viernes, 1 de septiembre de 2017

San Josué, Patriarca del Antiguo Testamento

I. EL HOMBRE. Josué (en he-breo, Yehósua`: Yhwh es salvación) es el gran personaje bíblico con el que está ligada la conquista hebrea de la tierra de Canaán y del que toma su nombre este libro (=Jos) que la narra. Parece ser que Josué, hijo de Nun, de la tribu de Efraín, antes de ser elegido por Moisés como su sucesor, se llamaba Hósea` (= liberación) (Núm 13,8.16; Dt 32,44), nombre que luego hizo teóforo probablemente el mismo Moisés. Josué se distinguió en la lucha contra Amalec (Ex 17,9-14); acompañó a Moisés al monte de la revelación (Ex 23,13; 32,17); dirigió junto con Caleb la misión de exploración de la tierra de Canaán (Núm 14,6.38); tuvo un papel decisivo en la superación del desánimo que cundió entre el pueblo después de aquella exploración, y, finalmente, fue elegido por Dios como representante y luego sucesor de Moisés, por el cual fue investido en su nueva tarea mediante un rito especial y solemne (Núm 27,15-23). Recibió más tarde la seguridad de que entraría en la tierra prometida (Dt 1,38), mientras que se vio excluida de ella toda la generación de la peregrinación por el desierto, con excepción de Caleb. Finalmente, fue testigo de los últimos instantes de la vida de Moisés, sucediéndole plenamente en la dirección del pueblo por las estepas de Moab, frente a Jericó: "Josué, hijo de Nun, estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés le había impuesto las manos. A él obedecieron los israelitas, como lo había ordenado Moisés" (Dt 34,9). Así pues, su misión había sido largamente preparada por Dios al lado del gran legislador, cuyo espíritu había heredado.

 La prudencia, la voluntad, el tesón fueron las dotes naturales que más brillaron en la vida de Josué. Su nuevo oficio es presentado en la Biblia con acentos exquisitamente religiosos: "Moisés, mi siervo, ha muerto; ahora comienzas a actuar tú. Pasa el Jordán... Yo estaré contigo como estuve con Moisés; no te dejaré ni te abandonaré. Sé fuerte y ten ánimo, porque tú deberás dar a este pueblo la posesión de la tierra que a sus padres juré dar" (Jos 1,2-6). Josué murió a la edad de ciento diez años (como José), tras la epopeya de la conquista y de la división de la tierra prometida, y fue sepultado en Timná Séraj, en las colinas de Efraín, en el territorio que le habían asignado los hijos de Israel (Jos 24,29-30). La versión griega de los LXX añade aquí una observación curiosa: "Junto a él, en la tumba donde lo sepultaron, depositaron los cuchillos de sílex con que había circuncidado a los israelitas en Guilgal...; todavía están allí". Un testimonio de la admiración que en la época posterior al destierro la tradición judía demostraba todavía por la persona y la obra de Josué es el largo pasaje que le dedica el Sirácida: "Josué, hijo de Nun, fue guerrero valiente, sucesor de Moisés en la misión profética; él fue —según su nombre— grande para la salvación de los elegidos de Dios, para tomar venganza de sus enemigos y dar posesión a Israel de su heredad. ¡Qué magnífico era al elevar sus manos y al blandir su espada contra las ciudades!... ¿No se detuvo el sol al extender su mano, y un solo día fue como dos? Invocó al altísimo y poderoso al presionarle por todas partes sus enemigos, y el Señor, que es grande, lo escuchó, haciendo llover piedras de granizo de gran potencia..." (Si 46,1-5).

Hasta aquí las noticias biográficas sacadas de la Biblia, pero de las cuales sólo es posible verificar el ambiente general, e incluso esto parcialmente, sin que se pueda esperar otra cosa. Todas las noticias encuentran un encuadramiento histórico general plausible, si se piensa —según la sentencia hoy más común— que el establecimiento en Palestina tuvo lugar por los años 1250-1225.

II. EL LIBRO. Desde el punto de vista literario, hasta hace pocos años (por el 1945) los críticos preferían ver en Jos el libro sexto de un ideal "Hexateuco": señalaban en él las mismas fuentes literarias del / Pentateuco (es decir, las fuentes yahvista, elohísta, sacerdotal, deuteronomista), movidos sobre todo por la idea de que Jos representaba el cumplimiento de la promesa tan destacada en los cinco libros anteriores. Además, parecía impensable que el Pentateuco terminase con la conquista de las regiones de Trasjordania, sin decir una sola palabra de la conquista, mucho más importante y significativa, de Cisjordania.

Pero en 1945 apareció un estudio de M. Noth que llamó la atención de todos los autores y los puso ante una perspectiva muy distinta: todos los que acostumbramos llamar "libros históricos" de la Biblia, y que en el canon hebreo son llamados más bien los "profetas anteriores", son elementos individuales de una gran obra de recopilación, que en su redacción definitiva podemos considerar (desde el punto de vista literario) como una "obra historiográfica deuteronomista"; esta obra comienza en el libro de Jos y sigue hasta el segundo libro de los Reyes. La obra del deuteronomista es un trabajo de ordenación y de conservación de materiales diversos, a veces paralelos, a veces contradictorios, dispuestos según un plan dotado de una índole orgánica sustancial aceptable.

Es inútil preguntarse si la obra que nos ocupa se debe a una sola persona; se trata del trabajo de una escuela, que actuó durante el período del destierro e inmediatamente después. Ésta es, por tanto, la ubicación cronológica de Jos.

Desde el punto de vista de la autenticidad histórica, la cuestión consiste ante todo en ver si las diversas narraciones corresponden o no a la tradición que tenía delante de sí el deuteronomista; en este sentido (de enorme interés para todos los autores) cada vez se acepta con mayor convicción que el deuteronomista no hizo opciones arbitrarias ni introdujo distorsiones de ningún tipo. Por otra parte, se trata de un material que un historiador tiene que manejar con atención y con mucho respeto, incluso en el aspecto histórico, evitando racionalizar a toda costa todo lo que el editor no quiso especificar ulteriormente o bien escribió inspirándose en su fe. Desde que se han perfeccionado los medios de la investigación exegética, tenemos la posibilidad de insertar la narración de la conquista en el cuadro topográfico, geográfico y político de la historia general, y esto es ya algo positivo. Sin embargo, no podemos llegar a determinar con precisión el tiempo, la sucesión y la fecha de cada uno de los sucesos.

Hay una cierta generalización seguida por los redactores; aunque no da motivo para negar cada uno de los sucesos, nos avisa de hasta qué punto el marco de conjunto es inadecuado para expresar la cualidad específica de cada suceso. Esto se verifica cuando el colorido épico sirve de base a un formulario enfático y a unas cifras exageradas; cuando se acentúa preferentemente lo maravilloso, de forma que resulta a veces laborioso comprender cómo se desarrollaron concretamente los hechos. Cuando leemos desde el principio las palabras: "Vuestro territorio abarcará desde el desierto y el Líbano hasta el gran río, el Éufrates, y por el oeste, hasta el mar Mediterráneo" (Jos 1,4), no se puede menos de recordar las palabras de san Jerónimo: "Haec tibi promissa, non tradita" ("Estas cosas se te prometieron, pero no se te dieron": PL 22,1105). Al final de la vida de Josué se dice: "La tierra que queda por conquistar es mucha" (Jos 13,1); por tanto, es importante corregir la impresión que se deriva de una primera lectura del libro y que fue la causa del escepticismo tan difundido en los pasados años, pero que ahora finalmente ha vuelto a entrar en unos límites racionales.

III. ANÁLISIS DEL LIBRO. 1. PREPARACIÓN DE LA CONQUISTA: CAPÍTULOS 1-2. Preparativos inmediatos para la penetración en el país de Canaán: Josué, investido de la autoridad de jefe, recibe órdenes de Dios y comunica al pueblo la decisión de atravesar el Jordán; da las disposiciones debidas para la marcha, y el pueblo le presta juramento de absoluta fidelidad; decide enviar espías a la ciudad de Jericó, donde se encuentran con la prostituta Rajab y trazan con ella planes para el futuro.

2. PENETRACIÓN AL OTRO LADO DEL JORDÁN: CAPÍTULOS 3-5. Resulta singular el rito de aproximación al río: abren paso los sacerdotes llevando el arca; apenas tocan el agua sus pies, el río se detiene; los sacerdotes se paran en mitad del Jordán hasta que pasa todo el pueblo; cuando, finalmente, los sacerdotes ponen también el pie en la tierra de Canaán, el río reanuda su curso normal. Entretanto, Josué había ordenado que doce hombres, uno por cada tribu, tomasen cada uno una piedra para erigir luego un monumento en el lugar de la primera reunión: Guilgal; parece ser que se erigieron otras doce piedras como monumento en medio del cauce del río, en el lugar donde se habían detenido los sacerdotes con el arca. Toda esta narración representa la famosa cruz interpretum de nuestro libro, ya que son muchas las cosas que no se comprenden.

Hay una cosa cierta: el redactor quiso elevar la entrada en la / tierra por encima incluso del maravilloso éxodo de Egipto, sacando de las tradiciones cualquier dato que creyó interesante para su objetivo.

Grandiosa epopeya, a la que faltan todavía dos actos para que sea completa: la circuncisión de todo el pueblo (testimonio de la realización de la promesa a Abrahán: Gén 17,25-27) y la celebración solemnísima de la pascua, dado que el período en que los israelitas llegaron a la tierra prometida (el día décimo del mes de Nisán, marzo-abril) correspondía a la fecha de la pascua. Así pues, primero la circuncisión y luego la pascua (5,2-11), que celebraron por primera vez con los frutos de la tierra prometida. Estos sucesos extraordinarios —que escapan también a un examen literario serio— deben juzgarse más con la medida de la fe y de la reflexión religiosa posterior que con el ojo severo del historiador, aunque sería demasiado simplista e injusto eliminarlos como no históricos. Otro suceso que se olvida con frecuencia, pero profundamente arraigado en el ánimo y en la historia hebrea, está íntimamente relacionado con estos días de la llegada a la tierra prometida y que preceden al comienzo de la conquista: la aparición del "jefe del ejército del Señor" (5,13-15).

3. LA CONQUISTA DE JERICÓ Y DE AY: 6,1-8,27. Comienza la conquista de la tierra prometida, pero el procedimiento narrativo sigue siendo el que hemos visto hasta ahora, es decir, la relación de unas guerras muy originales. La caída de Jericó se narra con gran abundancia de detalles. La exploración de los espías había servido de preparación; ahora se narra la táctica de ataque y destrucción.

Una procesión compuesta de siete sacerdotes con siete trompetas; otros sacerdotes llevan el arca de la alianza, y el ejército de Israel tiene la orden de dar cada día seis vueltas en silencio en torno a las murallas de la ciudad. El séptimo día las vueltas son siete. En un momento determinado (al sonido de un cuerno de carnero) la procesión se detiene y todo el pueblo se pone a dar gritos fuertes; las murallas de Jericó se derrumban por sí solas; se concede sólo un momento para cumplir la promesa hecha por los espías a la prostituta Rajab y a su familia (6,1-23). Luego tiene lugar la destrucción total de Jericó. Siguen el caso ejemplar de Acán (c. 7) —para demostrar cómo hay que respetar la ley del exterminio (o entredicho)— y la conquista de la ciudad de Ay, ya plenamente enclavada en tierras de Canaán (8,1-27).

4. DESDE EL ALTAR EN EL MONTE EBAL HASTA LA CONQUISTA DE TODA LA TIERRA: 8,30-12,24. Queda así abierta la puerta hacia el centro de Palestina para ejecutar lo que había ordenado Moisés: "Cuando hayáis pasado el Jordán, levantaréis estas piedras sobre el monte Ebal... Alzarás allí al Señor, tu Dios, un altar de piedras que no hayan sido labradas..." (Dt 27,4ss). Israel fue conducido al valle de Siquén, subió al monte Ebal y aquí Josué escribió la ley ("Sobre las piedras escribirás con caracteres bien claros todas las palabras de esta ley": Dt 27,8). Después de ofrecer sacrificios sobre el monte, bajaron al valle entre los dos montes, Garizín por una parte y Ebal por otra: Josué leyó la ley y el pueblo se comprometió a observarla [/ Ley/ Derecho II, 2], consciente de las bendiciones y de las maldiciones que suponía la observancia o la no observancia de la misma (Jos 8,30-35). Como no está claro que la región de Siquén hubiera sido ya ocupada por los israelitas, independientemente de las diversas hipótesis que se han formulado, es muy oportuno recordar lo que dijimos antes [/ supra II] sobre el modo de escribir la historia de la conquista.

Los conquistadores establecen una alianza con los gabaonitas: "Desde aquel día Josué los destinó a cortar leña y a llevar el agua, hasta el día de hoy, para toda la comunidad y para el altar del Señor en el lugar que el Señor eligiera" (9,26); más tarde tiene lugar la célebre batalla de Gabaón, localidad en la que se habían llegado a reunir cinco reyes "amorreos", es decir, cananeos. Fue en aquella ocasión, ciertamente memorable, cuando se habría acuñado la célebre expresión de Josué: "Sol, detente sobre Gabaón, y tú, luna, sobre el valle de Ayalón..." (10,12-13). Para la explicación de este suceso se han ofrecido varias soluciones, pero cada una suscita más problemas de los que resuelve. La postura más razonable es aceptar esta narración en su presentación milagrosa. Tras esta victoriosa batalla los israelitas se ponen a perseguir a los derrotados y conquistan todo el sector meridional de Palestina: "Josué se apoderó de todos estos reyes y de sus territorios en una sola expedición... Después Josué y todos los israelitas volvieron al campamento de Guilgal" (10,42-43). Respondiendo a una coalición de reyes del norte, Israel, bajo la dirección de Josué, conquista en la batalla de Merón todo el sector septentrional de Palestina (11,1-20); "Josué conquistó toda la tierra, como el Señor le había dicho a Moisés, y la repartió eI: heredad entre las tribus de Israel. Y el país gozó de paz" (11,23). Viene a continuación la lista de los reyes vencidos (12,1-24). El material que contienen los anteriores capítulos ofrece tema abundante de discusión, tanto a los historiadores como a los aficionados a la topografía y a la onomástica de Palestina, pero también a las críticas textual y literaria.

5. DISTRIBUCIÓN DE LA TIERRA: CAPÍTULOS 13-21. Josué se ha hecho viejo, "la tierra que queda por conquistar es mucha... Ahora reparte por suerte esta tierra a los israelitas, como yo te he ordenado" (13,1.6). La primera distribución tiene lugar en Guilgal. En primer lugar se recuerda la distribución de la Trasjordania, realizada ya por Moisés: la región había quedado subdividida entre las tribus de Rubén, de Gad y la mitad de la numerosa tribu de Manasés (13,8-14). Luego Josué, el sumo sacerdote Eleazar y los jefes de tribu proceden a la asignación de las diversas regiones a las restantes tribus sobre la base de dos principios: sacar a suertes, pero, al hacer el sorteo, tener también en cuenta la entidad de la tribu que habría de ocupar una región determinada. Puesto que era bastante difícil que coincidieran los dos principios, es probable que la comisión eligiera un distrito sin delimitar bien sus fronteras y que luego, tras la elección de la tribu, se asignasen en conformidad con ella los límites del territorio (cc. 14-19). La única tribu excluida del reparto del territorio conquistado fue la de Leví: "Moisés no dio heredad alguna a la tribu de Leví, porque el Señor, Dios de Israel, es su heredad, según él les había dicho" (13,33; 13,14).

Las últimas distribuciones se refieren a dos instituciones singulares en todo el antiguo Oriente. En primer lugar, las ciudades levíticas para los miembros de la tribu de Leví. Siguiendo las disposiciones de Núm 35,1-87, había que asignarles algunas ciudades en las que pudiesen vivir, dentro del territorio de varias tribus; aquí (Jos 21) se señalan estas ciudades, distribuidas según las tres gran-des ramas de la tribu de Leví (cf Ex 6,16-18 y Núm 3,1-39). Todavía es más original socialmente la institución de las ciudades refugio, que protegían a los homicidas preterintencionales del vengador de la sangre, es decir, de aquel que según la ley del talión tenía la obligación de hacer justicia sumaria vengando al muerto [/ Ley/ Derecho VI]. El libro tiene un final triunfante, en consonancia con todo lo anterior: "El Señor dio a Israel toda la tierra que había jurado dar a sus padres. Se posesionaron de ella y vivieron en ella... Ninguna de las promesas que el Señor había hecho a la casa de Israel cayó en el vacío; todas se cumplieron" (21,43-45).

6. ULTIMAS DISPOSICIONES DE JOSUÉ: CAPÍTULOS 22-24. Con menos propiedad, estos últimos capítulos son llamados también "apéndices". En efecto, tanto la narración como el estilo y la finalidad que pretenden demuestran que se trata de una parte integrante de la obra.

Josué despide a las tribus de Trasjordania después de haber elogiado su comportamiento en la tierra conquistada; ellas, al partir de Cisjordania, erigen un altar a orillas del Jordán; las otras tribus interpretan este hecho como una amenaza a la unidad (c. 22).

Josué da al pueblo sus últimas recomendaciones (c. 23) y, en una gran asamblea, reunión ideal de todas las tribus, se le repiten todos los puntos importantes de la historia anterior —desde Abrahán hasta toda la conquista— y se renueva la alianza en el valle de Siquén (c. 24): el pueblo reconoce la realización de las promesas por parte de Dios y promete fidelidad a la ley: "Aquel día Josué hizo un pacto con el pueblo, le impuso leyes y preceptos en Siquén" (24,25).

IV. ASPECTO RELIGIOSO DEL LIBRO DE JOSUÉ. El mensaje de esperanza que la escuela deuteronomista supo recoger de las antiguas tradiciones y exponer a los desterrados está en la raíz de esta epopeya de la conquista, de forma que es posible trazar una reconstrucción de la nación en el pequeño fragmento que es el territorio de la tribu de Judá. Pero como el punto de apoyo de esta esperanza era, por una parte, el retorno a la propia conciencia de deportados por motivos eminentemente religiosos y, por otra, la profunda fe de los padres en el Dios de la alianza, el carácter religioso es el que domina todo el libro. Las etapas principales están marcadas por intervenciones divinas: todo está organizado en torno a los cuatro grandes acontecimientos religiosos: la primera pascua en Palestina, la circuncisión (sello de la alianza), la relectura de la ley en el monte Ebal y la explícita renovación de la alianza en la asamblea de Siquén.

El libro nos presenta unos sucesos dotados de un significado que llega profundamente al ánimo del lector atento, como el paso del Jordán, la función del arca (emblema de Israel), la caída de Jericó. La tierra y su conquista se consideran bajo una perspectiva que podemos calificar de "mesiánica" (cf Sal 105-106). El paso del Jordán se pone en paralelo con el tránsito del mar Rojo; también el maná cesa cuando se saborean los frutos de la tierra (5,12). Orígenes observaba que el apóstol (lCor 10,1) habría podido escribir también así: "Nuestros padres pasaron todos el Jordán y todos fueron bautizados en Josué en el espíritu y en el río" (PG 12,847).

De forma viva y casi dramática se vislumbra en Jos el régimen de la alianza entre Dios e Israel. El que da el país a Israel es su Dios; es él el que combate a su lado y el que le guía en todos sus pasos; el pueblo tiene que responder observando las leyes de la alianza (1,8). Por eso el período de la conquista será considerado como un tiempo de religiosa fidelidad (Os 2,14-17; Jer 2,2). La solidaridad del pueblo, la responsabilidad del jefe y su obligación de estar en contacto continuo con Dios son objeto de especial insistencia.

El nombre de Jesús, que en hebreo es idéntico al de Josué, no es el único motivo de paralelismo entre los dos; baste recordar el paso del Jordán, la circuncisión del corazón, la nueva pascua, la verdadera tierra prometida, la lucha espiritual por cada conquista, la nueva alianza.

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