sábado, 10 de septiembre de 2022

10 de Septiembre San AMBROSIO EDUARDO BARLOW

En Londres en Inglaterra, san Ambrosio Eduardo Barlow, sacerdote de la Orden de San Benito y mártir, que durante veinticuatro años consolidó en la fe y en la piedad a los católicos de la región de Lancaster y, arrestado mientras predicaba en el día de la Pascua del Señor, después de la prisión, fue condenado a muerte bajo el rey  Carlos I por ser sacerdote y fue ahorcado en Tyburn. 

Nació en Manchester en el seno de un gentilhombre. Bautizado católico, recibió una educación protestante, pero volvió a su fe primigenia y estudió en Douai y  en 1610 paso a Valladolid para ser sacerdote y doctorarse en Teología y Filosofía. En 1615, fue admitido como monje benedictino en el convento de San Gregorio en Douai (ahora Downside), pero pidió ser afiliado en la abadía española de Celanova y la comunidad acogió su petición; al recibir el hábito tomó el nombre de Ambrosio. Fue enviado a la misión inglesa, a su pueblo Lancashire, donde trabajó durante 24 años; el principal centro de actividad del padre Ambrosio se hallaba en la parroquia de Leigh. Uno de sus penitentes escribió de él: “Era tan «entretenido, ingenioso y alegre en sus conversaciones que, entre todos los hombres que he conocido, él representaba, en mi opinión, el auténtico espíritu de Sir Thomas More ... Tampoco lo vi nunca irritarse en las ocasiones en que los otros le hicieron daño, le insultaron o le amenazaron, lo que sucedía con frecuencia; antes bien, como si fuera insensible al daño o estuviese libre de cólera, divertía a sus enemigos con una broma ingeniosa o los saludaba al pasar, con una inclinación de cabeza y una sonrisa». 

De acuerdo con el obispo Challoner, en 1628, el padre Ambrosio administró los últimos sacramentos en la prisión a san Edmundo Arrowsmith, quien, después de su martirio, se apareció en sueños al padre Ambrosio (que ignoraba que hubiese muerto) y le dijo: «Yo he sufrido y ahora tú sufrirás. No hables mucho porque ellos se aprovecharán de tus palabras». Y así, durante trece años, el buen monje trabajó sin cesar en espera de su muerte a cada instante. 

Cuatro veces estuvo en la prisión y otras tantas quedó en libertad hasta que, en marzo de 1641, la Cámara de los Comunes obligó al rey Carlos I a ordenar que todos los sacerdotes abandonasen el territorio del reino, a riesgo de incurrir en las penas para los traidores. Seis semanas más tarde, el vicario de Leigh, un tal señor Gatley, celebró las Pascuas con una procesión en la que él condujo a sus fieles armados con palos, picas y cuchillos hasta Morleys Hall, donde se apoderaron de Ambrosio Barlow, mientras predicaba al fin de la misa. Lo llevaron ante un juez de paz, quien lo remitió preso al castillo de Lancaster. Al cabo de cuatro meses de prisión, compareció en el tribunal ante el magistrado sir Robert Heath y, desde el primer momento, admitió que era sacerdote. Al preguntársele por qué no había obedecido la orden de abandonar el reino, replicó que el decreto especificaba que los desterrados debían ser «los jesuitas y los sacerdotes de seminario» y él no era más que un monje benedictino; además, había estado muy enfermo y no podía viajar. El 8 de septiembre fue condenado a muerte.

Fue llevado en una carreta de Lancaster al sitio de la ejecución. Tuvo que andar en torno al cadalso por tres veces, mientras recitaba el salmo “Miserere”; después, fue ahorcado, desmembrado y desentrañado. 

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