sábado, 23 de abril de 2022

23 de Abril – SAN GERARDO DE TOUL

En Toul, en el territorio de Lotaringia, san Gerardo, obispo, que durante treinta y un años legisló sabiamente para la ciudad, atendió a los pobres, intercedió por el pueblo con ayunos y plegarias en tiempo de peste, dedicó la iglesia catedral y ayudó a los monasterios con bienes materiales y con la instrucción de los discípulos.

Nació en Colonia. Perteneciente a una acaudalada y noble familia, Gerardo recibió una excelente educación en la escuela eclesiástica de Colonia, siendo durante su juventud un modelo de obediencia y piedad. Más tarde fue ordenado sacerdote, en cuyo oficio sus virtudes fueron una fuente de edificación para la ciudad de Colonia. A la muerte de Gauzelin, obispo de Toul (963), el Arzobispo de Colonia lo eligió como sucesor, siendo bien recibido por la clerecía y el pueblo de Toul, sobrellevando la carga de su cargo episcopal sin saborear ninguna de sus comodidades.

Fundó allí un hospital y la iglesia de San Gengoul, además de escuelas donde enseñaba a monjes griegos e irlandeses con gran ventaja de la religión y de la cultura. Con sus oraciones y trabajo libró de la peste al pueblo. Aunque Gerardo eludía pasar largas estancias en la corte del emperador Otón II, que deseaba tenerlo cerca de sí, sin embargo obtuvo de él la confirmación del privilegio en virtud del cual Toul, aunque unida al imperio hacia 925, formaba un estado independiente sobre el cual el emperador Enrique el Cetrero simplemente reservaba para sí el protectorado, dejando que su predecesor, Gauzelin, fuera considerado como el auténtico fundador del poder temporal de los obispos de Toul. Enérgico en sus enfrentamientos con los poderosos que discutían su autoridad, gobernó su condado con sabiduría, promulgando medidas administrativas, algunas de las cuales subsistieron hasta la Revolución francesa.

Murió a la edad de cincuenta y nueve años, y fue enterrado con solemnidad en el coro de su catedral. El papa san León IX el 2 de mayo de 1050, durante el Sínodo romano, relató la gloriosa aparición de san Gerardo al monje Albizo. Los Padres allí reunidos declararon unánimemente que «el susodicho Señor Gerardo estaba en la gloria y que los hombres debían venerarle como santo».

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