miércoles, 22 de febrero de 2012

Fiesta de la Cátedra del Apóstol San Pedro.

El divino Maestro como correspondencia a la firme confesión de su fiel apóstol Pedro: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo", le dirigió aquellas trascendentales palabras: "Bienaventurado tú, Simón Baryona, porque no es la carne ni la sangre quien eso te ha revelado, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos" (Mt. 16,17-19).

Con estas palabras el divino Redentor anunciaba la concesión a Pedro de una serie de privilegios sobre los demás apóstoles. Con ellos le hacía entrega del supremo poder de gobierno y magisterio, de legislador e intérprete de la doctrina evangélica, base esencial de la existencia misma de la obra de Jesús. "Todo reino dividido será desolado" había dicho el mismo divino Maestro. Y como el reino de Cristo debía existir por los siglos de los siglos hasta la consumación del mundo, aquel supremo poder debía naturalmente perpetuarse en los sucesores de Pedro. Todos estos privilegios y su perpetuación en los romanos Pontífices se quisieron simbolizar y conmemorar en la institución de la fiesta de la Cátedra de San Pedro, cuyo origen histórico y litúrgico vamos a explicar para promover la devoción a esta solemnidad.

Uno de los medios más sencillos y eficaces de enseñar e inculcar al pueblo fiel la doctrina evangélica han sido siempre las representaciones plásticas históricas o simbólicas. De ahí la riqueza de figuraciones artísticas de las diferentes escenas referentes a la institución del supremo magisterio de San Pedro.

De San Pedro, como la roca fundamento de la Iglesia, tenemos un hermoso relieve en un sarcófago lateranense. Se ven en él una basílica, un baptisterio y un palacio en el plano superior, y más abajo, las figuras del Salvador y de su fiel apóstol, todo descansando sobre una roca. No hay duda que la basílica quería representar la de Letrán, madre de todas las iglesias, como lo indica el baptisterio contiguo y el palacio que quería recordar el que Constantino regaló a la Iglesia romana. De esa manera se expresaba al mismo tiempo que esta Iglesia era la sucesora del apóstol.

Aún más expresiva es otra representación, y ésta conservada en muchos ejemplares, de la llamada "Traditio legis" o consigna, entrega de la ley a Pedro. Se quiso aplicar al apóstol que había de ser el legislador supremo de la cristiandad, la escena tan conocida del Antiguo testamento en que Dios entrega las Tablas de la Ley a Moisés, el legislador del pueblo escogido. Se encuentra principalmente en relieves marmóreos de sarcófagos cristianos. En ellos se ve la majestuosa figura de Jesús sobre el monte, del cual fluyen los cuatros ríos del paraíso, con la diestra en alto, alargando con la izquierda el rollo abierto de la Ley a Pedro, que lo recibe, en señal de respeto, con las manos cubiertas, y llevando al hombro una cruz ricamente decorada. La noble figura de San Pablo está al otro lado en actitud de aplaudir la elección hecha por Jesús del primer apóstol como supremo legislador. En algunos ejemplares aparecen también los demás apóstoles en la misma actitud. La ley que recibía Pedro era la doctrina y toda la doctrina cristiana, esto es, la suma de los artículos de la fe y de los preceptos. Por esto en un ejemplar de Arlés se grabó en el rollo el crismón 0, símbolo de Jesús y de su doctrina.

Aunque todos los demás apóstoles tenían ciertamente el poder, recibido directamente del divino Maestro, de enseñar la ley evangélica, no se halla ninguna representación de la entrega de la ley a ellos, porque no había de residir en sus personas ni en sus sucesores el poder supremo de legislar, independiente del de Pedro.

Con esta representación se significaba principalmente que Pedro era el depositario, el guardián de la ley cristiana, pero Jesús le hizo además el maestro por excelencia que había de transmitirla a todos los confines de la tierra. De ahí la representación simbólica de la Cátedra de Pedro. La voz cátedra significaba materialmente el trono o silla episcopal, pero ya los Santos Padres la usan particularmente como símbolo de la autoridad de la enseñanza cristiana, atribuida generalmente a los obispos, pero especialmente a la sede de Pedro, la de Roma. San Cipriano en el siglo III decía: "Se da a Pedro el primado para que se muestre que es una la Iglesia de Cristo y una la cátedra". Y recalcando aún más la unidad, añadía: "Dios es uno, uno el Cristo y una la Iglesia y una la cátedra fundada sobre Pedro por voz del Señor" (CIPRIANO, Epist. 43,5). Y que esta cátedra era y seguía siendo la de Roma, lo atestiguaba el mismo santo Doctor, quien para indicar que por la muerte del papa Fabio vacaba la sede de Roma, lo expresaba así: "Como el lugar de Fabiano, esto es, el lugar de Pedro... vacase" (ID., Epist. 55,8). Por lo mismo el concilio de Calcedonia (a. 451) declaraba al recibir una carta del papa León Magno: "Pedro nos ha hablado por la voz de León" (Mansi, VI 971).

El apóstol, en los ejemplares más antiguos, aparece sentado sobre una roca, la de la confesión, para recordar la que según la palabra del Señor, debía ser fundamento de la Iglesia. En las manos tiene desplegado el rollo de la doctrina evangélica, en actitud de enseñar mientras dos soldados vienen a arrastrarlo, significando así que la enseñanza de la doctrina cristiana fue la causa de las persecuciones. Hay ejemplares de esta preciosa escena, no sólo en Roma y en Italia, sino también en varias provincias del Imperio. En un ejemplar de Arlés en el rollo se ve inciso el crismón 0, como en el antes mencionado relieve de la Tradítio. Pedro enseña la doctrina de Cristo en su integridad, simbolizada en el anagrama de su nombre. Para expresar aún con más fuerza esta verdad, el artista Colocó junto a Pedro la figura del Señor en actitud de hablar al apóstol, absorto en su tarea catequética. De esta manera se quiso plasmar la inspiración divina bajo cuya influencia hablaría el apóstol y sus sucesores.

En otros muchos ejemplares Pedro está sentado sobre una silla o verdadera cátedra. Tampoco conocemos una representaci6n semejante para ninguno de los demás apóstoles.

Por otra parte, el pueblo romano veneraba una verdadera cátedra de madera ya en el siglo IV y mucho antes en la que, según la tradición inmemorable, se habría sentado el Príncipe de los Apóstoles.

Esta veneranda y preciosa pieza se conserva en el Vaticano, sustancialmente en la misma forma original. Se le añadieron al correr de los siglos algunos adornos para enriquecerla, pero sin cambiar su estructura.

Es una gran silla o trono de madera de encina formada por una caja cuadrilátera de unos 89 centímetros de ancho por 78 de alto hasta el asiento, con unos pilares en los ángulos y un respaldo o dosel terminado por un tímpano triangular. Tiene en los pilares unas anillas para poder ser fácilmente trasladado. En el cuadrilátero frontal anterior, debajo del asiento, la enriquecen tres hileras de seis casetones cada una con sendos marfiles incrustados de oro, muy antiguos. Los que asimismo adornan el dosel son aún de mayor antigüedad y seguramente tallados expresamente para esta cátedra.
Durante toda la Edad Media estuvo visible y fue muy venerada. Los peregrinos, con devoción indiscreta, tomaban fragmentos de la madera para guardarlos como reliquias. En un principio habría estado en Santa Prisca, en el Aventino, en el lugar donde, según la tradición, habría residido el apóstol. Nuestro papa San Dámaso, en el siglo IV, la trasladó al baptisterio del Vaticano por él construido. Al levantarse en el siglo XVI la actual imponente basílica Vaticana, se creyó conveniente guardar como una reliquia la veneranda cátedra. Bernini, el último gran arquitecto de las obras, emplazó en el fondo del ábside un grandioso altar barroco que tiene, a manera de imagen principal, una colosal cátedra de bronce, sostenida por ángeles y que es el relicario que custodia la antigua silla del apóstol. En ocasiones extraordinarias puede ser mostrada a la veneración de los fieles, como se hizo en 1867, bajo el pontificado de Pío IX, al celebrarse el XVIII centenario de la muerte de San Pedro.

Si el arte y las tradiciones populares pudieron propagar así la admiración y devoción al magisterio supremo de Pedro, simbolizado en la cátedra, la liturgia debía consolidarlas y extenderlas a todo el orbe cristiano de todas las épocas. Por esto se instituyó muy pronto en Roma y en las provincias del Imperio la fiesta de la Cátedra de San Pedro.

El primer testimonio escrito que ha llegado hasta nosotros, es la Depositio rnartyrum: deposición de los mártires, incipiente calendario litúrgico romano del año 336, pocos lustros después de alcanzada la paz constantiniana.

Entre las poquísimas fiestas de santos, unas dos docenas, del año litúrgico, señala este calendario para el día 22 de febrero el Natale Petri de Cathedra, natalicio de San Pedro en la cátedra, o sea el día de la institución del pontificado de Pedro. El haber escogido este día para celebrar un acontecimiento del que no se podía saber la fecha exacta, parece se debió a querer suplantar con una fiesta cristiana importante la pagana de honrar a los muertos de la familia con banquetes frecuentemente escandalosos. San Agustín reprende duramente a los cristianos que en dicha fecha se entregaban a tales abusos. Lo mismo hace un concilio de Tours del año 567, al deplorar que haya fieles que, después de haber recibido dicho día el cuerpo del Señor, no se avergonzaran de manchar su alma con manjares dedicados al demonio. Quizá también, y en primer lugar, se puede creer que dicha fecha guarda relación con la fiesta de la basílica de Santa Prisca en donde, según lo dicho, se guardaba la cátedra, fiesta que coincide con el 22 de febrero. Sea como sea, lo que sí es seguro, que en los primeros siglos, IV y V cuando menos, nuestra fiesta de la cátedra se celebraba en Roma, no como hoy el 18 de enero, sino el 22 del mes siguiente. Así lo atestiguan varios libros litúrgicos.

Con esta fiesta se quiso solemnizar el episcopado de Pedro, su potestad jerárquica y magisterio universal y particularmente el episcopado de Roma, cabeza del Imperio, centro de la unidad, desde el año 42, que perduró durante veinticinco años.
Era costumbre antigua, continuada hasta hoy, la de conmemorar la consagración o entronización de los obispos en su sede. Pero, salvo raras excepciones la conmemoración sólo se extendía a la propia diócesis. Sólo a la de San Pedro se le dio el nombre majestuoso de cátedra, y ésta fue la única que se extendió a todo el mundo cristiano. San Agustín, dirigiéndose a sus diocesanos del África, decía: "Cuando celebramos el natalicio de la cátedra, veneramos el episcopado de Pedro apóstol". En este texto se ve bien que la fiesta de la cátedra, sin otra distinción, era de la cátedra por excelencia, la de jurisdicción universal, la de Pedro, y, queriendo exponer el mismo santo Doctor el origen de esta denominación, advertía: "La hodierna solemnidad recibió de nuestros antepasados el nombre de cátedra, porque, según se dice, el primero de los apóstoles recibiría hoy la cátedra del episcopado". Por esto en los textos de la misa romana actual, como en los antiguos se recuerdan principalmente los pasajes evangélicos referentes a los privilegios de magisterio y gobierno otorgados por el Señor a su fiel apóstol. "Oh Dios que al entregar las llaves del reino de los cielos a tu santo apóstol Pedro, le concediste potestad de atar y desatar..." se dice en la colecta. Después en el tracto, en el ofertorio y en la comunión se reproducen las palabras de Cristo: "Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia..." Se sabe que en el siglo IV y hasta el VI se celebraba con solemnidad especial esta fiesta en la capital de la cristiandad y era motivo de atracción de grandes grupos de peregrinos. A ella acudió el año 450, según se desprende de un sermón del tiempo, el emperador Valentiniano III con sus hijas Placidia y Eudoxia. Asistieron a la vigilia litúrgica de la fiesta y al día siguiente fueron recibidos por el Papa y numerosos obispos de Italia.

Por causas no bien explicadas esta solemnidad desaparece de los libros litúrgicos romanos de los siglos VII - X. Cuando reaparece, se ha trasladado al día 18 de enero. La causa de este traslado parece fue el que la antigua fecha caía frecuentemente en la Cuaresma tiempo de ayuno, en que se evitaban esta clase de fiestas. El papa Paulo IV, en 1558, fijó definitivamente la fecha del 18 de enero para la de la Cátedra de San Pedro en Roma, asignando a la data anterior del 22 de febrero otra fiesta de la Cátedra de Pedro en Antioquia.

En cambio en las provincias y particularmente en España, a donde había pasado ya en el siglo V, siguió celebrándose siempre, mientras se conservó la liturgia hispano - mozárabe, con toda solemnidad en la antigua datación del 22 de febrero.
Los libros de dicha nuestra liturgia nos ofrecen una riqueza de textos para esta fiesta no superada por ninguna otra de las liturgias occidentales. En el llamado Oracional visigótico manuscrito el más antiguo de un oracional completo, del siglo VII, procedente de Tarragona y conservado hoy en Verona, adonde pasó con los fugitivos de la invasión árabe, se dan nada menos que una docena de oraciones sólo para el rezo del oficio divino, ya que el oracional era precisamente el libro del preste para este rezo. Estas oraciones van acompañadas de antífonas, responsorios, aleluiyáticos, sólo iniciados, que después vemos completos y en mayor abundancia y con la correspondiente música en el famoso Antifonario de León, del siglo X, y en otros manuscritos de Toledo, San Millán, etc.
Una prueba de lo muy difundida y lo muy popular que debió ser en España ya en el siglo V esta celebración de la Cátedra de San Pedro nos la manifiesta una inscripción sepulcral, encontrada hace pocos lustros en Tarragona, en la que como datación del día del entierro se anota el de la Deposición de Pedro Apóstol, es decir, deposición en la cátedra, como también era llamada dicha fiesta en España y en las Galias.

Concluyamos con la primera oración del mencionado Oracional Visigótico, para las primeras vísperas: "Cristo, Hijo de Dios, que para edificar tu Iglesia sobre la roca, diste al beatísimo Pedro, príncipe de todos los apóstoles, las llaves del reino de los cielos, a fin de que la Iglesia en primer lugar edificada surgiera en aquel que mereció antes que los demás no sólo amarte, sino también confesarte; concédenos que en este día, en el cual él recibió la suprema gracia del pontificado, recibamos nosotros la santidad en toda perfección, para que por aquel a quien concediste el poder de atar y desatar en la Iglesia, por él mismo ordenes nos sean perdonados los pecados y entrar en el reino de la vida perpetua".

Un Simón balbuciente, hijo de Jonás, se convierte, por el encuentro profundo con el «Hijo de Dios vivo» en un Pedro seguro y firme confesor: “Tú eres el Mesías”. Así es piedra-cimiento de la Iglesia.

Cuando contemplo la imagen de Pedro en los evangelios, pienso que mis rudezas también pueden irse transformando, a medida que avance con profundidad mi encuentro con el “Hijo de Dios vivo”.

Hace una semana se sentó a mi lado en el autobús un hombre que me recordó a Pedro, con todos los respetos a su Cátedra. Mediana estatura, poblado bigote y barba de varias semanas. Sucio, mal vestido y mal oliente. Poco culto y con mucha experiencia. Un tanto rudo al hablar, pero manteniendo la corrección. Espontáneo, franco y confiado.

Espontaneidad, franqueza, confianza. Tres rasgos que hacen del Simón que se encuentra con Cristo, el Pedro de la fe. Tres actitudes que tienen que acompañar mi proceso de profundización en el descubrimiento-encuentro con el “Hijo de Dios vivo”. Tres cualidades que ayudan a crecer a la Iglesia cimentada en la roca del Apóstol.

La confesión de Pedro, espontánea- franca- confiada, construye Iglesia. Y, de buena gana, podemos hacerla crecer con esa misma frescura que viene del Espíritu y que no nos revela nadie de carne y hueso.

Hoy, además, a quienes tenemos encomendado algún rebaño, se nos invita a renovar nuestra generosidad y familiaridad con él. Una oportunidad que podemos aprovechar también otros días. Nos vendrá bien a todos.


v. 13 El paso a la parte pagana del lago (16,5) tenía por objeto salir del territorio judío. Cesárea de Filipo era la capital del territorio gobernado por este tetrarca, hermano de Herodes Antipas (cf. Lc 3,1). Para proponer a sus discípulos la cuestión de su identidad, Jesús los saca del territorio donde reina la concepción del Mesías davídico.

Primera pregunta: cuál es la opinión de la gente (los hombres) sobre Jesús («el Hijo del hombre» = «el Hombre»). El Hombre es el portador del Espíritu de Dios (cf. 3,16s); por contraste, «los hombres» en general son los que no están animados por ese Espíritu, los que no descubren la acción divina en la realidad de Jesús.

«El Hombre/este Hombre»: la expresión se refiere claramente a Jesús, en paralelo con la primera persona («yo») de la pregunta siguiente (15). Este pasaje muestra con toda evidencia que Mt no interpreta «el Hijo del hombre» como un título mesiánico. Resultaría ridículo que Jesús, cuando va a proponer a los discípulos la pregunta decisiva, les dé la solución por adelantado; incomprensible sería, además, la declaración de que Pedro había recibido tal conocimiento por revelación del Padre (17), si Jesús mismo se lo había dicho antes.

v. 14. La gente asimila a Jesús a personajes conocidos del AT. O bien es una reencarnación de Juan Bautista (cf. 14,2) o Elías, cuyo retorno estaba anunciado por Mal 3,23; Eclo 48,10. Para Jeremías, cf. 2 Mac 15,13ss. En todo caso, ven en Jesús una continuidad con el pasado, un enviado de Dios como los del AT. No captan su condición única ni su originalidad. No descubren la novedad del Mesías ni comprenden, por tanto, su figura.

vv. 15-16. Pregunta a los discípulos, que han acompañado a Jesús en su actividad y han recibido su enseñanza. Simón Pedro (nombre más sobrenombre por el que era conocido, cf. 4,18; 10,2) toma la iniciativa y se hace espontáneamente el portavoz del grupo.

Las palabras de Pedro son una perfecta profesión de fe cristiana. Mt no se contenta con la expresión de Mc 8,29: «Tú eres el Mesías», que Jesús rechaza por reflejar la concepción popular del mesianismo (cf. Lc 9,20: «el Mesías de Dios» «el Ungido por Dios»). La expresión de Mt la completa, oponiendo el Mesías Hijo de Dios (cf. 3,17; 17,5) al Mesías hijo de David de la expectación general. «Hijo» se es no sólo por haber nacido de Dios, sino por actuar como Dios mismo. «El hijo de Dios» equivale a la fórmula «Dios entre nosotros» (1,23). «Vivo» (cf. 2 Re 19A.16 [LXX], Is 37, 4.17; Os 2,1; Dn 6,21) opone el Dios verdadero a los ídolos muertos; significa el que posee la vida y la comunica: vivo y vivificante, Dios activo y salvador (Dt 5,26; Sal 84,3; Jr 5,2). También el Hijo es, por tanto, dador de vida y vencedor de la muerte.

v. 17 A la profesión de fe de Simón Pedro responde Jesús con una bienaventuranza. Llama a Pedro por su nombre: «Simón». «Bar-Jona» puede ser su patronímico: hijo de Jonás; se ha interpretado también como «revolucionario», en paralelo con Simón el Fanático o zelota (10,4). Jesús declara dichoso a Simón por el don recibido. Es el Padre de Jesús (correspondencia con «el Hijo de Dios vivo») quien revela a los hombres la verdadera identidad de éste. Relación con 11,25-27: es el Padre quien revela el Hijo a la gente sencilla y el Hijo quien revela al Padre.

Pedro pertenece a la categoría de los sencillos, no a la de los sabios y entendidos, y ha recibido esa revelación. Es decir, los discípulos han aceptado el aviso de Jesús de no dejarse influenciar por la doctrina de los fariseos y saduceos (16,12) y están en disposición de recibir la revelación del Padre, es decir, de comprender el sentido profundo de las obras de Jesús, en particular de lo expresado en los episodios de los panes (cf. 16,9s). Han comprendido que su mesianismo no necesita más señales para ser reconocido. La revelación del Padre no es, por tanto, un privilegio de Pedro; está ofrecida a todos, pero sólo los «sencillos» están en disposición de recibirla. Se refiere al sentido de la obra mesiánica de Jesús.

«Mi Padre del cielo» está en paralelo con «Padre nuestro del cielo» (6,9). Los que reciben del Padre la revelación sobre Jesús son los que ven en Jesús la imagen del Padre (el Hijo), y los que reciben de Jesús la experiencia de Dios como Padre (bautismo con Espíritu Santo) pueden invocarlo como tal.

v. 18 Jesús responde a la profesión de fe de Pedro (16: «Tú eres»; 18: «Ahora te digo yo: Tú eres»). Lo mismo que, en la declaración de Pedro, «Mesías» no es un nombre, sino indica una función, así «Piedra» en la declaración de Jesús.

-Hay en ella dos términos, «piedra» y «roca», que no son equivalentes. En griego, petros es nombre común, no propio, y significa una piedra que puede moverse e incluso lanzarse (2 Mac 1,16; 4,41: piedras que se arrojan). La «roca», en cambio, gr. petra, es símbolo de la firmeza inconmovible. En este sentido usa Mt el término en 7,24.25, donde constituye el cimiento de «la casa», figura del hombre mismo.

De hecho, los pasajes de 7,24s y 16,16-18 están en paralelo. En el primero se trata de la vida individual del seguidor de Jesús; en el segundo, de la vida de su comunidad. La primera se concibe como una casa; la segunda, como una ciudad (iglesia) (cf. 27,53), es decir, como una sociedad humana.

En este pasaje expone Mt su tratado sobre la fe en Jesús. Esta es la que permite la construcción de una sociedad humana nueva, la «iglesia de Jesús» o Israel mesiánico (cf. ekklesía, la asamblea del Señor del antiguo Israel, Dt 23,2-4; Jue 20,2), que equivale al reinado de Dios en la tierra, al reino del Hombre (13,41). Su base inamovible es la fe en Jesús como Mesías hijo de Dios vivo. Todo el que dé tal adhesión a Jesús será «piedra» utilizable para la construcción de la ciudad.

«El poder de la muerte», lit. «Las puertas del Abismo», o reino de la muerte. Se representa el reino de la muerte como una ciudad rival, como una plaza fuerte con puertas que representan su poder y que combate la obra de Jesús (cf. Is 38,10; Job 38,17; Sal 9,14; 107,18; Sab 16,13). «No la derrotará» indica la victoria sobre la muerte, la indefectibilidad de la ciudad de Jesús, la permanencia del reino de Dios; pero no solamente en su etapa terrestre, sino incluso a través de la muerte misma. Jesús es el dador de vida («el Hijo de Dios vivo») y su obra no puede estar sujeta a la muerte. Se refleja aquí el contenido de la última bienaventuranza, que anunciaba la persecución para los que son fieles a la opción propuesta por Jesús (5,10s). También otros pasajes, por Ej., el ya citado de 7,24s y el de 10,28, sobre no temer a los que pueden matar el cuerpo.

v. 19 Con dos imágenes paralelas se describen ciertas funciones de los creyentes. En la primera, el reino de Dios se identifica con la iglesia o comunidad mesiánica. Continúa la imagen de la ciudad con puertas. Los creyentes, representados por Pedro, tienen las llaves, es decir, son los que abren o cierran, admiten o rechazan (cf. Is 22,22). Se opone esta figura a la que Jesús utilizará en su denuncia de los fariseos (23,13), quienes cierran a los hombres el reino de Dios. La misión de los discípulos es la opuesta: abrirlo a los hombres.

Sin embargo, no todos pueden ser admitidos, o no todos pueden permanecer en él, y esto se explicita en la frase siguiente. «Atar, desatar» se refiere a tomar decisiones en relación con la entrada o no en el reino de Dios. La expresión es rabínica. Procede de la función judicial, que puede mandar a prisión y dejar libre. Los rabinos la aplicaron a la explicación de la Ley con el sentido de declarar algo permitido o no permitido. Pero, en este pasaje, el paralelo con las llaves muestra que se trata de acción, no de enseñanza.

El pasaje no está aislado en Mt. Su antecedente se encuentra en la curación del paralítico, donde los espectadores alababan a Dios «por haber dado tal autoridad a los hombres» (9,8). La «autoridad» de que habla el pasaje está tipificada en Jesús, el que tiene autoridad para cancelar pecados en la tierra (9,6). Esa misma es la que transmite a los miembros de su comunidad («desatar»). Se trata de borrar el pasado de injusticia permitiendo al hombre comenzar una vida nueva en la comunidad de Jesús. Otro pasaje que explica el alcance de la autoridad que Jesús concede se encuentra en 18, 15-18. Se trata allí de excluir a un miembro de la comunidad («atar») declarando su pecado.

Resumiendo lo dicho: Simón Pedro, el primero que profesa la fe en Jesús con una fórmula que describe perfectamente su ser y su misión, se hace prototipo de todos los creyentes. Con éstos, Jesús construye la nueva sociedad humana, que tiene por fundamento inamovible esa fe. Apoyada en ese cimiento, la comunidad de Jesús podrá resistir todos los embates de las fuerzas enemigas, representadas por los perseguidores. Los miembros de la comunidad pueden admitir en ella (llaves) y así dar a los hombres que buscan salvación la oportunidad de encontrarla; pueden también excluir a aquellos que la rechazan. Sus decisiones están refrendadas por Dios mismo.


El texto evangélico de la liturgia de la fiesta de la Cátedra de San Pedro nos ofrece la posibilidad de dirigir nuestra atención a la realidad de la Iglesia, construida sobre el fundamento de la proclamación de fe del discípulo.
Desde Mt 13,1 han ido adquiriendo rasgos marcadamente distintos dos grupos: el de la gente, y el de los discípulos. Dichas diferencias se han profundizado a partir de los “retiros” de Jesús (Mt 14,13; 15,21; 16,4). Particularmente en esta sección, los discípulos adquieren relevancia y entre ellos se mencionan especialmente las actuaciones de Pedro (14,28-31; 15,15). El mismo horizonte reaparece en Mt 16, 13-19 donde se oponen claramente dos tipos de opiniones sobre Jesús: la de la gente (“los hombres”) en los vv. 13-14 y la de los discípulos (“ustedes”), en general, y la de Pedro en particular en los vv. 15-16.

Son los discípulos quienes, con su doble tipo de respuesta, señalan la distinción entre los que no han “entendido” la realidad de Jesús y los que, por su fe, descubren en Él al Hijo del Dios viviente.

Esta proclamación solemne que Pedro realiza en nombre del grupo, ofrece la posibilidad de la construcción de la comunidad salvífica, del Israel mesiánico. El don de la Ley divina a Moisés hizo posible la edificación del Pueblo de Dios “el día de la Asamblea” (Dt 9,10; 10,4; 18,16). De modo semejante la revelación del Padre que origina la profesión de fe de Pedro posibilita la creación de un nuevo espacio salvífico.

Este nuevo espacio salvífico es una construcción firme a la cual no pueden derrotar las fuerzas del maligno. El texto asigna al “abismo” o “muerte” la posesión de “puertas”. Se trata por tanto, de una ciudad adversaria a la nueva construcción, debido a su enemistad con la obra de Jesús. Aunque la fuerza de este Adversario es inconmensurable, se revela impotente frente a la obra de Dios. Persecuciones y muertes son vencidas gracias al don de la Vida que el Dios Viviente ha concedido por medio de su Hijo.

La proclamación de fe de los discípulos, que se expresan por la boca de Pedro, posibilita la descripción de dos funciones de la misión que a ellos es encomendada. Por medio de dos imágenes se les indica la tarea a realizar.

La primera consiste en la acogida que han de brindar a quienes estén amenazados por el enemigo... A diferencia de los fariseos que cierran a los seres humanos el “Reino de Dios”, con el símbolo de las llaves se señala la posibilidad que tienen los discípulos de dejar entrar en el Reino. Deben ser administradores fieles como Eliaquín, hijo de Jelcías, destinado por Dios a recibir la “llave del palacio de David” (Is 22,22).

La segunda imagen está tomada del ámbito judicial. “Atar y desatar” es el acto en que los jueces deciden la prisión o la libertad de un acusado. A los discípulos, y a Pedro, se les encomienda esta función judicial. Llamados a dar acogida contra el Mal deben determinar quienes reúnen los requisitos indispensables para el ingreso o la permanencia en el Reino. En 18,15-18, hablando de la corrección mutua, se muestra un caso del ejercicio de ese poder. En Pedro, el primero de los discípulos que confiesa su fe, Jesús define la naturaleza y la misión del creyente. La confesión de fe en Jesús les posibilita a todos ellos la construcción de una nueva sociedad frente a la enemistad de sus perseguidores. Posibilita además el ofrecimiento de salvación dando a los seres humanos la oportunidad que esperan y pueden, también, excluir a los que rechazan esa salvación. En la fe de Pedro podemos entender las posibilidades que abre la fe a toda existencia creyente.

A la luz del evangelio siempre volvemos a encontrarnos: celebrando a Pedro como apóstol (29 de junio) y celebrando a Pedro como roca (22 de febrero). No son dos perspectivas opuestas, pero sí diferentes. La figura de Pedro da pie para ello.
¿Quién no conoce la historia de Pedro? Debió de ser un hombre decidido, entusiasta, generoso, fiel a su maestro y amigo, desde el día en que lo miró Jesús y le cambió el nombre de Simón por el de Cefas, piedra sobre la que iba a edificar su Iglesia. Tenía, no obstante, sus debilidades. Es el que puede ir andando sobre las aguas. Pero es el que luego comienza a hundirse. Es el que alardea de que, aunque todos los discípulos negasen a Jesús, él nunca lo haría. Después lo hizo. Negó a Jesús, pero sintió sobre sí la mirada de amor de su maestro y "lloró amargamente". Por eso, más tarde, después de la resurrección, ya no presumirá de amar a Jesús más que sus compañeros. Se limitará a decir esa bella frase con la cual nos sentimos tan identificados: "Tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero".
Tras la resurrección de Jesús, el rudo pescador se convierte en un apasionado predicador y padre de nuevas comunidades. "No hay Iglesia sin Pedro", el que tiene el poder de atar y desatar, el que tiene también la función de "confirmar a sus hermanos". "No hay Iglesia sin Pedro"; o lo que es lo mismo: no hay Iglesia sin referencia a aquel que simboliza la unidad y la firmeza de una fe que se funda en Jesucristo. "No hay Iglesia sin Pedro"; o, dicho de otra forma, prescindiendo de aquellos que en la historia hacen las veces de Pedro.
Es esencial que los hombres y mujeres de hoy, todo los creyentes, sigamos mirando a ese Pedro que es piedra y que da firmeza, coherencia y serenidad a nuestra fe. Y hasta que cantemos con entusiasmo aquel viejo "Tú es Petrus" (Tú eres Pedro).

13. Cesarea de Filipo, hoy día Banías, situada en el extremo norte de Palestina, cerca de una de las fuentes del Jordán.

18. Pedro (Piedra) es, como lo dice su nombre, el primer fundamento de la Iglesia de Jesucristo (véase Ef. 2, 20), que los poderes infernales nunca lograrán destruir. Las llaves significan la potestad espiritual. Los santos Padres y toda la Tradición ven en este texto el argumento más fuerte en pro del primado de S. Pedro y de la infalible autoridad de la Sede Apostólica. "Entretanto, grito a quien quiera oírme: estoy unido a quienquiera lo esté a la Cátedra de Pedro" (S. Jerónimo).

20. Como señala Fillion, las palabras de este pasaje marcan "un nuevo punto de partida en la enseñanza del Maestro". Cf. Juan 17, 11; 18, 36. Desconocido por Israel (v. 14), que lo rechaza como Mesías - Rey para confundirlo con un simple profeta, Jesús termina entonces con esa predicación que Juan había iniciado según "la Ley y los Profetas" (Luc. 16, 16; Mat. 3, 10; Is. 35, 5 y notas) y empieza desde entonces (v. 21) a anunciar a los que creyeron en El (v. 15 s.) la fundación de su Iglesia (v. 18) que se formará a raíz de su Pasión, muerte y resurrección (v. 21) sobre la fe de Pedro (v. 16 ss.; Juan 21, 15 ss.; Ef. 2, 20), y que reunirá a todos los hijos de Dios dispersos (Juan 11, 52; 1, 11 - 13), tomando también de entre los gentiles un pueblo para su nombre (Hech. 15, 14); y promete El mismo las llaves del Reino a Pedro (v. 19). Este es, en efecto, quien abre las puertas de la fe cristiana a los judíos (Hech. 2, 38 - 42) y luego a los gentiles (Hech. 10, 34 - 46). Cf. 10, 6.
A la grandeza y la felicidad por la obediencia

En esta Fiesta, en que celebramos "La Cátedra de san Pedro", Príncipe de los Apóstoles, podemos fijarnos en el ejemplo de fidelidad a Jesucristo que brilla sobremanera en el que fue, antes de ser elegido, un pescador de tantos en Galilea. Quiso que su vida no fuera sino lo que el Hijo de Dios determinara. Y podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que todo el interés de Pedro, a pesar de su carácter fuerte e impetuoso, como se desprende de algunos pasajes evangélicos, de modo particular en Marcos su compañero de apostolado, se centraba de modos exclusivo en Jesús. Era su deseo cumplir en detalle la voluntad de Jesús, que es tanto como decir cumplir la voluntad de Dios. Este identificarse con el Maestro, cumpliendo su voluntad, no es propio únicamente de Pedro, identifica a todos los santos, pues ninguno puede serlo al margen de la voluntad de Dios.

Cuando parece que un cierto ideal de la persona consistiría en desenvolverse en la vida guiado únicamente con el propio criterio, sin más punto de referencia que el parecer personal; cuando bastantes consideran definitivas sus opiniones, y suficientes –por ser suyas– para configurar la propia vida del mejor modo posible; nos ofrece hoy la Iglesia –Nuestra Madre–, para edificación de todos los fieles, el estímulo de la obediencia. Cuantos deseamos conducirnos con la segura esperanza de la Vida Eterna, no lo haremos de acuerdo con nuestro parecer, ya que la Eterna Bienaventuranza no es un proyecto humano. Se comprende con facilidad que no es una decisión del hombre nuestra existencia en este mundo, ni, claro está, la Vida Eterna en intimidad con Dios, que conocemos por Revelación.

Pedro, habiendo conocido el extraordinario e inalcanzable poder y majestad de Jesucristo, se mantiene inamoviblemente fiel al Maestro, cuando bastantes le abandonan porque no comprenden sus palabras. Señor, ¿a quién y iremos? –Le responde–, Tú tienes palabras de Vida Eterna. Así se expresa el Príncipe en el crítico momento –para muchos– de la deslealtad. Cuando aparecen haber perdido sentido los milagros realizados; cuando su vida admirable y sus palabras, cargadas de autoridad, no significan nada para la mayoría; Pedro confía aún en Jesús. Su persona será para él siempre merecedora de toda confianza: hay que creerle siempre y obedecerle; con Cristo no tiene sentido dudar. El criterio de Jesús tendrá en todo momento para este apóstol una autoridad absoluta. Las palabras y deseos del Maestro tienen mucha más fuerza para él que sus propios pensamientos.

Parece muy claro, por lo demás, que la mayor hazaña o reflexión de cualquier hombre, por decisiva que parezca, no pasa, en la práctica, de ser algo necesariamente vinculado a lo caduco, como el mismo hombre. De hecho, son muy pocos en proporción las mujeres y los hombres que han pasado a la historia. En cambio, identificados con Dios, que en Jesucristo nos hace posible conocer su voluntad, aunque los hombres tengan poca relevancia para el acontecer humano, se hacen eternos e inapreciablemente valiosos: como ha previsto Dios. Muchos han logrado ya, sin fama ni espectáculo, acrecentar su vida absolutamente –no sólo para el mundo–, porque con toda sencillez procuraron vivir según el querer divino.

Obediencia. Que en nosotros se haga Su Voluntad: hágase Tu voluntad en la tierra como en el Cielo, rezamos con la oración que Cristo nos enseñó. Pidámosle que, en efecto, cada día sea para todos más decisivo no tanto hacer lo que queremos, cuánto lo que Él quiere; firmemente convencidos de que no nos hace mejores ni más grandes en la vida salirnos con "la nuestra". Lo único que –de verdad– nos hace grandes, aunque no lo parezca, es que Dios se salda con "la suya" en nosotros. Comprobaremos, a partir de esta docilidad humilde, que nos va mejor además en las relaciones interpersonales. Guiados por intereses solamente nuestros, que con demasiada frecuencia son egoístas, tenemos sobrada experiencia –por desgracia– de la sociedad tensa que de ordinario hemos de soportar. También por lograr una convivencia en paz nos conviene dejarnos conducir por los mandamientos de nuestro Creador. Siendo el autor del hombre, tiene la ciencia exacta –la ley moral– para el más correcto desenvolvimiento en sociedad.

Pedro pecó. Fue débil en aquel momento y posiblemente en otros muchos que no nos han revelado las Escrituras. Sin embargo, a pesar de sus pecados, volvió al Señor y hoy podemos celebrar su Cátedra: su autoridad, concedida por Jesucristo y asentada en Roma como Pastor universal de la Iglesia. Recordamos con alegría que su arrepentimiento –lloró amargamente, relata San Marcos tras haber negado a Cristo–, era manifestación de su amor a Jesús, más fuerte que cualquiera de sus pecados.

El hombre más feliz y perfecto es aquel en quien mejor se cumple la voluntad de nuestro Creador y Señor. Así es nuestra Madre, la más maravillosa de las criaturas: hizo en mí cosas grandes el que es Todopoderoso, puede afirmar. Implorando su asistencia maternal sabremos imitarla.

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