Conmemoración de san Antonio, monje, el cual llevó vida solitaria y, siendo ya anciano, se recluyó en el monasterio de Lérins, de la Provenza, en donde, amable y docto, murió piadosamente.
Nació en Valeria, de la baja Panonia, durante la época de las invasiones de los bárbaros. Como su padre murió cuando el niño tenía apenas ocho años de edad, se confió su cuidado a san Severino, el intrépido apóstol de Noricum. Es muy probable que Antonio viviese con su tutor en el monasterio que éste había fundado en Faviana y es posible que, aún niño, viese a Odoacro cuando encabezaba su marcha triunfal hacia Roma. San Severino murió alrededor del año 482 y, entonces, Antonio quedó a cargo de su tío Constancio, obispo de Lorch, en Baviera.
Tomó el hábito de monje, se retiró de Noricum a Italia, junto con los otros romanos, en el 488, cuando apenas tendría veinte años. Al cabo de algunas vacilaciones, se estableció en las proximidades del Lago Como, donde se asoció y se puso al servicio de un sacerdote llamado Mario, que dirigía a un grupo de discípulos. Mario llegó a sentir una gran admiración por Antonio y le instó a que se ordenase sacerdote y compartiese su trabajo. Pero la vocación de Antonio estaba en la vida solitaria, por lo que se apartó de Mario para unirse a dos ermitaños que se habían establecido cerca de la tumba de san Félix, al otro lado del lago. Allá vivió en una cueva, dedicado a la plegaria, el estudio y el cultivo de su huerto, aunque, con frecuencia, le distraían los numerosos visitantes. Fue por entonces, cuando un asesino que huía de la justicia simuló un fervor extraordinario y se quedó con Antonio como discípulo. Sin embargo, el santo "leyó en su alma", proclamó su impostura y el asesino huyó. Pero también Antonio debió alejarse de su retiro, puesto que aquel incidente acrecentó su fama y aumentaron los visitantes.
Por fin, ya sin esperanza de encontrar la soledad absoluta y, ante el temor de que los homenajes y muestras de respeto que recibía le hiciesen caer en la vanidad, cruzó los Alpes hacia el sur de las Galias. Ahí ingresó en el monasterio de Lérins, donde estuvo los dos últimos años de su vida, dedicado al estudio, a la oración y al cuidado del jardín. Antonio murió en aquel claustro, muy venerado por sus virtudes y sus milagros. San Ennodio de Pavía escribió su biografía.
Nació en Valeria, de la baja Panonia, durante la época de las invasiones de los bárbaros. Como su padre murió cuando el niño tenía apenas ocho años de edad, se confió su cuidado a san Severino, el intrépido apóstol de Noricum. Es muy probable que Antonio viviese con su tutor en el monasterio que éste había fundado en Faviana y es posible que, aún niño, viese a Odoacro cuando encabezaba su marcha triunfal hacia Roma. San Severino murió alrededor del año 482 y, entonces, Antonio quedó a cargo de su tío Constancio, obispo de Lorch, en Baviera.
Tomó el hábito de monje, se retiró de Noricum a Italia, junto con los otros romanos, en el 488, cuando apenas tendría veinte años. Al cabo de algunas vacilaciones, se estableció en las proximidades del Lago Como, donde se asoció y se puso al servicio de un sacerdote llamado Mario, que dirigía a un grupo de discípulos. Mario llegó a sentir una gran admiración por Antonio y le instó a que se ordenase sacerdote y compartiese su trabajo. Pero la vocación de Antonio estaba en la vida solitaria, por lo que se apartó de Mario para unirse a dos ermitaños que se habían establecido cerca de la tumba de san Félix, al otro lado del lago. Allá vivió en una cueva, dedicado a la plegaria, el estudio y el cultivo de su huerto, aunque, con frecuencia, le distraían los numerosos visitantes. Fue por entonces, cuando un asesino que huía de la justicia simuló un fervor extraordinario y se quedó con Antonio como discípulo. Sin embargo, el santo "leyó en su alma", proclamó su impostura y el asesino huyó. Pero también Antonio debió alejarse de su retiro, puesto que aquel incidente acrecentó su fama y aumentaron los visitantes.
Por fin, ya sin esperanza de encontrar la soledad absoluta y, ante el temor de que los homenajes y muestras de respeto que recibía le hiciesen caer en la vanidad, cruzó los Alpes hacia el sur de las Galias. Ahí ingresó en el monasterio de Lérins, donde estuvo los dos últimos años de su vida, dedicado al estudio, a la oración y al cuidado del jardín. Antonio murió en aquel claustro, muy venerado por sus virtudes y sus milagros. San Ennodio de Pavía escribió su biografía.
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