En Constantinopla, san Tarasio, obispo, insigne por su piedad y su erudición, que inició el Concilio Niceno II, en el cual los Padres defendieron el culto de las santas imágenes.
Patricio de Constantinopla, funcionario de la emperatriz Irene. Aunque era un laico, fue elegido patriarca y acepto el cargo con la condición que fuese convocado un Concilio ecuménico para poner fin a la persecución iconoclasta. Le fueron aceptadas estas condiciones y fue consagrado en la Navidad del 784.
En el 787, se celebró el II Concilio de Nicea, cuyos decretos fueron aprobados por el papa Adriano I. Al poco tiempo, el hijo de Irene, Constantino VI, quiso divorciarse de su esposa para casarse de nuevo y un sacerdote de Constantinopla celebró el nuevo matrimonio. San Teodoro “Estudita” y su monjes rigoristas criticaron a Tarasio por haber sido demasiado indulgente, y le obligaron a que suspendiera al sacerdote que había celebrado el nuevo matrimonio del emperador.
Otros historiadores afirman que nuestro santo se opuso a este matrimonio desde el primer momento, destituyó al presbítero que casó al emperador y por eso tuvo la inquina de Constantino quien le persiguió durante el resto de su reinado. Se cuenta que el emperador hacía seguir al patriarca en todos sus movimientos, que había prohibido a todos que hablasen con él sin su permiso, y que desterró a muchos de los amigos y servidores de Tarasio por dirigirle la palabra. Entre tanto, la emperatriz Irene que quería seguir gobernando, se ganó a los principales personajes de la corte y el ejército, encarceló a su hijo y le mandó sacar los ojos. Irene gobernó durante cinco años, hasta que fue depuesta por Nicéforo, quien usurpó el imperio y la desterró a la isla de Lesbos.
Bajo el reinado de Nicéforo, Tarasio desempeñó sin contratiempos sus deberes pastorales. En su última enfermedad no dejó de celebrar el santo sacrificio, mientras pudo moverse. Poco antes de morir, Tarasio tuvo una visión en la que, según cuenta su biógrafo -que se hallaba con él en ese momento-, el prelado parecía responder a las acusaciones de un grupo de hombres que juzgaban cada una de las acciones de su vida. Tarasio se mostraba sumamente agitado al responder a las acusaciones. Esto atemorizó mucho a todos los presentes, pues la vida del patriarca había sido muy íntegra. Pero a la agitación sucedió una gran serenidad y san Tarasio entregó su alma a Dios en medio de una gran paz, después de haber gobernado al patriarcado durante veintiún años. Tarasio es muy venerado en la iglesia ortodoxa.
Patricio de Constantinopla, funcionario de la emperatriz Irene. Aunque era un laico, fue elegido patriarca y acepto el cargo con la condición que fuese convocado un Concilio ecuménico para poner fin a la persecución iconoclasta. Le fueron aceptadas estas condiciones y fue consagrado en la Navidad del 784.
En el 787, se celebró el II Concilio de Nicea, cuyos decretos fueron aprobados por el papa Adriano I. Al poco tiempo, el hijo de Irene, Constantino VI, quiso divorciarse de su esposa para casarse de nuevo y un sacerdote de Constantinopla celebró el nuevo matrimonio. San Teodoro “Estudita” y su monjes rigoristas criticaron a Tarasio por haber sido demasiado indulgente, y le obligaron a que suspendiera al sacerdote que había celebrado el nuevo matrimonio del emperador.
Otros historiadores afirman que nuestro santo se opuso a este matrimonio desde el primer momento, destituyó al presbítero que casó al emperador y por eso tuvo la inquina de Constantino quien le persiguió durante el resto de su reinado. Se cuenta que el emperador hacía seguir al patriarca en todos sus movimientos, que había prohibido a todos que hablasen con él sin su permiso, y que desterró a muchos de los amigos y servidores de Tarasio por dirigirle la palabra. Entre tanto, la emperatriz Irene que quería seguir gobernando, se ganó a los principales personajes de la corte y el ejército, encarceló a su hijo y le mandó sacar los ojos. Irene gobernó durante cinco años, hasta que fue depuesta por Nicéforo, quien usurpó el imperio y la desterró a la isla de Lesbos.
Bajo el reinado de Nicéforo, Tarasio desempeñó sin contratiempos sus deberes pastorales. En su última enfermedad no dejó de celebrar el santo sacrificio, mientras pudo moverse. Poco antes de morir, Tarasio tuvo una visión en la que, según cuenta su biógrafo -que se hallaba con él en ese momento-, el prelado parecía responder a las acusaciones de un grupo de hombres que juzgaban cada una de las acciones de su vida. Tarasio se mostraba sumamente agitado al responder a las acusaciones. Esto atemorizó mucho a todos los presentes, pues la vida del patriarca había sido muy íntegra. Pero a la agitación sucedió una gran serenidad y san Tarasio entregó su alma a Dios en medio de una gran paz, después de haber gobernado al patriarcado durante veintiún años. Tarasio es muy venerado en la iglesia ortodoxa.
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