jueves, 7 de febrero de 2019

Beato Anselmo Polanco

El beato Anselmo Polanco, obispo agustino de Teruel, recientemente junto con su vicario general Felipe Ripoll, es una figura que ofrece un alto testimonio de la firmeza del clero español durante la dura prueba de la persecución religiosa que se desencadenó en la guerra civil española (1936-1939).

Nace el 16 de abril de 1881, hijo de Basilio Polanco y Ángela Fontecha, en Buenavista de Valdavia (Palencia), un pueblo de agricultores que hoy le recuerda con una estatua de bronce en una de sus plazas.

Formado en las primeras letras en la escuela local y en una preceptoría, regida por un dómine que preparaba muchachos para los seminarios, Anselmo ingresó en el colegio teológico de los agustinos de Valladolid, el 1 de agosto de 1896, e iniciaba así su año de noviciado. Hizo la profesión de votos simples el 2 de agosto de 1897 en manos de su paisano el valdaviés padre Tomás Rodríguez, que era entonces vicario general de la orden y fue después prior general por espacio de bastantes años.

Los estudios de filosofía, hechos en la misma casa, hubo de interrumpirlos al tercer año (1899-1900), por causas de salud, permaneciendo una temporada en la capellanía de las monjas agustinas de Medina del Campo. Recuperada la salud, regresó a Valladolid, donde hizo la profesión solemne el 3 de agosto de 1900.

Trasladado al convento de La Vid (Burgos), cursó allí los estudios de teología y fue ordenado sacerdote en 1904, aunque terminó los estudios en 1905. Durante seis meses de los años 1906-1907 estuvo en Alemania, adonde le mandaron sus superiores para que aprendiera aquel idioma con vistas a un futuro trabajo en alguno de los colegios que entonces comenzaban a abrirse en España.

FORMADOR Y SUPERIOR

Pero su destino eran las casas de formación y así, vuelto de Alemania, se estableció de nuevo en Valladolid, donde poco a poco fue haciéndose cargo de algunas de las materias que se enseñaban en aquella casa e hizo sus primeros ensayos de redacción literaria en sendos artículos. Obtuvo el grado de «lector» en la orden y ejerció algunos cargos internos en la comunidad. En diciembre de 1913 pasó al convento de La Vid como profesor de teología, donde funcionó como «regente» de estudios y obtuvo el grado de «maestro» en teología. En estos años llevó una vida ejemplar, contra la que no se pudo poner ningún reparo.

Ello le acreditaba como buen candidato para superior. Lo fue en Valladolid durante el período 1922-1926. En 1925 estuvo en Roma con ocasión de la Exposición Misional ordenada por Pío XI y asistió al capítulo general de los agustinos celebrado ese mismo año. Dividida en dos la provincia de Filipinas, a la que pertenecía el Beato Polanco, él fue nombrado en el capítulo provincial de 1926 superior por segunda vez de la casa de Valladolid, teniendo que ocuparse por estos años de vigilar la continuación de la construcción de la iglesia que venía edificándose, desde hacía varios decenios, en uno de los dos patios de la casa, y que se inauguró en mayo de 1930. Para estas fechas él no era ya rector de la casa, sino definidor o consejero provincial, elegido para tal cargo en el capítulo de 1929.

Otra obra nacía entonces, que él también fomentó como consejero, pero de la que no hubo de ocuparse: el colegio que para formación de jóvenes se fundó en Zaragoza, del cual se colocó la primera piedra en septiembre de 1930. En ese mismo año asistió en Italia a las fiestas celebradas en Pavía con ocasión del XV Centenario de la muerte de San Agustín. En 1931 se traslada al histórico convento de San Agustín de Manila, donde debía establecerse en adelante el gobierno de la provincia.

En el capítulo provincial de 1932, celebrado en Manila, el Beato Polanco fue elegido prior provincial y lo sería hasta que en 1935 fue preconizado obispo de Teruel. El nuevo cargo le ofreció un amplio campo de actuaciones, de las que citaremos sólo la puesta en marcha del terminado colegio de Zaragoza y su vivo interés por la revitalización de las misiones de Iquitos en Perú. Pero lo que más le tuvo ocupado fue la visita regular a una provincia que tenía miembros y casas en varios continentes y que le ocasionó larguísimos viajes por China, Filipinas, Estados Unidos, España (dos veces) y América del Sur. Su secretario, el padre Rafael Pérez —años más tarde promotor de la fe en la Congregación para la Beatificación y Canonización de los Santos en Roma—, ha dejado un testimonio muy elocuente de la religiosidad y austeridad con que hacía sus viajes este excelente superior.

OBISPO DE TERUEL

El 21 de junio de 1935 se hacía pública la noticia de su nombramiento como obispo de Teruel y Albarracín. Dejado el cargo de provincial en el capítulo de julio de ese mismo año, se preparó para la consagración con unos ejercicios espirituales intensivos en la cartuja «Aula Dei' de Zaragoza, recibiendo la consagración episcopal en Valladolid el 24 de agosto de 1935.

Después de hacer una breve visita a su pueblo natal, Buenavista de Valdavia, donde confirió algunas confirmaciones, viajó después a Zaragoza, donde confirió órdenes sagradas en el colegio agustino inaugurado un par de años antes.

Como obispo, Teruel iba a ser su única sede, su única esposa, a la que no abandonaría ni en medio de la más fiera persecución religiosa. De allí sería sacado sólo a la fuerza en 1938 para ser llevado al martirio, que consumaría en febrero de 1939. Por el momento todo fueron felicitaciones por los pueblos del recorrido en su viaje de entrada en la diócesis, que tuvo lugar el 8 de octubre de 1935. El primer saludo a sus diocesanos lo hizo por escrito, todavía en Zaragoza, el mismo día en que iniciaba su viaje hacia Teruel, el día anterior, es decir, 7 de octubre.

EN TERUEL, A PESAR DE LA GUERRA

En la sede de la diócesis llevó una vida de piedad edificante y de solicitud pastoral, que describen con detalle sus biógrafos, poniendo de relieve las limosnas que hacía y los actos religiosos en que participaba. Por segunda vez como obispo visitaba su pueblo natal en noviembre de 1936, para asistir a la muerte de su padre (19 noviembre), hecho lo cual inició la visita pastoral a la diócesis, no obstante los funestos presagios de la tempestad que se acercaba.

Durante los primeros seis meses desde el comienzo de la guerra civil española, 18 de julio de 1936, el beato tuvo ocasión de lamentar asesinatos y huidas de sacerdotes y seglares católicos y de acoger a otros en el seminario de Teruel, donde él residía. Pero la guerra iba para largo.

El beato, con gran coraje, puso su firma en la Carta colectiva del episcopado español, publicada el 1 de julio de 1937.

Por agosto del mismo año viajó de nuevo a su pueblo para confortar a su madre enferma, la cual murió el 15 de agosto de ese mismo año. Pasando por León y Valladolid, regresó a su diócesis. Otros viajes hizo entre septiembre y diciembre de 1937 a Albarracín y a Burgos.

Después de un asedio horroroso al seminario, donde se había organizado la resistencia, y al convento de Santa Clara, que fue el último reducto de la resistencia, el obispo Polanco fue capturado por los rojos el 8 de enero de 1938. Ese mismo día iniciaba su último viaje fuera de la sede de su diócesis, adonde no volvería vivo.

PRISIONERO, DE VALENCIA A BARCELONA

Por la vía de Albentosa y Rubielos de Mora se les llevó a él y a los otros compañeros de cautiverio hacia Valencia. Allí estuvieron confinados pocos días en la prisión de San Miguel de los Reyes, y otros pocos después en la de «Pi y Margall» de Barcelona. La prisión definitiva fue el «19 de julio» de Barcelona, una antigua residencia de las Siervas de María.

Sometido a interrogatorios en esa cárcel, el beato supo defenderse con habilidad por escrito, pero no le iba a servir para nada, como tampoco dieron fruto las intervenciones para su liberación de los agustinos, del cardenal de París y de otros, entre ellos de Indalecio Prieto y don Manuel de Irujo, del Vaticano y el del cardenal Vidal y Barraquer de Tarragona. Hubo incluso intentos de canje, pero estaba escrito que el obispo de Teruel terminaría dando testimonio de su fe con el martirio.

La prisión del obispo Polanco en Barcelona duró un año. Por Navidad de 1938 los ejércitos nacionales se acercaban a la ciudad para abatir definitivamente a los comunistas. Ello significaba que, si no llegaban a tiempo y por sorpresa, muchos de los prisioneros perderían la vida a manos de los rojos. Eso fue lo que sucedió efectivamente. El 23 de enero de 1939, el padre Polanco y los que con él estaban fueron mezclados con los de otras dos cárceles. El 24 de enero comienza el camino del calvario para nuestro beato, en la retirada de los republicanos hacia Francia. Primero en tren hacia Ripoll y después a pie entre barrancos, el beato se acercaba al lugar de su martirio.

CAMINO DEL MARTIRIO

A Pont de Molins, cerca de Figueras, llegaron el 3 de febrero de 1939 después de un penoso calvario, y aunque se difundió por España la noticia de que el obispo de Teruel había sido liberado por los nacionales, el rumor no respondió a la realidad. El 6 de febrero de 1939 tuvo la inesperada visita de una paisana suya, enfermera, que nos ha dejado una patética descripción de las condiciones del beato en vísperas de su muerte.

La inmolación tuvo lugar al día siguiente, 7 de febrero de 1939, en un barranco paralelo a la carretera general, denominado Can Tretze. Allí el beato y más de cuarenta de sus compañeros de desventura fueron primero fusilados por un pelotón de sicarios republicanos y después quemados. El beato recibió un impacto de bala en la cabeza, que le procuró la muerte como mártir de Dios y de España.

El 17 de febrero fueron hallados su cuerpo y el de los compañeros de martirio. La noticia del asesinato suscitó la indignación popular en toda la península.

Trasladados a Teruel en un viaje de luto y sin ceremonias, pasando por Barcelona y Zaragoza, los despojos del mártir fueron depositados en la catedral, en la capilla de Santa Emerenciana, donde han estado hasta los tiempos de la beatificación. Monumentos en su honor se levantaron en Barriosuso de Valdavia, en Santa Clara de Teruel, y en Pont de Molins, donde fue asesinado. En 1941 se publicó su primera biografía y años después un film titulado «Cerca del cielo», que fueron otros dos monumentos dedicados a su memoria.

LA GLORIFICACIÓN

El proceso diocesano de beatificación se inició en 1950 en Teruel, por autoridad del sucesor del padre Polanco en la sede de Teruel, el franciscano padre León Maluendas. En 1952 el proceso era llevado a Roma y entregado a la congregación encargada de los procesos de beatificación y canonización. Por razones fácilmente comprensibles, este y otros procesos del tiempo de la guerra civil española estuvieron parados. Pero a partir de 1987 se reanudó la causa. En 1994 se aprobaba formalmente el proceso, y el 1 de octubre de 1995, lo beatificó Juan Pablo II en una ceremonia llena de esplendor, celebrada en la plaza de San Pedro repleta de asistentes. El padre Anselmo Polanco subía al honor de los altares, ocupando su retrato, acompañado de su vicario general el beato Felipe Ripoll, el balcón central de la basílica.

El Beato Polanco es una figura contemporánea que brilla con luz propia en el santoral español. Prudente y fervoroso -el arzobispo Gandásegui de Valladolid le tuvo por confesor, mientras el beato residió en Valladolid-, fue un modelo de religiosos, de superiores, de prelados y de esos creyentes que están dispuestos a dar su sangre por Dios. Él lo hizo sin ningún titubeo, dando un ejemplo convincente de su amor a Dios y a los hermanos a cualquier precio.

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