Se acercaban los días de la muerte de David y este aconsejo a su hijo Salomón: «Yo emprendo el camino de todos. Ten valor y sé hombre. Guarda lo que el Señor tu Dios, manda guardar siguiendo sus caminos, observando sus preceptos, órdenes, instrucciones y sentencias, como está escrito en la ley de Moisés, para que tengas éxito en todo lo que hagas y adondequiera que vayas. El Señor cumplirá así la promesa que hizo diciendo: “Si tus hijos vigilan sus pasos, caminando fielmente ante mí, con todo su corazón y toda su alma, no te faltará uno de los tuyos sobre el trono de Israel.”» David se durmió con sus padres y lo sepultaron en la Ciudad de David.
Cuarenta años reinó David sobre Israel; siete en Hebrón y treinta y tres en Jerusalén.
Salomón se sentó en el trono, de David su padre y el reino quedo establecido sólidamente en su mano.
En aquel tiempo, Jesús llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y decía: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos». Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
Palabra del Señor.
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