domingo, 11 de junio de 2017

Homilía


Santísima Trinidad es la fuente de todos los misterios.

Los Santos Padres y muchos santos significativos nos han legado escritos sobre la Trinidad sacrosanta, pero más hablando desde el corazón que desde la razón.

Santo Tomás de Aquino tiene un tratado (“De Trinitate”) que se estudia en todos los seminarios católicos de formación para el sacerdocio.

Nadie como este Santo ha profundizado en este Gran Misterio.

Pero El mismo reconoce que su inteligencia no da para más; no se puede abarcar la plenitud de Dios que es insondable para el hombre.

Lo conocemos, porque el mismo Jesús nos lo ha revelado.

El concepto que el pueblo cristiano tiene de la Trinidad es lo aprendido (para los mayores) en los viejos catecismo de Ripalda y Astete: “Tres personas distintas y un solo Dios verdadero”

El filósofo Kant decía que para la mayoría de los cristianos era indiferente que en Dios existieses tres, cinco o diez personas, ya que el dogma trinitario nos les dice nada que sea existencialmente válido para sus vidas.

Sin embargo, lo evocamos constantemente en nuestras oraciones.

En lugar de perdernos en elucubraciones teológicas, vamos a recordar diversos pasajes bíblicos para refrescar la memoria y valorar la importancia del Misterio Trinitario en nuestra vida.


“Fue formada antes de comenzar la tierra,... antes de los abismos,... antes de las montañas,... cuando sujetaba el cielo en la altura,... cuando ponía un límite al mar,... cuando asentaba los cimientos de la tierra”(Sabiduría 8, 2-31)

“La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Romanos 5, 1-5)

"Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena: Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
El me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará”. (Juan 16, 12-15)

El prefacio viene a resumir en unas frases lapidarias las afirmaciones contenidas en el Credo Nicenoconstantinopolitano, que aclararon la postura de la Iglesia para hacer frente a las herejías sobre la naturaleza y la persona de Jesucristo:

“Te damos gracias, señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, que con tu único Hijo y el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor; no una sola persona, sino tres Personas distintas en una sola naturaleza.

Y lo que creemos de tu gloria, porque tú lo revelaste, lo afirmamos también de tu Hijo, y también del Espíritu, sin diferencia ni distinción.

De modo que, al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna Divinidad, adoramos tres Personas distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad”.


Las palabras de Jesús antes de subir a los cielos: “Id por el mundo entero, anunciad el evangelio, bautizad en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, son un mandato a significar la presencia de la Santísima Trinidad en las tareas evangelizadoras y en los sacramentos.

Y, aunque parezca mentira, abandonarnos al Misterio desde una fe confiada y solícita nos enriquece espiritualmente más que el cuestionamiento racional de lo que no abarca nuestra inteligencia.

San Ignacio sintió en la cueva de Manresa “mucho gozo y consolación” al meditar sobre la Trinidad.

Todos los días desde entonces hacía oración a las tres Personas distintamente.

Porque Dios es una Padre; no un padre sin más; es Padre de todos, y hace salir cada día el sol sobre buenos y malos.

Es Padre paciente y misericordioso, con corazón grande para acoger a los pobres e indefensos.

Jesús no es Hijo de Dios sin más. Es el Hijo amado, amigo, hermano de todos.

Tampoco el Espíritu Santo es algo irreal e ilusorio; es el Espíritu del Padre y del Hijo, que está entre nosotros y nos impulsa hacia el bien.

Es el mismo Espíritu que ungió a Jesús en el Jordán, que acompañó todos sus pasos y es su legado para la etapa final de la historia de la salvación.

Las tres Personas se aman infinitamente en un intercambio amoroso y creador.


Podemos atisbar lo que Dios es a través de lo que nosotros mismos somos.

Nos descubrimos a lo largo de la vida como personas en relación.

Nacemos como fruto del amor de otros, nos realizamos dentro de una familia y formando parte de un pueblo.

Sentimos la llamada del amor para generar vida y perpetuarnos. Necesitamos, ante todo y sobre todo, amar y sentirnos amados.

Desde esta perspectiva, nos es más fácil comprender que Dios forma en sí mismo una familia, que es amor y generosidad sin límites.

Cuando cada uno andamos nuestro camino al margen de los demás, cuando nos cerramos a la solidaridad, cuando deshumanizamos las relaciones sociales, cuando el materialismo egoísta se convierte en eje y motor de nuestra vida, terminamos perdiendo la idea de Dios y nos adentramos en una soledad estéril.

Una experiencia fácilmente comprobable mirando a nuestro alrededor.

Hoy celebramos la vida de Dios, su comunión íntima.

La misma Iglesia fundada por Jesús es un Misterio de comunión que nos arrastra al consenso, al diálogo, a la participación, al amor mutuo, a la diversidad dentro de la misma dignidad.

Este es el ideal cristiano.

Ahora podemos saludar con gratitud, al hacer la señal de la cruz, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, glorificar su nombre y proclamar nuestra fe recitando el Credo Niceno.


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