domingo, 5 de septiembre de 2010

Homilía


SI ALGUNO SE VIENE CONMIGO

“¿QUÉ HOMBRE CONOCE EL DESIGNIO DE DIOS?”

Esta primera frase del Libro de la Sabiduría, que acabamos de escuchar, corresponde a la llamada “Oración de Salomón”.
Es un interrogante que cuestiona el saber humano ante la grandeza de la Creación.
El salmo 8 nos dice también: “Cuando contemplo el cielo obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado: ¿qué es el hombre para que te acuerdes de Él, el ser humano para darle poder?”.
No podemos, por sabios que nos creamos, competir con Dios ni alcanzar el auténtico sentido de la vida sin su gracia.
Somos pequeños, pobres, limitado, débiles, desamparados, inmerso en la vorágine de un mundo que condiciona nuestros pensamientos y cauteriza nuestras decisiones, porque a menudo no somos libres en nuestro trabajo o en nuestra familia.
Abandonarnos a Dios, a su Providencia, lejos de esclavizarnos nos hace más libres y humanos, porque nos pone en el camino de la verdadera sabiduría: la búsqueda de la voluntad de Dios.
San Pablo lo expresaba así: “Todo estimo como basura con tal de conocer a >Cristo, mi Señor”.
En este mundo de la sabiduría científica y los adelantos tecnológicos, carecemos de esta “otra” sabiduría, la sabiduría de siempre: saber para qué vivimos y por qué morimos.
Esto es un faro de luz en medio de las tinieblas que nos cercan.

“YO ANCIANO Y PRISIONERO POR CRISTO”

Así comienza la Carta de San Pablo a Filemón, la más corta de las escritas por el Apóstol de las Gentes.
Ha perdido ya el vigor y fogosidad de su juventud, ha vivido múltiples experiencias por tierra y por mar, afrontado peligros y cárceles, luchado con denuedo para crear comunidades, y ha anunciado incansablemente a Cristo.
Ahora, sólo y en la cárcel, acepta serenamente el momento de su inminente muerte por decapitación a las afueras de Roma.
En estas circunstancias, al igual que Jesús en la Ultima Cena, valora la importancia del amor que le ha sido regalado e intercede ante Filemón, a quien no descalifica ni condena, por su esclavo Onésimo, apelando a la misericordia y a la fe que él ha recibido.
Un cristiano no puede aceptar la esclavitud, pues Dios nos ha creado libres y con los mismos derechos.
Y, si es cierto que “la verdad nos hace libres”, según la afirmación de San Juan, el amor nos da la medida de la alegría cristiana, que es un anticipo de la vida eterna.
Ayudar a los demás en sus necesidades nunca es un tiempo perdido, sino una inversión espiritual que valora la entrega por encima por encima de los reconocimientos humanos y las riquezas materiales que se puedan adquirir.

“SI ALGUNO SE VIENE CONMIGO”

Seguro que San Pablo se sintió profundamente cuestionado por esta pregunta de Jesús, recibida por boca de los Apóstoles...
Jesús nos hace hoy esta mima llamada, que exige una respuesta personal de cada uno de nosotros...
Vivimos desde hace varias décadas un cristianismo descafeinado, cómodo y sin compromisos. Nos guiamos de la conveniencia y el oportunismo; consumimos sacramentos sin saber su significado; nos colocamos etiquetas sin haber pasado el control de calidad cristiana ni pasar la ITV de la identidad de nuestro motor.
Hablamos de “nosotros, los cristianos”, sin molestarnos en conocer a Jesús más que lo justamente necesario.
Es fácil ser hincha del equipo de fútbol de nuestros amores y jalear las glorias de nuestro club sin haber pisado el terreno de juego.
Son otros los que nos “sacan las castañas del fuego” sin que nosotros hayamos encendido el fuego.
Es hora de que nos cuestionemos que el seguimiento de Jesús es duro, como lo es sacar a los hijos adelante en circunstancias adversas, mantener el trabajo en momentos de crisis y aguantar los chaparrones del desafecto y los revolcones de la enfermedad.
He sido durante bastantes años profesor de religión. Siempre luché por colocar la clase de religión en horarios dignos. Lo más lógico era colocarla en la última hora de la tarde cuando los alumnos se encontraban cansados y con ganas de ir a casa.
Me pregunto si ante la disyuntiva de elegir entre Jesús y las riquezas o nuestra familia ¿qué haríamos? ¿No será que, en el fondo, nos da miedo vivir el estilo de vida de Jesús?
La clave para seguirle nos la da él mismo cuando nos invita a conocer nuestra realidad personal, a pertrecharnos de los medios necesarios para afrontar las dificultades y conocer el precio a pagar, con frecuencia la misma vida.
Los seguidores de Jesús nos exponemos a ello, al igual que los alpinistas que encaran la conquista de las montañas más altas del mundo.
A pesar e todo, no deja de ser seductor, porque la recompensa de caminar tras las huellas del Maestro es la suprema felicidad.
Como tantas veces Jesús recordaba a los Apóstoles: es un contrasentido la resurrección sin la pasión previa.

AL ENCUENTRO DE LA LUZ.

Las vacaciones veraniegas están tocando a su fin.
La mayoría hemos vivido ajenos a los avatares del mundo, porque eran prioritarios los pasatiempos en la playa, el aire fresco de la montaña, el frescor de la vieja casa del pueblo o la piscina de nuestro lugar de origen, porque la economía familiar no daba para un desembolso extra.
Pero sí han abundado las noticias: abandono de las tropas de Irak, muertes de soldados en Afganistán, graves inundaciones en diversos lugares del planeta, subida de los carburantes, recorte presupuestario en las obras públicas, encuestas para calibrar el porcentaje de votos de cada partido, y una serie de medidas antipopulares aprovechando la pasividad veraniega de los ciudadanos. Nada nuevo al respecto.
Pero ha pasado casi desapercibida para los periódicos y las televisiones la Marcha Juvenil a Santiago de Jóvenes españoles procedentes de todas las Diócesis: unos 15.000.
Las buenas noticias tienen poca publicidad.
Durante varias jornadas de duro caminar, de reflexión para cuestionarse su vocación para la vida laical, religiosa o sacerdotal, de celebración gozosa de su fe, de su ilusión por superarse, de conocimiento y compromiso de los unos con los otros y con Cristo, llegaron a los pies del Apóstol para darle lo mejor que puede ofrecer un joven: la disponibilidad.
No es ésta la juventud de las discotecas, entregada a la droga y al sexo al margen del amor; de los botellones de los fines de semana; de la juerga fácil.
Son jóvenes normales, sanos alegres y con inquietudes, en búsqueda de una respuesta que dé sentido a sus vidas. Serán los árbitros del mañana y los primeros protagonistas de “Las Jornadas Mundiales de la Juventud “(JMJ) que se celebrarán en Madrid durante la segunda quincena de Agosto de 2.011. Se esperan más de millón y medio de jóvenes venidos de todo el mundo. Será un acontecimiento único, singular, para relanzar la nueva evangelización que todos esperamos alrededor de Cristo, que es quien convoca a través de sus Ministros para seguir sus pasos.
Aunque la marcha sea exigente, no debemos tener miedo, porque El es Camino, Verdad y Vida.

Para terminar, quiero citar y hacer mía la frase del salmo 90,12, que hoy hemos rezado. Es una petición del sabio religioso popular, consciente de sus debilidades:
“Enséñanos, Señor, a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato”.

¡Ojala sea así!

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