jueves, 11 de julio de 2019

Santa Olga de Kiev



En Kiev, ciudad de Rusia (ahora en Ucrania), santa Olga, abuela de san Vladimiro, la primera de la dinastía de los Ruriks que recibió el bautismo, en el que se le impuso el nombre de Helena, dejando su conversión abierto el camino para que el pueblo ruso abrazase el cristianismo.

Princesa rusa. Se casó con el príncipe Igor, gran duque de Kiev, del cual tuvo un hijo. Al morir su marido tuvo que tomar las riendas del país como regente porque su hijo todavía era menor de edad. Tanto Olga como su nieto san Vladimiro eran bárbaros y crueles antes de su conversión. El príncipe Igor, de Kiev, esposo de la santa, murió asesinado. Para vengarle, Olga mandó dar muerte a los asesinos en calderos de agua hirviente y acabó, por medio de la traición, con centenares de sus partidarios.

Renunció a su cargo y, dejándolo todo, se marchó a Constantinopla, donde el emperador de Oriente, Constantino Porfirogeneto, la recibió con la condición de que se bautizara en la fe cristiana. Se bautizó en el 955 tomando el nombre de Elena (Olga en ruso). Así, Olga se convirtió en la primera rusa que abrazaba el cristianismo según la tradición popular. 

Cuando regresó a Kiev, fue misionera de la nueva fe y pidió al emperador Otón el Grande que le enviara misioneros a su tierra, y allí marchó san Adalberto de Magdeburgo, pero la misión fracasó: la santa no consiguió que su hijo Svyatoslav se convirtiese al cristianismo. A instancias de su madre, el príncipe respondía, no sin razón: «Si me convierto a una religión extranjera, mis súbditos se reirán de mí», más tarde con Vladimiro de Kiev la religión cristiana hará entrada firme en el estado ruso. Construyó la primera iglesia en Rusia. 

Olga murió a edad muy avanzada. Según el cronista, Olga, después de su conversión, «siguió a nuestro Señor Dios en todas sus obras bondadosas, iluminándose con ellas, vistiendo a los desnudos, saciando a los sedientos y calmando a los peregrinos, a los indigentes, a las viudas y a los huérfanos, compadeciéndose de todos y entregando a todos lo que les era necesario, con serenidad y con amor en su corazón». Su nieto Vladimiro, que tenía apenas seis años cuando murió su abuela, hizo abrir su sepulcro y se encontró el cuerpo incorrupto, y lo hizo trasladar a la iglesia de Desiatina.

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