domingo, 5 de diciembre de 2010

Homilía


“PREPARAD EL CAMINO DEL SEÑOR”

“BROTARÁ UN RENUEVO EL TRONCO DE JESÉ” (ISAÍAS 11,1)

La profecía de Isaías que hemos escuchado hoy forma parte de una serie de metáforas que componen este oráculo mesiánico. Israel es un tronco seco, en descomposición, por la contaminación política de la dinastía del rey David a partir de Salomón, y por sus reiteradas infidelidades al pacto de alianza sellado con Yahvé.

Pero Dios es capaz de hacer brotar la vida de un tronco seco, y promete un Mesías sobre el que se posará el espíritu del Señor, actuará con justicia, especialmente con los más desamparados, e instaurará un reinado de paz donde todos se sentirán felices.
Isaías utiliza términos poéticos e imágenes contradictorias para afirmar que viejos e irreconciliables enemigos se den la mano y confraternicen: “Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos y un muchacho pequeño los pastorea”.

Este niño aglutinará las esperanzas de todo el pueblo, y también, afirmación muy propia del profeta mesiánico por excelencia, lo verán los gentiles.

Corrieron varios siglos con múltiples sinsabores, destrucción de Jerusalén, destierros, invasiones de los grandes imperios (asirio, babilónico, griego y romano) hasta los albores de nuestra Era, hasta que se concretaron las esperanzas mesiánicas de los profetas.

“TE ALABARÉ EN MEDIO DE LOS GENTILES Y CANTARÉ TU NOMBRE” (ROMANOS 15,9)

La universalidad de la salvación, anunciada por Isaías, cuenta con pleno apoyo de San Pablo, el gran Apóstol de los gentiles, que hace hincapié en su Carta a los romanos en la fidelidad divina hecha en el pasado a los patriarcas, y la misericordia para con todos los pueblos.

Existían entonces tensiones entre cristianos de origen gentil y cristianos de origen judío, que no tenían razón de ser, pues leían la misma Sagrada Escritura.
Lo importante es que Dios tiene un plan salvador en la persona de su Hijo, el Verbo, nuestro Señor Jesucristo.

“PREPARAD EL CAMINO DEL SEÑOR” (ISAÍAS 40,3)

El plan salvador de Dios se empieza a concretar con el anuncio del Reino.
Estamos en los comienzos de la vida pública de Jesús.
A caballo entre los dos Testamentos, la figura de Juan el Bautista, “el mayor de todos los profetas” según Jesús, se yergue majestuosa a orillas del Jordán, en pleno desierto de Judea., muy cerca de tres lugares emblemático: Jericó, Qumram y Mar Muerto.

En esta depresión ardiente, a cerca de 400 mts bajo el nivel del mar. Juan anuncia la llegada de los tiempos mesiánicos y predica un evangelio de conversión para el perdón de los pecados.

No pretende grandezas humanas ni privilegios, ni siquiera ser reconocido. Es un asceta, probablemente educado en la comunidad de los esenios, de vida sobria y austera.

Su persona despierta admiración y respeto. Tiene cualidades para ser un líder de masas, incluso, si lo pretendiera, de agitador, pero ejerce la difícil virtud de la humildad.
Sabe que su paso por la vida es efímero; que su misión no es otra que “preparar el camino del Señor” y facilitar el tránsito espiritual hacia Aquel de quien no es digno de desatar la correa de sus sandalias.

Su humildad le lleva a desprenderse de todo, también de sus propios discípulos, con tal de que el Camino quede allanado.
Sus primeras palabras: “Convertíos, porque está cerca el reino de los Cielos”, son casi idénticas a las pronunciadas por Jesús al bajar de Nazaret al lago de Galilea: “Está cerca el Reino de Dios, convertíos y creed la buena noticia”.
Sin embargo, el mensaje de ambos cobra matices distintos.

Mientras Juan el Bautista clama con mensajes apocalípticos contra los líderes religiosos de su pueblo: “raza de víboras”, que se sienten tranquilos por su pertenencia al pueblo judío, por ser hijos de Abraham, pero que no se comportan como tales, Jesús da confianza y es paciente con el pecador para que se arrepienta.

Es grande el contraste en su forma de proceder. Juan ayuna, viste pobremente con pieles de camello, se alimenta de saltamontes y miel silvestre y quiere cortar la higuera que no da fruto. Jesús en cambio no ayuna, participa en banquetes, se junta con los pecadores y abona la higuera estéril aguardando sus futuros frutos.

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Juan bautiza con agua; Jesús con el Espíritu Santo y fuego.
El fin del Antiguo Testamento, simbolizado en Juan, da paso al nuevo personalizado en Jesús. Ambos personajes se funden en un abrazo eterno y se encuentran, como no podía ser de otra manera, en el desierto.

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Todos sabemos que el desierto es el lugar bíblico del encuentro del hombre con Dios, donde el Pueblo y Yahvé sellaron la Alianza, y donde nace el proceso de purificación de cada hombre y cada mujer para que el Reino de Dios llegue hasta los tuétanos de su vida.

¿CÓMO PREPARAR EL CAMINO AL SEÑOR?

¿Cómo adecuar nuestra vida al mensaje evangélico en el “desierto” de nuestras ciudades, en la soledad materialista de nuestros pueblos, en el bullicio del tráfico, en el ajetreo cotidiano de nuestros hogares?

Ya se han encendido, menos que otros años, las luces navideñas y están llenos los escaparates de atractivos regalos.
Y, como es habitual últimamente, cruzarán por nuestra cabeza miles de mensajes contradictorios, desde emisiones de radio y televisión, fieles a la voz de la ideología que paga, hasta los ruidos de fiesta en un devenir alocado por atrapar la felicidad que se esfuma. En medio, sigue sonando la voz que muchos quisieran apagar y otros percibir nítidamente: la voz de la Iglesia.

La Iglesia, fiel al evangelio recibido, nos sigue presentado en este Adviento a Jesús como el único Camino pleno de felicidad, muy lejos de los intereses creados que invaden el mercado. Los poderes del mundo esclavizan; Jesús es fuente de liberación y de esperanza.

Antonio Machado decía:
“Caminante, no hay camino,
Se hace camino al andar.
Al andar se hace camino
Y, al volver la vista atrás,
Se ven las huellas que nunca
Se han de volver a pisar”.


Para todo cristiano, el Camino está hecho y trazado por Jesús.
Las huellas del pasado se borran, pero no las huellas de Jesús, que siempre nos preceden para que sigamos su estela de luz.

Juan el Bautista nos muestra una vez más el Camino, como lo hizo primero con sus discípulos, el Camino bautismal que nos impulsa a identificarnos con Cristo para luchar contra la injusticia y el pecado.

El Señor viene, y vendrá a cogernos de la mano y llevarnos con El, porque nos ha garantizado su presencia y NUNCA FALLA.

¡Feliz Domingo!

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