sigilo sacramental, y también, por cierta evidente conexión, como el patrono de la fama y el buen nombre. Sus biógrafos nos cuentan maravillosos ejemplos en los que ha brillado con claridad la eficacia de tal patronazgo.
Es también patrono secundario de la Compañía de Jesús. Y ejerce su patronato sobre la Bohemia y Moravia. El culto de San Juan Nepomuceno ha sido, al través de los siglos, como el punto de cita del sentir religioso y nacional de estos dos pueblos. El altar del santo mártir, con sus sagradas reliquias en la iglesia metropolitana de San Vito, era el imán que atraía todos los años el 16 de mayo hacia Praga innumerables peregrinos bohemos, moravos y eslovacos. Cuando iba desapareciendo en las escuelas la lengua materna, oprimida por la lengua alemana, los peregrinos de Praga oían con gozo hablar su propia lengua. La fiesta de San Juan Nepomuceno era el estímulo para la vida de la nación. Como escribía el 12 de abril de 1925 en una carta pastoral monseñor Carlos Kaspar, obispo de Hradec Králové: "El culto de San Juan Nepomuceno suscitaba la lengua bohema a nueva vida. No sé si, sin San Juan Nepomuceno, se oiría aún esta lengua en las regiones de nuestra amada patria."
Una providencia especial pareció velar siempre sobre sus reliquias. Se vieron libres primero de las profanaciones de los husitas, y después de las de los luteranos, en 1618. Su casa natal fue transformada en iglesia, y un altar señala el lugar de su nacimiento. En Praga, en el lugar donde fue tirado al río, en el puente que une las dos partes de la ciudad, se conservaba una imagen ante la que los habitantes de la ciudad tenían la piadosa costumbre de orar siempre que pasaban. No es raro encontrar imágenes semejantes en puentes de Alemania y Alsacia. Su culto se extendió también por influjo de la Compañía de Jesús a otros muchos países.
Y subsiste en primer lugar la leyenda de tipo negativo. En 1835 un protestante alemán llamado Abel, con la intención que puede suponerse, dio suelta a su imaginación y presentó la historia de San Juan Nepomuceno como un tardío intento, improvisado por los jesuitas, para conseguir borrar en el pueblo bohemo el recuerdo de Juan Hus. Como los husitas negaban la confesión sacramental, se había insistido por parte de los jesuitas en hacer del fantástico santo un héroe de la misma confesión. Todavía el 7 de marzo de 1945 un filósofo de la talla de Benedetto Croce pronunciaba una conferencia sobre Italia y Bohemia en la que se hacía eco de semejante teoría: "De aquel Juan Nepomuceno, el legendario mártir del secreto mantenido frente al rey sobre la confesión de la reina, con cuyo nombre se procuró borrar y sustituir el tenaz recuerdo popular que los bohemos conservaban todavía de otro Juan, de su héroe Juan Hus".
La teoría era completamente absurda por la obvia razón de que, cuando se pretende que ocurrieron estos hechos, sólo personas muy eruditas conocían a Juan Hus, y muy pocos bohemos habrían leído alguno de sus escritos. La verdad es que cuando los jesuitas llegaron a Bohemia el culto a San Juan Nepomuceno estaba ya sólidamente establecido y sumamente difundido entre el pueblo fiel. Pero no importa que la hipótesis protestante fuera absurda. La leyenda subsiste, y continuará con tenacidad.
Dígase lo mismo desde el punto de vista piadoso. Tengo a la vista, mientras escribo, los dos Años cristianos más difundidos en Italia, editados en estos últimos años (1952 y 1958). En ambos se recoge la leyenda, puesta en circulación y difundida por el jesuíta Balbín, que hoy está fuera de duda que carece de fundamento crítico. Se trata del clásico esquema de vida medieval de santo: nacimiento de madre ya avanzada en edad, llamas maravillosas sobre su cuna, milagro en su favor durante la niñez por intercesión de la Virgen... Y así hasta el maravilloso resplandor que rodeó su cuerpo arrojado por orden del rey al río.
Frente a todo esto, frente a la insidia protestante, a la que los mismos benedictinos de París parecen dar algún valor, y la deformación piadosa que todavía corre, quisiéramos decir algo de su admirable vida ateniéndonos a lo que acerca de él nos enseña la Historia.
Nos encontramos en el siglo XIV. Rige la extensa diócesis de Praga, con más de mil quinientas parroquias, el célebre arzobispo Juan Jenstein, que habría de morir en Roma y ser sepultado en Santa Práxedes. Era un hombre doctísimo, de vida santa, defensor incansable de la verdadera reforma de costumbres. El fue quien se opuso en más de una ocasión a las injustas pretensiones del rey de Bohemia Wenceslao, hijo del “Padre de la Patria”, el emperador Carlos IV.
Junto a esta insigne figura de la historia eclesiástica encontramos la de Juan Nepomuceno. Había nacido en Nepomuk o Pomuk, en las cercanías de Zelená Hora, alrededor del año 1345. Ya en el año 1370 era notario de la Curia arzobispal. Ordenado sacerdote en 1379, le encontramos como párroco de San Gall, en Praga, simultaneando sus cuidados pastorales con el estudio del derecho eclesiástico en aquella célebre universidad, en la que obtiene el bachillerato. En 1382 el arzobispo le envía a Padua, donde se doctora en derecho canónico en 1387, volviendo luego a Praga. Allí es nombrado canónigo de la iglesia de San Gil. Permanece en ella sólo dos años y pasa luego a la iglesia colegiata de Vysehrad, en la capital de Bohemia. El 25 de agosto de 1390 conmutó la parroquia de San Gall con el arcedianato de Zatec, oficio importantísimo que llevaba consigo el título de canónigo honorario en la catedral de San Vito, en Praga. Había sido nombrado ya vicario general de aquella amplísima archidiócesis.
Fue entonces cuando ocurrió el suceso que dio pie para que el rey actuara contra él. En la abadía de Kladruby había sido elegido un nuevo abad, llamado Olen, como sucesor del fallecido abad Racek. Como nadie había presentado objeción alguna a tal elección dentro del plazo establecido, el vicario general Juan Nepomuceno confirmó el nuevo abad. Pero tropezó con las pretensiones del rey Wenceslao, que quería suprimir la abadía para erigir una nueva sede episcopal y conferirla a un miembro de su corte, al parecer a Juan Nanko, preboste de Lebus, en la Silesia. Contrariado en sus planes, intentó presionar sobre el vicario general y, al no conseguirlo, dio orden de arrojarle al río Vitava. Era el año 1393. Esta fecha, que sabemos está atestiguada por el abad agustino de Zahaní en Silesia, Lodolfo Loserth, que había hecho sus estudios en Praga en el año 1372, nos ofrece las máximas garantías. Por otra parte, el obispo Juan de Jenstein, en una amplia relación que envió a Roma, testimonia el martirio de su vicario general. Y el biógrafo del mismo obispo, escribiendo en el año 1401, habla del martirio y de los milagros que se han obtenido por intercesión de Juan Nepomuceno.
Sin embargo, podrá extrañar que no hagamos alusión a la tradición que enlaza el martirio de San Juan Nepomuceno con la guarda del sigilo sacramental. Uno de los más insignes historiadores bohemos, Palacky, comentando la decisión del rey Wenceslao, sugiere ya algo cuando dice: "Había también otros motivos por los que el rey odiaba a este pío sacerdote".
¿Qué motivos eran éstos? Tomás Ebendorfer de Haselbach, que fue enviado al concilio de Basilea para tratar con los bohemos en los años 1433-1435, nos va a proporcionar un dato precioso. En su crónica, escrita años después, hacia 1450, indica abiertamente la existencia de una sólida tradición local sobre el sigilo sacramental como causa del martirio de San Juan Nepomuceno. Es más: la verdad de esta tradición no es negada ni por los mismos husitas, a pesar de la parte activa que en el martirio tuvo el rey, protector de su naciente partido. Años después el historiador Pablo Zidek, en su célebre Zpravovna dedicada en 1471 al rey Jorge, repite la misma noticia y describe la tumba de Juan Nepomuceno en la iglesia de San Vito, donde el pueblo fiel veneraba el cuerpo del mártir como el de un santo. El historiador bohemo Pekar no se atreve a negar la posibilidad de que San Juan hubiera sido confesor de la reina.
No puede admirar, sin embargo, que no exista un testimonio inmediato. ¿En qué cabeza puede caber que el rey declarara expresamente que mandaba matar a Juan Nepomuceno porque tenía celos de su esposa y deseaba cerciorarse de la verdad obligándole a declararle lo oído en confesión? Evidentemente, esto sería absurdo. Lo lógico era buscar un pretexto cualquiera, el de su firmeza al defender los derechos de la Iglesia, para mandarlo matar. Luego la tradición se encargaría de conservar la memoria de lo que verdaderamente había ocurrido.
Y, en efecto, el culto a San Juan Nepomuceno tomó desde los primeros tiempos una gran fuerza. Así nos encontramos con muchísimos testimonios, no sólo arqueológicos, sino también literarios, en forma de canciones y poesías que nos testimonian el amor que el pueblo conservaba hacia el Santo y el fervor con que le tributaba culto.
Hacia el año 1541, sin embargo, ocurrió un hecho que ha venido a turbar durante tiempo la historia de San Juan Nepomuceno. El cronista Václav Hájek Libocan, escribiendo sobre una fuente histórica en la que la fecha del martirio aparecía fijada en 1383, dio como cierta tal fecha. Y cuando el jesuita Balbín y los dos canónigos de San Vito, Dlouhvesky y Pesina, promovieron la gran campaña en favor de la canonización de San Juan, trabajando sobre la crónica anterior, se encontraron con dos fechas para el martirio. Para salvar la dificultad y armonizar los datos escritos con los de la tradición supusieron que había habido dos Juanes: uno martirizado en 1383 por el sigilo sacramental y otro en 1393 por la cuestión de la independencia de la Iglesia. Unicamente aparecía una tumba, pero para este hecho se buscaron varias explicaciones. Y así la vida de Balbín, basada en la leyenda y partiendo del principio de este doble Juan, escrita en 1680, pasó a los Bolandistas y de ellos a la misma constitución apostólica de canonización. Balbín escribía con datos muy limitados, sin tener acceso al archivo capitular de Praga y sin conocer la vida del arzobispo Juan de Jenstein. Hoy sabemos la verdad que entonces apareció oscura, y nos parece absurdo pensar por un momento en dos mártires, que los dos se llaman Juan, los dos han nacido en Nepomuk, los dos han sido arrojados al río por orden del mismo rey, y, sin embargo, son diferentes. Es muchísimo más sencillo admitir el error, ya comprobado, en la fecha del martirio.
La campaña emprendida por BaIbín y sus dos amigos canónigos obtuvo un éxito resonante. El papa Inocencio XIII declaró el 25 de junio de 1721 al mártir Juan Nepomuceno Beato, aprobando el documento del arzobispo de Praga, que atestigua la autenticidad de su culto inmemorial. Las cartas de los emperadores, de los obispos, de las Ordenes religiosas, de las Universidades de Viena, Praga y Bratislava, de la Facultad de Olomouc, pidieron a Roma la apertura del proceso de canonización, que el mismo papa concedió el 18 de julio de 1722. Fueron examinadas las declaraciones de cincuenta y cuatro testigos. Se examinaron también los milagros que se atestiguaban. Y ocurrió entonces algo que pocas veces ha sucedido en una causa de esta clase.
El 27 de enero de 1725 la comisión presidida por el arzobispo de Praga, compuesta por dignidades eclesiásticas y civiles, de profesores de medicina y de dos cirujanos, examinó la lengua del mártir, que fue encontrada incorrupta, pero seca, y de color gris. De pronto, en presencia de todos, empezó a esponjarse y apareció rosa, como si se tratara de la de una persona viva. Todos se pusieron de rodillas, y este milagro, realizado en circunstancias tan solemnes, fue el cuarto de los que sirvieron para la canonización. Esta tuvo lugar el 19 de marzo de 1729, por Benedicto XIII, en la basílica de San Juan de Letrán. Desgraciadamente, el acta de la canonización se hizo eco de la teoría de BaIbín acerca de la existencia de dos Juanes. Pero, evidentemente, esto no estorba para nada la realidad que hoy conocemos: hubo un solo Juan, el vicario general de Praga, canónigo, mártir del sigilo sacramental, a quien Benedicto XIII canonizó, aunque accidentalmente recogiera la opinión, entonces imperante, de la existencia de otro Juan. Y esto es todo.
San Juan Nepomuceno ha sido considerado siempre como el patrono del sigilo sacramental, y también, por cierta evidente conexión, como el patrono de la fama y el buen nombre. Sus biógrafos nos cuentan maravillosos ejemplos en los que ha brillado con claridad la eficacia de tal patronazgo.
Es también patrono secundario de la Compañía de Jesús. Y ejerce su patronato sobre la Bohemia y Moravia. El culto de San Juan Nepomuceno ha sido, al través de los siglos, como el punto de cita del sentir religioso y nacional de estos dos pueblos. El altar del santo mártir, con sus sagradas reliquias en la iglesia metropolitana de San Vito, era el imán que atraía todos los años el 16 de mayo hacia Praga innumerables peregrinos bohemos, moravos y eslovacos. Cuando iba desapareciendo en las escuelas la lengua materna, oprimida por la lengua alemana, los peregrinos de Praga oían con gozo hablar su propia lengua. La fiesta de San Juan Nepomuceno era el estímulo para la vida de la nación. Como escribía el 12 de abril de 1925 en una carta pastoral monseñor Carlos Kaspar, obispo de Hradec Králové: "El culto de San Juan Nepomuceno suscitaba la lengua bohema a nueva vida. No sé si, sin San Juan Nepomuceno, se oiría aún esta lengua en las regiones de nuestra amada patria."
Una providencia especial pareció velar siempre sobre sus reliquias. Se vieron libres primero de las profanaciones de los husitas, y después de las de los luteranos, en 1618. Su casa natal fue transformada en iglesia, y un altar señala el lugar de su nacimiento. En Praga, en el lugar donde fue tirado al río, en el puente que une las dos partes de la ciudad, se conservaba una imagen ante la que los habitantes de la ciudad tenían la piadosa costumbre de orar siempre que pasaban. No es raro encontrar imágenes semejantes en puentes de Alemania y Alsacia. Su culto se extendió también por influjo de la Compañía de Jesús a otros muchos países.
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