viernes, 4 de noviembre de 2016

Lecturas


Hermanos, sed imitadores míos y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en nosotros.
Porque - como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos - hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas; sólo aspiran a cosas terrenas. Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo.
Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo.
Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mí corona, manteneos así, en el Señor, queridos.

En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos:
«Un hombre rico tenía un administrador, a quien acosaron ante él de derrochar sus bienes.
Entonces lo llamó y le dijo:
“¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando”. El administrador se puso a decir para sí:
“¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero:
“¿Cuánto debes a mi amo?” Éste respondió:
“Cien barriles de aceite.” Él le dijo:
“Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta.” Luego dijo a otro:
“Y tú, ¿cuánto debes?” Él contestó:
“Cien fanegas de trigo.” Le dijo:
“Aquí está tu recibo, escribe ochenta.”
Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido.
Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz».

Palabra del Señor.

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