domingo, 24 de julio de 2016

Homilía



La fe de Jesús en el Padre es absoluta.

Cada día le confía los secretos de su corazón; siempre está pendiente de su voluntad.

Cuando enseña a sus discípulos el Padrenuestro, les invita a seguir su ejemplo y a ponerse en las manos de Dios y de su Providencia amorosa.

Y lo hace utilizando tres verbos muy conocidos: Pedir, Buscar y Llamar.

es la actitud del pobre que necesita recibir lo que no puede conseguir con su trabajo y se siente frágil, vulnerable y desbordado por los acontecimientos y por el nerviosismo social en la lucha por sobrevivir dentro de un mundo indiferente y cruel con los marginados.

Pedir supone una cura contra el orgullo y la autosuficiencia, tan en boga hoy en las capas más adineradas de la sociedad.

Pedir es reclamar a Dios una protección contra la enfermedad, el dolor, el desprecio, el odio, la maledicencia, la calumnia… que sólo Él nos puede dar.

Esta actitud de indigencia es fundamental para escapar de la envoltura deshumanizadora del mundo materialista, cuya prioridad es la producción, el rendimiento y la gestión eficaz de los recursos económicos.

Hay un miedo latente al silencio y a la reflexión moral, que puede poner al descubierto la banalidad de nuestras acciones y la insatisfacción interior por tener vacío el corazón.

Los mismos cristianos hemos ido abandonando las prácticas de piedad, nos hemos olvidado de las oraciones aprendidas en la infancia y apenas nos comunicamos con Dios, salvo cuando aprieta la necesidad, muere algún ser querido o nos vemos angustiados.

Necesitamos orar para salir del mundo del marketing, de la propaganda, de la confusión mental que crean las ideologías… para hacer una autocrítica sincera y enfrentarnos a la Verdad que libera.

Necesitamos a Dios para pedirle que nos saque del abismo en que estamos metidos y nos guíe por el sendero de la paz interior, primera herramienta espiritual para abandonarnos en sus manos.

Seguro que la recibiremos si perseveramos en la oración.

Nunca nos falla, ya que somos sus hijos.

La Biblia nos brinda el ejemplo de Abraham, de María Magdalena, de Mateo, el publicano, de Zaqueo, de la hemorroísa, de la cananea y de tantos otros que acuden a Jesús para remediar sus males morales o físicos.

es la actitud del creyente que se siente perdido en la enmarañada selva de las relaciones humanas.

A pesar del ambiente de indiferencia hacia el hecho religioso en naciones mayoritariamente cristianas, la fe no ha muerto.

Crece el número de los que empiezan a interesarse por Dios y a descubrir en pequeños grupos el valor de la oración y el aliento necesario para realizar una misión evangelizadora.

Buscar va más allá de pedir.

Exige dar pasos, tomar riesgos y no quedarse con los brazos cruzados esperando que otros arreglen el futuro.

Hay grupos que, en medio de un ambiente generalizado de indiferencia, vuelven a interesarse por Dios y salen a la calle para comunicar a la gente su vivencia espiritual.

Algunos los toman por locos, otros se ríen a la cara de su, ingenuidad y rechazan el mensaje, pero no faltan quienes viven hastiados del consumismo y se sienten vacíos de ideales que motiven sus vidas.

Abundan las personas que no quieren hurgar en el pasado, porque guardan malos recuerdos de su experiencia religiosa, mayormente centrada en educadores autoritarios y violentos, que profanaron la fe en lugar de dignificarla.

Es normal que no quieran saber nada de la Iglesia y menos de la doctrina de los teólogos.

Estas personas conservan, a pesar de todo, un rescoldo de las llamas que avivaron la fe de su infancia, pero necesitan manos amigas y un empujón para retomar la fe con alegría y esperanza.

La labor de los misioneros consiste en despertar el interés por la búsqueda de Dios para encontrar remedio a todo lo que nos esclaviza, aflige y nos aboca a una soledad estéril.

Jesús dice que “el que busca, halla” (Lucas 11, 11).

es la actitud del indigente, del desvalido que no tiene protección.

Cuando todas las puertas se cierran, queda siempre una a la que llamar: la puerta de la misericordia.

El Señor nos pide en el evangelio que llamemos a ella con perseverancia, y cita el ejemplo de la mujer cananea que, aunque recibe el rechazo inicial de Jesús por ser extranjera, continúa insistiendo en su demanda hasta obtener la curación de su hija.

También nos cuenta cómo un juez inicuo termina haciendo justicia a la viuda importuna que llama a su puerta y no le deja dormir hasta que vea satisfecha su necesidad.

Al final, accede para que deje de molestarle.

La oración de Jesús en el huerto de Getsemaní “con gritos y lágrimas”, según Hebreos 5,7, y rogándole a Dios que le aparte de la muerte, nos adentra en la capital importancia del valor de la oración, reiterado en múltiples pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento.

Dios no es insensible a nuestras peticiones, no se esconde cuando le buscamos, ni es sordo a nuestras llamadas.

Sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos.

Por eso rezamos con el salmo 100,3: “El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad es perpetua”

La autosuficiencia es uno de los grandes dramas del hombre de hoy que, confiado en sus propias fuerzas, se encierra en su pequeño mundo y se convierte en un ser

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