miércoles, 3 de agosto de 2016

Lecturas


En aquel tiempo - oráculo del Señor -, seré el Dios de todas las tribus de Israel, y ellas serán mi pueblo.
Esto dice el Señor:
«Encontró mi favor en el desierto el pueblo que escapó de la espada. Israel camina a su descanso.
El Señor se le apareció de lejos.
Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi misericordia para contigo.
Te construiré, serás reconstruida, doncella capital de Israel; volverás a llevar tus adornos, bailarás entre corros de fiesta. Volverás a plantar viñas allá por los montes de Samaria; las plantarán y vendimiarán.
“Es de día”, gritarán los centinelas arriba, en la montaña de Efraín: “En marcha, vayamos a Sión, donde está el Señor nuestro Dios”».
Porque esto dice el Señor:
«Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por la flor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: ¡El
Señor ha salvado a su pueblo, ha salvado al resto de Israel!».

En aquel tiempo, Jesús se retiró a la región de Tiro y Sidón.
Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle:
-«Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo».
Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle:
-«Atiéndela, que viene detrás gritando».
Él les contestó:
-«Sólo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel».
Ella se acercó y se postró ante él diciendo:
-«Señor, ayúdame».
Él le contestó:
-«No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».
Pero ella repuso:
-«Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos».
Jesús le respondió:
-«Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas».
En aquel momento quedó curada su hija.

Palabra del Señor.

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