San Jaime (Santiago) de la Marca, OFM Obs. Gran predicador y reformador (1393-1476)
En la Europa del siglo XV, en lo político, los estados se hacían la guerra entre sí, mientras los turcos avanzaban sobre sus territorios, tras haber conquistado Constantinopla y Chipre. Y en lo religioso, la Iglesia tenía que hacer frente a multitud de sectas y herejías: fratiecelli, patarenos, albigenses, maniqueos, iconoclastas... En esta difícil situación, los hijos de san Francisco se distinguieron, una vez más, por su obra en favor de la fe, de la paz y de los pobres. En Italia destacaron, de manera especial, las cuatro columnas de la observancia franciscana, a saber: san Bernardino de Siena, san Juan de Capistrano, Alberto de Sarteano y san Jaime de la Marca.
Santiago nació en Monteprandone (Marca de Ancona), en septiembre de 1393. Sus padres, Antonio Gangale y Antonia Rossi, lo bautizaron con el nombre de Domingo (Doménico). A los siete años quedó huérfano, y tuvo que cuidar el rebaño familiar, pero aquella vida no le satisfacía, de modo que se escapó de casa y marchó a vivir a Offida, en casa de un tío suyo sacerdote. Éste, viendo sus dotes y voluntad de aprender, le enseñó a leer y a escribir, y lo mandó a estudiar estudiar artes liberales a una escuela de Áscoli Piceno. Logró doctorarse en Derecho civil y eclesiástico en Perusa al tiempo que trabajaba en la educación de los hijos de un profesor universitario, con cuya ayuda consiguió el cargo de notario público en el Ayuntamiento de Florencia. Luego trabajó como comisario y juez en Bibbiena (Arezzo). Aquí pudo conocer la gran corrupción existente en las más altas capas de la sociedad, pero también a los franciscanos. Esto y sus meditaciones acerca del misterio redentor de la cruz manifestado a Francisco en el cercano monte de La Verna lo animaron a dejar la abogacía y, tras un breve retiro en la Cartuja de Florencia, decidió ingresar en la orden de los hermanos menores de la observancia. Tenia 23 años cuando, como dirá luego en uno de sus sermones, "entregó a Cristo su cuerpo en la castidad y su alma en la obediencia, abandonando las cosas de poca importancia y las terrenas, la familia y las satisfacciones de la vida, buscando una sola cosa: a Jesucristo bendito" (De excellentia et utilitate sacrae religionis).
El 25 de julio de 1416, fiesta del apóstol Santiago, vestía el hábito gris franciscano en el convento observante de Santa María de los Ángeles en Asís, y cambiaba su nombre de Doménico por el de Giacomo (Jaime, Jacobo o Santiago). El hábito se lo había preparado con sus propias manos san Bernardino de Siena, a quien debió de conocer durante su permanencia en Toscana. Hizo el noviciado en la ermita de las Cárceles. El 13 de junio de 1420, tras haber estudiado teología bajo el magisterio de san Bernardino, era ordenado sacerdote en Fiésole. Ese mismo día pronunció su primer sermón, que versó sobre san Antonio de Padua. Descubiertas así sus grandes dotes oratorias, sus superiores lo destinaron enseguida a la predicación.
Como ya ocurriera con san Bernardino de Siena, Jaime llenaba de gente las plazas con sus predicaciones populares, en lengua vulgar. Entre sus primeras experiencias destacan la de Cuaresma en Áscoli, en 1421, la de San Miniato de Florencia el 27 de diciembre de 1422, y la de Venecia en la fiesta de san Juan Bautista. Lo requerían desde muchas ciudades de Úmbria y de las Marcas. Sus temas tocaban las verdades fundamentales de la fe cristiana: Dios, Jesucristo, los misterios de su pasión, muerte y resurrección, los sacramentos, la oración, la gracia, la palabra de Dios, vida eterna, paraíso, infierno, pecado, vicios capitales, el homicidio, la blasfemia, el perdón, la reconciliación y la paz. Los ideales de justicia y equidad y la defensa de los pobres que practicó cuando era juez, se reflejaban ahora en sus predicaciones. De manera especial combatió con energía las creencias erróneas de los grupos sectarios, en especial de los "fraticelli", que atentaron varias veces contra su vida.
Su palabra y el testimonio de su vida era tan fuertes que penetraban en los corazones de los oyentes y los convertía al Señor. Él mismo confesaba: «He visto durante el sermón algunos soldados sexagenarios llorar mucho por sus pecados y la pasión de Cristo, y me confesaron que durante su vida jamás habían derramado una lágrima» (Serm. dom. 46 De magnifica virtute Verbi Dei). La seriedad y fama del predicador no tardó en llegar a oídos del papa Eugenio IV, quien en 1431 lo envió como Nuncio para combatir las herejías al otro lado del Adriático, y para algunas misiones diplomáticas en Europa centro-oriental. Su primera actuación fue en Dubrownik (Croacia), y del éxito de su predicación dan fe las cartas del 30 de enero de 1443, que las autoridades locales enviaron al papa, agradeciéndole el envío de san Jaime, y rogándole que lo nombrara también inquisidor contra las herejías.
Durante el invierno de 1432 recorrió muchas ciudades de la península balcánica en Dalmacia, Croacia, Bosnia y Eslovenia, en los confines con Austria. El 1 de abril, el ministro general de la orden lo nombraba comisario, visitador y vicario de Bosnia, con plenos poderes para intervenir en la vida y disciplina de los frailes que habían perdido el verdadero significado de su vocación. Además de predicador y reformador, san Jaime ejerció también de mediador entre el rey de Bosnia Esteban Turko, y un pariente suyo, Radivoj, que se había proclamado rey legítimo de Bosnia con el apoyo de los turcos, en su afán por extenderse hacia el centro de Europa. Situación difícil, en la que el santo tuvo que desplegar toda su diplomacia, para no molestar a ninguno de los soberanos.
En 1433, por designación papal, Jaime regresó a Italia como predicador oficial del Capítulo general de los hermanos menores, reunido en Bolonia. Al año siguiente regresó a Bosnia, donde en algunas zonas había que predicar el Evangelio partiendo desde cero, pues había lugares donde se rendía culto a personas e incluso a animales. Será por este tiempo cuando compondrá su obra: "Tratado contra los herejes de Bosnia".
En 1436 ejerció varios encargos diplomáticos, y ejerció como inquisidor en Hungría, Austria y Praga, donde pronunció el discurso oficial en la coronación del emperador Segismundo. En Austria, a petición de Segismundo, procuró la paz entre Hungría y Bohemia, sin necesidad de intervención militar, mediante acuerdos que favorecían a ambas partes. El 27 de agosto, el emperador, acompañado por san Jaime, entraba triunfalmente en Praga.
En 1439 regresa a Italia, y se dedica a recorrer las principales ciudades del centro y norte de la península, llamando a la paz y a las buenas costumbres. El interés por oírle era tal, que muchos acudían con varias horas de antelación a coger sitio. En su predicación invitaba a todos a invocar el poderoso nombre de Jesús en los momentos de necesidad o peligro, y contaba los favores obtenidos por su invocación. Hasta 94 de estos testimonios nos ha dejado escritos el santo en uno de los cuatro códices autógraos que se conservan en el museo ciudadano de Monteprandone, algunos de los cuales fueron ilustrados por el pintor Tegli en las lunetas del pórtico del convento franciscano de dicha población.
En sus predicaciones exhortaba a no blasfemar, diciendo: La lengua es un miembro tan magnífico y útil , y un don de Dios tan excelente, con el que puedes manifestar tus necesidades a toda criatura, con el que debes alabar siempre a Dios, y no blasfemarlo". Y luego se extendía en contar numerosos ejemplos de desgracias acaecidas a los blasfemos. Después de sus predicaciones, muchos municipios incluyeron en su legislación medidas disciplinares contra la blasfemia. También denunciaba el vicio del juego, que podía llevar a la mentira, el robo e incluso al homicidio.
En tiempos del Concilio de Basilea promovió la unión de los hussitas moderados con la Iglesia, y con los Griegos en el Concilio de Ferrara - Florencia. Como franciscano, militó en el movimiento de la reforma observante, que crecía con una fuerza increíble, desatando muchas envidias. Lo que tuvo que sufrir por ello quedó escrito en la carta que san Jaime escribió a san Juan de Capistrano (ver Archivum Franciscanum Historicum", I (1908), 94 – 97). Él, sin embargo, en 1455 fue nombrado por Calixto III mediador entre conventuales y observantes, defendiendo la unidad de la orden franciscana con sus para la concordia publicados el . Por desgracia, su proyecto de 12 artículos de concordia y unión publicados en bula papal el 2 de febrero de 1456 no satisfizo a ninguna de las dos partes.
San Jaime de la Marca fue también un pacificador, entre personas y entre poblaciones. Gracias a él, las ciudades de Áscoli y Fermo firmaron en 1446 una paz definitiva, tras siglos de rivalidades. Igualmente, en 1463 medió entre los municipios de Monteprandone y San Benedetto, por problemas de confines. El mismo año resolvió otro contencioso semejante entre Montreprandone y Acquaviva. Pero el encargo más original fue el que recibió de la ciudad del Fermo el 22 de mayo de 1446, de promover una confederación de ciudades marquesanas para asegurarse la libertad frente a intromisiones extranjeras.
Su espíritu conciliador le llevaba a perdonar a sus acusadores y a quienes atentaron en numerosas ocasiones contra su vida, tanto en Italia como en otras naciones. "En el mundo -decía- no hay nada más grande que perdonar una ofensa y amar al enemigo. No es digno de honor someter muchas ciudades o regiones, cosa que saben hacer hombres armados que tienen muchos vicios; del mismo modo, tampoco se rinde honor al hombre pendenciero, iracundo y violento, sino a la persona pacífica y mansa. El perdón es un gesto de honrada venganza, realizada por Cristo y sus santos. Por tanto, tú no eres el primero ni el último en obrar así. Créeme, y no pienses que yo no ofendo a nadie; pero, con gran esfuerzo, trato de hacer el bien a todos, a pesar de que muchos a menudo me calumnian y me persiguen. Entonces, revestido con todas las armas de los ornamentos litúrgicos, voy al campo de batalla y, mientras elevo el Cuerpo de Cristo, digo: Padre clementísimo, perdona a mis perseguidores en el cielo, como yo los perdono aquí en la tierra» (Serm. dom. De pace et remissione iniuriarum).
El 22 de agosto de 1449, el papa Nicolás V lo autorizaba a fundar un convento franciscano en su pueblo natal, Monteprandone, dedicado a la Bienaventurada Virgen María de las Gracias. En su iglesia aún se conserva y venera una imagen de la Virgen en terracota, regalo del cardenal Francisco de la Rovere al santo. Su devoción a la Madre de Dios le llevaba a invocarla con frecuencia, ofreciéndole el rosario diario y visitando sus santuarios, sobre todo el de Loreto. En la biblioteca de dicho convento, con amenaza de excomunión de Pío II para quien se atreviera a llevarselos, llegó a reunir hasta 180 códices, entre los que se encuentran clásicos latinos y griegos, un extracto del Corán y algunas de sus obras autógrafas, escritas para utilidad propia y para uso de los frailes predicadores, sobre Escritura, moral, derecho, sermonarios, y apología, fruto de su multiforme actividad.
Intransigente desde el púlpito en lo moral, san Jaime manifestó su predilección y una sensibilidad especial hacia las necesidades concretas de todos. En lo religioso y social fundó basílicas, conventos, bibliotecas, hospitales, pozos y cisternas públicas, dio Estatutos civiles a once ciudades y fundó muchas cofradías. En cuanto a los más pobres y necesitados, por ellos combatió la injusta usura practicada por muchas familias hebreas y por algunos cristianos. Y trató de paliar el problema no sólo pidiendo limosnas para las familias estranguladas por los créditos, sino también promoviendo los "Montes de Piedad", que concedían préstamos sin intereses, o a muy bajo interés. El de Áscoli se fundó en 1458, y el de Perusa en 1462. San Jaime defendió también a los niños y muchachos contra los injustos e inmorales abusos que muchos adultos cometían contra ellos. Y promovió asociaciones públicas "para enseñar e instruir a los mismos muchachos en las costumbres buenas y honestas, a fin de que puedan dirigirse a sí mismos por el buen camino. A los padres los exhortaba a "dar amor a los hijos, ante todo enseñándoles a conocer a Dios; ayudándoles a aprender la oración del padrenuestro y las verdades de la fe; exhortándolos a confesarse, a comulgar, a celebrar las fiestas y a participar en la misa; educándolos en las buenas costumbres y enseñándoles a hablar y actuar honradamente, tanto en su casa como fuera de ella» (Serm. dom. 12 De reverentia et honore parentum).
Igualmente, combatió la lacra de la prostitución, tratando de redimir a las mujeres que ejercían dicha profesión. El 22 de julio de 1460, fiesta de Santa María Magdalena, logró reunir y predicar a un grupo numeroso de prostitutas, que se convirtieron. Ese mismo día consiguió recoger 3000 ducados de limosnas, que empleó en adquirir las dotes necesarias para que pudieran contraer matrimonio.
Abandonada la predicación por lo avanzado de su edad y por su salud precaria, su intención era retirarse en el convento por él fundado en su pueblo natal. Sin embargo, una carta del papa Sixto IV le rogaba que se trasladase a Nápoles, donde lo reclamaba con insistencia el rey Fernando de Aragón. Al papa le interesaba que Jaime accediera, pues sus relaciones con el rey no eran buenas, y esa podía ser una buena ocasión para restablecer las relaciones diplomáticas.
Jaime obedeció enseguida y en la primavera de 1473 llegaba a Nápoles. Un hijo del rey, Alfonso, duque de Calabria, lo había conocido en Civitella del Tronto y se lo había recomendado a su padre, que estaba enfermo. El rey se curó por intercesión del santo, que pudo predicar no sólo en Nápoles, sino también en las ciudades de los alrededores. La fama de sus prodigios suscitó tal devoción, que el pueblo, el clero y el rey no permitieron que Jaime de la Marca permaneciera tres años en la ciudad, hasta el momento de su muerte, ocurrida a las siete de la mañana del jueves 28 de noviembre de 1476. Fue beatificado el 12 de agosto de 1624, por Urbano VIII, y canonizado el 10 de diciembre de 1726, por Benedicto XIII. Su cuerpo está sepultado en la iglesia observante de Santa María la Nueva.
En lo iconográfico se le representa, por lo general, con un cáliz en su mano derecha, del que sale una serpiente. Podría ser una alusión a los esfuerzos e algunos herejes por envenenarlo, o, con menos probabilidad, por su controversia acerca de la Preciosísima Sangre.
En la Europa del siglo XV, en lo político, los estados se hacían la guerra entre sí, mientras los turcos avanzaban sobre sus territorios, tras haber conquistado Constantinopla y Chipre. Y en lo religioso, la Iglesia tenía que hacer frente a multitud de sectas y herejías: fratiecelli, patarenos, albigenses, maniqueos, iconoclastas... En esta difícil situación, los hijos de san Francisco se distinguieron, una vez más, por su obra en favor de la fe, de la paz y de los pobres. En Italia destacaron, de manera especial, las cuatro columnas de la observancia franciscana, a saber: san Bernardino de Siena, san Juan de Capistrano, Alberto de Sarteano y san Jaime de la Marca.
Santiago nació en Monteprandone (Marca de Ancona), en septiembre de 1393. Sus padres, Antonio Gangale y Antonia Rossi, lo bautizaron con el nombre de Domingo (Doménico). A los siete años quedó huérfano, y tuvo que cuidar el rebaño familiar, pero aquella vida no le satisfacía, de modo que se escapó de casa y marchó a vivir a Offida, en casa de un tío suyo sacerdote. Éste, viendo sus dotes y voluntad de aprender, le enseñó a leer y a escribir, y lo mandó a estudiar estudiar artes liberales a una escuela de Áscoli Piceno. Logró doctorarse en Derecho civil y eclesiástico en Perusa al tiempo que trabajaba en la educación de los hijos de un profesor universitario, con cuya ayuda consiguió el cargo de notario público en el Ayuntamiento de Florencia. Luego trabajó como comisario y juez en Bibbiena (Arezzo). Aquí pudo conocer la gran corrupción existente en las más altas capas de la sociedad, pero también a los franciscanos. Esto y sus meditaciones acerca del misterio redentor de la cruz manifestado a Francisco en el cercano monte de La Verna lo animaron a dejar la abogacía y, tras un breve retiro en la Cartuja de Florencia, decidió ingresar en la orden de los hermanos menores de la observancia. Tenia 23 años cuando, como dirá luego en uno de sus sermones, "entregó a Cristo su cuerpo en la castidad y su alma en la obediencia, abandonando las cosas de poca importancia y las terrenas, la familia y las satisfacciones de la vida, buscando una sola cosa: a Jesucristo bendito" (De excellentia et utilitate sacrae religionis).
El 25 de julio de 1416, fiesta del apóstol Santiago, vestía el hábito gris franciscano en el convento observante de Santa María de los Ángeles en Asís, y cambiaba su nombre de Doménico por el de Giacomo (Jaime, Jacobo o Santiago). El hábito se lo había preparado con sus propias manos san Bernardino de Siena, a quien debió de conocer durante su permanencia en Toscana. Hizo el noviciado en la ermita de las Cárceles. El 13 de junio de 1420, tras haber estudiado teología bajo el magisterio de san Bernardino, era ordenado sacerdote en Fiésole. Ese mismo día pronunció su primer sermón, que versó sobre san Antonio de Padua. Descubiertas así sus grandes dotes oratorias, sus superiores lo destinaron enseguida a la predicación.
Como ya ocurriera con san Bernardino de Siena, Jaime llenaba de gente las plazas con sus predicaciones populares, en lengua vulgar. Entre sus primeras experiencias destacan la de Cuaresma en Áscoli, en 1421, la de San Miniato de Florencia el 27 de diciembre de 1422, y la de Venecia en la fiesta de san Juan Bautista. Lo requerían desde muchas ciudades de Úmbria y de las Marcas. Sus temas tocaban las verdades fundamentales de la fe cristiana: Dios, Jesucristo, los misterios de su pasión, muerte y resurrección, los sacramentos, la oración, la gracia, la palabra de Dios, vida eterna, paraíso, infierno, pecado, vicios capitales, el homicidio, la blasfemia, el perdón, la reconciliación y la paz. Los ideales de justicia y equidad y la defensa de los pobres que practicó cuando era juez, se reflejaban ahora en sus predicaciones. De manera especial combatió con energía las creencias erróneas de los grupos sectarios, en especial de los "fraticelli", que atentaron varias veces contra su vida.
Su palabra y el testimonio de su vida era tan fuertes que penetraban en los corazones de los oyentes y los convertía al Señor. Él mismo confesaba: «He visto durante el sermón algunos soldados sexagenarios llorar mucho por sus pecados y la pasión de Cristo, y me confesaron que durante su vida jamás habían derramado una lágrima» (Serm. dom. 46 De magnifica virtute Verbi Dei). La seriedad y fama del predicador no tardó en llegar a oídos del papa Eugenio IV, quien en 1431 lo envió como Nuncio para combatir las herejías al otro lado del Adriático, y para algunas misiones diplomáticas en Europa centro-oriental. Su primera actuación fue en Dubrownik (Croacia), y del éxito de su predicación dan fe las cartas del 30 de enero de 1443, que las autoridades locales enviaron al papa, agradeciéndole el envío de san Jaime, y rogándole que lo nombrara también inquisidor contra las herejías.
Durante el invierno de 1432 recorrió muchas ciudades de la península balcánica en Dalmacia, Croacia, Bosnia y Eslovenia, en los confines con Austria. El 1 de abril, el ministro general de la orden lo nombraba comisario, visitador y vicario de Bosnia, con plenos poderes para intervenir en la vida y disciplina de los frailes que habían perdido el verdadero significado de su vocación. Además de predicador y reformador, san Jaime ejerció también de mediador entre el rey de Bosnia Esteban Turko, y un pariente suyo, Radivoj, que se había proclamado rey legítimo de Bosnia con el apoyo de los turcos, en su afán por extenderse hacia el centro de Europa. Situación difícil, en la que el santo tuvo que desplegar toda su diplomacia, para no molestar a ninguno de los soberanos.
En 1433, por designación papal, Jaime regresó a Italia como predicador oficial del Capítulo general de los hermanos menores, reunido en Bolonia. Al año siguiente regresó a Bosnia, donde en algunas zonas había que predicar el Evangelio partiendo desde cero, pues había lugares donde se rendía culto a personas e incluso a animales. Será por este tiempo cuando compondrá su obra: "Tratado contra los herejes de Bosnia".
En 1436 ejerció varios encargos diplomáticos, y ejerció como inquisidor en Hungría, Austria y Praga, donde pronunció el discurso oficial en la coronación del emperador Segismundo. En Austria, a petición de Segismundo, procuró la paz entre Hungría y Bohemia, sin necesidad de intervención militar, mediante acuerdos que favorecían a ambas partes. El 27 de agosto, el emperador, acompañado por san Jaime, entraba triunfalmente en Praga.
En 1439 regresa a Italia, y se dedica a recorrer las principales ciudades del centro y norte de la península, llamando a la paz y a las buenas costumbres. El interés por oírle era tal, que muchos acudían con varias horas de antelación a coger sitio. En su predicación invitaba a todos a invocar el poderoso nombre de Jesús en los momentos de necesidad o peligro, y contaba los favores obtenidos por su invocación. Hasta 94 de estos testimonios nos ha dejado escritos el santo en uno de los cuatro códices autógraos que se conservan en el museo ciudadano de Monteprandone, algunos de los cuales fueron ilustrados por el pintor Tegli en las lunetas del pórtico del convento franciscano de dicha población.
En sus predicaciones exhortaba a no blasfemar, diciendo: La lengua es un miembro tan magnífico y útil , y un don de Dios tan excelente, con el que puedes manifestar tus necesidades a toda criatura, con el que debes alabar siempre a Dios, y no blasfemarlo". Y luego se extendía en contar numerosos ejemplos de desgracias acaecidas a los blasfemos. Después de sus predicaciones, muchos municipios incluyeron en su legislación medidas disciplinares contra la blasfemia. También denunciaba el vicio del juego, que podía llevar a la mentira, el robo e incluso al homicidio.
En tiempos del Concilio de Basilea promovió la unión de los hussitas moderados con la Iglesia, y con los Griegos en el Concilio de Ferrara - Florencia. Como franciscano, militó en el movimiento de la reforma observante, que crecía con una fuerza increíble, desatando muchas envidias. Lo que tuvo que sufrir por ello quedó escrito en la carta que san Jaime escribió a san Juan de Capistrano (ver Archivum Franciscanum Historicum", I (1908), 94 – 97). Él, sin embargo, en 1455 fue nombrado por Calixto III mediador entre conventuales y observantes, defendiendo la unidad de la orden franciscana con sus para la concordia publicados el . Por desgracia, su proyecto de 12 artículos de concordia y unión publicados en bula papal el 2 de febrero de 1456 no satisfizo a ninguna de las dos partes.
San Jaime de la Marca fue también un pacificador, entre personas y entre poblaciones. Gracias a él, las ciudades de Áscoli y Fermo firmaron en 1446 una paz definitiva, tras siglos de rivalidades. Igualmente, en 1463 medió entre los municipios de Monteprandone y San Benedetto, por problemas de confines. El mismo año resolvió otro contencioso semejante entre Montreprandone y Acquaviva. Pero el encargo más original fue el que recibió de la ciudad del Fermo el 22 de mayo de 1446, de promover una confederación de ciudades marquesanas para asegurarse la libertad frente a intromisiones extranjeras.
Su espíritu conciliador le llevaba a perdonar a sus acusadores y a quienes atentaron en numerosas ocasiones contra su vida, tanto en Italia como en otras naciones. "En el mundo -decía- no hay nada más grande que perdonar una ofensa y amar al enemigo. No es digno de honor someter muchas ciudades o regiones, cosa que saben hacer hombres armados que tienen muchos vicios; del mismo modo, tampoco se rinde honor al hombre pendenciero, iracundo y violento, sino a la persona pacífica y mansa. El perdón es un gesto de honrada venganza, realizada por Cristo y sus santos. Por tanto, tú no eres el primero ni el último en obrar así. Créeme, y no pienses que yo no ofendo a nadie; pero, con gran esfuerzo, trato de hacer el bien a todos, a pesar de que muchos a menudo me calumnian y me persiguen. Entonces, revestido con todas las armas de los ornamentos litúrgicos, voy al campo de batalla y, mientras elevo el Cuerpo de Cristo, digo: Padre clementísimo, perdona a mis perseguidores en el cielo, como yo los perdono aquí en la tierra» (Serm. dom. De pace et remissione iniuriarum).
El 22 de agosto de 1449, el papa Nicolás V lo autorizaba a fundar un convento franciscano en su pueblo natal, Monteprandone, dedicado a la Bienaventurada Virgen María de las Gracias. En su iglesia aún se conserva y venera una imagen de la Virgen en terracota, regalo del cardenal Francisco de la Rovere al santo. Su devoción a la Madre de Dios le llevaba a invocarla con frecuencia, ofreciéndole el rosario diario y visitando sus santuarios, sobre todo el de Loreto. En la biblioteca de dicho convento, con amenaza de excomunión de Pío II para quien se atreviera a llevarselos, llegó a reunir hasta 180 códices, entre los que se encuentran clásicos latinos y griegos, un extracto del Corán y algunas de sus obras autógrafas, escritas para utilidad propia y para uso de los frailes predicadores, sobre Escritura, moral, derecho, sermonarios, y apología, fruto de su multiforme actividad.
Intransigente desde el púlpito en lo moral, san Jaime manifestó su predilección y una sensibilidad especial hacia las necesidades concretas de todos. En lo religioso y social fundó basílicas, conventos, bibliotecas, hospitales, pozos y cisternas públicas, dio Estatutos civiles a once ciudades y fundó muchas cofradías. En cuanto a los más pobres y necesitados, por ellos combatió la injusta usura practicada por muchas familias hebreas y por algunos cristianos. Y trató de paliar el problema no sólo pidiendo limosnas para las familias estranguladas por los créditos, sino también promoviendo los "Montes de Piedad", que concedían préstamos sin intereses, o a muy bajo interés. El de Áscoli se fundó en 1458, y el de Perusa en 1462. San Jaime defendió también a los niños y muchachos contra los injustos e inmorales abusos que muchos adultos cometían contra ellos. Y promovió asociaciones públicas "para enseñar e instruir a los mismos muchachos en las costumbres buenas y honestas, a fin de que puedan dirigirse a sí mismos por el buen camino. A los padres los exhortaba a "dar amor a los hijos, ante todo enseñándoles a conocer a Dios; ayudándoles a aprender la oración del padrenuestro y las verdades de la fe; exhortándolos a confesarse, a comulgar, a celebrar las fiestas y a participar en la misa; educándolos en las buenas costumbres y enseñándoles a hablar y actuar honradamente, tanto en su casa como fuera de ella» (Serm. dom. 12 De reverentia et honore parentum).
Igualmente, combatió la lacra de la prostitución, tratando de redimir a las mujeres que ejercían dicha profesión. El 22 de julio de 1460, fiesta de Santa María Magdalena, logró reunir y predicar a un grupo numeroso de prostitutas, que se convirtieron. Ese mismo día consiguió recoger 3000 ducados de limosnas, que empleó en adquirir las dotes necesarias para que pudieran contraer matrimonio.
Abandonada la predicación por lo avanzado de su edad y por su salud precaria, su intención era retirarse en el convento por él fundado en su pueblo natal. Sin embargo, una carta del papa Sixto IV le rogaba que se trasladase a Nápoles, donde lo reclamaba con insistencia el rey Fernando de Aragón. Al papa le interesaba que Jaime accediera, pues sus relaciones con el rey no eran buenas, y esa podía ser una buena ocasión para restablecer las relaciones diplomáticas.
Jaime obedeció enseguida y en la primavera de 1473 llegaba a Nápoles. Un hijo del rey, Alfonso, duque de Calabria, lo había conocido en Civitella del Tronto y se lo había recomendado a su padre, que estaba enfermo. El rey se curó por intercesión del santo, que pudo predicar no sólo en Nápoles, sino también en las ciudades de los alrededores. La fama de sus prodigios suscitó tal devoción, que el pueblo, el clero y el rey no permitieron que Jaime de la Marca permaneciera tres años en la ciudad, hasta el momento de su muerte, ocurrida a las siete de la mañana del jueves 28 de noviembre de 1476. Fue beatificado el 12 de agosto de 1624, por Urbano VIII, y canonizado el 10 de diciembre de 1726, por Benedicto XIII. Su cuerpo está sepultado en la iglesia observante de Santa María la Nueva.
En lo iconográfico se le representa, por lo general, con un cáliz en su mano derecha, del que sale una serpiente. Podría ser una alusión a los esfuerzos e algunos herejes por envenenarlo, o, con menos probabilidad, por su controversia acerca de la Preciosísima Sangre.
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