Nota (Los fragmentos del Libro de la Vida, están en el lenguaje original)
El nombre Teresa
En el Diccionario Etimológico (de nombres propio de Gutierre Tibón, FCE), se lee: Teresa, Latín, Therasia, Terapia, Teresia, y que viene del griego cosechadora o segadora, y también de cazar, entonces, que Teresa sea conocida también como la cosechadora, cultivadora de las virtudes y cazadora de almas, es algo muy particular de ella reflejada en su nombre.
En efecto, ella es una buena cazadora, pues nos atrapa, nos cautiva.
Es sin lugar a dudas, una de las grandes mujeres santas, su vida y su literatura, Exclamaciones del Alma, Camino de Perfección, Cartas, Libro de la Vida, Los Conceptos del Amor de Dios, Escritos Menores, Las Fundaciones, Las Relaciones, entre otros, su poemas, su dicho, su forma de orar, la hace estar entre las mujeres más grandes y admirables de la historia, y ser una de las tres doctoras de la Iglesia como otra gran Santa, Teresita del Niño Jesús y Santa Catalina de Siena.
Sus Padres
Sus padres fueron Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila y Ahumada, de ellos Santa Teresa escribió:
“Era mi padre hombre de mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos y aun con los criados; tanta, que jamás se pudo acabar con él tuviese esclavos, porque los había gran piedad, y estando una vez en casa una de un su hermano, la regalaba como a sus hijos. Decía que, de que no era libre, no lo podía sufrir de piedad. Era de gran verdad. Jamás nadie le vio jurar ni murmurar. Muy honesto en gran manera.”
“Mi madre también tenía muchas virtudes y pasó la vida con grandes enfermedades. Grandísima honestidad. Con ser de harta hermosura, jamás se entendió que diese ocasión a que ella hacía caso de ella, porque con morir de treinta y tres años, ya su traje era como de persona de mucha edad. Muy apacible y de harto entendimiento. Fueron grandes los trabajos que pasaron el tiempo que vivió. Murió muy cristianamente.”
Cuando su madre murió Santa Teresa escribió: “Acuérdome que cuando murió mi madre quedé yo de edad de doce años, poco menos. Como yo comencé a entender lo que había perdido, afligida fuime a una imagen de nuestra Señora y supliquéla fuese mi madre, con muchas lágrimas. Paréceme que, aunque se hizo con simpleza, que me ha valido; porque conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he encomendado a ella y, en fin, me ha tornado a sí”
Sus Hermanos
Éramos tres hermanas y nueve hermanos. Todos parecieron a sus padres, por la bondad de Dios, en ser virtuosos, si no fui yo, aunque era la más querida de mi padre. Y antes que comenzase a ofender a Dios, parece tenía alguna razón; porque yo he lástima cuando me acuerdo las buenas inclinaciones que el Señor me había dado y cuán mal me supe aprovechar de ellas.
Su Padre enviudo con tres hijos, Juan, Pedro y María, luego se casó y tuvo nueve hijos, Rodrigo, Teresa, Lorenzo, Pedro, Jerónimo, Antonio, Agustín y Juana.
Su ciudad
Teresa nació en la ciudad castellana de Ávila, distante a 115 km de Madrid, allí nació ella el 28 de marzo de 1515. Su padre escribió en su diario al nacer:” Hoy 28 de marzo de 1515, nació Teresa mi hija, a las cinco de la mañana. Su mamacita Beatriz está cumpliendo en este día sus veinte años. Gobierna el país el rey Fernando el Católico. Regente es el Cardenal Cisneros. Es el según año del Pontificado del Papa León X.
Los deseos martirio y vivir como ermitaños siendo niña
Santa Teresa nos cuenta que con uno de sus hermanos, Rodrigo tres años mayor que ella, leían la vida de los santos, llamándole mucho la atención, lo que decía: “Como veía los martirios que por Dios las santas pasaban, parecíame compraban muy barato el ir a gozar de Dios y deseaba yo mucho morir así, no por amor que yo entendiese tenerle, sino por gozar tan en breve de los grandes bienes que leía haber en el cielo” y así fue como concertó con su hermano ir a tierra de los moros, “,pidiendo por amor de Dios, para que allá nos descabezasen”. Pero no le fue posible ir a esa tierras, entonces luego ella escribe: “De que vi que era imposible ir a donde me matasen por Dios, ordenábamos ser ermitaños; y en una huerta que había en casa procurábamos, como podíamos, hacer ermitas, poniendo unas pedrecillas que luego se nos caían, y así no hallábamos remedio en nada para nuestro deseo; que ahora me pone devoción ver cómo me daba Dios tan presto lo que yo perdí por mi culpa”
Las devociones siendo niña
Hacía limosna como podía, y podía poco. Procuraba soledad para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el rosario, de que mi madre era muy devota, y así nos hacía serlo. Gustaba mucho, cuando jugaba con otras niñas, hacer monasterios, como que éramos monjas, y yo me parece deseaba serlo, aunque no tanto como las cosas que he dicho.
Cosa juveniles
Santa Teresa, nos relata un pasaje juvenil, y nos deja a los padres una buena enseñanza, el cuidado con las amistades, algo que ella se dio cuenta a tiempo y sus cualidades la hicieron pasar muy bien por esta etapa.
“Comencé a traer galas y a desear contentar en parecer bien, con mucho cuidado de manos y cabello y olores y todas las vanidades que en esto podía tener, que eran hartas, por ser muy curiosa. No tenía mala intención, porque no quisiera yo que nadie ofendiera a Dios por mí”
“Si yo hubiera de aconsejar, dijera a los padres que en esta edad tuviesen gran cuenta con las personas que tratan sus hijos, porque aquí está mucho mal, que se va nuestro natural antes a lo peor que a lo mejor.”
“Por aquí entiendo el gran provecho que hace la buena compañía, y tengo por cierto que, si tratara en aquella edad con personas virtuosas, que estuviera entera en la virtud.”
Los santos, no dejan de ser personas humanas, pero hay algo especial en ellos que los hace diferentes, estar iluminados por la buena luz.
En todo caso, a don Alonso, padre de Teresa, no le parecía bien la influencia de una amistad de la juventud, aunque como dice ella misma, “pues nunca era inclinada a mucho mal, porque cosas deshonestas naturalmente las aborrecía”, sin embargo su padre la envío a vivir a un monasterio, así lo relata Teresa “Porque no me parece había tres meses que andaba en estas vanidades, cuando me llevaron a un monasterio que había en este lugar, adonde se criaban personas semejantes, aunque no tan ruines en costumbres como yo. Teresa tenía ya 15 años.
Retrato de Teresa
Según el Libro Semblanza de Santa Teresa de Jesús, del Padre Jesús Martí Ballester, este es el retrato físico y psíquico de Teresa.
Sus contemporáneos nos han dejado su retrato. Teresa era de estatura mediana, más bien grande que pequeña. Medía 1,68. Gruesa más que flaca, y en todo bien proporcionada. De color blanco y encarnado, especialmente en las mejillas. Cabello negro, limpio, reluciente y blandamente crespo. Frente ancha y muy hermosa. Cejas un poco gruesas, de color rubio oscuro. Los ojos negros, vivos y redondos, al reír mostraban alegría, y cuando mostraban gravedad eran muy graves. La nariz, más pequeña que grande. La boca, ni grande ni pequeña. Los dientes, iguales y muy blancos. La garganta ancha, blanca y no muy alta, sino un poco metida. Manos y pies, lindos y proporcionados. Y tenía tres lunares en la cara. Daba gran contento mirarla y oírla, porque era muy apacible y graciosa en todas sus palabras y ademanes. Tenía particular aire y gracia en el andar, en el hablar, en el mirar y en cualquier ademán que hiciese. Los vestidos, aunque fuesen viejos y remendados, todos le caían muy bien. No ignoraba Teresa las cualidades que tenía. Anciana ya, manifestaba a un padre carmelita: «Sepa, padre, que me loaban de tres cosas temporales, que eran de discreta, de santa y de hermosa, y yo creía que era discreta y hermosa, que era harta vanidad, más que era buena y santa, siempre entendía que se engañaban». Su psicología está marcada por una gran sensibilidad, que se manifestaba en la expresión de su rostro; sus profundos sentimientos fácilmente le bañaban en lágrimas los ojos de pena, de ternura, de alegría o de compasión. Lloraba con mucha frecuencia, aunque con más parsimonia, en su madurez. Tenía una gracia natural que se llevaba a la gente de calle, y un deseo de agradar fuera de lo común. Juan Rof Carballo ha estudiado su grafismo y ha escrito: «Trazos llenos, vibrantes, contradictorios, muestran el juego activísimo de las fuerzas del inconsciente. Pero todo ello aparece, y esto es lo asombroso, como enmarcado o dominado con suavidad infinita dentro de un yo de extraordinario poder y riqueza»
Un cambio en Teresa
Estando en el internado, Teresa conoció a una monja que le fue buena compañía, ella escribió de esta amistad “Pues comenzando a gustar de la buena y santa conversación de esta monja, holgaba me de oírla cuán bien hablaba de Dios, porque era muy discreta y santa. Esto, a mi parecer, en ningún tiempo dejé de holgarme de oírlo. Comenzóme a contar cómo ella había venido a ser monja por sólo leer lo que dice el evangelio: Muchos son los llamados y pocos los escogidos. Decíame el premio que daba el Señor a los que todo lo dejan por El.
Un año y medio estuvo en ese monasterio, donde ella poco a poco fue experimentando un cambio en su vida, así escribía “Comencé a rezar muchas oraciones vocales y a procurar con todas me encomendasen a Dios, que me diese el estado en que le había de servir.”
Regreso a casa
Teresa enfermo gravemente y su padre la regreso a su casa, donde se repuso totalmente, en el período de convalecencia fue a visitar a una hermana quien la quería mucho, en el camino pasaron por la casa de un tío, viudo y hermano de su padre llamado Pedro, que luego fue monje, allí donde su tío paso un corto tiempo, el influyó de alguna forma con sus libros religiosos y su conversación espiritual, y especialmente como lo declara ella, la causo una gran impresión las cartas de san Jerónimo.
El deseo de ser Monja
Dice Teresa “en esta batalla estuve tres meses, forzándome a mí misma con esta razón: que los trabajos y pena de ser monja no podía ser mayor que la del purgatorio”, esto es significa que la forma de pensar era que las penas del purgatorio ere menores que las que merecía fuera del convento.
Animada por las Epístolas de San Jerónimo, ella le comento a su padre la intención de ser monja, pero se opuso y le respondió, una vez que acabará su vida, esto es cuando muriese, en ese momento ella podía tomar esa decisión.
El 2 de noviembre de 1535, siendo de madrugada, ayudada por uno de sus hermanos, Teresa tomo la decisión de ir a visitar a una amiga religiosa a un convento de las carmelitas, ella estaba resuelta en su determinación, y así lo dijo “puesto que ya en esta postrera determinación ya yo estaba de suerte, que a cualquiera que pensara servir más a Dios o mi padre quisiera, fuera; que más miraba ya el remedio de mi alma, que del descanso ningún caso hacía de él.” Con todo ella manifestaba su gran dolor y angustia por la separación de su familia, especialmente su padre.
Dijo Teresa que una vez tomado el hábito, luego le dio el Señor a entender cómo se favorece a los que se hacen fuerza para servirle y que a la hora después fue tan grande su felicidad, que por siempre estuvo feliz de haberlo llevado.
Su padre, luego de ingresar al convento le retiro la negativa.
La toma del hábito y la profesión religiosa
El 2 de noviembre de 1536, después de un año de postulación, le impusieron el hábito de religiosa, y el 3 de noviembre de 1537, hizo su profesión religiosa, esto es los tres votos de pobreza, castidad y obediencia.
Teresa cae gravemente enferma
El cambio de vida, entre su hogar y el monasterio, le provoco un problema de salud, que al no ser al principio bien tratado, le comenzó a provocar una enfermedad que se fue agravando, Teresa lo relata así: “La mudanza de la vida y de los manjares me hizo daño a la salud, que, aunque el contento era mucho, no bastó. Comenzáronme a crecer los desmayos y dióme un mal de corazón tan grandísimo, que ponía espanto a quien le veía, y otros muchos males juntos, y así pasé el primer año con harta mala salud”
Así fue como su padre la retiro del convento, a fin de buscar mejores médicos y al no encontrarlos, ella se quedó por nueve meses en casa de una hermana casada. Teresa estuvo enferma por casi tres años.
Lectura espiritual
En el camino a la casa de su hermana, paso nuevamente donde su tío Pedro, quien le regalo un libro titulado Tercer Abecedario, que trataba de enseñar oración de recogimiento espiritual, (escrito por Francisco Osuna), con el aprendió la oración mental y la contemplación, y lo tuvo por libro maestro, y guiada por aquella buena lectura, experimento un cambio espiritual. “Procuraba lo más que podía traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí presente, y ésta era mi manera de oración”, escribiría Teresa.
El peligro de los confesores mal preparados
Teresa nos comenta sobre el peligro de los confesores que no están bien preparados, y aconseja que para ser director espiritual, deben ser personas bien instruidas, es así como ella escribió: “Estaba una persona de la iglesia, que residía en aquel lugar adonde me fui a curar, de harto buena calidad y entendimiento. Tenía letras, aunque no muchas. Yo comencéme a confesar con él, que siempre fui amiga de letras, aunque gran daño hicieron a mi alma confesores medio letrados, porque no los tenía de tan buenas letras como quisiera”. Esto lo advierte para que las personas que buscan dirección le den debida importancia a la calidad del elegido para esta tarea.
Teresa ayuda a un sacerdote a corregir sus faltas
Nos narra Teresa que mientras ella se sanaba de su enfermedad, conoció a un sacerdote el cual fue su confesor, ella le tomo gran estimación, y le hizo su comentarios en su fervor de joven religiosa, de su gran alegría de hablar de Dios, es así como este sacerdote, viendo la gran calidad moral que le mostraba Teresa, le llego a contar que por durante siete años, llevaba una amistad pecaminosa y así con esa falta, el celebraba misa, a pesar de que no creía en hechicería, él se sentía así, por esa costumbre de las mujeres de mala fama de utilizar este argumento para atraer a los hombres. Cuando supo de esto Teresa, comenzó con mucho cariño a hablarle de Dios y a motivarlo a abandonar esta situación, lo que logro con éxito, porque finalmente el sacerdote lo hizo. Luego hasta su muerte, un año y medio después el con mucho arrepentimiento y con buenas obras, salvo su alma.
Teresa es dada por muerta y la confesión.
A fin de completar su tratamiento, Teresa se trasladó donde un curandera, donde paso dos meses de gran sufrimiento y no se sanó, entonces su padre la regresó a Ávila.
Un comentario de San Gregorio sobre el libro de Job, que ella repetía a menudo en el pensamiento de daba mucha fuerza, “Si aceptamos los bienes de la mano del Señor, ¿por qué no aceptar también de El los males?
En la fiesta de la Asunción pidió Teresa confesarse, su padre no le permitió hacerlo, y eso que era un buen católico, pero lo hizo por temor a que fuera como algo último en su vida, y en ese entonces le vino una parálisis y luego un estado de inconciencia, la creyeron en estado moribundo y le pusieron hasta cera en los ojos para que le quedaran abiertos, la amortajaron y comenzaron a preparar el velorio, pero su padre se resistió a aceptarlo, aún más cuando un hermano de ella la cuidaba haciendo turno, se durmió y una de la velas del velorio provoco un amago de incendio con tal humareda que Casio se asfixió, con todo después de cuatro días de delirio, despertó, pidiendo un confesor, a lo que su padre feliz accedió. Teresa, después de este suceso nunca dejo falta, aunque se venial, sin confesar.
San José, abogado de Teresa
Después de volver a su conciencia, Teresa estuvo 8 meses tullida, privada de todo movimiento, con paciencia admirables soporto grandes dolores hasta su 25 años, aceptado todo lo que le había venido, tuvo que aprender a caminar de nuevo, igual que de pequeña, “gateando”, pero en su soledad, recibió mucho amor de Dios, una gran fuerza, se confesaba y comulgaba con frecuencia, leía libros espirituales, y viendo que lo médicos no la sanaban, se encomendó a San José, así lo relata ella: “Tome por abogado y señor al glorioso San José y encomendéme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad como de otras mayores de honra y pérdida de alma este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra -que como tenía el nombre de padre, siendo ayo, (padre adoptivo) le podía mandar-, así en el cielo hace cuánto le pide.” Teresa nos quiere decir que así como Jesús le fue obediente en la tierra durante años, que como padre adoptivo podía mandar, así ahora Jesucristo en el Cielo, le concede cuanto pide.
Un poco de relajación, no hace bien
Luego de recuperada Teresa, se relajó un poco, y dejo a un lado la oración mental y se dedicó a la oración de la comunidad, ella culpaba un poco esta situación a que el monasterio no era de clausura y entraba y salía visitas continuamente, causando distracción, incluso con visitas de personas pecaminosas, pero pronto comprendió que ese no era el camino, es así como ella explica el mal que hace cuando en los convento no se practica la estricta observancia religiosa. Ella misma se dio cuenta mientras estaba en una conversación mundana que no le parecía dañosas a la vida espiritual, tuvo una visión con los ojos del alma, en la cual Jesús le hizo saber que esto a Él le disgustaba.
Regreso a la oración contemplativa
El padre de Teresa expiro en la vigilia de la navidad de 1543, ella tenía 28 años, un sacerdote dominico, confesor de su padre, le hizo un gran bien espiritual, al darle el consejo que no abandonara la oración contemplativa, el comulgar con frecuencia, a partir de ese minuto no la abandono jamás.
Según su propia experiencia ella nos enseña acerca de la oración mental, que aunque al principio es imperfecta, nunca se debe dejar de hacer, ya que poco a poco se perfecciona, y agrega Teresa “Y quien no la ha comenzado, por amor del Señor le ruego yo no carezca de tanto bien. No hay aquí que temer, sino que desear; porque, cuando no fuere adelante y se esforzare a ser perfecto, que merezca los gustos y regalos que a estos da Dios, a poco ganar irá entendiendo el camino para el cielo”
Esa es la infinita bondad de Dios, que le da mucha importancia al tiempo que a Él le damos. Y que cuando nos ve arrepentido de nuestras faltas, olvida las ofensas que le hemos hecho.
El Señor despierta su alma y le da luz
Dice Teresa, que andaba su alma cansada, y aunque ella lo quería, no cambiaba un modo de vida que no degustaba, entonces le sucedió, que entrando a un oratorio (Capilla), vio una imagen, que había traído allá a guardar, y que se había utilizado para una cierta fiesta del convento, era Cristo, con todas sus heridas, y se impresiono mucho, así lo relata: “Vi una imagen que habían traído allá a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle” Entonces se arrodilló y suplico que Jesús la fortaleciera de una vez y nunca más ofenderlo.
Todo es dado por Dios
Nos narra que con frecuencia le sucedía que presentía muy cerca la presencia del Señor, y de que ninguna manera podía dudar que estaba dentro de ella, pero esto no era una visión, más bien un sentimiento de mística teológica.
Todo es dado de Dios no dice Tersa, y no le parece bien que seamos tan bajo e ingrato con Dios, por todo lo que hizo por nosotros, como la Pasión de Jesucristo, sus dolores, y su calvario, y por todo los que nos ama, sus obras y su grandeza para sus hijos.
El dedicarse a amar a Dios, en un gran honor, no existe otro que se le parezca, especialmente cuando se ama de verdad, y más por agradarle que por temor a los castigos, “El mejor tesoro que podríamos adquirir es amar a Dios”
Nuestra disposición física al orar
Teresa nos recomienda la disposición física que tenemos que tener para nuestros momentos de oración, esto es no hacerla cuando estamos cansados, pero si darse un descanso para orar, y nos recuerda que Jesús dijo: “Suave es su yugo, y es gran negocio no traer el alma arrastrada, como dicen, sino llevarla con suavidad para su mayor aprovechamiento.”, esto es su yugo es suave, por eso no hay que atormentar al alma, y no llevarla como rastra hacia la perfección, sino suavemente.
Los grados de la oración
A pesar de algunas arideces en la oración, Teresa, nos dice que al recordar todo lo que sufrió por nosotros Jesucristo, puede llevarnos a un grado de compasión que le hace mucho bien a nuestra alma, y al pensar en gloria que esperamos y el amor que el Señor nos tuvo y su resurrección, no mueve a un gozo virtuoso, y muy provechoso. Estas son las cosas, que causan devoción y nos invitan a la oración.
El primer grado de oración, es hacer muchos actos o propósitos, de dedicarse a servir a Dios, y hacer mucho por Dios, y a despertar el amor, para ayudar a aumentar las virtudes conforme a un libro que se llama “Arte de servir a Dios”, que es muy bueno y apropiado para los que están en este grado, porque obra el entendimiento, dice Teresa: “Puede representarse delante de Cristo y acostumbrarse a enamorarse mucho de su sagrada Humanidad y traerle siempre consigo y hablar con Él, pedirle para sus necesidades y quejársele de sus trabajos, alegrarse con El en sus contentos y no olvidarle por ellos, sin procurar oraciones compuestas, sino palabras conforme a sus deseos y necesidad.”
Es bueno andar alegres y con libertad en este grado de oración, y no andar pensando que por eso se les ira el entusiasmo por la devoción, si hay que huir de las ocasiones donde se puede ofender a Dios, no hay que descuidarse y se debe ser humilde en reconocer nuestra débil naturaleza, es necesario distraerse sanamente, recrearse, así estaremos mejor para la oración.
Dice Teresa “Tener gran confianza, porque conviene mucho no apocar los deseos, sino creer de Dios que, si nos esforzamos, poco a poco, aunque no sea luego, podremos llegar a lo que muchos santos con su favor.”
Para el segundo grado de oración Teresa nos explica con este ejemplo: “Pues ya queda dicho con el trabajo que se riega este vergel y cuán a fuerza de brazos sacando el agua del pozo, digamos ahora el segundo modo de sacar el agua que el Señor del huerto ordenó para que con artificio de con un torno y arcaduces sacase el hortelano más agua y a menos trabajo, y pudiese descansar sin estar continuo trabajando. Pues este modo, aplicado a la oración que llaman de quietud, es lo que yo ahora quiero tratar”
Esto es el primero es hacer las cosas fatigadamente, “a fuerza de brazos”, que son las dificultades del primer grado, el segundo con la ayuda de una máquina, (un torno), esto es sacamos más, y nos cansa menos, aunque dure mucho rato el orar.
Entonces en ese minuto, parece que el alma empezara a gozar ya de lo que será la alegría de la gloria eterna, y a perder el interés o la codicia por los bienes terrenales.
En el tercer grado de oración, dice Teresa “Vengamos ahora a hablar de la tercera agua con que se riega esta huerta, que es agua corriente de río o de fuente, que se riega muy a menos trabajo, aunque alguno da el encaminar el agua. Quiere el Señor aquí ayudar al hortelano de manera que casi Él es el hortelano y el que lo hace todo.”
En este grado, el alma solo quiere ocuparse de Dios, es como un sueño, da mucho gusto, es un suave deleite sin comparación, como el que da el agua en una garganta que estuvo seca, de un alma en gracia que aún no puede ir más adelante, pero tampoco puede volver atrás, o como un cirio o candela que le falta poco para finalizar, esto es morir de las cosas del mundo y estar gozando de Dios, Teresa dice con sus palabras: “Yo no sé otros términos cómo lo decir ni cómo lo declarar, ni entonces sabe el alma qué hacer; porque ni sabe si hable ni si calle, ni si ría, ni si llore. Es un glorioso desatino, una celestial locura, adonde se desprende la verdadera sabiduría, y es deleitosísima manera de gozar el alma.”
El cuarto grado de oración. Escribe Teresa: “El Señor me enseñe palabras cómo se pueda decir algo de la cuarta agua. Bien es menester su favor, aún más que para la pasada; porque en ella aún siente el alma no está muerta del todo, que así lo podemos decir, pues lo está al mundo; mas, como dije, tiene sentido para entender que está en él y sentir su soledad, y aprovéchase de lo exterior para dar a entender lo que siente, siquiera por señas. “
Teresa hace toda una declaración de la gran dignidad que adquiere el alma en este estado, es para que muchos puedan animarse, para entusiasmar a muchos a la oración, porque es un estado de divinidad que el Señor aprecia, por tanto nos exhorta a esforzarnos a llegar a esta grado, ya que se puede alcanzar en nuestra vida, no por merecerlo si no por la bondad de Dios.
Teresa nos escribe en libro de su vida “En toda la oración y modos de ella que queda dicho, alguna cosa trabaja el hortelano; aunque en estas postreras va el trabajo acompañado de tanta gloria y consuelo del alma, que jamás querría salir de él, y así no se siente por trabajo, sino por gloria. Acá no hay sentir, sino gozar sin entender lo que se goza. Entiéndese que se goza un bien, adonde juntos se encierran todos los bienes, mas no se comprende este bien. Ocúpanse todos los sentidos en este gozo, de manera que no queda ninguno desocupado para poder en otra cosa, exterior ni interiormente.”
El modo de llevar la oración y el consejero espiritual
En una momento sucedió que alguna mujeres se sentía muy iluminadas por Dios en su grado de oración, pero descubrió que estaba engañadas por el demonio, entonces temió de ella misma, al creer que por gran deleite y suavidad que sentía, algo de lo cual no podía excusarse, puesto que veía en ella una gran seguridad de que era Dios que la hacía sentir así cuando estaba en oración.
Para disipar los temores decidió consultar a una persona espiritual para consultarle sobre su modo de oración, a fin de la iluminara si estaba errada o no, consulto con un hombre ejemplar que la derivó a un clérigo, el que no le dio importancia al modo de orar de Teresa y además no la quiso confesar, aún más, ambos luego de analizar el modo de oración de Teresa, le insinuaron que lo que le sucedía era cosa del demonio, pero al verla tan angustiada por esto, le consiguieron un guía espiritual Jesuita. Con todo, este jesuita luego le aclaró, que lo que estaba sintiendo venía de Dios y no del Diablo. Consolada y animada comenzó una vida nueva, contenta e iniciada en un nuevo modo de Ejercicios Espirituales, como lo hacían los Jesuitas.
La transverberación.
Se denomina así a la experiencia mística de ser traspasado en el corazón causando una gran herida.
Narración de Teresa: Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión: veía un ángel cabe (junto a) mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla; aunque muchas veces se me representan ángeles, es sin verlos, sino como la visión pasada que dije primero. En esta visión quiso el Señor le viese así: no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrazan. (encendidos de amor). Deben ser los que llaman querubines, que los nombres no me los dicen; más bien veo que en el cielo hay tanta diferencia de unos ángeles a otros y de otros a otros, que no lo sabría decir. Veíale (observo) en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento. Los días que duraba esto andaba como embobada. No quisiera ver ni hablar, sino abrazarme con mi pena, que para mí era mayor gloria que cuantas hay en todo lo criado.
El encuentro con San Pedro Alcántara
En Ávila, se oían murmuraciones en contra Teresa, incluso su confesor la trataba con dureza, le suspendió temporalmente de comulgar, le pidió suspender la meditación y la contemplación, por ese entonces estaba en un casa fuera del convento, donde a solas le sucedían éxtasis, esto es un estado en el que el alma alcanza una unión mística con Dios por medio de la contemplación y del amor, es un estado de la persona cautivada por visiones o sensaciones extremadamente bellas, agradables o placenteras.
Entonces se le ordenó regresar al convento, y esto la asustaba, porque allí no estaría sola ante estos éxtasis, por lo cual había pensado emigrar a otro convento, pero sucedió que llego por aquel lugar el ya famoso fraile Pedro de Alcántara, un religioso que por cuarenta años dormía una hora y media, que incluso cuando dormía lo hacía sentado, vestía con telas ordinarias, y caminaba descalzo, ayunaba día por medio, o más, nunca levantaba la vista, ni siquiera conocía la cara de otros frailes de su convento. Cuando se encontró con Teresa él tenía como sesenta años. El encuentro con él le dio gran tranquilidad, ya que le aseguró que siguiera tranquila, en la vida de oración, tal como lo estaba haciendo, y le confirmó que lo que le sucedía venía de Dios.
Visión de demonio
Relato de Teresa en el Libro la Vida: Estaba una vez en un oratorio, (capilla) y aparecióme hacia el lado izquierdo, de abominable figura; en especial miré la boca, porque me habló, que la tenía espantable. Parecía le salía una gran llama del cuerpo, que estaba toda clara, sin sombra. Díjome espantablemente que bien me había librado de sus manos, más que él me tornaría a ellas. Yo tuve gran temor y santigüéme como pude, y desapareció y tornó luego. Por dos veces me acaeció esto. Yo no sabía qué me hacer. Tenía allí agua bendita y échelo hacia aquella parte, y nunca más tornó.
La Reforma de la comunidad
Habiendo cierto día comulgado, sintió que el Señor le pidió que se esforzara por fundar un nuevo convento, algo que ya había planeado, asegurándole que recibiría su ayuda y que el proyecto saldría adelante, y que debería llamarse san José, y que además que guardarían sus puertas El y la Virgen, y que Cristo andaría siempre entre ellas.
Ella le rogó a su confesor su ayuda quien en no se opuso, pero tampoco se arriesgó, a aprobar la idea, siguiendo el orden, le consulto a Padre Provincial a través de una buena señora amiga, contándole que sería un monasterio de clausura.
Pero como esto se supo en el convento de la Encarnación, entre los celos, y burlas, oposiciones del clero y parte de la comunidad se rechazó la idea.
Entonces a través de una de sus hermanas y en secreto hizo comprar la propiedad, para hacer la construcción del nuevo convento. En una ocasión se encontró sin dinero para el pago de los jornaleros, (oficiales), entonces Teresa relata lo siguiente: “Me apareció San José, mi verdadero padre y señor, y me dio a entender que no me faltarían, que los concertase. Y así lo hice sin ninguna blanca, y el Señor, por maneras que se espantaban los que lo oían, me proveyó.
Así fue como tiempo después, y con ausencia de Teresa, porque se le encomendó acompañar a una dama viuda en Toledo, se terminó la construcción en el momento que llega la autorización desde Roma para fundar el convento. Con todo, aún faltaba convencer al Señor Obispo, asunto del que se encargó el fray Pedro Alcántara, quien lo llego a convencer. Así en agosto de 1562 ingresaron al nuevo convento, colocando como guardianes las imágenes de la Virgen en la puerta principal y la de san José en la Capilla.
Sin embargo, a Teresa se le ordeno regresar al convento de la Encarnación, y después de largo juicios que llegaron a resolverse con participación de todos los personajes de importancia de la ciudad, entre clérigos y autoridades civiles. Estos duraron casi una año, antes de resolver finalmente favorable. Tenía ya 47 años cunado ingreso por fin al monasterio de San José. A partir de esa instancia Teresa se comenzó a llamar Teresa de Jesús.
Nuevos conventos
En 1567, el superior general de los carmelitas, Juan Bautista Rubio (Rossi), visitó el convento de Ávila y quedó encantado de la superiora y de su sabio gobierno; concedió a Santa Teresa plenos poderes para fundar otros conventos del mismo tipo (a pesar de que el de San José había sido fundado sin que él lo supiese) y aun la autorizó a fundar dos conventos de frailes reformados ("carmelitas contemplativos"), en Castilla.
Santa Teresa pasó cinco años con sus trece religiosas en el convento de san José, precediendo a sus hijas no sólo en la oración, sino también en los trabajos humildes, como la limpieza de la casa y el hilado. Acerca de esa época escribió: "Creo que fueron los años más tranquilos y apacibles de mi vida, pues disfruté entonces de la paz que tanto había deseado mi alma. . . Su Divina Majestad nos enviaba lo necesario para vivir sin que tuviésemos necesidad de pedirlo, y en las raras ocasiones en que nos veíamos en necesidad, el gozo de nuestras almas era todavía mayor".
La santa no se contenta con generalidades, sino que desciende a ejemplos menudos, como el de la religiosa que plantó horizontalmente un pepino por obediencia y la cañería que llevó al convento el agua de un pozo que, según los plomeros, era demasiado bajo.
En agosto de 1567, Santa Teresa se trasladó a Medina del Campo, donde fundó el segundo convento, a pesar de las múltiples dificultades que surgieron. A petición de la condesa de la Cerda se fundó un convento en Malagón. Después siguieron los de Valladolid y Toledo. Esta última fue una empresa especialmente difícil porque la santa sólo tenía cinco ducados al comenzar; pero, según escribía, "Teresa y cinco ducados no son nada; pero Dios, Teresa y cinco ducados bastan y sobran".
Una joven de Toledo, que gozaba de gran fama de virtud, pidió ser admitida en el convento y dijo a la fundadora que traería consigo su Biblia. Teresa exclamó: "¿Vuestra Biblia? ¡Dios nos guarde! No entréis en nuestro convento, porque nosotras somos unas pobres mujeres que sólo sabemos hilar y hacer lo que se nos dice". No es que la santa rechazare la Biblia, sino que supo descubrir que esta se habría convertido en un pretexto para faltar en humildad.
La reforma de los religiosos carmelitas
La santa había encontrado en Medina del Campo a dos frailes carmelitas que estaban dispuestos a abrazar la reforma: uno era Antonio de Jesús de Heredia, superior del convento de dicha ciudad y el otro, Juan de Yepes, más conocido con el nombre de San Juan de la Cruz.
Aprovechando la primera oportunidad que se le ofreció, Santa Teresa fundó un convento de frailes en el pueblecito de Duruelo en 1568; a este siguió, en 1569, el convento de Pastrana. En ambos reinaba la mayor pobreza y austeridad. Santa Teresa dejó el resto de las fundaciones de conventos de frailes a cargo de San Juan de la Cruz.
Nuevas fundaciones, dificultades y gracias extraordinarias
La santa fundó también en Pastrana un convento de carmelitas descalzas. Cuando murió Don Ruy Gómez de Silva, quien había ayudado a Teresa en la fundación de los conventos de Pastrana, su mujer quiso hacerse carmelita, pero exigiendo numerosas dispensas de la regla y conservando el tren de vida de una princesa. Teresa, viendo que era imposible reducirla a la humanidad propia de su profesión, ordenó a sus religiosas que se trasladasen a Segovia y dejasen a la princesa su casa de Pastrana.
En 1570, la santa, con otra religiosa, tomó posesión en Salamanca de una casa que hasta entonces había estado ocupada por ciertos estudiantes "que se preocupaban muy poco de la limpieza". Era un edificio grande, complicado y ruinoso, de suerte que al caer la noche la compañera de la santa empezó a ponerse muy nerviosa. Cuando se hallaban ya acostadas en sendos montones de paja ("lo primero que llevaba yo a un nuevo monasterio era un poco de paja para que nos sirviese de lecho"), Teresa preguntó a su compañera en qué pensaba. La religiosa respondió: "Estaba yo pensando en qué haría su reverencia si muriese yo en este momento y su reverencia quedase sola con un cadáver". La santa confiesa que la idea la sobresaltó, porque, aunque no tenía miedo de los cadáveres, la vista de ellos le producía siempre "un dolor en el corazón". Sin embargo, respondió simplemente: "Cuando eso suceda, ya tendré tiempo de pensar lo que haré, por el momento lo mejor es dormir".
En julio de ese año, mientras se hallaba haciendo oración, tuvo una visión del martirio de los beatos jesuitas Ignacio de Azevedo y sus compañeros, entre los que se contaba su pariente Francisco Pérez Godoy. La visión fue tan clara, que Teresa tenía la impresión de haber presenciado directamente la escena, e inmediatamente la describió detalladamente al P. Álvarez, quien un mes más tarde, cuando las nuevas del martirio llegaron a España, pudo comprobar la exactitud de la visión de la santa.
Nombrada superiora de La Encarnación
Por entonces, San Pío V nombró a varios visitadores apostólicos para que hiciesen una investigación sobre la relajación de las diversas órdenes religiosas, con miras a la reforma. El visitador de los carmelitas de Castilla fue un dominico muy conocido, el P. Pedro Fernández. El efecto que le produjo el convento de La Encarnación de Ávila fue muy malo, e inmediatamente mandó llamar a Santa Teresa para nombrarla superiora del mismo. La tarea era particularmente desagradable para la santa, tanto porque tenía que separarse de sus hijas, como por la dificultad de dirigir una comunidad que, desde el principio, había visto con recelo sus actividades de reformadora.
Al principio, las religiosas se negaron a obedecer a la nueva superiora, cuya sola presencia producía ataques de histeria en algunas. La santa comenzó por explicarles que su misión no consistía en instruirlas y guiarlas con el látigo en la mano, sino en servirlas y aprender de ellas: "Madres y hermanas mías, el Señor me ha enviado aquí por la voz de la obediencia a desempeñar un oficio en el que yo jamás había pensado y para el que me siento muy mal preparada. . . Mi única intención es serviros . . . No temáis mi gobierno. Aunque he vivido largo tiempo entre las carmelitas descalzas y he sido su superiora, sé también, por la misericordia del Señor, cómo gobernar las carmelitas calzadas". De esta manera se ganó la simpatía y el afecto de la comunidad y le fue menos difícil restablecer la disciplina entre las carmelitas calzadas, de acuerdo con sus constituciones. Poco a poco prohibió completamente las visitas demasiado frecuentes (lo cual molestó mucho a ciertos caballeros de Ávila), puso en orden las finanzas del convento e introdujo el verdadero espíritu del claustro. En resumen, fue aquella una realización característicamente teresiana.
Sevilla
En Veas, a donde había ido a fundar un convento, la santa conoció al P. Jerónimo Gracián, quien la convenció fácilmente para que extendiese su campo de acción hasta Sevilla. El P. Gracián era un fraile de la reforma carmelita que acababa precisamente de predicar la cuaresma en Sevilla.
Fuera de la fundación del convento de San José de Ávila, ninguna otra fue más difícil que la de Sevilla; entre otras dificultades, una novicia que había sido despedida, denunció a las carmelitas descalzas ante la Inquisición como "iluminadas" y otras cosas peores.
La persecución lleva a la separación entre calzados y descalzos
Los carmelitas de Italia veían con malos ojos el progreso de la reforma en España, lo mismo que los carmelitas no reformados de España, pues comprendían que un día u otro se verían obligados a reformarse. El P. Rubio, superior general de la orden, quien hasta entonces había favorecido a santa Teresa, se pasó al lado de sus enemigos y reunió en Plasencia un capítulo general que aprobó una serie de decretos contra la reforma. El nuevo nuncio apostólico, Felipe de Sega, destituyó al P. Gracián de su cargo de visitador de los carmelitas descalzos y encarceló a San Juan de la Cruz en un monasterio; por otra parte, ordenó a Santa Teresa que se retirase al convento que ella eligiera y que se abstuviese de fundar otros nuevos.
La santa, al mismo tiempo que encomendaba el asunto a Dios, decidió valerse de los amigos que tenía en el mundo y consiguió que el propio Felipe II interviniese en su favor. En efecto, el monarca convocó al nuncio y le reprendió severamente por haberse opuesto a la reforma del Carmelo.
En 1580 obtuvo de Roma una orden que eximía a los carmelitas descalzos de la jurisdicción del provincial de los calzados. "Esa separación fue uno de los mayores gozos y consolaciones de mi vida, pues en aquellos veinticinco años nuestra orden había sufrido más persecuciones y pruebas de las que yo podría escribir en un libro. Ahora estábamos por fin en paz, calzados y descalzos, y nada iba a distraernos del servicio de Dios".
Águila y paloma
Indudablemente Santa Teresa era una mujer excepcionalmente dotada. Su bondad natural, su ternura de corazón y su imaginación chispeante de gracia, equilibradas por una extraordinaria madurez de juicio y una profunda intuición, le ganaban generalmente el cariño y el respeto de todos. Razón tenía el poeta Crashaw al referirse a Santa Teresa bajo los símbolos aparentemente opuestos de "el águila" y "la paloma". Cuando le parecía necesario, la santa sabía hacer frente a las más altas autoridades civiles o eclesiásticas, y los ataques del mundo no le hacían doblar la cabeza. Las palabras que dirigió al P. Salazar: "Guardaos de oponeros al Espíritu Santo", no fueron el reto de una histérica sino la verdad. Y no fue un abuso de autoridad lo que la movió a tratar con dureza implacable a una superiora que se había incapacitado a fuerza de hacer penitencia. Pero el águila no mata a la paloma, como puede verse por la carta que escribió a un sobrino suyo que llevaba una vida alegre y disipada: "Bendito sea Dios porque os ha guiado en la elección de una mujer tan buena y ha hecho que os caséis pronto, pues habíais empezado a disiparos desde tan joven, que temíamos mucho por vos. Esto os mostrará el amor que os profeso". La santa tomó a su cargo a la hija ilegítima y a la hermana del joven, la cual tenía entonces siete años: "Las religiosas deberíamos tener siempre con nosotras a una niña de esa edad".
Ingenio y franqueza
El ingenio y la franqueza de Teresa jamás sobrepasaban la medida, ni siquiera cuando los empleaba como un arma. En cierta ocasión en que un caballero indiscreto alabó la belleza de sus pies descalzos, Teresa se echó a reír y le dijo que los mirase bien porque jamás volvería a verlos. Los famosos dichos "Bien sabéis lo que es una comunidad de mujeres" e "Hijas mías, estas son tonterías de mujeres", demuestran el realismo con que la santa consideraba a sus súbditas.
Criticando un escrito de su buen amigo Francisco de Salcedo, Teresa le escribía: "El señor Salcedo repite constantemente: 'Como dice el Espíritu Santo', y termina declarando que su obra es una serie de necedades. Me parece que voy a denunciarle a la Inquisición".
Selección de novicias
La intuición de Santa Teresa se manifestaba sobre todo en la elección de las novicias. Lo primero que exigía, aun antes que la piedad, era que fuesen inteligentes, es decir, equilibradas y maduras, porque sabía que es más fácil adquirir la piedad que la madurez de juicio. "Una persona inteligente es sencilla y sumisa, porque ve sus faltas y comprende que tiene necesidad de un guía. Una persona tonta y estrecha es incapaz de ver sus faltas, aunque se las pongan delante de los ojos; y como está satisfecha de sí misma, jamás se mejora". "Aunque el Señor diese a esta joven los dones de la devoción y la contemplación, jamás llegará a ser inteligente, de suerte que será siempre una carga para la comunidad". ¡Que Dios nos guarde de las monjas tontas!"
Últimos años
En 1580, cuando se llevó a cabo la separación de las dos ramas del Carmelo, Santa Teresa tenía ya sesenta y cinco años y su salud estaba muy debilitada. En los dos últimos años de su vida fundó otros dos conventos, lo cual hacía un total de diecisiete. Las fundaciones de la santa no eran simplemente un refugio de las almas contemplativas, sino también una especie de reparación de los destrozos llevados a cabo en los monasterios por el protestantismo, principalmente en Inglaterra y Alemania.
Dios tenía reservada para los últimos años de vida de su sierva, la prueba cruel de que interviniera en el proceso legal del testamento de su hermano Lorenzo, cuya hija era superiora en el convento de Valladolid. Como uno de los abogados tratase con rudeza a la santa, ésta replicó: "Quiera Dios trataros con la cortesía con que vos me tratáis a mí". Sin embargo, Teresa se quedó sin palabra cuando su sobrina, que hasta entonces había sido una excelente religiosa, la puso a la puerta del convento de Valladolid, que ella misma había fundado. Poco después, la santa escribía a la madre de María de San José: "Os suplico, a vos y a vuestras religiosas, que no pidáis a Dios que me alargue la vida. Al contrario, pedidle que me lleve pronto al eterno descanso, pues ya no puedo seros de ninguna utilidad".
En la fundación del convento de Burgos, que fue la última, las dificultades no escasearon. En julio de 1582, cuando el convento estaba ya en marcha, Santa Teresa tenía la intención de retornar a Ávila, pero se vio obligada a modificar sus planes para ir a Alba de Tormes a visitar a la duquesa María Henríquez. La Beata Ana de San Bartolomé refiere que el viaje no estuvo bien proyectado y que Santa Teresa se hallaba ya tan débil, que se desmayó en el camino. Una noche sólo pudieron comer unos cuantos higos. Al llegar a Alba de Tormes, la santa tuvo que acostarse inmediatamente. Tres días más tarde, dijo a la Beata Ana: "Por fin, hija mía, ha llegado la hora de mi muerte". El P. Antonio de Heredia le dio los últimos sacramentos y le preguntó dónde quería que la sepultasen. Teresa replicó sencillamente: "¿Tengo que decidirlo yo? ¿Me van a negar aquí un agujero para mi cuerpo?" Cuando el P. de Heredia le llevó el viático, la santa consiguió erguirse en el lecho, y exclamó: "¡Oh, Señor, por fin ha llegado la hora de vernos cara a cara!" Santa Teresa de Jesús, visiblemente transportada por lo que el Señor le mostraba, murió en brazos de la Beata Ana a las 9 de la noche del 4 de octubre de 1582.
Precisamente al día siguiente, entró en vigor la reforma gregoriana del calendario, que suprimió diez días, de suerte que la fiesta de la santa fue fijada, más tarde, el 15 de octubre.
Santa Teresa fue sepultada en Alba de Tormes, donde reposan todavía sus reliquias.
Su canonización tuvo lugar en 1622.
El 27 de septiembre de 1970 Pablo VI le reconoció el título de Doctora de la Iglesia.
En la actualidad, las carmelitas descalzas son aprox. 14.000 en 835 conventos en el mundo. Los carmelitas descalzos son 3.800 en 490 conventos.
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