Estructuras injustas.
“Todos los seres humanos nacen libres e iguales”. Son palabras de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU, que se corresponden con otras, mucho más antiguas, que leemos en el libro del Génesis: “Dios creó al hombre a su imagen; hombre y mujer los creó”. ( Gen 1, 27). Iguales ambos en dignidad y gobierno.
Pero, una cosa es predicar y otra dar trigo, como vulgarmente se suele decir, porque siguen prevaleciendo en el mundo hirientes desigualdades, que denigran la condición humana , entre ricos y pobres, blancos y negros, esclavos y libres, creyentes y no creyentes. Los egoísmos, el dinero y el afán de poder y dominio configuran los mapas de la marginación, que crece notablemente mientras aumenta el número de los capitalistas.
El poder se utiliza a menudo, no para servir a las personas, sino como pretexto para diversas discriminaciones, poniendo como telón de fondo la producción. Así se explota a la mujer, se explota al obrero, se explota al débil.
Parece que en este mundo no hay lugar para los más débiles ni se protegen los derechos de las minorías.
Tras la derrota del nazismo en la II Guerra Mundial hubo un despertar de la conciencia ciudadana hacia el respeto y la tolerancia. Somos, sin embargo, olvidadizos y aprovechamos cualquier resquicio para obtener ventajas políticas y callar la voz de la discrepancia.
Y esto asombra todavía más cuando hemos entrado de lleno en la era de las comunicaciones y en los intercambios de todo tipo. Deberíamos ser más fraternos, más hospitalarios con los trasiegos migratorios y los vaivenes del trabajo. Pero, nos hemos vuelto quizás recelosos y timoratos.
Si bien el desarrollo tecnológico es en sí mismo una buena noticia, no lo es la utilización de la técnica en beneficio de unos pocos espabilados, trayendo como resultado una estructura de pecado de dimensión universal.. Esa misma estructura que denunció en su tiempo Juan el Bautista y recientemente el Papa Juan Pablo II en la “Sollicitudo Rei Socialis”, pone en peligro la unidad del género humano y nos enfanga a todos como cómplices de las injusticias, violencias, marginaciones, desnutrición y hambre.
¿Quiénes somos culpables?.
Tal vez ninguno de nosotros se sienta culpable, porque no somos conscientes de ser directamente responsables, de la misma manera que no nos damos cuenta si el aire que respiramos es puro o está contaminado. En todo caso echamos la culpa a las autoridades de turno o evadimos la necesaria ayuda para que las instituciones benéficas, a las que criticamos injustamente, afronten el problema. Pero, nos enfadamos si alguien cuestiona nuestros privilegios adquiridos o nos tacha de egoístas.
Esta es una constatación, tan palpable en la sociedad occidental, que no vale eludir el problema y cauterizar nuestra conciencia con justificaciones banales.
El Nuevo Catecismo de la Iglesia recoge, editado hace varios años, contempla entre otros, el llamado “pecado social”, como puede ser la acumulación injusta de riqueza, los atentados contra la naturaleza, el riesgo temerario al conducir, que pone en peligro la vida de terceras personas...
No viene al caso entrar en análisis casuísticos. Se trata simplemente de poner coto y remedio a este pecado del mundo, inmerso cada vez más en un paganismo galopante y lúdico, que termina emponzoñando y enfriando las relaciones humanas.
Nueva evangelización.
Esta es una de las prioridades actuales de la Iglesia que el Papa Benedicto XVI intenta impulsar utilizando los medios de comunicación a nuestro alcance, cada año más sofisticados y precisos.
Urge una nueva evangelización, que proyecte los contenidos de fe en la vida cristiana.
El cristianismos es, más que una moral o una ética, un actitud básica que empape nuestra existencia y señale a Aquel que es fuente de la misma.
El evangelio que acabamos de proclamar nos invita a fijar nuestra mirada en Jesús, ese gran desconocido para muchos cristianos, que merece la pena ser conocido.
Me toca hablar a menudo en los Cursillos de Novios de Jesús de Nazaret. Me asombra la poca cultura religiosa de gran parte de las parejas que vienen a casarse en la iglesia más que por la Iglesia, siguiendo las tradiciones de sus padres o la moda al uso. “Luce más”, suelen decir. ¿Cuál? ¿El templo, la ceremonia, el vestido?
Hay un anacronismo esperpéntico en todas estas actitudes, pues, mientras por un lado se admira a Jesús, por otro, se ignora su mensaje. Se habla de Él de oídas, como se habla de la Inquisición o del Papa con la demagogia barata y el atrevimiento propio de los ignorantes, mezclando lo sagrado y lo profano en un amasijo de disparates.
No obstante, cuando reciben y acogen su mensaje quedan positivamente “alucinados”.
Hace días me acerqué en Metro a un barrio de Madrid para visitar a una pareja amiga. Me habían dado como referencia para ubicarme en el lugar, un templo recién construido. Me perdí y tuve que preguntar a un transeúnte, que ignoraba mi condición de sacerdote. Recibí una contestación seca y lacónica: “De templos y curas, cuanto más lejos, mejor”.
Existe mala prensa en torno a lo religioso y abunda el vicio, muy español por otra parte, de dejarse arrastrar por corrientes anticlericales y anticristianas, aún a trueque de confesarse oficialmente católicos. Resulta paradójico, pero es real. Está en la calle y en la boca de muchos creyentes, quizás condicionados por experiencias negativas con algún sacerdote, religioso o religiosa, que tienden a generalizar, o tal vez por pasadas uniones de interés entre autoridades políticas y religiosas que escandalizaban al pueblo. Estas lacras pasan factura.
Es cierto que Jesús sigue siendo un mito, una aureola, un modelo, aunque se ignore su mensaje. Tendremos que tocar fondo y despertar de nuevo a los valores espirituales, empezando por conocer a Jesús como”Camino, Verdad y Vida”, seguirle como nuestro Señor y amarle como nuestro Dios y Salvador.
¡Ojalá conociéramos la historia de la salvación como sabemos de memoria la última alineación de nuestro equipo favorito de fútbol o los intérpretes de las canciones en boga!
Seguramente lucharíamos por prioridades más profundas y gratificantes.
“Todos los seres humanos nacen libres e iguales”. Son palabras de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU, que se corresponden con otras, mucho más antiguas, que leemos en el libro del Génesis: “Dios creó al hombre a su imagen; hombre y mujer los creó”. ( Gen 1, 27). Iguales ambos en dignidad y gobierno.
Pero, una cosa es predicar y otra dar trigo, como vulgarmente se suele decir, porque siguen prevaleciendo en el mundo hirientes desigualdades, que denigran la condición humana , entre ricos y pobres, blancos y negros, esclavos y libres, creyentes y no creyentes. Los egoísmos, el dinero y el afán de poder y dominio configuran los mapas de la marginación, que crece notablemente mientras aumenta el número de los capitalistas.
El poder se utiliza a menudo, no para servir a las personas, sino como pretexto para diversas discriminaciones, poniendo como telón de fondo la producción. Así se explota a la mujer, se explota al obrero, se explota al débil.
Parece que en este mundo no hay lugar para los más débiles ni se protegen los derechos de las minorías.
Tras la derrota del nazismo en la II Guerra Mundial hubo un despertar de la conciencia ciudadana hacia el respeto y la tolerancia. Somos, sin embargo, olvidadizos y aprovechamos cualquier resquicio para obtener ventajas políticas y callar la voz de la discrepancia.
Y esto asombra todavía más cuando hemos entrado de lleno en la era de las comunicaciones y en los intercambios de todo tipo. Deberíamos ser más fraternos, más hospitalarios con los trasiegos migratorios y los vaivenes del trabajo. Pero, nos hemos vuelto quizás recelosos y timoratos.
Si bien el desarrollo tecnológico es en sí mismo una buena noticia, no lo es la utilización de la técnica en beneficio de unos pocos espabilados, trayendo como resultado una estructura de pecado de dimensión universal.. Esa misma estructura que denunció en su tiempo Juan el Bautista y recientemente el Papa Juan Pablo II en la “Sollicitudo Rei Socialis”, pone en peligro la unidad del género humano y nos enfanga a todos como cómplices de las injusticias, violencias, marginaciones, desnutrición y hambre.
¿Quiénes somos culpables?.
Tal vez ninguno de nosotros se sienta culpable, porque no somos conscientes de ser directamente responsables, de la misma manera que no nos damos cuenta si el aire que respiramos es puro o está contaminado. En todo caso echamos la culpa a las autoridades de turno o evadimos la necesaria ayuda para que las instituciones benéficas, a las que criticamos injustamente, afronten el problema. Pero, nos enfadamos si alguien cuestiona nuestros privilegios adquiridos o nos tacha de egoístas.
Esta es una constatación, tan palpable en la sociedad occidental, que no vale eludir el problema y cauterizar nuestra conciencia con justificaciones banales.
El Nuevo Catecismo de la Iglesia recoge, editado hace varios años, contempla entre otros, el llamado “pecado social”, como puede ser la acumulación injusta de riqueza, los atentados contra la naturaleza, el riesgo temerario al conducir, que pone en peligro la vida de terceras personas...
No viene al caso entrar en análisis casuísticos. Se trata simplemente de poner coto y remedio a este pecado del mundo, inmerso cada vez más en un paganismo galopante y lúdico, que termina emponzoñando y enfriando las relaciones humanas.
Nueva evangelización.
Esta es una de las prioridades actuales de la Iglesia que el Papa Benedicto XVI intenta impulsar utilizando los medios de comunicación a nuestro alcance, cada año más sofisticados y precisos.
Urge una nueva evangelización, que proyecte los contenidos de fe en la vida cristiana.
El cristianismos es, más que una moral o una ética, un actitud básica que empape nuestra existencia y señale a Aquel que es fuente de la misma.
El evangelio que acabamos de proclamar nos invita a fijar nuestra mirada en Jesús, ese gran desconocido para muchos cristianos, que merece la pena ser conocido.
Me toca hablar a menudo en los Cursillos de Novios de Jesús de Nazaret. Me asombra la poca cultura religiosa de gran parte de las parejas que vienen a casarse en la iglesia más que por la Iglesia, siguiendo las tradiciones de sus padres o la moda al uso. “Luce más”, suelen decir. ¿Cuál? ¿El templo, la ceremonia, el vestido?
Hay un anacronismo esperpéntico en todas estas actitudes, pues, mientras por un lado se admira a Jesús, por otro, se ignora su mensaje. Se habla de Él de oídas, como se habla de la Inquisición o del Papa con la demagogia barata y el atrevimiento propio de los ignorantes, mezclando lo sagrado y lo profano en un amasijo de disparates.
No obstante, cuando reciben y acogen su mensaje quedan positivamente “alucinados”.
Hace días me acerqué en Metro a un barrio de Madrid para visitar a una pareja amiga. Me habían dado como referencia para ubicarme en el lugar, un templo recién construido. Me perdí y tuve que preguntar a un transeúnte, que ignoraba mi condición de sacerdote. Recibí una contestación seca y lacónica: “De templos y curas, cuanto más lejos, mejor”.
Existe mala prensa en torno a lo religioso y abunda el vicio, muy español por otra parte, de dejarse arrastrar por corrientes anticlericales y anticristianas, aún a trueque de confesarse oficialmente católicos. Resulta paradójico, pero es real. Está en la calle y en la boca de muchos creyentes, quizás condicionados por experiencias negativas con algún sacerdote, religioso o religiosa, que tienden a generalizar, o tal vez por pasadas uniones de interés entre autoridades políticas y religiosas que escandalizaban al pueblo. Estas lacras pasan factura.
Es cierto que Jesús sigue siendo un mito, una aureola, un modelo, aunque se ignore su mensaje. Tendremos que tocar fondo y despertar de nuevo a los valores espirituales, empezando por conocer a Jesús como”Camino, Verdad y Vida”, seguirle como nuestro Señor y amarle como nuestro Dios y Salvador.
¡Ojalá conociéramos la historia de la salvación como sabemos de memoria la última alineación de nuestro equipo favorito de fútbol o los intérpretes de las canciones en boga!
Seguramente lucharíamos por prioridades más profundas y gratificantes.
Con esta esperanza expresemos juntos nuestra fe.
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