viernes, 10 de febrero de 2017

Beato Luis Stepinac

Con su itinerario humano y espiritual, el Beato Alojzije Stepinac brindó a su pueblo una especie de brújula con la que orientarse. He aquí sus puntos cardinales: la fe en Dios, el respeto al hombre, el amor a todos llevado hasta el perdón y la unidad de la Iglesia, guiada por el sucesor de Pedro. Él sabía bien que no se pueden hacer descuentos con la verdad, porque la verdad no es mercancía de cambio. Por eso afrontó el sufrimiento antes que traicionar su conciencia y faltar a la palabra dada a Cristo y a la Iglesia». Así habló Juan Pablo II el 3 de octubre de 1998, en la explanada del santuario nacional croata de Marija Bistrica, en la homilía de la beatificación del cardenal Stepinac, símbolo de la Iglesia perseguida bajo el yugo comunista.

ENTRE LAS DOS GUERRAS

Luis Stepinac había nacido el 8 de mayo de 1898, en el seno de una familia numerosa cristiana. Fue su primera escuela y su primera iglesia, en la que fue aprendiendo a encarnar las virtudes humanas y cristianas que le acompañaron durante toda su vida.

Cuando sólo tenía dieciséis años, estalló la Primera Guerra Mundial. Y Luis fue movilizado y tomó parte en la contienda europea. En 1918, cayó prisionero del ejército italiano. Cuando conquistó la libertad, regresó a su familia y se dedicó a las tareas agrícolas, a la espera de tener claridad sobre sus inquietudes vocacionales, que lo encaminaban al sacerdocio.

Inició sus estudios en el seminario diocesano, y los terminó en Roma. Allí recibió la ordenación sacerdotal, el 25 de octubre de 1930: don Luis tenía 32 años. Apenas podrá ejercer de simple sacerdote, ya que a los cuatro años de su ordenación, cuando tenía 36 años, fue nombrado arzobispo coadjutor de Zagreb, sede de la que pasó a ser titular tres años después.

La tarea que había de afrontar el joven arzobispo fue ardua y complicada. Las corrientes sociales y políticas, en el período entreguerras y con las corrientes comunistas dominantes, no facilitaban a los cristianos la fidelidad al Evangelio. Y el arzobispo Stepinac, que había sufrido en sus carnes el azote de la guerra y conocía el peligro marxista, hubo de hacer frente a la situación y orientar con claridad y con valentía a sus diocesanos. Él, que también tenía experiencia de militancia en organizaciones juveniles católicas, fomentó los movimientos apostólicos, especialmente juveniles. Fue un defensor acérrimo de la unidad católica en torno a Pedro, y de la unión y colaboración entre el clero secular y los religiosos. Para la evangelización de su pueblo, fue pionero en el uso de los medios de comunicación social.

No habían pasado tres años de la toma de posesión como titular de la sede arzobispal, cuando estallaba la Segunda Guerra Mundial. Nuevas dificultades para Stepinac, que nunca lo tuvo fácil. Frente a la sinrazón de la violencia, el arzobispo proclamó la misión pacificadora y civilizadora de la Iglesia: «Qué sistema -decía en 1943 Stepinac- apoya hoy a la Iglesia católica, mientras todo el mundo está luchando por un nuevo orden mundial? Nosotros, al condenar todas las injusticias, todas las matanzas de inocentes, todos los incendios de las aldeas tranquilas, toda destrucción de los esfuerzos de los pobres (...), respondemos así: la Iglesia apoya un sistema que tiene tantos años como los Mandamientos de Dios».

BAJO EL YUGO COMUNISTA

Como ocurrió en otros países comunistas, el régimen se propuso crear una iglesia nacionalista enfrentada a Roma, mostrando su feroz animadversión a los católicos. Entonces volvió a imponerse la profunda convicción de la unidad católica que siempre movió la vida de Stepinac: se opuso con todas sus fuerzas al propósito comunista. Con la palabra y el ejemplo, el arzobispo de Zagreb fue el pastor de su pueblo a ejemplo de Cristo. Así lo testificaba Juan Pablo II: «El Buen Pastor fue para el Beato Stepinac el único Maestro: su ejemplo inspiró hasta el final su conducta, dando vida para el rebaño que se le había encomendado en un período de la historia particularmente difícil».

En unión con todos los obispos croatas, hizo pública una carta en la que denunciaba sin eufemismos la injusta conducta del régimen al perseguir a muerte a los sacerdotes y emplear la tristemente famosa represión marxista contra los católicos. La carta fue la gota que colmó el vaso de las iras de los dirigentes del partido, que el 11 de octubre de 1946 decretaron su arresto y juicio: dieciséis años de durísima cárcel y de trabajos forzados; desde diciembre de 1951, en la cárcel de Krasic.

Nada ni nadie pudo hacer declinar al arzobispo de su profunda unión con Cristo y de su fe católica. El testimonio del arzobispo Stepinac era conocido y admirado en toda la Iglesia. Haciéndose eco de esta veneración universal, a pesar de falsas acusaciones de colaboracionismo con los nazis, el 12 de enero de 1953, Pío XII lo creaba cardenal de la santa Iglesia. La opinión mundial y el deterioro físico del cardenal movieron a las autoridades comunistas a rebajar la dureza de la prisión, concediéndole el arresto domiciliario en Krasic. Así, hasta el encuentro con Cristo, el 10 de febrero de 1960, cuando acabó el lento martirio del cardenal.

PALADÍN DE LA LIBERTAD

La muerte de Stepinac tuvo amplio eco en la prensa mundial. Al día siguiente escribía José María Pemán, en el diario ABC, un artículo en defensa de Stepinac, paladín de la libertad frente a la tiranía nazi y la dictadura comunista.

La libertad es una palabra que no se cae de los labios de los intelectuales, de los escritores jóvenes, de los cenáculos estudiantiles.

Ahora tienen ocasión de enhebrar un himno y una apología. Que no se les pase inadvertido que acaba de caer un campeón de la libertad en Krasic, una aldea de Yugoslavia: se llamaba Aloysius Stepinac.

Esto para un católico es un hecho bien claro y exacto: el arzobispo de Zagreb ha defendido la libertad cristiana; la independencia de la Iglesia; la dignidad del pensamiento, frente a la tiranía. Jamás se logró de él un paso atrás, una flexibilidad, en su postura. Muere en plena humildad, sirviendo, como vicario del cura, en la parroquia de su aldea. Muere, en plena libertad, llamándose, frente a todas las órdenes del Gobierno, arzobispo de Zagreb y primado de Yugoslavia.

La prisión, la enfermedad, el confinamiento en la aldea y la muerte con la misma palabra en los labios que fue el eje de su vida: eso ya es historia bien conocida. ¿No les da que pensar a esos exaltadores laicos de la libertad y la dignidad humana, que esta que se extingue en Krasic ha sido una vida llameante al servicio de esos valores considerados en autenticidad? ¿No estará construido con parcial insuficiencia ese «panteón» de los héroes de la libertad con las convencionales estatuas de los revolucionarios de la Bastilla, y Cavour, y Mazzini, y Garibaldi? En todas estas historias de la libertad hay enormes y equívocas mezclas de tiranía. Hay guillotinas, pelotones de fusilamiento y gobiernos absolutos.

Sólo el púlpito de Zagreb, batido por olas de tiranías opuestas, significó la libertad de Cristo. A los eternos exaltadores de la libertad del hombre se les escapará, oculta tras su fila de estatuas de tiranos liberales, la hazaña gigantesca y humilde de Aloysius Stepinac.»1

¿Fue mártir Stepinac? Responde el papa: "El Beato Alojzije Stepinac no derramó su sangre en el sentido estricto de la palabra. Su muerte se produjo a causa de los largos sufrimientos padecidos: los últimos quince años de su vida fueron una continua serie de vejaciones, en medio de las cuales él expuso con valentía su vida para testimoniar el Evangelio y la unidad de la Iglesia... En la persona del nuevo beato se sintetiza, por decirlo así, toda la tragedia que ha afectado a las poblaciones croatas y a Europa en el curso de este siglo marcado por tres grandes males: el fascismo, el nazismo y el comunismo... El cardenal arzobispo de Zagreb, una de las figuras más destacadas de la Iglesia católica, después de haber sufrido en su cuerpo y en su espíritu las atrocidades del sistema comunista, es ahora entregado a la memoria de sus compatriotas con las brillantes insignias del martirio» (Homilía en su beatificación, 3 de octubre de 1998).

No hay comentarios:

Publicar un comentario