domingo, 24 de julio de 2011

Homília


“Un corazón dócil para gobernar”.

Salomón ha pasado a la historia judía y cristiana como modelo de rey sabio, porque, en lugar de pedir poder y riquezas, implora a Dios “un corazón dócil para gobernar” (I Reyes 3, 9).
Fue el tercer monarca de Israel, después de su padre David, a quien sucedió.
Utilizó medios violentos para acceder al poder, en contra de su hermano mayor.
Durante su reinado Israel gozó de prosperidad económica y de paz.
Muchos reyes acudieron a Jerusalén para visitarle, entre ellos la famosa reina de Saba.
Se le atribuyen varios libros sapienciales de la Biblia, cantos y proverbios.
Su vida fue poco edificante, pues llegó a tener cientos de esposas y concubinas. Hizo ostentación de sus riquezas y cayó en el peor de los pecados para un israelita: la idolatría.
A su muerte, el Reino de Israel se segregó en dos.
Todo ello no evita que en muchos pasajes bíblicos se alabe su proceder para hacer justicia a su pueblo.
Dios escribe recto con líneas torcidas.

Varias parábolas.

Las parábolas narradas en el evangelio se centran en la respuesta que Jesús quiere de
los que creen en Él.

“El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo. El que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, vende todo lo que tiene y lo compra” (Mateo 13, 44)
“El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al

El núcleo del mensaje es el mismo en ambas parábolas; los dos encuentran algo de inestimable valor: el Reino de los Cielos.
Se entiende así la alegría de innumerables personas, que lo han dejado todo para seguir a Jesús.
San Pablo, después de su conversión y de haber identificado su vida con la de Cristo, decía que “todo lo estimo por basura con tal de ganar a Cristo “ (Filipenses 3, 8).
Algo similar escribía Santa Teresa de Jesús: “Nada te turbe, nada te espante; quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta”.

El Reino, acogido con generosidad, es como un espacio en nuestro mundo terrenal, donde todo se adecua a imagen de Dios; es como un trozo de cielo en la tierra.
A quien no ha recibido el don de la fe, le resulta difícil entender que haya personas capaces de desprenderse de sus bienes.
Sin embargo, nada hay más insensato que el corazón del hombre cuando se empecina en acumular riquezas para asegurarse un futuro feliz y sin sobresaltos.
Pero la felicidad no nos viene dada por lo que tenemos, sino por lo que somos como personas: honestos, respetuosos, caritativos, y dejando actuar a Dios en cada uno de nosotros.

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Jesús nos sigue ofreciendo hoy un camino, que no ha perdido el carácter de buena noticia.
La historia humana se ha desarrollado siempre con múltiples vaivenes, marcados por la búsqueda constante de sistemas que logren estabilidad, paz, buena convivencia y una justa distribución de bienes para todos.
Los intentos han sido loables, pero han desembocado en profundos desencantos, no por culpa de los sistemas, sino por la egoísta manipulación de los mismos.
El comunismo fracasó, porque sus dirigentes, al prescindir de Dios y considerar la religión como “opio del pueblo” terminaron convirtiéndose en “dioses”, y esclavizando a los suyos.
El materialismo no persigue la idea de Dios, pero impregna todo el tejido social con la seducción de las riquezas.
Los millones de parados dan fe de la ineficacia de los sistemas políticos cuando la crisis de valores y el desarme moral amordazan las reacciones humanas ante las injusticias.

Las palabras de Jesús: “Anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres y vente conmigo” (Mateo 19, 21), no parecen tener demasiado eco en nuestra sociedad postmoderna.
A pesar de todo, el camino a seguir pasa primero por abandonar todo lo superfluo y confiarnos en la Providencia, que llena con creces los vacíos de nuestras almas.

“Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón” (Mateo 19, 21).

Últimamente estamos asistiendo en España a concentraciones de protesta contra la clase política para promover lo que llaman “democracia real” en nombre de todos los indignados. No sabemos dónde desembocará este movimiento, ni quién o quienes mueven los hilos desde la trastienda y con qué objetivos. El futuro desvelará el misterio.

Algo sí es cierto: debemos acabar cuanto antes con lo privilegios, prebendas, exenciones fiscales... de nuestros políticos, en tanto haya millones de ciudadanos con problemas para llegar a fin de mes.
Por otro lado, ir contra el sistema democrático, libremente asumido por el pueblo, no es la mejor carta de presentación para solucionar nuestro futuro inmediato.
Dicho esto, podemos preguntarnos: ¿En qué puesto de preferencia colocamos los valores morales, la fe, la familia... y Dios?.
La regeneración auténtica de una sociedad enferma comienza por un diagnóstico claro de los niveles morales a los que hemos llegado y tomando medidas para educar a las próximas generaciones en reglas justas de convivencia, de respeto y de reconocimiento y protección del hecho religioso.
Si buscamos tesoros imperecederos, nuestro corazón estará sano.
Si lo que buscamos son tesoros efímeros, nuestro corazón navegará por la senda de la amargura.
Si hemos encontrado el Reino de los Cielos, demos gracias a Dios y pidámosle que no perdamos la perla de gran valor: la FE que nos salva y que nos permite amar más y mejor en medio de este caos que nos toca vivir.
No echemos en saco roto el salmo 18, que nos presenta la liturgia de hoy: “Más estimo yo los preceptos de tu boca, que miles de monedas de oro y plata”·

Y, pase lo que pase, siempre están vigentes, y podemos hacerlas propias, las palabras de San Pablo a los Romanos:
“Sabemos que, a los que aman a Dios, todo les sirve para bien”


¡Feliz Domingo!

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