domingo, 18 de julio de 2010

Homilía


ACOGER AL HERMANO
Hospitalidad de Abraham

Nos llama poderosamente la atención la actitud de acogida y hospitalidad de Abraham en pleno desierto. Responde a una cultura primitiva de los beduinos, pero es un fiel reflejo de una respuesta personal a una necesidad vital para otros.
El transeúnte o nómada en medio del desierto es un ser sometido a numerosas privaciones, por las altas temperaturas y la dificultad de la marcha. Y es agradable en estas circunstancias encontrar a alguien que te ofrece casa, comida, agua fresca para saciar la sed y, sobre todo, calor humano.
La llegada de un hombre pidiendo ayuda es un aldabonazo en la conciencia bondadosa del que ve en El la figura de Dios, que visita su humilde tienda.
Así lo interpreta Abraham y, conforme a la magnitud de la acogida, la respuesta es generosísima; Sara, su mujer le dará un hijo, el sueño más acariciado por los esposos, ya mayores y en edad no fértil. Será llamada “Isaac”= sonrisa de Dios, porque a Dios nadie le gana en generosidad.

Mis queridos padres murieron hace años, pero nunca olvidaré su testimonio cuando, siendo yo niño y viviendo en la familia mis otros 6 hermanos y la abuela, ofrecía los hangares laterales de la casa a varias familias gitanas con sus carromatos, burros y enseres personales, a quienes proveía de paja, pan y tocino. Allí pasaban los duros días de nevadas, como sucedía con un mendigo que se quedaba siempre en nuestra casa cuando recorría los pueblos pidiendo limosna. El mendigo era respetado en su dignidad.
Años más tarde, en pleno verano, cuando más apremiaban las tareas del campo por la recolección y la mies, siempre encontraban un tiempo para acoger a los que venían a su casa y tomar con ellos un refresco y algo de picar. Era un deber sagrado, pues la cosecha podía esperar, pero no el huésped.
Esa lección no la olvidaré nunca, porque vale más que todos los consejos.

Los pobres siguen llamando a nuestra puerta

Los tiempos han cambiado, pero los pobres siguen llamando a nuestras puertas.
¿Pasaríamos ahora el examen de la acogida y la hospitalidad?
Creo que no. Hemos cambiado, nos hemos vuelto recelosos, circunspectos, duros de palabras y de actitudes; hemos cerrado las puertas de nuestras casas e ignoramos al vecino que vive al lado.
La pobreza quizás nos incomoda y nos cuestiona, o quizás pertenece a un mundo que creemos haber superado, y por eso miramos por encima del hombro al colectivo de los marginados, empobrecidos, inmigrantes, enfermos o personas no útiles.
Es mucho más fácil invitar a los amigotes, compartir cenas y diversiones y adentrarse en un mundo de vida muelle y sin complicaciones. Las prestaciones más desagradables se “empluman” a los colectivos de ayuda humanitaria a quienes se regala lo que sobra para “tapar la conciencia”.
La acogida real brilla por su ausencia, porque en la práctica los consideramos inferiores y perturban nuestra convivencia.

Existen muchas formas solapadas de racismo en la sociedad moderna. También se utiliza la democracia como arma demagógica cuando falta verdadero interés por las personas.
Este engranaje engañoso deberá reventar en algún momento, porque los hombres no podemos vivir indefinidamente de relaciones artificiales y vacías de contenidos, sin que quede resentida nuestra dignidad.

Lecturas como las de hoy, reflexionadas con tranquilidad, son como latigazos que sacuden nuestra memoria histórica, si es que en algún momento hemos vivido ejemplos edificantes, como el que os he narrado de mis padres.
No son cristianas ciertamente nuestras actitudes actuales, y las hemos de someter a revisión, mal que nos pese, pues si no acojo al otro, tampoco acojo a Dios. Lo humano es sacramento de su presencia (Jn 1,14). No hay otro camino.
La hospitalidad no se reduce de ninguna manera a dar una limosna desde una actitud de superioridad. Se amplía cuando se acoge y respeta al necesitado en su necesidad más profunda, que no es necesariamente material.
Antiguamente se besaba antes el pan que se daba en limosna como si fuera una bendición al transeúnte, para honrar la presencia de Dios en él. Hoy,

Hoy, si deseamos saber lo que quiere Dios de cada uno de nosotros y de la comunidad cristiana, el camino es descubrir los problemas y las verdaderas necesidades de los seres humanos. En ese camino voy discerniendo la voluntad concreta de Dios y el modo de respuesta a su llamada.

María, hermana de Lázaro: otro ejemplo de hospitalidad

María supo entenderlo así al valorar la presencia de Jesús en su casa, pues dejó todo y se sentó a su lado para escucharle, dialogar, compartir y dejarse irradiar del calor espiritual que emanaba de su persona. De esta manera es alabada por Jesús, por encima de su hermana Marta, que se perdía entre las faenas urgentes de la casa cuando tenía al lado al portador de la vida misma a quien pretendía servir. Su sitio estaba entonces en acoger, hablar y compartir junto a su hermana con Jesús. Los trabajos podían esperar; Jesús no. Había venido precisamente a su casa para dialogar con ellas.
Por eso María escogió la parte mejor.

¡OJALA! ESCUCHEMOS LA LECCIÓN DE JESÚS PARA NO PERDERNOS, ENTRE TANTO ACTIVISMO INÚTIL, CUANDO PASA LA “SUERTE” POR NUESTRA CASA.

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