San Vicente, diácono de Zaragoza y mártir, que durante la persecución bajo el emperador Diocleciano hubo de sufrir cárcel, hambre, potro, láminas candentes, hasta que, en Valencia, en la Hispania Cartaginense (hoy España), voló al cielo a recoger el premio del martirio.
Nació en Huesca en el seno de una familia consular. Fue primer diácono del obispo san Valero de Zaragoza. Al estallar la persecución contra los cristianos, el prefecto Daciano, famoso por su crueldad, ordenó, por razones que no sabemos, que fuese llevado detenido con su obispo a Valencia, y allí fue martirizado atrozmente, por negarse a entregar los libros sagrados.
En el interrogatorio de Valero, éste no pudo hablar por ser tartamudo con lo cual Vicente le dijo: "Padre, si me permite, responderé yo en vez de ti." y el obispo le contesto: "Hijo mío, te he confiado, el empeño de predicar el Evangelio, te doy gustoso también aquel de responder al gobernador". Daciano se irritó, mandó al destierro a Valero, y Vicente fue sometido a la tortura del potro.
La descripción de los tormentos, en cuyos detalles abundan las Actas del martirio, revela la intención del narrador de contraponer la derrota de aquel que inventaba los suplicios (el prefecto Daciano) a la victoria de aquel que los sufría: "Cuanto más furioso te veo, Daciano, tanto mayor es mi placer; no atenúes en absoluto los sufrimientos que me preparas, para que yo haga resplandecer con mayor seguridad mi victoria". "Te engañas, hombre cruel, si crees afligirme al destrozar mi cuerpo. Hay alguien dentro de mí que nadie puede violar: un ser libre, sereno. Tu intentas destruir un vaso de arcilla, destinado a romperse, pero en vano te esforzarás por tocar lo que está dentro, que sólo está sujeto a Dios".
Frente a la constancia del mártir indomable, el mismo prefecto se declaró vencido: "Es inútil seguir luchando -dijo-; lleváoslo en una camilla para que los curen y reanimen". Pero Vicente, que había resistido todos los suplicios, no aceptó esta tregua; como un soldado que sabe luchar por la gloria de Dios y ya no tuvo motivos para vivir que ya no había de dar testimonio, le pidió a Dios abandonar esta vida. Murió a consecuencias de las heridas recibidas en el martirio. Fue un mártir venerado por san Agustín, al que le dedicó algunos sermones.
Nació en Huesca en el seno de una familia consular. Fue primer diácono del obispo san Valero de Zaragoza. Al estallar la persecución contra los cristianos, el prefecto Daciano, famoso por su crueldad, ordenó, por razones que no sabemos, que fuese llevado detenido con su obispo a Valencia, y allí fue martirizado atrozmente, por negarse a entregar los libros sagrados.
En el interrogatorio de Valero, éste no pudo hablar por ser tartamudo con lo cual Vicente le dijo: "Padre, si me permite, responderé yo en vez de ti." y el obispo le contesto: "Hijo mío, te he confiado, el empeño de predicar el Evangelio, te doy gustoso también aquel de responder al gobernador". Daciano se irritó, mandó al destierro a Valero, y Vicente fue sometido a la tortura del potro.
La descripción de los tormentos, en cuyos detalles abundan las Actas del martirio, revela la intención del narrador de contraponer la derrota de aquel que inventaba los suplicios (el prefecto Daciano) a la victoria de aquel que los sufría: "Cuanto más furioso te veo, Daciano, tanto mayor es mi placer; no atenúes en absoluto los sufrimientos que me preparas, para que yo haga resplandecer con mayor seguridad mi victoria". "Te engañas, hombre cruel, si crees afligirme al destrozar mi cuerpo. Hay alguien dentro de mí que nadie puede violar: un ser libre, sereno. Tu intentas destruir un vaso de arcilla, destinado a romperse, pero en vano te esforzarás por tocar lo que está dentro, que sólo está sujeto a Dios".
Frente a la constancia del mártir indomable, el mismo prefecto se declaró vencido: "Es inútil seguir luchando -dijo-; lleváoslo en una camilla para que los curen y reanimen". Pero Vicente, que había resistido todos los suplicios, no aceptó esta tregua; como un soldado que sabe luchar por la gloria de Dios y ya no tuvo motivos para vivir que ya no había de dar testimonio, le pidió a Dios abandonar esta vida. Murió a consecuencias de las heridas recibidas en el martirio. Fue un mártir venerado por san Agustín, al que le dedicó algunos sermones.
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