domingo, 14 de noviembre de 2010

Homilía


NI UN CABELLO DE VUESTRA CABEZA PERECERÁ

La destrucción de Jerusalén

El evangelio según San Lucas fue escrito probablemente después de la destrucción de Jerusalén.
El año 70 de nuestra Era las tropas romanas de los emperadores Vespasiano y Tito irrumpieron en la Ciudad Santa después de un largo asedio de 11 años para acabar con la feroz resistencia de sus defensores.
Flavio Josefo, historiador de la época, relata que murieron más de un millón de judíos y los cien mil supervivientes fueron deportados a Roma y trabajaron como esclavos en las grandes obras de Imperio, entre ellas el Coliseo romano.
El emperador Tito mandó construir con motivo de tal efemérides el arco de triunfo que lleva su nombre.
Jerusalén fue arrasada al igual que el templo, una de las maravillas del mundo y orgullo del pueblo judío, cuyos tesoros engrosaron las arcas del Imperio.
Semejante catástrofe desmoronó la espiritualidad del Pueblo de la Alianza, resquebrajó su moral y les hizo andar errantes por el mundo. A pesar de todo, nunca perdieron la identidad, lograron rehabilitar su esperanza y accedieron finalmente a formar parte del Estado creado para ellos por las Grandes potencias Mundiales en 1948.

Vivir entre persecuciones

Ya se había desatado la persecución de Nerón (64-68) en la que murieron martirizados los Apóstoles San Pedro y San Pablo y numerosos cristianos.
Vivir entre persecuciones aquilató la fe de los primeros seguidores de Jesús.
No podían depositar su confianza en manos d e los hombres, sino en Jesucristo, su apoyo y su esperanza.
Malaquías (515 a.C.) y San Lucas que escribe el evangelio hacia traen a colación palabras de esperanza en medio de situaciones pesimistas sobre la realidad de un mundo con difícil arreglo.
Malaquías, dentro de un contexto de crisis religiosa después del exilio anima al pueblo con palabras de esperanza de parte de Dios que “a los que honran su nombre los iluminará con un sol de justicia que lleva la salud en las alas” (Mal 3,20ª).
En parecidos términos se expresa el salmo 97: “Regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud”.
San Lucas pone en labios de Jesús frases muy a tono con la literatura escatológica de la época, en la que entran en juego hecatombes, terremotos, peste, hambre y desolación, quizás para dejar en segundo plano la figura del mundo que pasa y poner de relieve el mundo nuevo al que somos llamados.
La destrucción de Jerusalén a la que hace alusión y el final del mundo forman parte de un mismo mensaje: la caída de quien no esté atento a las señales o avisos de Dios.
Por eso Jesús nos llama a mirarnos por dentro: “Cuidado con que nadie os engañe”.
Existe el peligro de dejarnos arrastrar por ideas dominantes, no siempre positivas, que conforman la imagen de un mundo cambiante y quebradizo.
El cristiano se sustenta de la fe y de la lucha contra corriente para afirmar sus ideales.
No debe temer la persecución ni “preparar la defensa”, porque el Espíritu de Jesús será su baluarte contra el adversario.
Las ideologías del mundo pasan, como han pasado los grandes imperios, pero la Palabra de Dios permanece viva y eficaz. “Y el que persevere hasta el fin se salvará”.

“Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá"

Esta afirmación de Jesús es garantía de que, en medio de las vicisitudes del mundo, Dios no nos abandonará nunca.
Si esta convicción se adueña de cada uno de nosotros, sería más creíble nuestro testimonio.
Es cierto que estamos sometidos a muchos vaivenes, y nos cercan agresiones de todo tipo.

Desde siempre se han puesto trampas al justo y se ha procurado por parte de los poderes fácticos y de los intereses creados quitarlo de en medio con falsos testimonios, porque denuncia sus turbios manejos y pone en evidencia sus maldades.
Cada día mueren miles de inocentes a manos de estos desaprensivos que siembran el caos y el desconcierto para mantener o incrementar sus ingresos económicos.

¿Cuántos mueren a causa de los traficantes de drogas en México, en Colombia...?
¿Cuantos inocentes son sacrificados por culpa del mercado de armas?


No hay diferencias entre creyentes y no creyentes cuando hay bonanza económica y paz social. Es en los momentos de oscuridad donde se demuestra la autenticidad de nuestros valores y si somos de verdad hombres y mujeres de fe.

Es difícil enfrentarse a la injusticia cuando se han sembrado a nuestro alrededor consignas que invitan al mínimo esfuerzo, a la búsqueda del placer y a la vida muelle.
Resulta complicado hablar hoy a niños y jóvenes de esfuerzo, de sacrificio, de interés por los demás cuando han crecido dentro de esta filosofía hedonista y pasota.
San Pablo lo vivió en propias carnes en la comunidad de Tesalónica- segunda lectura de hoy- pues algunos habían dejado de sembrar sus campos ante la venida definitiva de Cristo que creían próxima, y “andaban muy preocupados en no hacer nada”.
El mismo predica con el ejemplo: “El que no trabaje, que no coma”.
Estas palabras serían válidas para los gandules de hoy, pero no para los obreros que han perdido su empleo- cerca de cinco millones en España- que dependen de la caridad pública y a quienes se les cierran las puertas del trabajo por culpa de políticas económicas erradas y, lo que es peor, de ideologías trasnochadas que ensombrecen la dignidad humana.

Nos aguarda un duro porvenir.
Es en este futuro incierto y lleno de nubarrones donde toma cuerpo la invitación de San Pablo a trabajar, a luchar por un mundo nuevo que siempre es posible en la medida que contribuyamos con nuestra entrega a su regeneración.
San Pablo se dirige a los que “están muy preocupados en no hacer nada” para que imiten su ejemplo, recapaciten y se ganen el pan con el sudor de su frente.

Pasarán el cielo y la tierra, pero seguirá firme la palabra del Señor, que es palabra de esperanza.
Tiene sentido trabajar por la construcción del mundo y dejarse interpelar por el silencio expresivo del universo, manifestación del poder amoroso de Dios que vela por nosotros hasta en los más mínimos detalles: “Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá”

¡Feliz Domingo!

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