En Génova, santa Catalina Fieschi, viuda, insigne por el desprecio del mundo, los ayunos frecuentes, el amor por Dios y la caridad hacia los necesitados y los enfermos.
Genovesa de la ilustre familia de los Fieschi e hija del que fue virrey de Nápoles; a los 16 años se casó con un noble, Giuliano Adorno, que no se distinguió precisamente por sus virtudes, y con ese marido colérico, disipado e infiel vivió replegada en sí misma en medio de una profunda tristeza. Le dijeron que su deber de esposa era seguirle en la vida mundana propia de su condición, y durante cinco años, frecuentó los salones aristocráticos y fue admirada por su extraordinaria belleza. Pero sólo consiguió aumentar su inquietud y tuvo que concluir que no está hecha para aquello.
Hacia el 1473 se produjo un gran cambio: nada de aceptar las normas de este mundo, es ella quien impondrá las suyas desde fuera del mundo, todo ello ocurrió después de confesarse en la iglesia de Santa María de las Gracias, donde vivía su hermana como religiosa canonesa agustina. Parece que se hizo Terciaria franciscana seglar, aunque los datos no están probados. Dicen que Cristo le lavó el corazón con su propia sangre. A partir de ahora, vivió penitencias, ayunos rigurosísimos, largas oraciones, mientras se dedicaba a los enfermos más repugnantes y abandonados en colaboración con la Compañía de las Damas de la Misericordia y después en la leprosería de San Lázaro. "Yo no sé -dice- cómo no he muerto cuando he visto el mal que encierra el más ligero pecado, por muy leve que sea".
Milagrosamente el marido se convirtió en un hombre piadoso, y le ayudó en sus obras de caridad y se hizo miembro de la Tercera Orden de San Francisco. El matrimonio se trasladó a una casa contigua al hospital de Pammatone, y vivieron la castidad conyugal. Murió el marido y Catalina desarrolló en el hospital los trabajos más humildes, a la vez que dirigió durante diez años, el sector femenino, cuidando de los niños abandonados y afrontando varias epidemias de peste. Catalina vivió un estado místico que se reflejan en su “Tratado del Purgatorio” (que no describe como un lugar, sino como un estado del alma) y el “Diálogo espiritual entre el cuerpo y el alma”.
Fue una gran devota de la Eucaristía. Tiene una frase que dice: "Mi Yo es Dios y no reconozco otro yo que mi Dios mismo", y en otro lugar: "El Amor deber ser amado, porque es amable; se debe amar, no para recibir, sino para donar". Toda su vida fue en un tratado del amor. El mismo Cristo, en una visión, le había dicho: "De todos los libros santos, escoge una sola palabra: amor". Murió de un probable cáncer de estómago, como religiosa de la Anunciación de Santa Marcelina y fue superiora de un gran hospital en Génova. Hay otros autores que niegan que hubiera profesado como religiosa. Fue beatificada en 1737, y el Papa Benedicto XIV inscribió su nombre en el Martirologio Romano con el título de santa. Patrona de Génova.
Genovesa de la ilustre familia de los Fieschi e hija del que fue virrey de Nápoles; a los 16 años se casó con un noble, Giuliano Adorno, que no se distinguió precisamente por sus virtudes, y con ese marido colérico, disipado e infiel vivió replegada en sí misma en medio de una profunda tristeza. Le dijeron que su deber de esposa era seguirle en la vida mundana propia de su condición, y durante cinco años, frecuentó los salones aristocráticos y fue admirada por su extraordinaria belleza. Pero sólo consiguió aumentar su inquietud y tuvo que concluir que no está hecha para aquello.
Hacia el 1473 se produjo un gran cambio: nada de aceptar las normas de este mundo, es ella quien impondrá las suyas desde fuera del mundo, todo ello ocurrió después de confesarse en la iglesia de Santa María de las Gracias, donde vivía su hermana como religiosa canonesa agustina. Parece que se hizo Terciaria franciscana seglar, aunque los datos no están probados. Dicen que Cristo le lavó el corazón con su propia sangre. A partir de ahora, vivió penitencias, ayunos rigurosísimos, largas oraciones, mientras se dedicaba a los enfermos más repugnantes y abandonados en colaboración con la Compañía de las Damas de la Misericordia y después en la leprosería de San Lázaro. "Yo no sé -dice- cómo no he muerto cuando he visto el mal que encierra el más ligero pecado, por muy leve que sea".
Milagrosamente el marido se convirtió en un hombre piadoso, y le ayudó en sus obras de caridad y se hizo miembro de la Tercera Orden de San Francisco. El matrimonio se trasladó a una casa contigua al hospital de Pammatone, y vivieron la castidad conyugal. Murió el marido y Catalina desarrolló en el hospital los trabajos más humildes, a la vez que dirigió durante diez años, el sector femenino, cuidando de los niños abandonados y afrontando varias epidemias de peste. Catalina vivió un estado místico que se reflejan en su “Tratado del Purgatorio” (que no describe como un lugar, sino como un estado del alma) y el “Diálogo espiritual entre el cuerpo y el alma”.
Fue una gran devota de la Eucaristía. Tiene una frase que dice: "Mi Yo es Dios y no reconozco otro yo que mi Dios mismo", y en otro lugar: "El Amor deber ser amado, porque es amable; se debe amar, no para recibir, sino para donar". Toda su vida fue en un tratado del amor. El mismo Cristo, en una visión, le había dicho: "De todos los libros santos, escoge una sola palabra: amor". Murió de un probable cáncer de estómago, como religiosa de la Anunciación de Santa Marcelina y fue superiora de un gran hospital en Génova. Hay otros autores que niegan que hubiera profesado como religiosa. Fue beatificada en 1737, y el Papa Benedicto XIV inscribió su nombre en el Martirologio Romano con el título de santa. Patrona de Génova.
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